Si alguien llegado desde fuera caminase hoy las calles de La Habana, probablemente no podría creer que la ciudad atraviesa su situación epidemiológica más compleja de toda la pandemia. Que cada día se detectan más de 600 nuevos contagios como promedio —más de la mitad de los de toda Cuba— y varias víctimas mortales por causa de la COVID-19. No es ese panorama sombrío lo que refleja el entorno citadino, lo que se trasluce en los rostros de la gente.
A pesar de las nefastas estadísticas que se reportan cada mañana, de los llamados continuos de las autoridades y los protocolos establecidos para frenar los contagios, aun cuando la vacunación —a manera de intervención masiva— esté en marcha desde este miércoles, la capital cubana vive una especie de limbo de realidad que parece contradecir todo lo anterior. Aunque lejos de hacerlo, lo refuerce.
Se trata de un coctel explosivo que, casi milagrosamente, no ha provocado un estallido sanitario aun peor; un escenario en el que se mezclan el agotamiento y la precariedad, la falta de percepción de riesgo y de exigencia, la irresponsabilidad de muchos y la indisciplina de otros tantos, la necesidad y el estrés acumulados, la propagación de cepas más contagiosas del coronavirus y también, por qué no, el optimismo insuflado por las prometedoras vacunas cubanas, el deseo de pasar página de una buena vez que, en no pocos casos, se traduce en despreocupación e indolencia.
“El año pasado, con muchos menos enfermos y muertos, el ambiente era otro. Las personas, al menos la mayoría, se veían más tensas, más preocupadas, pero ya como que se resignaron o le perdieron el miedo a la pandemia”, reflexiona Arturo que, como muchos habaneros por estos días, pasa buena parte de sus jornadas buscando alimentos para su familia.
“El problema, periodista, es que ya llevamos mucho tiempo en esto, y la situación está bien complicada con lo que usted sabe —hace un gesto con su mano derecha, como si fuese a llevarse algo a la boca—. Mire ahora mismo lo que está pasando con el pan, que no pinta nada bien, por no hablar de la carne de puerco o el arroz, que cuando aparecen tienen los precios por las nubes. Con esos truenos uno no puede quedarse en la casa con los brazos cruzados. Ahora bien, no por eso hay que estar en la pegadera en las colas o con el nasobuco mal puesto, como andan muchos por ahí. Eso sí no lo entiendo.”
Arturo, que aparenta unos cincuenta y tantos y me dice que, a pesar de la pandemia, sigue arreglando lavadoras y otros equipos a domicilio para “ir tirando”, es una de las decenas y decenas de personas, en su mayoría mayores, que esperan para comprar en la panadería estatal de la avenida Carlos III, a mitad de mañana. A esa hora, el trasiego en la conocida arteria habanera es notable, a pesar de ser día de semana en horario laboral.
La gente camina en todas direcciones, sola, en grupos, en pareja. Algunos conversan; otros comen o fuman, con la mascarilla por debajo de la boca. Muchos hacen cola en las afueras de las tiendas de la zona, como el concurrido centro comercial Carlos III, que vende gran parte de sus productos en moneda libremente convertible. O se asoman en alguno de los puestos de venta particulares que se multiplican a lo largo de la avenida. Hay gente en las paradas y gente en los ómnibus que pasan y se detienen, en algún caso con más pasajeros de los que debería, de acuerdo con las restricciones establecidas oficialmente para el transporte público en La Habana. Nadie parece reparar en ello. Nadie luce alarmado por lo que ocurre a su alrededor.
No es un paisaje exclusivo de esta zona. Se repite a lo largo de la ciudad, con sus matices locales, lo mismo en la Habana Vieja que en Diez de Octubre, en Playa que en San Miguel del Padrón. La nueva normalidad —la nueva forma de percibir la anormalidad que entraña la COVID-19, de convivir con ella— se ha instaurado por acumulación entre los habaneros, ha echado raíces e impuesto sus rutinas por igual en los lugares más céntricos y exclusivos que en los barrios más populosos y en los suburbios. Y aunque los riesgos no han desaparecido o, en realidad, han aumentado, las personas, las familias, las instituciones, parecen haberlos asumido ya sin demasiado sobresalto, y acusar lo que los expertos califican como “agotamiento pandémico”.
