La Habana es una gigantesca equilibrista. Avezada y temeraria, orgullosa y despreocupada, como una artista circense que mantiene al público con la boca abierta mientras se tambalea impúdica sobre la cuerda floja. Dos pasos adelante y uno atrás; los brazos oscilantes y el cuerpo en tensión, a ratos erguido, a ratos tembloroso, mientras intenta mantener los pies encima de la soga y sonríe como si estuviese en un paseo veraniego.
Pareciera acostumbrada a ese frágil equilibrio, a columpiarse a la par de las carencias ―de comida, de agua, de medicamentos―, a sostenerse milagrosamente en pie como muchos de sus decrépitos edificios, a sobrevivir sin malla protectora a tormentas, crisis económicas, bloqueos e inundaciones. Ahora, el acto se repite ante la pandemia de coronavirus.
Hace apenas una semana que La Habana entró en la primera fase de la desescalada post COVID-19 y los nuevos casos en la ciudad han vuelto a subir, a fluctuar. Este sábado se reportaron cinco ―dos con fuente de infección en el extranjero, al igual que otros dos de fuera de la capital, que elevaron hasta siete el total del día―; el viernes, 10; el día anterior y el anterior del anterior, cuatro; antes habían sido 14, más uno de la vecina Mayabeque. Los casos activos, que llegaron a bajar de 50 en todo el país, ya son más de 70, la mayoría en la capital, que desde que se detectaron los primeros contagios en Cuba, cuatro meses atrás, ha sumado 1347 positivos, más de la mitad de los 2420 registrados en la Isla.
Las autoridades sanitarias y de gobierno, que desde un primer momento alertaron a los habaneros sobre la necesidad de cumplir con rigor las medidas establecidas y no bajar la percepción de riesgo, ahora intentan contener a tiempo los casos que continúan apareciendo día tras día, poner el candado a los focos existentes en municipios populosos como Centro Habana, el Cerro y Diez de Octubre ― incluso volviendo a imponer medidas de aislamiento en determinadas zonas― y bajar las cifras rojas de los últimos 15 días, en los que La Habana ha reportado más de 70 enfermos y una tasa por encima de los 3,80 infectados por cada 100 mil personas.
Pero aun en medio de ese escenario, la ciudad se resiste a descender de la cuerda floja, a cerrar puertas y ventanas y a refugiarse entre cuatro paredes solo por el hecho de que se lo aconsejen una y otra vez en la televisión. Tiene sus motivos, aseguran sus habitantes ―los verdaderos equilibristas―, aunque no todos parezcan igual de lógicos, de perentorios.
“Si yo no vengo a hacer cola, ¿qué se come en mi casa?”, me responde Dunia, una mulata maciza de unos 40 años que dispara sus argumentos sin dejar de mirar hacia la esquina, donde está la tienda y donde un grupo ha comenzado a moverse lentamente siguiendo las indicaciones de un policía.
La cola se extiende a lo largo del parque frente a la terminal de trenes, actualmente en restauración. Como tantas otras colas por estos días en La Habana, tiene un ritmo pausado, cansino, que a ratos se arremolina para luego volver a apaciguarse. Las personas intentan mantener el dibujo de una fila, que se quiebra siguiendo los contornos del lugar: bancos, contenes, árboles, incluso un pedazo de la antigua muralla, en los que los aspirantes a compradores se acomodan, sin cumplir las pautas del distanciamiento físico, huyendo del sol y con la vista clavada en la tienda, mientras conversan rutinariamente y avanzan paso a paso, con oscilaciones y retrocesos, como si caminasen ellos mismos sobre una cuerda floja.
Dunia ciertamente no tiene figura de equilibrista, pero sabe muy bien de lo que habla. Lleva “meses en esto”, dice, desde que llegó el coronavirus y las colas se convirtieron en la ocupación cotidiana de miles de habaneros, aun en los momentos más críticos de la pandemia. Me explica que ahora las cosas están “más relajadas” porque “ya entramos en la recuperación”, pero remata: “Quien no se puede relajar soy yo, porque si no, ¿de dónde saco el pollo para mis dos hijos?”.
Sin embargo, no todos los habaneros pasan hoy sus días haciendo colas. La ciudad, que nunca llegó a encerrarse por completo, a apagarse del todo aun en las jornadas más oscuras, se ha volcado a las calles, a los parques, al malecón, a las guaguas que retornan a sus rutas habituales ―aunque con capacidad limitada, al menos oficialmente―, a las tiendas, cafeterías y otros negocios que poco a poco van reabriendo sus puertas. En esa reapertura no faltan tampoco los riesgos que entraña su insistencia en el equilibrismo.
