Donde hoy se levanta la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana, desde hace ya un tiempo en restauración, estuvo alguna vez el Real Arsenal, una gran industria constructora de barcos que antaño enorgulleció a la capital cubana.
Fue durante la colonia, mucho antes de que la Isla se levantara en armas contra España y lograra una independencia empañada por la intervención de los Estados Unidos, que la villa comenzó a ganar relevancia por la construcción de navíos y ya en el siglo XVIII, con la edificación del Arsenal, ese prestigio se afianzó merecidamente.
Su impulso definitivo fue la construcción de 10 navíos de guerra para proteger las flotas mercantes, que cargaban con los tesoros de América rumbo a Europa y eran un botín muy apetecible para piratas y corsarios.
El Real Arsenal, que empezó a levantarse en 1713, se ubicó en el costado sur de la entonces muralla habanera, de la que aún quedan vestigios en la zona, y limitaba al sureste con el mismo litoral, desde donde podían botarse sin dificultades los barcos allí construidos.
Su superficie tenía forma de cuadrilátero y ocupaba aproximadamente nueve hectáreas, aunque de estas apenas dos o tres se empleaban para la construcción y reparación de buques propiamente. El resto eran terrenos baldíos, pantanosos, o tierras que se utilizaban para depósitos, almacenes y barracas.
Solo en el siglo XVIII en el Arsenal se construyeron más de 100 barcos, entre buques, fragatas, goletas y bergantines, con sus respectivos cañones. Pero su actividad decayó notablemente tras la derrota española en Trafalgar, en 1805, que marcó el declive del poderío naval de España y, con ello, de la industria habanera. Y aunque en los años posteriores algunos barcos salieron de sus instalaciones, ya su suerte estaba echada.
En el siglo XX, tras el fin del dominio colonial en Cuba, el gobierno republicano no tardó en vender sus terrenos para levantar en ellos una nueva Estación Central de Ferrocarriles, en un enroque que destinó las tierras de la antigua Estación de Villa Nueva para construir el flamante Capitolio Nacional.
Fue este el fin de lo que alguna vez fue el Real Arsenal de La Habana, pero no de sus memorias ni de su nombre. Una calle, llamada en su momento Arsenal por la industria, conserva hasta hoy su denominación, al igual que el barrio de su antiguo entorno, en el que la junto a la estación ferroviaria destaca también el Parque de los Agrimensores, con sus icónicas locomotoras, y las fragmentos conservados de la Muralla.
Lo que fue el Arsenal, entonces, nada tiene que ver con lo que ha sido en el último siglo, desde que España perdió con la caída de Cuba su otrora glorioso imperio. Pero, de alguna forma, sus recuerdos perviven en una ciudad a punto de celebrar sus 502 años de fundada.