Acaba de llegar a Estados Unidos después de un recorrido de más de 3 000 kilómetros. Como otros cubanos, para lograrlo desde Nicaragua tuvo que atravesar cuatro fronteras e innumerables riesgos en estos tiempos de coronavirus, narcotráfico y cólera.
En Cuba se graduó de ingeniería agrónoma, pero la vida la empujó a varios empleos, uno de ellos fundar una tienda de ropa. Locuaz, desenvuelta y desinhibida, esta mujer de 33 años decidió aceptar nuestra solicitud de rememorar las tres semanas de su recorrido. “Nadie está preparado para una aventura de este tipo”, me dijo, entre otras razones por ignorar los peligros que yacen en un camino donde inseguridad, miedo e incertidumbre son tres palabras claves.
De Camagüey a Las Trojes
Decidí irme de Cuba porque no aguantaba más ni las privaciones ni la falta de futuro para los jóvenes. Me fui por Nicaragua. No me arriesgué a comprar el pasaje en Cuba, sino que familiares y amistades me prestaron el dinero en Estados Unidos y me lo compraron desde allí porque en Cuba muchas veces están estafando a las personas.
Salí por el aeropuerto de Camagüey, me tocó ver familias separándose, llorando, hijos con sus madres, hermanas con hermanos, de todo.
El vuelo hasta Managua fue normal. Al llegar al aeropuerto establecí conexión con el coyote por celular. No fue a buscarme, mandó a otra persona. De ahí me trasladaron a lo que ellos llaman una casa de seguridad, no sin antes cobrarme 400 dólares por el taxi de Managua a Jalapa, pueblo nicaragüense no lejos de la frontera con Honduras.
Ahí mismo nos subieron a un motorcito hasta Las Trojes, Honduras. Nos bajaron en un punto y una persona nos cobró 80 dólares solo por decirnos lo que debíamos hacer. Nos mandaron a la Oficina de Migración a solicitar un salvoconducto, que cuesta 200 dólares. Aquello era una locura, había gente de todas las nacionalidades pidiendo papeles, como trescientas personas al día.
Entonces se produjo un primer incidente feo: de noche escuchamos un tiroteo, los mismos hondureños nos dijeron que era un enfrentamiento entre policías y narcos, un trauma para nosotros porque en Cuba no estamos acostumbrados a nada de eso. Éramos 7 en total: 6 adultos y una niña, la mamá de la niña se puso muy nerviosa, el papá se arrepintió y quería regresar a Cuba hasta que pudimos convencerlo de lo contrario. Fueron como 40 minutos de tiroteo.
Al otro día llegamos a Tegucigalpa en una guagua. Contactamos entonces a Médicos sin Fronteras, que te ayudan de muchas maneras, te dan desde asistencia médica hasta alimentación y medicinas. Ellos mismos nos indicaron cómo comprar el pasaje para llegar a la frontera con Guatemala. Pero en el trayecto hubo un segundo incidente.
Nos paró la policía, les mostramos los salvoconductos, pero nos dijeron que de todas maneras había que pagarles por dejarnos seguir. Les dijimos que estábamos legales y que no podían hacer eso, pero ellos, muy sinceros, nos dijeron: “es verdad, no los podemos detener ni meterlos presos, pero sí los podemos retener durante tres días y entonces van a perder los contactos con sus coyotes. Ustedes deciden”. Hubo entonces que pagarles 20 dólares por cada uno de nosotros. Así nos dejaron seguir. Y a partir de ahí los policías siguieron cobrando 20 dólares por cabeza en cada uno de los puntos de control hasta llegar a la frontera con Guatemala. Todo muy bien cuadrado. Es la plata la que habla.
