La producción nacional de cemento al cierre de 2021 en Cuba tuvo resultados inferiores a los de 1959; se incumplieron 83 mil toneladas (t) de un plan de solo 560 mil, según el propio ministro de la Construcción, René Mesa Villafaña. En el 59 se elaboraron más de 600 mil t. Los pronósticos auguran una recuperación de los índices en este año, pero nada indica que puedan cumplirse.
El país no importa cemento. Por tanto, debe producir todo el que necesita para satisfacer la demanda interna; pero la acumulación de varios factores ha puesto contra las cuerdas a la industria nacional durante toda una década. Los números se mantienen muy modestos y han llegado a sus niveles más críticos del período revolucionario.
Entre otras causas se cuentan la obsolescencia tecnológica de la mayoría de las fábricas que lleva a paralizaciones reiteradas; la escasez de combustibles en una industria que es alta consumidora; la carencia de financiamiento para dar mantenimiento a los equipos y comprar nuevos y la fluctuación laboral de sus recursos humanos.
La cifras resultan elocuentes. Los resultados más elevados del último decenio se contabilizaron en 2012, cuando el país logró 1 824 800 t de cemento gris. En los años siguientes la producción ha rondado el millón 500 mil t, hasta registrar sus peores números en 2020 y 2021.
Contradictoriamente, estos indicadores mínimos se reportan en medio de un proceso de modernización de la industria iniciado en 2018; tras la paralización en 2017 de las empresas Mariel y Cienfuegos— que representan más del 85 % de la producción nacional— y la interrupción por 10 meses de las máquinas en la planta Siguaney.
Transcurrido en 2017 el que parecía el momento más crítico de la industria, se decidió iniciar la inversión por tres de las seis plantas que elaboran el producto en Cuba —aunque , “la aspiración (era) recuperar las seis plantas cementeras distribuidas en todo el país”, de acuerdo con Pavel Cansino Ávila, director adjunto del Grupo Empresarial del Cemento.
En la isla elaboran cemento las plantas René Arcay, Mariel, Artemisa (1918); Mártires de Artemisa (1921); José Mercerón, Santiago de Cuba (1955); 26 de Julio, Nuevitas, Camagüey (1968); Siguaney, Taguasco, Sancti Spiritus (1971) y Carlos Marx, Cienfuegos (1980).
El programa de modernización, explicado por Cansino Ávila, iniciaría con la construcción de una nueva fábrica en Santiago de Cuba para sustituir a la obsoleta José Mercerón.
Se incluía, además, el desarrollo en paralelo de un amplio proceso de modernización tecnológica en la 26 de Julio que debía extenderse a Siguaney y que, en ambos casos, implicaba también la construcción de plantas nuevas en términos prácticos.
La inversión preveía a corto plazo una inyección superior a los 700 millones de dólares en moneda total, lo que en palabras del directivo, duplicaría la producción de cemento para 2025 y la triplicaría un lustro después.
Han transcurrido cuatro años desde el inicio de la inversión y en solo tres debían estar listas las nuevas fábricas. Los resultados continúan pendientes.
Las plantas de Santiago de Cuba y Nuevitas no se terminan
En Santiago de Cuba y Nuevitas se construyen desde 2018 nuevas instalaciones desde los cimientos. Su puesta en marcha, en palabras de René Mesa Villafaña, debía “suplir la demanda de cemento en el oriente del país y lograr elevados niveles de exportaciones”. Ambas tienen hoy más de un año de atraso en su culminación.
La nueva fábrica de cemento Moncada en la provincia de Santiago de Cuba fue ubicada de forma estratégica en la zona sur del reparto Abel Santamaría, entre dos yacimientos de materias primas.
En planes, al iniciar sus operaciones elaboraría alrededor de un millón de toneladas de clínker (materia prima para la elaboración de cemento), y podría proveer un millón 200 mil toneladas de cemento gris anualmente.
Mas, en 2021, cuando la planta debía hallarse lista, Mesa Villafaña reconoció que tanto la fábrica de Santiago de Cuba como la de Nuevitas en Camagüey todavía “se encontraban en la etapa de cimentación, construcción civil en obras de infraestructura y objetos tecnológicos”.
Ante la demora con la nueva construcción y para evitar que todo se traduzca en pérdidas, el ministro afirmaba al cierre del año anterior que “continuará produciéndose en la fábrica José Mercerón, de Santiago de Cuba”.