“Yo no creo que todo el mundo sea inconsciente o irresponsable, aunque unos cuantos sí que los hay”, me comenta Nereida que, además de dos nasobucos lleva puesto un protector facial transparente.
“Me lo compró mi hija para que, cuando saliera de la casa, anduviera bien protegida. Los vende un vecino nuestro, como a 300 pesos, que ahora con esto del ordenamiento todo cuesta un ojo de la cara”, explica la mujer, jubilada, para quien el relajamiento visible hoy en la urbe habanera no es solo fruto del cansancio y la indisciplina ciudadana, sino que está también motivada por la actitud actual de funcionarios e instituciones estatales.
“Usted que ve el doctor Durán ya no sabe cómo decirle a la gente que se cuide, que en las reuniones del gobierno con los científicos hablan y hablan de lo terrible que está la situación, de los pronósticos que no son nada buenos y las medidas que hay que cumplir, y, sin embargo, en la calle el propio gobierno no hace siempre las cosas como debería”, apunta esta vital habanera de 72 años.
“Al principio de la pandemia pesquisaban todos los días, y ahora, al menos por mi zona, prácticamente nunca pasan. También pasaban carros con altavoces alertando a las personas, la policía y los mismos organizadores de las colas eran mucho más exigentes, ponían multas por sentarse en los parques y cosas así, porque a mi nieto le pusieron una, quitaron las guaguas y los ruteros, suspendieron todos los actos y actividades culturales, le caían arriba al que hiciera una fiesta, en fin, y hoy ya no es así”, argumenta. “
“Incluso por televisión uno ve reportes de reuniones y actos que no creo que sean necesarios en estas circunstancias, y hasta de un concurso de música vi el otro día en el noticiero, dedicado a César Portillo de la Luz creo recordar, aquí mismo en La Habana, con unos cuantos cantantes y el jurado juntos en un mismo lugar cerrado, a muy poca distancia, muy contentos todos. Y eso ya es el colmo. ¿Qué mensaje le están dando a la gente con cosas así?”, añade.
Cifras y más que cifras
Nereida no es la única que opina que ante el rebrote de la COVID-19 que vive la Isla desde inicios de año, las autoridades cubanas deberían haber mostrado mayor exigencia. Al menos en la capital, convertida en el epicentro de la enfermedad en Cuba a lo largo de toda la pandemia, con 60.232 enfermos hasta este 11 de mayo —cuando se cumplieron 14 meses de los primeros positivos detectados en el país: tres turistas italianos hospedados en la ciudad de Trinidad—, el 50,46 % de los 119.375 reportados en la Isla hasta esa fecha.
Cuando los casos diarios comenzaron a dispararse en La Habana, no pocos demandaron al gobierno en las redes sociales la adopción de restricciones más severas —como las que ya se habían aplicado en meses anteriores y comenzaban a ser retomadas en otras provincias— y luego quedaron esperando la entrada en vigor de nuevas medidas para la ciudad anunciadas por el propio presidente Miguel Díaz-Canel. Sin embargo, estas no llegaron a materializarse, al menos las más impactantes y temidas —como la suspensión del transporte público y un toque de queda más estricto— en un contexto de marcada tensión económica, mientras las autoridades adujeron que, en lugar de aplicar más medidas, lo principal era cumplir a cabalidad con las ya existentes, y volvieron a apelar a la responsabilidad individual y colectiva.
No obstante, semanas después el escenario no ha mostrado signos de mejoría. Por el contrario, solo el pasado abril el territorio habanero registró 17.362 personas infectadas con el SARS-CoV-2, una tasa de 812,1 enfermos por cada 100 mil habitantes y 116 fallecidos por la COVID-19, por mucho las cifras más elevadas del país en el cuarto mes de este año y las más altas de la capital desde el inicio de la pandemia. Hasta ese momento, La Habana sumaba ya 48.443 contagios detectados en solo cuatro meses de 2021, casi 10 veces más que los 4.924 de todo el 2020, de acuerdo con estadísticas oficiales.
