“Tengo que salir de aquí, no me quedó nada”, dice Danaisy Alfonso mientras recoge la ropa dispersa entre las ruinas de lo que fue su casa. Lo hace sin descanso, compulsivamente, sin perder de vista a su hija Emilenys, de 3 años.
La niña apenas se le separa. A ratos intenta jugar con un juguete roto, pero enseguida regresa junto a su madre. Lleva el susto en los ojos. En el rostro y la espalda lleva las marcas de lo que vivió el domingo pasado con el tornado.
Desde aquella noche su hermanita de 10 meses está ingresada en el Hospital Pediátrico de Centro Habana. También su hermana mayor, de 7 años, fue golpeada por la pared que se vino abajo.
“No me quiero ni acordar…”, comenta Danaisy.
La madre dormía a sus hijas cuando el viento arrancó un árbol de aguacate frente a su casa, en Villa Primera, Guanabacoa, y lo lanzó contra la pared de su cuarto. El techo cayó hecho flecos en el patio.
Tiempo atrás, asegura, había pedido a servicios forestales que cortaran el árbol, “pero me dijeron que tenía que esperar, aunque tuviese tres niñas menores. Y por esperar, mira, nos cayó arriba.”
“Intenté proteger a las niñas, pero no me dio tiempo a nada –cuenta, mientras enseña sus propias cicatrices. No sé de dónde saqué fuerza; solo pensaba en salvar a mis hijas. Nos quité los escombros de arriba y salí corriendo con las tres.”
En medio de la lluvia y la oscuridad, consiguió llegar a casa de un vecino. El tornado ya había pasado, pero su ansiedad era cada vez mayor.
“No salí en ambulancia, no podían pasar con tantos escombros. El presidente del CDR [Comité de Defensa de la Revolución] me llevó en un carro hasta donde pudo. Tuve que seguir a pie hasta el policlínico y de allí me remitieron al pediátrico”.
Danaisy pasó la madrugada en el hospital. Angustiada. Adolorida. Sin dormir. Por fortuna, pudo localizar al padre de la más pequeña para que la relevara mientras ella regresaba a su casa, a descubrir la dimensión del desastre.
“Los médicos la han atendido bien –dice sobre la niña–, la tienen en observación y hasta ahora no ha sido necesario operarla. Solo le pido a Dios que se pueda recuperar. No quería dejarla, pero tenía que saber cómo estaba todo por acá, ver qué podía hacer.”
Danaisy es madre soltera, sin trabajo. Por su situación, recibe asistencia social. Su vivienda, ahora destruida, la construyó el gobierno.
Por la casa, me cuenta, pasaron especialistas de Planificación Física a ver las afectaciones. Sin embargo, ella no puede esperar. Por sus hijas.
“Voy para el gobierno a ver dónde nos van a meter. Perdí el televisor, la cama, sábanas, muebles, la cuna y otras cosas de las niñas, no sé si el refrigerador funcionará –enumera–. Por suerte, mi vecina me va a guardar lo poco que quedó, y me ha ayudado a lavar alguna ropa. Lo principal es que estamos vivas. Con eso tengo que seguir adelante.”
***
A cientos de metros de donde Danaisy, en el repartó Chibás de Guanabacoa, los restos de un contenedor se incrustan contra un muro. A su alrededor, basura, ramas, cables y techos arrancados se amontonan.
“Todo eso cayó con el tornado”, explica a OnCuba David Fuentes, un albañil de 42 años, desde la entrada de su casa. Su vivienda, en lo alto de una elevación, es ahora un grupo de paredes sin techo, con ventanas rotas y mil cosas desperdigadas por el piso y encima de los muebles que aún están en pie.
“Ese bicho estaba bien feo; había que estar aquí para verlo”, dice del torbellino.
“Levantó el contenedor de allá abajo”, cuenta y señala en dirección a la pendiente, hacia la empresa estatal Vanguardia Socialista, que en la distancia parece un amasijo de vigas descarnadas, apenas sin tejas que sostener.