Entrando a Guatemala
Antes de llegar a la frontera con Guatemala, la policía nos dijo: “tienen que esperar aquí hasta que sus coyotes los vengan a buscar”, yo contacté al mío por el celular. Entonces montamos en una camioneta que nos llevó hasta un punto cercano, no muy lejos de donde estábamos. “Bájense, ahí está Migración de Guatemala y no podemos pasar por delante de ellos. Tenemos que bordear Migración”. “Bordear Migración” quería decir coger monte y subir lomas. Lo que más me impresionó fue que al llegar al lugar de destino nos recibió un señor mayor, ciego, que es quien contabiliza el cruce ilegal. Preguntó: “¿Quién pasa y cuántos son?”. Dimos el nombre del coyote nuestro y nos dejó pasar a los siete. Pero si no pagaste antes por ese cruce, ese mismo señor mayor ciego te echa a la policía encima.
Ahí mismo nos montaron ¡en una guagua de la Aduana! hasta llegar a un punto donde había un taxi esperándonos para llevarnos a un hotel en Esquipulas, pueblo en Guatemala. Pero para llegar hubo antes que pasar por tres puestos de control. En el primero, nos pidieron la documentación. El chofer se bajó del taxi, le dio al policía el nombre del coyote y le dijo que éramos seis adultos y una menor. Ese mismo policía se encarga entonces de comunicarle a los otros dos que todo está en orden. Por eso no nos pararon ni en el segundo ni en el tercer punto de control.
Llegamos entonces al hotel en Esquipulas, todo estaba muy bien coordinado, allí te prestan todos los servicios: comida, lavado de ropa, etc. Pero estuvimos dos noches porque, según nos dijeron, había en la zona un funcionario estadounidense y hasta que no se fuera no podíamos continuar. Allí nos dijeron que la policía de Guatemala estaba toda comprada, que la jefa de la red se reunía todas las semanas con el jefe de la policía y le pagaba por dejarnos pasar.
De Guatemala a México
Te cruzan por toda Guatemala en carros pequeños, no vas apretada, vas cómoda. Solo llegando a la frontera con Tapachula, México, tuvimos que coger monte. Todo lo demás fue por carretera. Y déjame decirte algo: no me sentí insegura en términos de violación, acoso sexual y cosas de ese tipo. Pero la inseguridad es otra. Que te coja la policía. Que no puedas llegar al fin de tu viaje. Muy tenso todo.
En el lado mexicano nos estaban esperando tres muchachos jóvenes: dos hombres y una mujer, los tres completamente drogados. Ahí nos dimos cuenta de que teníamos que estar tranquilos, ni quejarnos siquiera. Nos llevaron para un cuarto en el que no cabíamos, todos estuvimos de pie ahí como 2 o 3 horas hasta que ellos mismos nos sacaron. Nos llevaron hasta un pueblo, nos montaron en una guagua que ellos pagan hasta un punto en que tienes que coger un taxi. Ese lo paga uno, fue el primer gasto que tuve en México. Y ahí entonces contactas al coyote que te va a llevar a Estados Unidos.
Todo hay que pagarlo en dólares. Íbamos para una casa, 15 dólares por persona. En Tapachula hubo problemas, la guerra de sálvese quien pueda para coger un taxi. Una guerra del más fuerte. Tuve que ponerme dura para poder montarme en uno.
Yo llegué a México sin dinero, a mí me tuvieron que prestar los 15 dólares para pagar ese taxi. Me tocó negociar con el coyote porque ellos te dicen que no tienes que pagar nada, pero yo no tenía dinero ni para comprar una línea y comunicarme con mi familia en Cuba. La tarifa de este trayecto es 2 000 dólares de Tapachula a Ciudad México y otros 2 000 dólares de Ciudad México a la frontera sur, hasta llegar a Piedras Negras. Pero siempre tienes que tener dinero adicional para taxis o para cualquier otra cosa que te haga falta.
Nos movieron para otra casa en el mismo Tapachula que lo único que tenía era paredes y techo. Hubo que dormir en el piso y sin colchón.
Viajando a Ciudad México
Al día siguiente nos montaron en un camión pequeño, no era grande, 115 personas, las mamás y los niños fueron delante, pero fue un viaje de pie, 7 horas, todos hacinados, en el trayecto se desmayaron personas, todos hombres, no sé por qué las mujeres no nos desmayamos. Ahí había de todo: hondureños, salvadoreños, cubanos, árabes…
Entonces llegamos a otra casa en un lugar llamado El Paredón y de allí nos llevaron a coger una lancha rápida a San Francisco del Mar y nos metieron por un monte porque no era seguro estar a la orilla del río. Nos llevaron para un hotel (ellos le dicen hotel a cualquier cosa), éramos 17, había que acomodarse en dos habitaciones con dos camas cada una.