“Estábamos locos por salir juntos a coger sol y a comer algo por ahí”, aseguran Mirna y Esteban mientras transitan por una calle Obispo nuevamente concurrida, con caminantes despreocupados que cargan jabas y sombrillas, comen pizzas o helado, o pasan el rato en alguno de sus establecimientos, aunque en ella se extrañen todavía los turistas que la desandaban día y noche, apenas unos meses atrás, cuando eran otras las acrobacias practicadas cotidianamente en La Habana.
Como ellos, otras parejas y amigos comparten un refresco o una cerveza ―ideales para los más de 30 grados Celsius que marca el termómetro por estos días en la capital cubana― en los pequeños restaurantes y bares de la zona, reabiertos al público luego de un largo período en el que a duras penas podían vender comida para llevar. Unos diligentes camareros, felices de recuperar a sus clientes y propinas, llevan ahora guantes y mascarillas, y limpian las mesas con una solución clorada que antes de la pandemia no imaginaban que llegarían a utilizar.
También el bulevar de San Rafael hervía de vida y de calor, con decenas de personas en los bancos y aceras, cafeterías y comercios ―justo antes de que este viernes se detectara un foco cercano que ha puesto en tensión toda la zona―. Otro tanto podría decirse de céntricas arterias como Galiano y Reina, 23 e Infanta, o de las amplias calzadas y puntos de concurrencia, como la Virgen del Camino y el Parque de la Fraternidad, en los que las paradas de ómnibus han vuelto a reunir a viajeros deseosos de moverse sobre ruedas hasta cualquier otro punto de La Habana, o de las no menos frecuentadas avenidas de los restantes municipios habaneros. En estos, el pistoletazo de la arrancada post COVID fue recibido con entusiasmo, con la ansiedad acumulada en semanas de aislamiento forzado y el de por sí habitual desbordamiento del verano.
En la efervescencia de la desescalada, los niños también han salido a la calle. No solo de la mano de sus padres, como ya lo venían haciendo, sino por sí solos, o en realidad en grupos, en piquetes barriales que han vuelto a tomar las calles y parques, a golpear balones y pelotas, a correr con ligereza y sentarse a descansar luego de algún partido en el que, ahora con nasobuco, han vuelto a imaginar que son Messi y Ronaldo, Cepeda y Urgellés.
“Es pesado”, afirma Jean Carlos sobre el pedazo de tela que le cubre parte del rostro y al que, en medio de un regate o un fildeo, se le afloja el amarre para dejar descubierta la nariz. Casi enseguida lo recompone. “Mi mamá me dice que tengo que usarlo bien para que no me enferme”, me explica, mientras los otros niños que lo acompañan ríen por debajo de sus propias mascarillas, creo adivinar que con picardía, quizá poniendo en entredicho a su amigo o como una manera de pasar página, de dejar atrás un tema por el que llevaban meses sin compartir libremente fuera de sus casas y que amenazaba (todavía amenaza) con hacer peligrar sus vacaciones.
Pero a diferencia de Jean Carlos y sus compañeros de juego, no son pocas las caras (o al menos las narices) descubiertas que pueden verse hoy en un rápido vistazo por las calles habaneras. Más que una imagen de relajación, de normalidad, se trata en verdad de un arriesgado acto de equilibrismo, de una especie de ruleta rusa en la que, en lugar de recibir una bala en la sien, cualquiera de ellos podría infectarse con el coronavirus o contagiar a quienes le rodean sin asomo de preocupación. Pero esa posibilidad no parece intimidarlos.
El calor y el cansancio, según me explica Rey, uno de esos filósofos de equina tan frecuentes en Cuba, son los motivos por los que muchos, entre ellos él mismo, se quitan o aflojan el nasobuco cuando tienen “un chance”, aunque luego lo repongan velozmente en sus rostros si ven aparecer algún policía. “No me acabo de acostumbrar”, dice intentando justificarse. “No hay alma que aguante con esto puesto todo el día”.
Para él, que tampoco tiene porte de equilibrista ―torso enjuto, ligeramente encorvado, y un vientre sedentario que despunta por debajo del pulóver― se trata evidentemente de una falta menor. Más que un riesgo, lo entiende como una necesidad fisiológica que impulsa a liberar el rostro de la máscara subyugante, a airear las mejillas y humedecer los labios resecos debajo de la tela. No importa si lo hace a suficientes metros de otras personas o si está rodeado de otros que, como él, desafían la suerte con el nasobuco colgando de sus orejas, dejado caer por debajo de la barbilla o, incluso, los más arrojados, sin mascarilla alguna.
