El Escorial helaba, como si conmemorara la inclemencia de la Contrarreforma. Ni las maderas cubanas de los bosques de Sagua la Grande le guardan un poco de calor a los aposentos reales. Pero El Greco sigue ahí, aunque Felipe II le devuelva los extraños cuadros, los haga embalar de regreso a Toledo, y prefiera la claridad de Tiziano. En la basílica aguarda la cálida sorpresa que no anunciaba ningún folleto: el Crucificado de Benvenuto Cellini, con sus bucles de mármol.
Tuvimos una guía muy recia en El Escorial. La señora hacía su trabajo, recitaba. A veces se gastaba alguna broma amarga o atacaba a la prensa que especula sobre la naturaleza y la suerte última de la monarquía. Ante el panteón de los reyes, agotado, sin capacidad para futuros muertos, dijo: “no sé a dónde irán a parar, no soy confidenta de la reina”.
La guía explicó que los Austrias vestían de negro gracias al tinte del palo de Campeche, mexicano, “porque éramos un imperio”. Cuando habló de Lepanto se le olió en la boca cierto azufre, “porque los turcos dejaron inválido a Cervantes”.
El mausoleo de los infantes, acaso por heterogéneo y menos espléndido, resultaba más ameno que el de los monarcas: este y aquel, numerosos, niños y viejos, en tumbas sencillas o estatuas yacentes; el más bello, don Juan de Austria, a quien la guía dedicó un extenso análisis para demostrarnos, finalmente, que no era un bastardo. Monárquica, rotunda, no dejaba replicar.
Llegamos a la tumba que yo aguardaba: la de Alfonso de Borbón y Battenberg, el príncipe que renunció a sus derechos para casarse con una cubana, Edelmira Sampedro, sagüera, coterránea mía, burguesa, condesa plebeya, vecina —nació a una cuadra de mi casa—, y prima por línea materna del agudo Jorge Mañach. Edelmira y Alfonso se casaron en 1933. Dicen que la familia real apodaba “La Puchunga” a Edelmira, con sorna que aludía al origen de la nuera de Alfonso XIII; una parienta suya me contó que los Sampedro, en cambio, la llamaban “La Señora”.
Otro cubano, que ya había tensado un poco la paciencia de la señora, se interesó en este punto por la morada última de las consortes. Don Alfonso —explicó la recia dama—, perdió sus derechos dinásticos al contraer matrimonio morganático. Y punto. La guía iba de pasada, se adelantaba por el pasillo, cuando decidí provocarla un poco más:
— ¿Renunció al trono por una cubana, no?—lancé el anzuelo, con ingenuidad calculada—. Algunos visitantes sonrieron. El tópico de las cubanas cazadoras de príncipes no es tan nuevo como suponían.
La guía mordió:
—¡Esa cubana no tiene nada que hacer aquí!
—Señora —sonreí con amplitud antillana, me hice tan físico y radiante como pude—, la condesa era cubana, como las maderas.
¡Y no olvidar a María Teresa Mestre! Cubana y gran duquesa consorte actualmente reinante.
Interesante pasaje de la historia pero resulta que no se casó solo con una sino con dos. He aquí lo que he encontrado.
Alfonso se enamoró de una mujer de nacionalidad cubana de origen español, Edelmira Sampedro y Robato (1906-1994), mientras estaba convaleciendo y en tratamiento en una clínica suiza. Como ella no pertenecía a ninguna familia real, requisito que debía cumplirse según la Pragmática Sanción de Carlos III, que regulaba los matrimonios de la Familia Real para no perder los derechos de sucesión al trono, su familia le retiró su apoyo y medios. Por ello, y a petición de su padre, el príncipe Alfonso renunció a sus derechos sucesorios por escrito en Lausana el 11 de junio de 1933, y desde entonces utilizó el título de Conde de Covadonga. Se casó con Edelmira en la Iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy, junto a Lausana, el 21 de junio de 1933. Edelmira era hija de Pablo Sampedro y Ocejo (natural de Matienzo, Cantabria), propietario de una plantación de caña de azúcar, y de Edelmira Robato y Turro, de origen asturiano. No tuvieron descendencia. Alfonso y Edelmira terminaron divorciándose en La Habana el 8 de mayo de 1937.
Alfonso de Borbón y Battenberg volvió a contraer matrimonio, civilmente, en la Embajada de España de La Habana el 3 de julio de 1937, con Marta Esther Rocafort y Altuzarra (1913-1993), también de nacionalidad cubana. Marta Esther era hija de Blas Manuel Rocafort y González, odontólogo, y de Rogelia Altuzarra y Carbonell. Alfonso y su segunda mujer se divorciaron en la ciudad de La Habana el 8 de enero de 1938. Tampoco tuvo hijos de su segundo matrimonio.