Bueno, al llegar a un lugar vimos que había once carros con migrantes indocumentados. Empezaron a dividirlos por coyotes: los del coyote A, los del coyote B…y así sucesivamente. Nos montamos en uno. Entonces, llegados a un punto, hay que cruzar un río en balsa. En cada una caben 15 personas, en la mía íbamos 21 pero fue bastante cómodo, no tengo quejas mayores. La persona que te lleva en balsa está todo el tiempo dentro del agua. Es como para que no te mojes. Son balsas de esas de madera y de gomas de camión debajo.
Salimos de Juchitán de Zaragoza para Oaxaca. Y en un lugar llamado San Dionisio nos descubrió la policía. Íbamos 15 cubanos en una camioneta con el chofer mexicano. Ellos tienen un sistema que llaman “banderas”. Cada carro está custodiado por otros dos, uno delante y uno detrás. El de alante va viendo si hay policías, y si los hay avisa y uno se tiene que esconder. De la policía que no está sobornada, claro.
El hecho es que en esa “bandera” que nos tocó, los choferes del primer carro iban drogados. La Marina, la más peligrosa, porque es la que no se soborna, les pasó por al lado y ni la vieron. Entonces el jefe los llamó y les dijo: “esperen que les voy a dar mi radio”. Cuando le estaba dando el radio, el walkie-talkie, exactamente en ese mismo momento venía la Policía, que viró en U. El chofer se montó en el vehículo como un loco y se dio a la fuga con todos nosotros dentro. Por cada inmigrante ilegal que te cojan son 12 años de prisión como mínimo. Aquella fue la peor experiencia de este viaje. Te juro que llegó un momento en que llegué a desear que el chofer parara y entregarme a la policía.
Un carro de la policía nos estaba cayendo atrás. Y nos salvamos porque el chofer tomó la decisión de pasarle a cinco carros en una curva. De un lado, la carretera. Del otro, un barranco. Horror. O muertos o salvados. La policía no se atrevió a hacer lo mismo. Y la maniobra dio chance para que la bandera que venía detrás se le metiera delante a la policía.
Luego nos metimos en un monte. Todo el mundo estaba nervioso, tenso, y entonces el chofer nos dijo: “tranquilícense que están en tierras del narco, aquí la policía no entra”. ¡Candela!, dije para mis adentros. Estábamos en un lugar llamado San Dionisio, desde donde al otro día nos movieron para una casa segura en Puebla.
Ya en Puebla empezaron a mejorar las condiciones. Nos ubicaron en una casa de seguridad, era de un hombre de dinero, tipo rancho. El grupo nuestro era de 17, pero cuando llegamos a ese rancho había allí otro grupo de 13 personas. Como a los 10 minutos de haber llegado, el dueño nos puso un bafle delante. “Si quieren pueden poner música cubana”, nos dijo. ¡Qué maravilla!, me dije, primera casa en que llego y me dejan moverme libremente, no tengo que estar encerrada en un cuarto, puedo ir a la cocina e incluso conversar.
Hubo tres cubanos que decidieron abandonar la casa, pero cuando estaban saliendo, el dueño los cogió. La que se armó fue terrible. Los mexicanos entraron a la casa y nos dijeron que veríamos un escarmiento. Eran una mujer, un señor mayor y un muchacho joven. A la mujer no le hicieron nada, pero ahí mismo se orinó con ropa y todo. Al señor mayor no le dieron golpes, pero lo tiraron escalera abajo. Al joven empezaron a darle patadas y piñazos. Cuando decidieron dejar de golpearlo, no se le veían ni la cara ni los ojos, todos envueltos en sangre.