Por su parte, la camagüeyana 26 de Julio detuvo sus máquinas en 2018 para someterse a un proceso de modernización que resultó en el desmontaje de la antigua planta y la demolición de parte de su obra civil para erigir una nueva en su lugar.
Ubicada en el sector industrial del municipio, se proyectó con una nueva línea de producción de proceso seco, una capacidad de 2 mil t diarias de clínker y 750 mil de cemento al año. Además, de permitir un mayor uso de energía renovable y recortar las pérdidas de polvo en el proceso fabril.
Aunque se ha definido como estratégica para la economía del país, su culminación se ha visto demorada por varios factores. Entre otros, se cuentan el déficit de trabajadores, y las dificultades con el suministro de áridos y acero (en febrero de 2022 se reportaba un atraso de 5 675 toneladas acero faltantes para colocar en la obra civil).
En la actualidad, los pronósticos resultan contradictorios. Roberto Conde Silverio, primer secretario del Partido Comunista de Cuba en Nuevitas, ha previsto que en el segundo semestre del año la “26 de Julio” comience a producir las primeras toneladas de cemento crudo.
Pero el titular de la Construcción ha afirmado que las “obras civiles (de Santiago y Nuevitas) deben concluir este año para iniciar el montaje tecnológico y la puesta en marcha el próximo”.
La subdirectora General de Construcción del Ministerio de la Construcción, Inalvis de la Calle Sablón, ha sido aún más clara al reconocer que “queda trabajar duro para lograr su culminación en el año 2023”.
La inversión en Siguaney nunca se vio
En 2018, la planta de cemento Siguaney llegó a la fase de preinversión, con un 90% de seguridad del recibo de fondos por un valor superior a los 140 millones de USD, para la creación de una nueva fábrica al lado de la actual, con capital chino. El proyecto incluía el suministro de las piezas de repuesto necesarias para los próximos años.
La industria espirituana fue diseñada para trabajar originalmente con cuatro hornos con capacidad para 500 t diarias de clinker gris cada uno. Pero según lo proyectado, la nueva Siguaney sería de proceso seco, mucho más eficiente tecnológica y energéticamente; con un solo horno, tipo híbrido; con capacidad para 1 500 t diarias de clínker gris y mil de blanco; automatizada y mucho más ecológica.
La ejecución de la obra debía comenzar al final del tercer trimestre o principios del cuarto del propio 2018. Y los inversores asiáticos se harían “responsables del proyecto, del suministro, del montaje y la construcción”, según declaraba entonces Saúl Rodríguez, director técnico de la empresa.
Sin embargo, los vientos cambiaron. La inversión nunca se materializó. En 2021, el propio ingeniero Saúl Rodríguez, explicaba a Escambray que el proceso de modernización de las nuevas plantas en Santiago y Nuevitas “se iba a extender a Siguaney” pero al no existir “capacidad financiera para asumir una tercera fábrica (…) se priorizó el oriente del país que es donde más demanda y menor oferta había”.
Al cierre de agosto de 2022, sus directivos coincidían en que su viejo equipamiento proclive a roturas, paradas, unido a la falta de insumos y herramientas, le dificultaría llegar a las 80 mil t planificadas para el año en curso.
La única alternativa para mejorar los índices productivos es un proceso inversionista, como el que casi tuvo, pero hoy ya no está a la vista.
En términos de producción cementera, Cuba está muy lejos de sus mejores años: el 1989, por ejemplo, cuando se alcanzó la mayor cifra de la historia: 3 millones 789 mil t.
El plan de producción para el actual 2022 es de apenas un millón 400 mil t. Y solo podrá lograrse si se culminan las inversiones en las nuevas fábricas lo que, con los atrasos reportados a estas alturas del año, no parece posible.
Mientras, la demanda nacional de cemento asciende a nada más y nada menos que 4 millones de toneladas. A las que se suman hoy los daños causados por el huracán Ian a la infraestructura cubana que contabilizan más de 70 mil viviendas afectadas y otros destrozos totales y parciales a instalaciones estatales, viales, espacios públicos.
Han transcurrido cuatro años desde el inicio del programa inversionista en la industria cubana. A la distancia de tres del 2025, momento en que se previó duplicar la producción cementera nacional, Cuba dista de tener con qué respaldar tales pronósticos.
Las inversiones en esta vital industria no cierran ciclos o en el peor de los casos, como en Siguaney, siguen aún pendientes. El dilema de la pérdida de tiempo y dinero acosa también a el renglón productivo del cemento. Pareciera que ninguna arista del desarrollo en la isla puede escapar a este sino trágico.