Irma pasará a los registros por su asimetría y exceso de poder. Puso dentro (o cerca) de su enorme ojo a islitas y cayos caribeños que temblarían por la acción de un viento ligeramente superior al platanero: Antigua-Barbuda, San Martin, Anguila, las dos Islas Vírgenes, Islas Turcas y Caicos, Cayo Santa María, Cayo Coco… Y a su entrada al Primer Mundo, a los cayos de la Florida y Marco Island, a dos palmos del territorio continental, antes de golpear Maples y Fort Myers con su ala derecha. En Cudjoe Key, por donde penetró, debe haber ocurrido un cataclismo de proporciones épicas, superando a huracanes de los que todavía hay memoria, como los de 1926 y 1935 sobre Key West, a pocas millas de allí.
Ahora se teme una crisis humanitaria en esos territorios, todavía incomunicados y bloqueados por la Policía del condado Monroe y la Guardia Nacional. Vientos de 120 millas por hora y olas de 7 a 10 pies de altura. Hay botes y yates interrumpiendo el paso en la carretera US1 y las calles, muchas al borde del mar. Larry Khan, editor del periódico Keynote y de FLKeysNews.com, pudo tirar al aire un mensaje terrible desde Marathon Key poco después del toque mortal: “Todo está bajo el agua”. Y fue todavía más preciso y enfático, como para no dejar duda alguna al respecto: “Quiero decir, todo”. Ni siquiera el Donna, en 1961, el más duro, había llegado a tanto.
También por su sonido. Irma sonaba primero como una manada de lobos aullando a lo lejos. O como bestia apocalíptica que anuncia su visita de acabamiento y muerte. Pero después, al irse acercando, su ruido pasaba a ser más grave. Esto es, posiblemente, lo que un testigo de Antigua equiparó con tener “un jet encima de la cabeza”. Un sonido seco, rechinante, comparado con el de un tren por otros testimonios: “El sonido escalofriante del huracán asesino Irma era tan fuerte, que muchos lo confundieron con el de la corneta de un tren”, escribió un floridano. Juro que yo mismo lo oí bien entrada la madrugada. Así debió haber sido la voz de Dios, pero no el del Nuevo Testamento, sino el del Viejo. Implacable, castigador, violento, el que envió fuego y azufre a dos ciudades desde los cielos y mató al hijo del rey David por los pecados del padre. Por eso algunos creyentes escucharon las trompetas del Juicio Final, y tal vez por eso mismo también Irma pudo tragarse el mar en las Bahamas y en la Bahía de Tampa. Zarandearlo, violarlo como si una manaza celestial estuviera trasladando inmisericordemente el agua y el barro de la Creación de un lado a otro.
“Nunca he visto una cosa como esa”, dijo el gobernador de la Florida, Rick Scott.
El poeta Alex Fleites lo puso de otra manera desde la Isla grande: “Sin novedad. Alrededor, la destrucción”.