Durante la primera década del siglo XXI, el 15% de la población total residente en Cuba vivía en una provincia diferente a la de su nacimiento. La cifra se ha elevado pero La Habana era y todavía es, el destino migratorio más popular en la Isla.
Primero es la valentía del abandono. Dejas el hogar, a los viejos, a los colegas del barrio, renuncias a las rutinas del pueblo chiquito donde aprendiste de niño a cantar en la escuela, a mataperrear, a besar… y de adolescente a fajarte en los carnavales por una jarra de cerveza barata. Haces “de tripas, corazón” y te vas, te vas porque en ese mismo pueblito entendiste que no tendrías futuro… o al menos no el que soñabas.
Luego es la soledad. Sacas pasaje en el tren regular, porque el dinero no te da para el avión, ni siquiera para el ómnibus, y ya empiezas a arrepentirte. Hasta que llegas a La Habana y la ciudad te absorbe. Entonces no importa nada, ni el aislamiento absoluto al que quedas reducido sin amigos, sin pareja, sin padres y con un alquiler que, si no te pones fuerte, puede sacarte la vida. Es como nacer de nuevo, sin ayuda del doctor.
Has salido a buscar tu futuro, le digo, desde las lomas de Maisí en lo más oriental de Cuba, una zona considerada por los demógrafos –desde el 2002- como el municipio del que menos gente se va y adonde menos gente va a vivir.
¿Es que allá se siente fuerte el subdesarrollo?, y me respondes que sí, lo normal, malas carreteras, peor transporte, mucho café, poca comida y demasiadas montañas. No quieres decir su nombre. Lo respeto.
Para La Habana me voy, aunque no haya…
Ande usted la capital y tropezará con historias parecidas. Son las vivencias de esos a quienes los científicos catalogan como “población no nativa” y los habaneros, que constituyen menos del 80 por ciento de los residentes en La Habana, llaman “palestinos” si vienen de la región oriental y por el nombre de su provincia si son del centro o el occidente del país.
Por eso a nadie resulta extraño escuchar por la calle los gritos de “Matanzas ven acá”, o “dile a Camagüey que recoja el mandado”. Esas frases, de tan comunes, se reproducen incluso en películas de hace dos décadas, y muestran cómo la migración interna se ha convertido en un fenómeno con repercusiones no sólo demográficas, sino culturales.
Un estudio publicado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), que cuenta con una oficina técnica en La Habana desde 1988, arrojó que las principales determinantes de la migración interna en el archipiélago son: las brechas de desarrollo entre las provincias de origen y destino, el mercado laboral, y las expectativas profesionales de acuerdo al nivel de cada migrante.
Como norma, explica, las personas buscan la posibilidad de mayores ingresos, mejores empleos y un estándar de vida sostenible. Entre esas necesidades está, por ejemplo, la que llevó a Yasmany Pérez, de 26 años, natural de Holguín, a irse de su localidad.
“Vine en busca de desarrollo profesional. Allá hubiera tenido que conformarme con trabajar en una escuela primaria, una casa de cultura…o quién sabe en qué”, me dice.
Su historia es como la de tantos otros. En la Universidad de Oriente se graduó de Licenciatura en Letras y durante la carrera cambió su dirección particular hacia la capital.
Ahora vive con sus abuelos y es especialista del Fondo de Libros Raros y Valiosos de la Universidad de La Habana, “asumo labores de índole cultural como la organización y conducción de Jueves del Libro UH y Delibreando”, comenta.
Su salario no tiene mucha diferencia con el que podría tener en “la ciudad de los parques”, donde el promedio mensual en el sector de la Cultura es de 482 pesos y en Educación de 510, pero al menos posee mayores opciones laborales y de superación.
La región oriental de Cuba es la de mayor migración hacia otras zonas y, paradójicamente, también es donde hay mayores porcentajes de población nativa residiendo en su municipio natal.