Y mayo no ha comenzado nada bien. En sus primeras 11 jornadas eran ya 6.885 los enfermos en la ciudad, para un promedio diario de 625, mientras la cifra de fallecidos en el período (74) presagia un nuevo récord negativo cuando concluya el mes. Si se amplía la mirada a los últimos 15 días, el número de casos autóctonos se eleva hasta 9.434, para una tasa de 441,3 por cada 100 mil habitantes, mientras 12 municipios habaneros concentraban el 53,6% de la incidencia por COVID-19 en toda Cuba, con el Cerro (620,3 de tasa), la Habana Vieja (552,3) y Centro Habana (524,3) a la cabeza.
Todo ello, por demás, ha puesto en tensión a las autoridades y al sistema de Salud —ya de por sí golpeado por la crisis económica, el embargo estadounidense y otras dificultades y carencias—, que han tenido que multiplicar las capacidades hospitalarias y centros de aislamiento —aunque estos últimos igual no alcanzan para ingresar a todos los contactos de casos confirmados—, mientras el nivel de ocupación de las salas de cuidados intensivos se ha elevado peligrosamente. Este miércoles, por ejemplo, amanecieron ingresados 3.373 pacientes confirmados en hospitales habaneros, de ellos 130 en las UCI: 35 en estado crítico y 95 graves.
Además, en la ciudad permanecían abiertos más de 1.500 focos de la COVID-19 y 13 eventos de transmisión, entre institucionales y comunitarios. Las indisciplinas y el descuido de las normas higiénico-sanitarias y los procederes establecidos para enfrentar la enfermedad, incluso en instituciones médicas y otros centros estatales, ha propiciado una mayor transmisión en la geografía capitalina, según han reconocido las propias autoridades, que han llegado a ordenar inspecciones y estudios para investigar e intentar cortar las causas del incremento de los contagios y la mortalidad asociada al coronavirus.
A la par, los científicos cubanos han confirmado la transmisión predominante en la urbe de variantes más contagiosas del SARS-CoV-2, principalmente la de Sudáfrica, pero también las de California y el Reino Unido, que, además, parecen ser responsables del aumento de las muertes en 2021. Mientras, los pronósticos que se actualizan regularmente por expertos de Isla apuntan a una alta incidencia de casos positivos en los próximos días, en particular en La Habana, donde, según las previsiones, seguirá estando el escenario epidemiológico más complicado.
“Es que si no se cumple lo que se supone que debe hacerse, esto no se va a acabar nunca —sostiene Irene, residente en el Consejo Popular Latinoamericano del Cerro—. Esta misma parte estuvo cerrada semanas atrás por casos de coronavirus y, sin embargo, la gente entraba y salía como perro por su casa. Levantaban las cintas y apartaban las vallas para que pasaran hasta los carros, incluso en la cara de la propia policía o de las personas que debían controlar eso. Y no pasaba nada. Lo bueno fue que, por lo menos, nos vendieron unas cuantas cositas por esos días: pollo, picadillo, refresco, aceite. Pero para conseguir otras, como las viandas y las verduras, igual había que salir de la zona y romper el aislamiento, así como le cuento.”
“Y hasta para entrar a La Habana, que se supone que es algo controlado, no es tan así —añade la mujer, que hace ya un año apenas va a su empresa y trabaja mayormente desde su casa—. Una sobrina mía vino desde Santiago a unos trámites en el consulado de España, con su autorización firmada y todo, como debe ser, y en la entrada de la ciudad ni siquiera le pidieron los papeles. Dejaron pasar el carro, así como si nada, según me contó. ¿Qué le parece?”
La esperanza de la vacunación
Si existe una luz de esperanza en el complejo escenario epidemiológico que vive hoy La Habana, esa es la vacunación anticovid. A ella apuesta el gobierno de la Isla, que ya puso en marcha una intervención sanitaria en grupos y territorios de riesgo con dos de los candidatos vacunales cubanos —Abdala y Soberana 02—, aun antes de que estos obtengan una autorización de uso de emergencia por parte del Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED), la entidad reguladora del país.
