Maldito Festival. Saliendo de ver una película, en medio de un molote para coger la ruta 22, en la parada de 23 y 12, le habían robado su billetera con algunos pesos cubanos y unos pocos CUC. Como necesitaba un nuevo carné de identidad, al cabo de unos días madrugó para ir a la oficina municipal de Identificación, Inmigración y Extranjería.
Por el camino vio un gato negro encima de un contenedor de basura, pero al doblar la esquina se repitió el mismo cuadro. “Dèja vú”, se dijo recordando una escena de The Matrix I, pero inmediatamente su racionalismo lo llamó a capítulo. No había que exagerar, la mañana estaba como nueva y sin motivos para ponerse filosófico, mucho menos negativo.
Al legar al local, en la entrada vio en una pizarra lo que necesitaba para obtener el nuevo documento: un sello del timbre por valor de diez pesos, más una foto. Entonces se dirigió al correo más cercano. La empleada le dijo que no había sellos ni de cinco ni de diez, solo de veinte. Lo mandó a un correo al lado de la Gran Logia, en la misma Centro Habana, donde le dijeron exactamente lo mismo y lo remitieron a otro, esta vez al de la Terminal de Trenes, en La Habana Vieja, bastante lejos de donde estaba. Decidió ir caminando: total, el día estaba medio nublado y el calor no era insoportable, nada de almendrón, please.
En la Terminal hizo una cola de alrededor de una hora. Al fin había obtenido su sellito de diez pesos.
A la mañana siguiente regresó al Registro, pero dio con un problema: no había electricidad. Una empleada le sugirió cortésmente esperar hasta las 10.00 am a ver si volvía. Pero poco después le informó que los trabajadores de la Empresa Eléctrica estaban reparando los postes del área, y que por tanto no habría luz hasta las cinco de la tarde.
Se volvió a levantar temprano. Al llegar, se dirigió a la recepcionista y le preguntó si había una cola para el carné de identidad. La muchacha, que conversaba animadamente con una ninfa de blancos atuendos tropicales, levantó la cabeza y le dijo en tono impersonal: “no, es la misma para todo, pero no hay conexión a la red”, y siguió en lo suyo.
Puso el despertador por cuarta vez. Afortunadamente, al llegar no había muchas personas esperando. Sería entonces su día de suerte, la fresa en el helado. Subió las escaleras. Le tomaron las huellas dactilares. Le tiraron una foto y lo mandaron a otro salón para confirmar la exactitud de sus datos personales en la computadora. Nombre y apellidos. Fecha y lugar de nacimiento. Dirección. Nombre de los padres. Cuando terminó, la rubia de uñas largas rojísimas le dijo que había un error en el sistema. Debía entonces volver a las 2.00 pm, lo cual cumplió con puntualidad casi británica. “Mira, mi chino, no se ha podido resolver el problema técnico”, le dijo, “ven mañana”.
Regresó el otro día a las 5.00 pm: al fin pudo tener su carné de identidad en la nueva billetera que le había comprado a un artesano la semana antes.
La historia va por dos razones. La primera, la infraestructura cubana. La provisión eficiente de los servicios en esta área constituye, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), una de las condiciones para el desarrollo económico en el mundo contemporáneo. Los problemas técnicos en esa red no constituyen sino un capítulo específico del desfasaje que todavía padecemos en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) –en una palabra, la llamada brecha digital.
Aun cuando en los últimos tiempos se han venido implementando cambios–accesibilidad a la telefonía celular, nuevas salas de navegación, puntos de wifi, etc.– ese gap sigue ahí. Etecsa dista de ser un modelo de eficiencia a los ojos de la población y del mundo. De fallas operacionales a precios.
La segunda razón es un oxímoron: un caso de economía centralmente planificada donde a los planificadores les falta sentido de planificación. No queda más alternativa que atribuir la falta de sellos a una burocracia incapaz de prefigurar que los cuentapropistas hacen aumentar sensiblemente su demanda, porque pagan impuestos como Los Beatles en “Taxman” –aunque algunos los evaden siempre que pueden. Y, no prefigurándolo, solo se logra retroalimentar estados de opinión del tipo “en este país nada funciona”.
Por último, un trabajador ha invertido cuatro jornadas laborales para tener un nuevo carné de identidad hecho insostenible en cualquier parte y lugar –pero no en la Isla.
“En Cuba lo sencillo se vuelve complejo y lo complejo, sencillo”, me dijo un anciano una vez a la salida de un Banco Popular de Ahorro.
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Los diez pesos del sello no tiene sentido,ese dinero se puede pagar directamente en la oficina donde se confecciona el carné.
No, es que no tenían cambio en esa oficina, es por el bloqueo, tú sabes…
Parece que hay miedo a que se lo roben. No encuentro otra justificación, teniendo en cuenta que hacer un sello de ese tipo cuesta y bastante.
Tuve una experiencia parecida cuando recientemente tuve que renovar mi pasaporte. Por suerte, “resolvi” en la segunda visita.