En septiembre de 1972 llegué junto a un grupo de muchachos a mi futura escuela. Se llamaba Carlos Liebnecht, pero siempre la recordaremos como Yabú II. Era una de las dos primeras escuelas en el campo de la entonces provincia de Las Villas.
Quienes entramos en ella nos habíamos ganado el derecho de estudiar allí. Éramos los mejores alumnos de las escuelas secundarias urbanas de la provincia.
Salimos de Santa Clara en radiantes guaguas Girón I, entregadas por la fábrica especialmente para dar servicio a las dos escuelas que se inaugurarían el primer día del curso escolar.
Yabú I, que se llamaba Primero de Mayo, estaba justo a la entrada del Plan Agrícola “Valle del Yabú”, apenas a unos cuatro kilómetros de la salida de Santa Clara. Yabú II la seguía, unos tres kilómetros más adentro.
Cuando nuestra guagua pasó, lentamente, frente a Yabú I, quedamos boquiabiertos. Era la primera visión del sueño. Cuatro edificios del sistema constructivo Girón se levantaban imponentes. Las paredes de azul claro y blanco. Los amplios pasillos de granito reluciente. Los jardines florecidos. Las áreas deportivas. ¡La piscina olímpica!
“¡Parece un hotel!”, exclamó alguien. “¡Idéntica a la vocacional Lenin!”, dijo otro. Y cerramos los ojos para soñar nuestra escuela, la que nos esperaba tres kilómetros más adentro, hermana gemela homocigótica e idéntica a la que acabábamos de contemplar.
Cuando llegamos a nuestra escuela sufrimos el desencanto.
Nuestra Yabú II estaba aún sin terminar. Una brigada se encargaba de pintar de color ocre –fue el color que nos tocó–, los tres edificios, uno menos que su “hermana gemela”. Otra montaba los laboratorios de Física y Química.
Los pisos, de baldosa, estaban cubiertos de una argamasa seca que les privaría por años del brillo soñado. Los jardines, recién plantados y marchitos, esperaban la bonanza de la lluvia. La piscina…
La piscina es otra historia.
Pero era nuestra escuela y decidimos amarla. Las primeras semanas no nos llevaron a las labores agrícolas. Trabajamos en tareas de terminación y embellecimiento. Nos armamos de brochas para colaborar con los pintores. De piedras abrasivas para eliminar la grosera capa de mortero que se había ensañado con el piso del pasillo central. Y tuvimos el privilegio de ver florecer nuestros jardines.
Con el mismo inicio del curso escolar, comenzó la emulación entre las dos Yabú. Una emulación socialista e integral que contemplaba todos los aspectos: la producción, el deporte, la recreación, la disciplina… pero que siempre se definía con el más importante de los parámetros: la promoción.
Los cierres de los llamados cortes de emulación entre las dos escuelas eran lo más parecido a esas carreras de ciclismo de pista en las que los dos contendientes se pasan el tiempo midiéndose uno al otro, esperando que uno se lance al sprint final para entonces el otro atacar y rematarlo en la riposta.
Terminaban las evaluaciones parciales y ninguna de las dos escuelas anunciaba sus resultados. No sé por qué razón, si nuestra escuela era la número dos, siempre le tocaba informar primero. Entonces, cuando Yabú I rendía su informe, el resultado era siempre superior al nuestro.
Yabú II anunciaba un novena y cinco por ciento de promoción, por ejemplo, y Yabú I declaraba un noventa y seis por ciento. Así fue durante el primer curso.
En julio de 1973 se declaró a Yabú I como la mejor de las nuevas escuelas de la provincia. Y más: en un listado de todas las escuelas en el campo del país, aparecía la Primero de Mayo como la de mejor resultado en la promoción. Yabú II, Carlos Liebnecht, estaba en el segundo puesto.
El curso 73-74 fue el más importante de nuestras vidas. Ya los resultados de promoción no eran del noventa y cinco ni del noventa y seis por ciento. Sobrepasaban el noventa y nueve. Como en el atletismo, habíamos pasado de la medición en cifras redondas a las décimas y las centésimas.
En el primer informe de emulación, Yabú II reportó un noventa y nueve punto cuarenta y pico de promoción. Y Yabú I nos superó por tres centésimas. Entonces supimos con tristeza que el honor de ir a desfilar el Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución, con Fidel –el premio al que aspirábamos con fervor en aquellos años– sería para nuestro rival.
El primer semestre concluyó en febrero. Y fue esa la única vez que la suerte nos favoreció. Como siempre, Yabú II tuvo que rendir su informe antes que Yabú I. “Cien por ciento”, dijo con firmeza nuestra directora delante de todas las autoridades de la provincia. “¡Cien por ciento de promoción!”.
“Cien por ciento”, replicó el director de Yabú I. “¡Empate!”, declararon las autoridades. Pero nuestra directora, tal vez cansada como nosotros de caer siempre abajo, se puso de pie y dijo: “Nosotros lo conseguimos primero porque lo dijimos primero”. Y, después de un largo debate, nos declararon ganadores.
Unos días más tarde, en el chequeo de emulación, recibimos las dos mejores noticias de nuestras vidas: la primera, que el ICAIC filmaría una película, con música de Silvio Rodríguez y todo cuento, sobre las escuelas en el campo, y que la nuestra, por los resultados obtenidos, había sido seleccionada para filmar en ella algunas escenas. La segunda, que por ser los primeros en obtener el cien por ciento de promoción en el país, desfilaríamos también el Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución de La Habana.
Fue un día glorioso. Salimos la víspera. Pasamos la noche en la Vocacional Lenin, que nos pareció, por mucho, más fea que Yabú I y hasta menos linda que nuestra escuela.
En nuestras guaguas Girón I nos acercamos al punto de concentración, cerca de la calle Paseo. Antes de bajarnos de las guaguas los profesores nos entregaron globos de colores. Nos dijeron que los infláramos para soltarlos frente a la tribuna. Alguien dijo que el humo del cigarro era más liviano y los haría subir más. Los profesores nos permitieron fumar para inflar nuestros globos.
Desfilamos como parte de lo que la prensa nacional calificó, por el color de nuestros uniformes recién estrenados, como “un jubiloso mar azul”. Al pasar frente a la tribuna soltamos nuestros globos. Los globos subieron, subieron, subieron…
En julio de ese año, al finalizar el curso 73-74, el periódico Granma publicó el listado de las escuelas en el campo de todo el país, y junto al nombre de la escuela el por ciento de promoción alcanzado al finalizar el curso. Muchas ostentaban el cien por ciento de promoción.
Se abría una nueva etapa en la emulación: la de la calidad de la promoción. Pero ya nosotros dejábamos nuestro Yabú II para irnos a un preuniversitario en el campo. Se llamaba Jesús Menéndez, aunque siempre lo recordaremos como Yabú IV.
Pero esa ya es otra historia.