La Plaza del Cristo no es la más turística de La Habana. Tampoco la primera que viene a la mente cuando se habla del centro histórico habanero, de la ciudad antigua con su entresijo de calles adoquinadas, espacios abiertos con fuentes y palomas, y edificios monumentales o derruidos, prestos a ser inmortalizados por algún lente.
No está a pocos metros del mar, o tiene alguna estatua o edificio celebérrimo que los visitantes marcan como obligatorios en sus agendas de viaje. Tampoco está enclavada en la zona más edulcorada de La Habana Vieja, en la que se repite en revistas y postales flamantes, como si apenas al doblar no palpitara la vida cotidiana.
Y, sin embargo, la del Cristo es quizá la más habanera de todas las plazas. Por su atmósfera y su gente. Y porque en ella, como en pocos sitios de la capital cubana, se entrecruzan con naturalidad pasado y presente, historia y contemporaneidad.
Sus orígenes se remontan al siglo XVII, en plena época colonial, y su nacimiento está estrechamente ligado a la entonces Ermita del Santo Cristo del Buen Viaje, antecedente de la iglesia que hoy se conserva y que le otorgó de inicio una función religiosa, concretada en la escenificación del Vía Crucis.
Pero el lugar, que también sería conocido en otros momentos como Plaza Nueva —por contraste con la Plaza Vieja— y de Las Lavanderas —por la cantidad de mujeres dedicadas a este oficio que, según se cuenta, se reunían allí—, se convertiría, además, en un importante sitio de reunión y esparcimiento para los habaneros, y también en un fluido espacio comercial, al punto de llegar a albergar el llamado “Mercado del Cristo” en el siglo XIX.
En su devenir, la plaza —ubicada en la amplia manzana comprendida entre las calles Teniente Rey, Villegas, Bernaza y Lamparilla— ha cambiado más de una vez su fisonomía, ha vivido etapas de auge y abandono, y ha acogido en sus alrededores conocidas edificaciones como la propia iglesia, la Casa del Obispo y la Casa Conill, así como un monumento al notable poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).
Actualmente, tras un proceso de restauración a cargo de la Oficina del Historiador de La Habana, la Plaza del Cristo exhibe en parte un nuevo rostro, aunque sin restañar aun todas sus heridas ni perder su espíritu popular. Sitios comerciales, como bares, restaurantes y la cercana sede del emprendimiento de diseño Clandestina, la habían puesto ya en el mapa de no pocos turistas antes de la pandemia, pero a la par sigue reuniendo a vecinos y comerciantes, a ciclistas y enamorados, a jóvenes y paseantes nacionales.
Así se adentra esta plaza habanera en la tercera década del siglo XXI, con sus árboles y bancos, su gente de pueblo y edificaciones multifamiliares, alejada del puerto y el malecón, pero no por ello menos cerca del verdadero corazón de La Habana.