Una guagua hasta la parada de G y 25, luego caminar por 23 hasta el Yara y ahí esperar el rutero de Playa. Ese era mi recorrido diario. Cuando comenzaron a aparecer los ruteros con aire acondicionado a 5 pesos desde Coppelia hasta el Paradero de Playa no me lo podía creer. Pensaba como la mayoría: “Seguro dura poco” o “Eso es porque hay una Cumbre” o “Hasta que la gente los destruya”. Pero la verdad es que esos ruteros duraron años haciéndonos las mañanas más agradables. Ya no están como antes y de Playa en dirección al Vedado están casi extintos.
Pero aún quedan algunos haciendo recorridos. La mayoría ya no tienen aire acondicionado, pero siguen representando la esperanza de no tener que abordar una guagua repleta de gente. Ahora la forma más económica de transportarse, que también resulta confortable y expedita, es montarse en una gacela.
Los taxis de marca GAZelle, pueden cargar trece pasajeros sentados y recorren más de veinte rutas que conectan casi toda la capital. La gente les dice gacelas, o “ruteritos”, para diferenciarlos de aquellos primeros ruteros y de los “ruterones” o ruteros grandes que son las guaguas Yutong rojas.
Los choferes organizados en cooperativas responden a un código de ética que incluye una disciplina estricta; el saludo cordial, el uso de uniforme, la honestidad y la educación vial. Tienen un horario establecido que les permite pagar impuestos, ganarse la vida y mantener el vehículo en buen estado.
Existe una aplicación que se llama MWRutero en la que aparecen las veinticuatro gacelas con sus números, sus recorridos completos, las divisiones por tramos y el precio. La aplicación se desarrolló en 2020 por la agencia GeoMIX del Grupo Empresarial GEOCUBA de conjunto con la Empresa Taxis Cuba, la Dirección de Control de Flota y el Ministerio del Transporte. Tiene el valor agregado de la información en tiempo real (se actualiza cada 30 segundos) según la posición de los vehículos.
Saber por dónde va la gacela que te sirve es lo mejor que se ha inventado. Representa un avance grande desde el punto de vista de la seguridad y la tranquilidad del pasajero. Así puedes decidir sobre tu tiempo y saber si esperas o vas en busca de otro medio de transporte. Pero como el componente de suerte y verdad siempre tiene que estar presente para hacer la vida más entretenida, lo que no puede saberse es si viene lleno o si trae asientos vacíos.
Las primeras paradas de las gacelas casi siempre están muy concurridas. Pero las colas son organizadas y, sabiendo que vendrán vacías, se puede contar la gente para saber cuándo tocará el turno de montar. La parada en la esquina del Parque Villalón es una de las que más asusta. Ahí se reúnen cientos de personas que esperan para montarse en la ruta 15, que va para Alamar, en la 1 que va para Arroyo Naranjo y en la 8 que va para El Cotorro.
Ahí lo mismo venden rositas que cangrejitos que granizado. También hay una cafetería y una venta de garaje. Una vez tuvimos que esperar a que pasaran siete gacelas de la ruta 15 para poder irnos. Esperamos una hora y 10 minutos; aunque son veloces como sus homólogas del reino animal. En ese tiempo de espera gastamos más dinero en merienda que si hubiéramos ido en almendrón para Alamar.
Aunque la 15 es nuestra gacela favorita, también hemos transitado asiduamente por las rutas 10 (desde Flores hasta Regla); la 14 (desde Punta Brava hasta el Vedado); la 4 (desde Santiago de las Vegas hasta 27 y O); la 3 (desde San Agustín hasta Egido); y la 22, que le dicen “el gusanito” por la forma que toma el recorrido en el mapa, que va desde 27 y F hasta el reparto Bahía.
Algunos son viajes más cortos y otros más largos, porque las distancias son mayores o porque las gacelas se meten en recovecos y dan muchas vueltas. Como sea, es un medio de transporte en el que se siente uno más agradecido y más digno. Como la cantidad de pasajeros está topada, se deteriora menos el vehículo, la gente va más tranquila y somos más amables los unos con los otros.
En el momento más crítico de pandemia, las gacelas transportaban a los pacientes a los hospitales de forma gratuita en coordinación con los policlínicos. Durante mi embarazo en 2020, hacía un viaje al mes junto a otras embarazadas de mi consultorio para hacernos exámenes en el González Coro. Aquellas saliditas eran las únicas que hacíamos las barrigonas. Aprovechábamos para respirar aire puro (nasobuco mediante) y para charlar sobre nuestros achaques, nuestros miedos y nuestras canastillas incompletas. En medio de tanta angustia por la COVID-19, aquellos viajes en gacela eran un soplo de alegría.
Las gacelas, en nuestras calles agrietadas, son un símbolo de progreso, de respeto al pasajero y de calidad de vida. Todo subió de precio, desde los plátanos del agro, la reventa de culeros desechables, la canasta básica y hasta el cucurucho de maní que, desde que tengo uso de razón, costaba un peso. Pero las gacelas, de forma extraordinaria, se mantuvieron a 5 pesos por tramo.
Gacela significa “elegante y rápida” dos términos que deberían proliferar en nuestras calles en medio de tantos baches, demoras y vulgaridad.
Ojalá que lleguen más GAZelle para cubanizarlas y movernos alegremente por la capital. Ojalá se extiendan de forma masiva a otras provincias y que nunca suban de precio, porque en eso, además, radica de su distinción.