“No, si yo me cuido”, me apunta Rey cuando le cuestiono su “audacia”, “pero sin exagerar”. De esa forma da por terminado el debate, mientras clava sus ojos en una joven de short y blusa ajustada que viene caminando en su dirección. Se pone de pie, se acomoda la mascarilla y, cuando ella está apenas a un paso de distancia, le dispara un piropo que parece ensayado: “Niña, si me dejas hasta te lavo y te plancho el nasobuco”. La joven lo mira fugazmente de arriba abajo, sin dejar de caminar, sin responderle, y sigue de largo, no sé si molesta o divertida, con la expresión oculta tras la prenda que ha servido de anzuelo a la provocación.
El hombre se queda observándola unos minutos para luego dar media vuelta y tomar en dirección contraria, como si tal cosa, debajo de un sol que arrecia, hasta perderse en el paisaje de la ciudad. Mientras se aleja, lo imagino ―como a tantos, como a los otros con los que se confunde en la distancia, como a La Habana misma― sobre una cuerda floja, dos pasos adelante y uno atrás, los brazos oscilantes y el cuerpo en tensión, intentando mantener los pies sobre la soga y sonriendo como si estuviese en un paseo veraniego. Aunque no lo está.
esta es una situación muy difícil para todos
Si la Habana está en la cuerda floja, entonces como está SaoPaulo, Santiago de Chile, Bogotá, La Paz, Quito,Ciudad México,Santo Domingo, Ciudad de Panamá, Tegucigalpa, San José, Miami, Los Angeles, Houston. Salvó Montevideo en Uruguay que tiene casi la misma población que la Habana, no está mejor que nuestraCuba. Y sabemos por qué tenemos el sistema público de salud más robusto del mundo, mayor cantidad de médicos y la medicina preventiva en la esquina de nuestras casas.Creo que el título de este trabajo está sesgado.
Es verdad q no es fácil andar todo el tiempo con el nasabuco puesto pero por nuestro propio bien es necesario y mucho menos estar encerrado entre cuatro paredes llevamos así cuatro meses y no porque estemos en la primera face de recuperación debemos de despreocuparnos al contrario tenemos q seguir cumpliendo con las normas de salud establecidas para evitar más contagios y gracias a esta aplicación me mantengo al tanto de lo q sucede en el pais y en el mundo ya q no tengo casi tiempo pa ver el noticiero
Interesante y real, no exento del acostumbrado veneno, pero que no tiene en cuenta o le pasa por arribita a las esencias para no exponer la realidad sino a través de suspicacias y medias verdades o verdades a medias. Pero las desidias de muchos no impedirán la victoria de millones.
Sería bueno también un reportaje titulado: ” MIAMI EN EL ABISMO” aunque sin colas y guaguas llenas, con mucha comida pero poca solidaridad.
Por qué hablan tanto de Cuba, al final siendo un país del tercer mundo, asediado y bloqueado por el gobierno de los Estados Unidos mantiene en el mundo uno de los mejores indicadores con relación a la covid. Es cierto hay bastante dificultades con el abastecimiento, pero aquí nadie se muere de hambre y quién lo diga es tremendo mentiroso, ese desabastecimiento se lo debemos a nuestros vecinos del norte que no se cansan de jodernos. Sí son tan buenos y se preocupan por los cubanos porque no acaban de eliminar el bloqueo. Hablen más de las cosas lindas y buenas que hace Cuba e informen sobre la situación crítica que tiene el país supuestamente más poderoso del mundo, quién es en la actualidad el epicentro de la pandemia en América.
He visto noticieros de France 24. específicamente en la zona de Normandía, y muchas personas que han dejado de trabajar, apenas hacen una comida al día, otros piden limosna al Estado francés que es uno de los países más avanzados del mundo, algunos preocupados por qué deben dos meses de renta y en cualquier momento viene el desalojo.Imaginemos que sucede en Centroamérica, en Sudamérica. Chile a recurrido a las ollas colectivas en barrios pobres
Sin embargo Cuba tiene desabastecimiento, pero no ha llegado a esa situación.
En la recuerda flora???equilibrista la habana??…de entonces q se puede decir de ee.uu,Brasil,etc,etc,etc,…por favor SOMOS REYES,PRIVILEGIADOS,APARECEN CASO ,SI PERO NO DE LA FORMA TAN ATERRADODA DE LAS AMERICAS APARTE ESTA CONTROLADO
Creo que hay un supuesto periodista que se que sin cobrar el cheque mensual en la “oficina”. Sencillamente FIRE !!!