Edelmira Ignacia Adriana Sampedro y Robato, condesa de Covadonga, nació en Sagua la Grande, Cuba, el 15 de marzo de 1906 y murió en Coral Gables, Miami (Florida), el 23 de mayo de 1994. Su padre, Luciano Pablo Sampedro y Ocejo, natural de Matienzo, Cantabria, emigró joven, alrededor de 1880, a Cuba, y se convirtió en propietario de una plantación de caña de azúcar. Su madre, Edelmira Robato y Turro, nació en Cuba, de origen asturiano. Era prima del catedrático y escritor Jorge Mañach y Robato.
Conoció a Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo de don Alfonso XIII, y que por aquel entonces era Príncipe de Asturias, en el Sanatorio de Leysin, en Suiza; Alfonso estaba recibiendo un tratamiento ya que padecía hemofilia. Edelmira no pertenecía a ninguna familia real, requisito que debía cumplirse para no perder los derechos de sucesión al trono. A petición de su padre, el príncipe Alfonso renunció a sus derechos sucesorios por escrito en Lausana el 11 de junio de 1933 para poder casarse con Edelmira, y desde entonces utilizó el título de conde de Covadonga. Contrajeron matrimonio en la Iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy, junto a Lausana, el 21 de junio de 1933. Su marido la describió como una “persona dotada de todas las cualidades para hacerme dichoso”. No tuvieron descendencia. Alfonso y Edelmira terminaron divorciándose en La Habana el 8 de mayo de 1937. Ella le exigió una pensión de 100 dólares mensuales y todos los regalos que había recibido de él.
Posteriormente, el infante contrajo matrimonio con Marta Esther Rocafort y Altuzarra.
Muchos años después de la muerte de Alfonso, restaurada la monarquía y por decisión del rey Juan Carlos I, se trasladaron los restos de su esposo desde Miami a España en 1985. A esta repatriación acudió Edelmira a despedir a su esposo, en el aeropuerto de Miami.
Fue la única mujer que la Familia Real reconoció como esposa del príncipe. Tras la muerte de éste, las relaciones con su familia política mejoraron (la apodaban “La Puchunga”), por lo que se le concedió una pensión de viudedad e incluso le dieron algunas joyas tras la muerte de su antigua suegra, Victoria Eugenia. No volvió a contraer matrimonio y jamás concedió ninguna entrevista. https://es.wikipedia.org/wiki/Edelmira_Sampedro_y_Robato
Marta Esther Rocafort y Altuzarra, más tarde unió sus apellidos con guion quedando Rocafort-Altuzarra (La Habana, 18 de septiembre de 1913 – Miami, Florida, 4 de febrero de 1993) fue la segunda esposa de Alfonso de Borbón y Battenberg, Conde de Covadonga (quien había sido Príncipe de Asturias).
Familia
Marta Rocafort, de profesión modelo, fue la hija mayor de Blas Manuel Rocafort y González, un reconocido dentista cubano y de su esposa, Rogelia Altuzarra y Carbonell, familiares del actor Nestor Carbonell. Sus hermanos fueron Elvira y Blas Rocafort y Altuzarra, los cuales más tarde, al igual que su hermana, interpusieron el guion entre sus apellidos quedando Rocafort-Altuzarra. El prestigioso modisto español Juan José Rocafort Burgos -Juanjo Rocafort-1 es sobrino de Marta.
Matrimonios
Marta Rocafort comenzó a frecuentar a Alfonso de Borbón y Battenberg en la ciudad de Nueva York, antes que éste terminase su primer matrimonio con Edelmira Sampedro y Robato.
El 3 de julio de 1937, en plena Guerra Civil Española, el Conde de Covadonga se casó con Marta Esther Rocafort y Altuzarrra en una lujosa boda celebrada en La Habana, Cuba, acompañados por el presidente de Cuba, Federico Laredo Bru. Dos meses después la pareja se separó, y el 8 de enero de 1938 se divorciaron en Nueva York.
Aunque ella fue esposa del Conde de Covadonga, en ningún caso ostentó el título, ya que Edelmira Sampedro estaba autorizada a retener el título que por matrimonio con don Alfonso había obtenido, y que éste había obtenido por concesión de su padre y jefe de la Casa Real el rey don Alfonso XIII, una vez que aquél renunció a sus derechos sucesorios como Príncipe de Asturias con objeto de celebrar su primer matrimonio morganático.
Marta Rocafort-Altuzarra, una vez divorciada, se casó con un millonario de Miami llamado Thomas E. H. “Tommy” Atkins, Jr. en la Iglesia Central Baptista de Miami el 19 de marzo de 1938 y se convirtió en la Sra. Atkins. Don Alfonso falleció seis meses más tarde en Miami, el 6 de septiembre de 1938.
Se casó una tercera vez con Rodolfo “Fofo” Caballero.