Posiblemente Chile sea, después de México, el país de la América Latina continental con mayores y más profundos vínculos culturales con Cuba. Esta relación, que como todo tiene su historia, tuvo un momento particularmente intenso durante el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, a partir de un proceso electoral que por primera vez llevó al ejecutivo a un candidato de izquierda, como prefigurando algo que sobrevendría en la región mucho después: la llegada al poder de gobiernos de ese signo mediante la vía electoral.
Desde el Encuentro de la Canción Protesta, organizado por la Casa de las Américas a fines de los años 60, la presencia de los chilenos Ángel e Isabel Parra, y de las canciones de la Violeta, llegaron a ser en Cuba un hecho casi cotidiano, como el trovador Víctor Jara. Interpretada por la cantante Omara Portuondo, “Gracias a la vida” imprimió en el imaginario popular cubano una de las más bellas canciones latinoamericanas de todos los tiempos.
La generación de los años 70 –la nuestra–, se empató con la música chilena un poco más adelante, en un momento en que el estrecho nacionalismo de los 60 iba cediendo terreno ante nuevas influencias y relaciones. Los jóvenes universitarios la escuchábamos con la misma pasión que el rock o los discos de la Nueva Trova. Eran parte de un movimiento, la Nueva Canción, que en España se llamaba Joan Manuel Serrat (1943) y Paco Ibáñez (1934); en Chile, Víctor Jara (1932-1973); Ángel (1943-2017) e Isabel Parra (1939); en la República Dominicana, Víctor Víctor (1948) y Sonia Silvestre (1952-2014); en Uruguay, Daniel Viglietti (1939-2017) y en Estados Unidos Bob Dylan (1941) y Joan Báez (1941).
En los festivales de aficionados de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) emergieron de pronto agrupaciones que seguían las trazas de conjuntos folklóricos chilenos como Inti Illimalli o Quilapayún, portando no solo instrumentos andinos jamás utilizados por los músicos del patio –uno de ellos, una quijada de caballo o de burro–, sino también unos ponchos imposibles de llevar bajo el ardiente sol tropical de las plazas y los conciertos sin pagar con abundante sudor el costo.
Pero aquello estaba destinado a no dejar huella perdurable debido, entre otras cosas, a las profundas diferencias idiosincráticas y performativas entre una cueca y una conga. La primera se baila con los pies; la segunda, con la cintura. A los vinos chilenos, consumidos junto a los argelinos, se añadiría el gusto en los círculos literarios por la antipoesía de Nicanor Parra, una reacción contra las catedrales verbales de Pablo Neruda adoptada con entusiasmo por los jóvenes poetas de entonces hasta que devino una nueva retórica contra la que otros se pronunciaron más tarde debido a sus excesos y a la falta de foco en la palabra misma, en definitiva, el modo de ser de la literatura.
Después del golpe llegaron los exiliados. Primero ocuparon el Hotel Presidente, en Calzada y G, y otras facilidades, pero a medida que la cifra fue creciendo se les trasladó a Alamar, localidad concebida a fines de los años 50 para la expansión hacia el Este de la ciudad, pero que terminaría proletarizándose con los edificios de microbrigada, en muchos casos erigidos en los alrededores de aquellas casas construidas en lo que iba a ser un nuevo reparto de las clases medias, como lo fueron en su momento Nuevo Vedado, Altahabana o Fontanar.
Concebido en plena sovietización como un plan emergente para resolver el problema de la vivienda, Alamar permitió un mayor conocimiento mutuo entre chilenos y cubanos. En un país que hasta ese momento no se caracterizaba precisamente por recibir extranjeros, mediante esos contactos se podían constatar en vivo similitudes y diferencias culturales interactuando en sus vidas diarias, al punto de que, como era lo esperable, no resultaron raros los noviazgos e incluso los matrimonios entre personas de ambas nacionalidades.
Alamar era ya desde entonces una ciudad-dormitorio. Gran parte de su fuerza laboral trabajaba al otro lado de la bahía de La Habana. Los estudiantes no becados de la enseñanza media superior tenían que ir a los preuniversitarios de La Habana o del Vedado. En Alamar no hubo un cine hasta 1978, en el contexto del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado ese año en La Habana, así como una Casa de la Cultura. Sus moradores tenían que moverse entonces en guagua hacia los municipios del centro para disfrutar de eso que llaman el tiempo libre. Lo otro era bajar a la playa de diente de perro, cerca del reparto de los rusos, para darse un chapuzón o matar el tiempo en el único lugar posible heredado del proyecto previo: “El Golfito”, cerca del río Cojímar.
A fines de los 80, durante la época de las glasnot y la perestroika, dimos con un joven chileno experto en computación, palabra entonces casi por completo ausente del vocabulario nacional. Gracias a su labor pudimos asomarnos no solo a un mundo hasta entonces desconocido llamado PC –Personal Computers, en este caso japonesas– y sus usos profesionales, sino también al de la música digital. Mauricio procedía de París y era un fanático de Pink Floyd. Tenía una Discman en la que oíamos clásicos como The Dark Side of the Moon (1973), Wish You Were Here (1975), The Final Cut (1983) y A Momentary Lapse of Reason (1987), entre otros. Además, nos introdujo a un nuevo solista desprendido del grupo Police: Gordon Matthew Thomas Sumner, pero desde antes respondía al nombre artístico de Sting, y en 1987 había sacado un CD que el chileno llevó consigo a la Isla: Nothing Like The Sun. Allí había una canción –“They Dance Alone” — dedicada a los desaparecidos y con texto en español:
Ellas danzan con los desaparecidos
Ellas danzan con los muertos
Ellas danzan con amores invisibles
Ellas danzan con silenciosa angustia
Danzan con sus padres
Danzan con sus hijos
Danzan con sus esposos
Ellas danzan solas
Danzan solas.
Pero la abundancia y el confort no fueron nunca rasgos distintivos de la vida cubana, ni siquiera durante la época de los mercaditos del CAME. Por esta razón, antes del regreso a la democracia, los exiliados chilenos y latinoamericanos se fueron marchando hacia otras latitudes del globo como México, Suecia, RDA, Francia, Italia, España, Canadá o la URSS, incluso antes del Período Especial.
Ya para entonces se habían perdido (casi todos) del Morro.
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Interesante articulo, como todo lo que escribe Alfredo. Pero el hecho de que el oyera musica con Mauricio no quiere decir que Chile sea culturalmente cercano a Cuba. Es otra matriz cultural muy diferente. La cultura cubana es parte de la cultura caribeña. Digamos que tiene vinculos historicos y culturales muy fuertes con RD, Venezuela, la costa colombiana, Panama, la costa mexicana. Hoy Cuba es un recuerdo nostálgico de muchos, y una consigna política de pocos.
Curioso. No habia visto este comentario. Me parece un poco determinista. La matriz cultural norteamericana, por seguir la rima, es muy diferente, y los vinculos historicos y culturales son apabullantes,.mucho, pero mucho mas fuertes que con RD, Venezuela, la costa colombiana, Panama….