Loa agredidos no se cansaron de pedirles disculpas a los mexicanos. Uno de ellos dijo: “es que es la segunda vez que nos lo hace, ese coyote no quiere pagar por ustedes y los manda a salir, pero al principio pensamos que ustedes se estaban escapando por su propia cuenta”. Después de que los tres cubanos pidieron disculpas; después de que todos prometiéramos que íbamos a obedecer y hacer caso absoluto, fue como si se apretara un interruptor: “bueno, vamos a poner música. ¿Quién quiere cerveza?”, dijeron los mexicanos. Cogieron un bafle, pusieron música cubana a todo meter. ”Bajen, bajen, que mi esposo esta allá abajo, tiene comida, confituras… ¿Qué quieren comprar?”. Yo me dije: “estamos tratando con locos”.
Una muchacha y yo decidimos curar al cubano. Le cerramos las heridas de la cara con puntos de mariposa. Cuando bajó las escaleras nos pidió disculpas a todos los cubanos por habernos puesto en riesgo. Y empezó a llorar. Había dejado en Cuba a una niño de 6 años, y si él se moría y no llegaba a Estados Unidos, se le jodía el futuro a su hijo. Ahí todo el mundo empezó a llorar. No lo volví a ver más.
Al otro día nos sacaron para Ciudad México, llegamos a un hotel, nadie nos estaba esperando, de manera que las coordinaciones las hicimos nosotros mismos. Allí sí no hubo ningún tipo de problemas. Yo salí, fui al banco a sacar dinero, a caminar, y a comprar comida.
De Ciudad México a Piedras Negras
Del hotel entonces nos llevaron a una casa de seguridad. A partir de Ciudad México, los dueños del negocio son los venezolanos. Nuestros guías desde allí hasta la frontera todos fueron venezolanos.
El viaje de Ciudad México a Monterrey fue de unas 13 horas. Al salir de la capital mexicana nos dijeron: hay tres rutas: la primera es la legal, pero es con papeles (ya dije que nosotros no teníamos), la segunda la del narco, y la tercera la más larga, la que nadie quería. Para coger la del narco había que pedir permiso y al momento de salir no habían podido contactarlos, de manera que tuvimos que optar por la ruta más larga. ¿Quiénes eran los choferes de los carros? Policías de Ciudad México… Decidí irme con el más viejo, me dijo que tenía 23 años de servicio en la policía, que tenía cuatro mujeres y tenía que mantenerlas, y que además tenía que hacerse una operación y que su salario como policía no le alcanzaba. Y que “esto” lo hacía extra.
A ese chofer le dieron dinero para sobornar a cuatro puntos de control, pero nada más le cobraron uno (los demás nos dejaron pasar tranquilamente). Entonces me dijo: “Mire esto, un solo punto de control y nos cobraron todo el dinero”. Tremendo guayabero el mexicano. No sabemos por qué, pero lo cierto es que pasamos totalmente desapercibidos por todos esos puntos, menos en el que ya mencioné. Después nos enteramos de que a los carros que iban detrás los habían parado. Pasaron, pero se demoraron, ya se sabe por qué.
En Monterrey nos dejaron en un centro comercial. Allí nos recogieron otros venezolanos que nos llevaron para un apartamento muy bueno, en un condominio, allí nos tuvieron una noche. Salimos entonces al otro día para Piedras Negras, donde íbamos a hacer el cruce por el río a Estados Unidos. Nos dijeron que podían pasar dos cosas: ir directo a pasar el río o meternos en una casa de seguridad.
Pero pasó lo primero: directo al río. Nos dejaron en un lugar donde nos prometieron que el agua daba por la cintura o los muslos, pero ese día abrieron las compuertas y el agua nos llegaba al pecho. Pero siempre dimos pie. Teníamos puestos chalecos salvavidas, todos íbamos amarrados con soga para que la presión no nos arrastrara.
Los tres guías mexicanos entran al agua contigo hasta más o menos pasar un poco más de la mitad del río. A todas estas, las autoridades de ambos países, México y Estados Unidos, te están viendo todo el tiempo. Y al llegar al otro lado, ya te están esperando…
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* En la segunda parte de este trabajo la testimoniante relata el proceso de detención en la frontera estadounidense y su entrada a los Estados Unidos. Algunos datos han sido cambiados para proteger la identidad de la testimoniante.