“Los trabajadores de ahí dicen que lo usaban para guardar herramientas y materiales, y mira dónde vino a caer. Si se desvía unos metros hacia acá y choca con la casa, no hacemos el cuento.”
La experiencia de David es parecida a otras tantas contadas en estos días en La Habana, y a la vez diferente, singularmente aterradora. Una mezcla de asombro y pavor que se niega a marcharse de su rostro y aflora cada vez que narra la historia.
“Yo estaba tirado en la cama, cuando empiezo a sentir un sonido como de transformadores a punto de reventar. Me paré en el portal, que ya no está porque el tornado lo desbarató, y veo unas luces en el cielo. Pensé primero que era una explosión eléctrica en [el vecino municipio] Regla, pero entonces vi que el tornado se estaba acercando y venía para arriba de nosotros.”
“Le dije a mi mujer ‘tírate para el piso’, y me tiré yo también con ella, debajo de la ventada del cuarto. Enseguida el viento arrancó la ventana y la lanzó arriba de la cama, y se metió en la casa. Acabó: se llevó las tejas, tumbó los muebles, lo desbarató todo.”
“Si ella hubiese estado sola aquí, a lo mejor estuviera muerta, porque no reaccionó, se quedó paralizada. La tuve que halar. Si no llego a hacerlo, le hubiese caído arriba la ventana o vaya usted a saber. Por suerte no fue así.”
David no puede precisar con exactitud cuánto duró todo: “fue muy rápido, pero no hay forma de calcularlo. Cuando uno está asustado no puede saber, se siente como una eternidad.”
El golpe, como a miles de habaneros esa noche terrible, los choqueó.
“No sabíamos qué hacer. Mucha gente estaba igual, y no había corriente. Al final, pusimos unos cartones, arreglamos cómo pudimos un espacio y nos tiramos a dormir hasta el otro día, así a la intemperie. ¿Qué íbamos a hacer? Lloviznó y tuvimos que taparnos con la ropa seca que nos había quedado.”
Dos días después, David sigue allí, en el estrecho hogar donde vive hace unos tres años. Viste un pulóver sucio y un shorts desteñido “para trabajar en la casa”: hacer espacio entre tantas roturas –físicas y espirituales– para seguir adelante.
Ya lo visitaron especialistas de Planificación Física y funcionarios del gobierno para conocer su situación, y ahora espera que le asignen los materiales para comenzar a reconstruir su vivienda. Albergarse no es para él una opción.
“Nosotros no nos vamos, ¿a estas alturas a dónde vamos a ir si aquí es donde vivimos? Esto es lo nuestro y si nos vamos, a la vuelta podríamos encontrar menos de lo que había. Al contrario, lo que hay es que fabricar aquí. Y es lo que pienso hacer.”
Cuando el terremoto del 1985 en Mexico, el gobierno no hizo nada y la ciudadania se organizo. Ese fue el principio del fin del PRI. Hoy en Cuba, la dictadura no hace nada y el pueblo se organiza para ayudarse entre si. Cuidado, militares…a ver si publican mi comentario.
Momento perfecto para que le construyan a los ciudadanos apartamentos con la misma calidad que construyen los hoteles cuatro estrellas,el pueblo cubano merece eso y mucho más,la mayoría de las viviendas estaban en muy mal estado.
Si te fijas en algunas fotos algunos de los apartamentos recien construidos perdieron parte del techo, como si hubiesen estado pegados con saliva.
La mejor parte es como los aspirantes a burgueses habaneros proponen en las redes sociales hacer una colecta para los damnificados. De verdad que están muy obsesionados con parecerse a Brad Pitt: malditos sueños e ilusiones de lujuria. Quién en Cuba puede donar para los damnificados? El pueblo se hunde en la miseria y la pobreza. Pero los ricos de Miramar, Siboney y demás no tienen idea de la verdadera realidad sobre como vive el cubano de a pie o se hacen los desentendidos por muy buena conveniencia. La enajenación conciente del poder. Que le quiten las residencias lujosas a los ricos, a los familiares y amigos de los gobernantes y se las den como viviendas a los pobres infelices que se quedaron sin nada. Eso si sería humanidad.