Más fuerte que el machete en manos del guajiro; más arrasador que el fuego: los retoños regresan siempre entre las cenizas. Cuba lleva más de dos décadas viendo sus tierras infestarse de marabú, y todavía alrededor de un millón de hectáreas de suelo cubano padecen lo que parecería ser una maldición.
Sin embargo, varios estudios, realizados sobre todo en la Universidad de Camagüey, han demostrado que esos extensos “cultivos” tienen un increíble potencial para generar electricidad como biomasa forestal. Esta planta tiene un valor superior a 3000 kilocalorías por kilogramo, mientras el petróleo tiene 10 000 kcal, lo cual significa que tres toneladas de marabú equivalen aproximadamente a una tonelada de “oro negro”.
Durante la reciente XII Conferencia Mundial de Energía Eólica efectuada en La Habana, el ministro de Energía y Minas, Alfredo López, explicó algunos proyectos que ya están en marcha e incluyen el aprovechamiento del arbusto, mediante la capacidad instalada en algunos centrales azucareros.
Estas industrias generalmente cuentan con calderas donde se quema el bagazo, y turbogeneradores que les permiten producir electricidad para autoabastecerse y tributar al Sistema Eléctrico Nacional (SEN). Una vez agotada la biomasa cañera, el marabú sería la materia prima del proceso de generación.
En la planta bioeléctrica del central Jesús Rabí (Matanzas) se prevé montar un bloque energético capaz de alcanzar 139,2 gigawatt-hora anualmente, de los cuales 93,2 GW-h pasarán al SEN. Tal resultado corresponde a 290 días de operación: 180 jornadas de zafra, hasta 230 con los productos propios del central, y el resto con marabú procedente de zonas cercanas.
Entre la tecnología a instalar figuran un sistema de almacenamiento de la biomasa, una caldera de 100 toneladas por hora, una planta de tratamiento químico del agua, y la subestación eléctrica de interconexión. Estas inversiones permitirán sustituir alrededor de 27 449 toneladas anuales de combustible. A partir de ese ahorro, se estima que el período de recuperación ronda los siete años, si bien tales cifras son susceptibles a los precios internacionales.
Más ambicioso aún es el proyecto del central Ciro Redondo (Ciego de Ávila), desarrollado por la empresa mixta que conforman ZERUS (perteneciente al Grupo AZCUBA) y la británica Havana Energy Ltd. Aquí se espera llegar a una generación eléctrica anual de 320 GW-h, de ellos 280 GW-h serán entregados al sistema, de igual modo durante 290 días de labor.
Para ello será necesario también un sistema de almacenamiento, con una caldera capaz de procesar 200 toneladas cada hora. Dado que existe una mayor potencia con respecto al Jesús Rabí, esta bioeléctrica demandará volúmenes superiores de bagazo y biomasa forestal. Con su puesta en funcionamiento se ahorrarán anualmente alrededor de 84 000 toneladas de combustible, para un tiempo de recuperación sobre los seis años.
Estas acciones no solo buscan aprovechar el marabú, sino poder procesar mucha más caña, y obtener un mayor rendimiento energético del bagazo.
Existen experiencias como la de la planta gasificadora de biomasa forestal en Santiago de Cuba. Según comentó el ministro, la instalación funciona a muy pequeña escala, pero teniendo en cuenta la gran cantidad de marabú en el país, este precedente puede ampliarse prácticamente a todas las provincias.
Otra alternativa es emplazar gasificadoras en aserríos, como los de Macurijes y Pons (Pinar del Río), las cuales se encuentran en diferentes fases de ejecución. Esto permitiría utilizar los desechos de la industria maderera, práctica que también podría generalizarse a otros aserraderos.
Ponderar los beneficios
El criterio más extendido indica que la subespecie Dichrostachys cinerea llegó a la Isla a mediados del siglo XIX, traída con fines decorativos o a través de semillas digeridas por el ganado importado, según se cuenta. Es autóctona de África, La India, el sur de Tailandia y Malasia, así como algunas zonas al norte de Australia. Sin embargo, solamente aquí se comporta como una plaga, pues no encuentra enfermedades que limitan su desarrollo en aquellos parajes.