Algo raro sin dudas, pero que responde a que no de todas las provincias se va la misma cantidad de personas (Guantánamo, Santiago de Cuba y Granma son actualmente los mayores emisores) y, por lo general, cuando la gente de las montañas se marcha, no sale del territorio, sino que se queda en la capital provincial o en cercanías menos abruptas de sus lomas.
En cuanto al sexo de quienes se desplazan, las mujeres predominaban hasta el 2007 y entre ellas las amas de casa en edad laboral. ¿Causas? Según la investigación de la AECID, los motivos familiares, divorcios y matrimonios. Pero bien sabemos los nacionales que, al menos los matrimonios, son vías para llegar y no las causas del establecimiento final.
Dicen las estadísticas
Pese a lo cotidiano que resulta el tema de la migración interna entre las familias cubanas, en los centros universitarios y hasta en la televisión, no existen muchas investigaciones al respecto.
Uno de los pocos análisis publicados en las últimas décadas es el realizado por el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE) y el Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana.
“Estudios de las Migraciones Internas”, se llama el texto elaborado sobre la base del Censo del 2002, las estadísticas hasta el 2007 emitidas por el Sistema de Información Estadístico Nacional (SIEN), y se toman en cuenta las consecuencias de la aplicación en 1997 del Decreto 217 que limitó drásticamente la migración a La Habana para reducir el hacinamiento poblacional y la indisciplina social existente.
La medida obligaba a todos los interesados a solicitar permisos especiales para residir de forma permanente. Los que incumplían la norma estaban sujetos a multas y podían ser retornados a sus localidades de origen.
Los resultados de la investigación, en resumen, exponen que La Habana del este, era entonces el municipio capitalino donde se concentraba la mayor cantidad de emigrantes internos pues constituían más del 76.3 por ciento de su población residente. El resto de los municipios del país contaban con más del 75 por ciento de su población nativa. Y el municipio con menor por ciento de personas naturales de la zona viviendo en él: La Habana, con apenas un 28 por ciento de capitalinos puros.
Curiosamente el análisis dio a conocer entre otros seductores destinos del país a Matanzas, la Isla de la Juventud, Camagüey y Ciego de Ávila, y evidenció que quienes se trasladaban eran principalmente de piel negra, con altos niveles de escolarización, y ocuparon en sus destinos puestos laborales como dirigentes, profesionales y técnicos.
Con la llegada de la segunda década del siglo XXI, el panorama no cambió mucho.
Los primeros resultados del Censo del 2012, demostraron que Oriente es todavía la zona de donde más gente se va, aunque es el municipio especial Isla de la Juventud el que tenga la tasa más alta con 16.4 por cada mil habitantes. El territorio de tasa más baja de migrantes es La Habana y después Pinar del Río.
Los mayores receptores, por el contrario, son inusitados. Mayabeque reluce como el principal y le siguen Matanzas, Artemisa, Ciego y la capital. La estadística, que algunos pudiera parecer hasta rara, estuvo marcada por la división político territorial del 2010 y por el Decreto Oficial sobre Migraciones Internas, que levantó parcialmente las restricciones que limitaron por años la migración interna.
“A pesar de que se mantienen las causas y condiciones que en su día motivaron la adopción del referido decreto (…), resulta aconsejable exceptuar de la tramitación del procedimiento que éste establece a determinadas personas provenientes de otras provincias del país que soliciten su traslado con carácter permanente hacia La Habana”, dice el texto refiriéndose a los esposos, hijos, padres, abuelos y nietos de propietarios de viviendas, así como a incapacitados físicos.
En la vida de todo hombre llega el momento de decirle adiós alguien, o a algo. Con los que emigran ese adiós, con el tiempo, puede llegar a convertirse en una relación amor – odio con el lugar donde nacieron.
Por un lado, siempre vuelven, porque es difícil desprenderse de la gente, del hogar, de los recuerdos, mientras por el otro está la certeza de que no hay vuelta, porque no se retorna a las raíces cuando no se ha acabado de florecer. Y luego, cuando se quiere volver, ya es demasiado tarde.
Foto de portada: Yasmany, filólogo, migró en busca de desarrollo profesional