En Cuba la producción de alimentos ha quedado por debajo de los pronósticos. Importar comida –la jama, en el argot de la vecinería–, ha representado un dolor de cabeza para el Estado, mucho más en un contexto como el actual, caracterizado por serios problemas de liquidez y asimetrías en la balanza de pagos.
La agricultura ha venido de más a menos, cuesta abajo como en el tango. Y la gran esperanza blanca, el proceso de distribución de tierras ociosas, no ha arrojado los resultados apetecidos por un conjunto de razones que van desde trabas burocráticas hasta la falta de recursos y el desestímulo de los productores.
En distintos momentos del proceso surgieron los planes ganadero, avícola y porcino, de ordinario cortos respecto a las necesidades de consumo. Desde hace mucho rato el primero ha redundado en una masa vacuna en estado de shock, lo cual se ha traducido en que el bisté de res, la ropa vieja y la carne asada sean tres fuentes y tres partes integrantes del esoterismo en la mesa de los cubanos.
Su hija natural, la producción de leche, se ha mantenido de manera persistente por debajo de los niveles de flotación. Hace dos años, por ejemplo, hubo que importar más de 173 millones de dólares en leche en polvo, más de 10 millones en mantequilla y más de 25 millones en quesos y cuajada. En total, más de 215 millones en lácteos.
El avícola ha devenido sinónimo de intermitencia. De acuerdo con el ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, la situación que se ha presentado con la producción de huevos se origina en “problemas con la importación del alimento avícola”. El resultado era entonces previsible: la paralización de su venta liberada y la decisión de normarlo a quince huevos por persona al mes por la libreta. La prensa cubana informó que en los debates de la Asamblea Nacional del Poder Popular se identificó la necesidad de producir el pienso en el territorio nacional a fin de sustituir esa importación y evitar las crisis.
Pero las palabras no siempre se traducen en realidades, y el mismo problema revienta ahora en el plan porcino. Antes constituía un lugar común escuchar que la baja disponibilidad del cerdo se debía a incumplimientos de las empresas. Esta vez, sin embargo, el fallo no se atribuye a actores internos sino externos: la no disponibilidad de piensos esenciales –soya y maíz– debido a incumplimientos por parte de Brasil y Argentina.
El déjà vu se relaciona inevitablemente con los barcos. Poco antes el pan se ausentó/minimizó del escenario debido a un déficit en la importación de 70.000 toneladas de harina de trigo. Según la explicación oficial, en Santiago de Cuba y Cienfuegos los molinos estuvieron parados por falta de piezas de repuesto, y en el occidente las dos líneas de producción tampoco funcionaron durante algún tiempo. De acuerdo con la ministra de la Industria Alimentaria, Iris Quiñones Rojas, eso hizo que se “incrementaran las tensiones en cuanto a los suministros que aseguran el pan normado y otras producciones como la de galletas y de repostería”.
Y no solo la harina sino también el aceite. El mismo dueto, compuesto por falta de materia prima y problemas en las máquinas. El director general de le empresa Aceicom, Henry Trujillo Pérez, añadió que se había solicitado la “asistencia a un técnico extranjero de los proveedores de la línea”, lo cual lleva a la pregunta acerca qué ocurre con la capacitación de su fuerza de trabajo. Y en eso se anduvo hasta que apareció el bergante ruso en los muelles, como en los viejos tiempos.
Los pollos, que también provienen de ultramar, se originan en el Norte. Cuba es hoy el tercer comprador de pollo congelado a empresas estadounidenses, detrás de México y Taiwán: 155 millones de dólares en 2018, ventas posibilitadas por la aprobación en el Congreso de una ley (2000) que permitió realizar importaciones comerciales directas de alimentos e insumos agrícolas, pero pagadas con cash. Por eso ese pollo tiene exceso de grasa y “no sabe a nada”, como dicen los consumidores. La crisis actual entonces no se relaciona con el embargo/bloqueo, sino con una cosa bastante diferente llamada falta de liquidez.
Todo lo anterior opera como un pesado fardo sobre la población, incluso sobre segmentos con acceso regular a remesas. El mercado arrecia su mano invisible y se produce lo inevitable: un alza en los precios de los vendedores, que han llegado pedir 60-70 pesos por una libra más bien enmarañada de ese animal ruidoso procedente de la cultura castellana, símbolo de la diferenciación entre el norte cristiano y el sur musulmán, pero devenido, ay, sello identitario de la comida cubana.
El poeta Guillermo Rodríguez Rivera (1943-2017) escribió en los 90 una famosa “Oda al Plan Alimentario”:
La yuca, que venía de Lituania.
El mango, dulce fruto de Cracovia,
El ñame, que es oriundo de Varsovia
y el café que se siembra en Alemania.
La malanga amarilla de Rumania,
el boniato moldavo y su dulzura;
de Siberia el mamey con su textura
y el verde plátano que cultiva Ucrania.
Todo eso falta, y no por culpa nuestra.
Para cumplir el Pan Alimentario
se libra una batalla, ruda, intensa.
Y ya tenemos la primera muestra
de que se hace el esfuerzo necesario:
hay comida en la tele y en la prensa.
En una economía entrampada entre déficits estructurales, zigzags y retrocesos, con falta de inversión, improductividad e ineficiencia, y con décadas de verticalismo, voluntarismo, exceso de controles y pirámides egipcias, la liberación de las fuerzas productivas sigue siendo la gran asignatura pendiente.
“No podemos resolver nuestros problemas con la misma forma de pensar que usamos al crearlos”, sentenció una vez Albert Einstein.
La gran paradoja, controlarlo todo, no producir nada… Terminar importando… y para colmo, impuestos a los productores. Santo Dios. Una serpiente que, una vez mas, se muerde la cola.