Esta intervención, que, de acuerdo con el ministro de Salud Pública, José Ángel Portal, “tiene más beneficios que riesgos” para la población y se basa en “una decisión bien pensada, justificada por las evidencias y colegiada con nuestros científicos”, ya se inició este miércoles con Abdala en cuatro municipios habaneros —Regla, Guanabacoa, Habana del Este y San Miguel del Padrón— y en las próximas semanas deben ir sumándose los demás territorios. La administración de las vacunas se realizará de forma escalonada, comenzando por los mayores de 60 años, y el objetivo es completar las tres dosis en más de un millón y medio de personas en el próximo mes de agosto.
Sin embargo, estos no son los primeros habaneros en inmunizarse. Ya decenas de miles de residentes en la capital han recibido todas o parte de las dosis de vacunación establecidos para ambos candidatos, como parte los ensayos clínicos de Soberana 02 y una intervención previa —con este propio inyectable y también con Abdala— en personal de la Salud, trabajadores de la industria biofarmacéutica y deportistas, entre otros grupos previamente seleccionados. Ellos han sido la punta de lanza de este necesario proceso y han servido como evidencia de la seguridad de los fármacos cubanos.
“Ya tengo puestas dos dosis de Soberana 02 y todo ha ido muy bien —asegura Jorge, médico comunitario del municipio Plaza—. No he tenido ninguna reacción adversa, solo un poco de malestar en el brazo después de la segunda dosis, pero eso es algo normal.”
“Ahora solo me falta la tercera, con Soberana Plus, pero ya me siento más tranquilo y seguro haciendo mi trabajo. Aunque uno no puede confiarse y tiene que seguirse protegiendo, y más en mi profesión, porque con las nuevas cepas la COVID-19 es más peligrosa”, acota.
Con ejemplos como el de Jorge, las sistemáticas informaciones de los expertos y la favorable propaganda que han venido haciendo las autoridades de los candidatos anticovid cubanos —, muchos habaneros no esconden su deseo de vacunarse lo antes posible y “dejar atrás toda esta locura del coronavirus”.
Así lo afirma Mariela, una mulata delgada y pizpireta que, dice, agradece “un montón” a los científicos que desarrollaron las vacunas y no ve la hora de estar ya protegida contra la enfermedad infecciosa. No obstante, como vive en la Habana Vieja, municipio que no está incluido en el primer momento de la intervención sanitaria, “no me toca hasta el mes que viene y ¿tú sabes cómo pueden pasar cosas en un mes?”, pregunta en tono de reproche.
“Imagínate —se explica—, una se pasa mucho tiempo en la calle, ‘luchando duro’ en colas y en mil cosas por ahí, y aunque quiera cuidarse bien, es complicado. Pero ya vacunada es otra cosa, seguro que sí, y tengo mucha confianza de que con la Soberana todo va a mejorar y hasta podremos volver a salir por la noche y bañarnos en la playa. Que falta que hace con este calor que está haciendo…”
Irene, por su parte, es menos entusiasta y reconoce que tiene “algo de miedo” a vacunarse. Además, teme que su “hipertensión emotiva” le vaya a jugar una mala pasada cuando por fin le toque, aunque todavía le falta para eso.
“Por lo que dijo el ministro en la Mesa Redonda, aquí en el Cerro no empiezan hasta mediados de junio y los primeros en vacunarse son las personas mayores, así que lo mío demora un poco —precisa—. Espero que, de aquí a allá, con más personas ya inmunizadas, todo siga yendo como hasta ahora con las vacunas cubanas, que parecen muy buenas, la verdad, y por fin podamos salir de esta situación en la que estamos hace más de un año.”
Arturo, finalmente, resume el sentir mayoritario de los habaneros. “Mire, periodista, yo no sé nada de vacunas, pero si lo que hace falta para acabar con el coronavirus es que todos nos vacunemos, a mí que me la pongan entre los primeros. Ya sé que después vamos a tener que seguir cuidándonos todavía, pero yo espero que las cosas mejoren cuando todo el mundo se vacune y podamos ponernos para la economía, que es lo que hace falta. Si no fuera así, el gobierno no estuviera haciendo todo esto, ¿no? Porque, ¿hasta cuándo vamos a estar así?