Los investigadores camagüeyanos Isidro Méndez y Ada Ramos (1) afirman: “Ninguna otra planta se ha propagado tanto espontáneamente en Cuba durante los últimos 150 años. En muchos lugares ha llegado a desplazar a las formaciones vegetales nativas e impuesto un predominio poblacional casi absoluto. Resulta entonces hasta cierto punto contraproducente que a pesar de su abundancia-dominancia, no se explote a gran escala como recurso natural”.
Las profundas y amplias raíces del marabú lo hacen muy resistente a las sequías, el corte y la quema; a lo que suma una notable capacidad de resurgimiento. De tan aferrado a la tierra, se convierte en un importante agente contra la erosión.
Crece en diferentes tipos de suelo, formando tupidos matorrales, lo que junto a las espinas y los duros tallos dificulta significativamente las acciones de control. Se considera una legumbre heliófila por excelencia, de manera que no solo soporta el sol, más bien “le encanta”.
La resistencia echa madera se estira hasta cuatro o cinco metros y puede utilizarse en postes de cercas, construcciones rústicas, bastones y objetos de ebanistería. Muy extendido es su uso como carbón vegetal, el cual incluso se exporta. La leña de marabú es de fácil combustión y produce poco humo, de modo que no cambia el gusto de las comidas durante la cocción.
Esta planta, símbolo de la improductividad y la desidia que pobló la agricultura cubana en sus peores años de crisis, posibilita obtener además pulpa para papel, y sus brotes tiernos devienen alimento para animales herbívoros.
Científicos escoceses llegaron a la conclusión de que, bajo determinadas condiciones de laboratorio, el marabú puede transformarse en carbón activado, que se emplea para eliminar impurezas en la fabricación de ron y otras bebidas. Ese material conduce electricidad, luego podría usarse en la producción de baterías.
Lejos de suscribir de antemano fórmulas mágicas, conviene plantearse algunas interrogantes. Para cosechar la también llamada espina del diablo, aroma o Weyler, hacen falta máquinas que la corten y conviertan en astillas. Hace poco los ingenieros camagüeyanos Rafael Leyva y Enrique Calzadilla terminaron el prototipo de Leyca. El equipo, llamado así al unir los apellidos de sus creadores, fue diseñado partir de una cosechadora KTP-2M, y promete ser “el terror del marabú”.
Precisamente, el ministro de Energía y Minas señalaba la importancia de que la industria mecánica nacional hiciera sus aportes, para introducir partes y componentes de los sistemas de energía renovables y así disminuir el costo de las inversiones. Tras varias pruebas de funcionamiento, Leyca debe aún demostrar en la práctica sus potencialidades.
Habrá que preguntarse sobre una posible política de precios a los productores o quienes detentan la propiedad de la tierra. Sería una gran noticia para los usufructuarios que han recibido parcelas en virtud del Decreto-Ley 259 y luego el Decreto-Ley 300 –quienes en su mayoría han tenido que desbrozar mucha maleza– saber que este esfuerzo tiene otro valor bastante más allá de dejar el suelo limpio para ser cultivado.
Se ha dicho que los terrenos liberados podrán utilizarse en la producción de alimentos, para fomentar los bosques o implementar una rotación de cultivos, de modo que no falte la biomasa forestal. Sin que exista una respuesta definitiva al respecto, otro reto será establecer las sinergias imprescindibles entre los sectores azucarero, agrícola y energético, más el correspondiente marco regulatorio de tales asuntos.
De momento, la explotación inteligente del arbusto puede convertirse en fuente de empleo en la industria y la agricultura, además de disminuir ostensiblemente el saldo contaminante de la generación eléctrica tradicional.
Coincidiendo con Méndez y Ramos, “los cubanos debemos en definitiva aceptar que el marabú es ya parte de nuestra flora, e incluso de la cultura nacional, y que pretender librarnos de su presencia a cualquier precio, aun cuando resultara materialmente posible, constituiría un lamentable error desde el punto de vista ambiental. La convivencia con el causante de tantos perjuicios solo puede ser aceptada si se ponderan también sus beneficios, si se minimizan al máximo los efectos negativos y si se logra un manejo sostenible”.
Notas:
(1) Isidro E. Méndez y Ada Ramos. El marabú: ¿plaga o recurso natural? Una opción energética en armonía con el medio ambiente, en Energía y tú, No.27 (julio-septiembre), 2004. Disponible en: http://www.cubasolar.cu/biblioteca/energia/Energia27/HTML/articulo03.htm