Cada 25 de julio se celebra un día especial y poco conocido en Cuba. Se trata del Día de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora; conmemoración acordada desde 1992 en el marco del Primer Encuentro de mujeres negras, afrolatinoamericanas y caribeñas celebrado en Santo Domingo, República Dominicana. La fecha busca reivindicar la existencia, las luchas, contribuciones, demandas y apuestas de las mujeres afrodescendientes en todos los ámbitos, primero en la región latinoamericana y caribeña, y más tarde se hizo extensiva a otros países del mundo.
En nuestro país la Red de Mujeres Cubanas Afrodescendientes desde el 2012, ha impulsado la visibilidad e importancia de este día, además de otros esfuerzos por parte del activismo menos organizado.
Ambos espacios coinciden en un objetivo para poder pensar en la situación actual de las mujeres racializadas y para transformar sus realidades. Acudir a los legados de las luchas y las contribuciones de las mujeres esclavizadas, negras y afrodescendientes, puede ser en primera instancia una fuente de inspiración para los derroteros actuales, pero también una manera de subvertir los imaginarios sociales que estereotipan a las mujeres negras y que se convierten en discriminaciones y desigualdades reales en el aquí y ahora.
La “otra” historia de las esclavizadas
En la actualidad, cuando se hace alusión a una mujer negra de entre los siglos XVI y XIX, el imaginario popular la recrea con grilletes, en cañaverales, semidesnuda, castigada a golpes de látigo o, en el mejor de los casos, en la servidumbre y torpemente vulgarizada. Estos arquetipos, si bien emergen de una realidad histórica en que las personas negras fueron tratadas como “no humanas” y sometidas al trabajo forzado esclavo, son distorsionados por apreciaciones e interpretaciones racistas de la historia y reforzados mediante un ejercicio abusivo de ellos tanto en la literatura escolar, como en su continua reproducción en los medios de comunicación masiva.
Aunque son cada vez más sistemáticas las investigaciones sobre mujeres esclavizadas y afrodescendientes en la historia de Cuba, nada se dice de las mujeres negras que en ciudades y puertos emprendieron el comercio y los servicios; ni de aquellas que acumularon riquezas y en su misma medida las dieron en sucesión; tampoco de las cimarronas que se rebelaron contra el sometimiento de la industria esclavista azucarera y de plantación y que, escondidas en el monte, levantaron palenques.
Esclavizadas rebeldes podemos citar varias, como la Madre Melchora, Carlota y Fermina Lucumí quienes fueron capaces de liderar sublevaciones, de ir contra el orden esclavista y, a su vez, de recrear y organizar la nueva forma de convivencia y subsistencia que representaron los palenques. En ellos esas mujeres se desempeñaron como capitanas, curanderas y sacerdotisas de sus religiones 1.
Mientras, en las zonas urbanas, encontraron otras vías para desafiar al régimen esclavista. Desde el propio siglo XVI las mujeres negras y mestizas contribuyeron a que las ciudades portuarias alcanzaran una significativa notoriedad económica y sociocultural. La Habana, por ejemplo, recibía por año miles de visitantes que se convertían en consumidores de productos y servicios. Las mujeres afrodescendientes tomaron esos espacios para brindar alojamiento, comida y entretenimiento, llegando muchas a ser propietarias de tabernas, lugares de hospedaje y fondas 2.
Ejercieron el trabajo doméstico remunerado, la venta ambulante, gestionaron negocios y también la prostitución. Fueron nodrizas, parteras, comadronas, con lo cual no solo alcanzaban la compra de su libertad, sino también la de sus parejas esclavizadas y la de hijos e hijas, representaron el sustento de sus familias, y en general, con sus labores dinamizaron las relaciones económicas de la entonces colonia.
Luego, hacia los siglos XVIII y XIX, las plantaciones esclavistas tomaron auge y preponderancia. Las mujeres traídas de África fueron destinadas con más fuerza, en intensidad de explotación y en números, hacia el campo.
Sin embargo, la historia recoge ejemplos de acervos patrimoniales pertenecientes a ex esclavas documentados en los archivos notariales mediante procedimientos de reclamación de herencia, y en testamentos, que no fueron pocos. Tal es el caso de la conocida Úrsula Lambert, proveniente de Haití, con alta educación y quien se dedicó a la gestión de negocios. Administró, junto al alemán Cornelio Souchay, el famoso cafetal “Angerona” en la actual provincia de Pinar del Río. La relación amorosa entre ellos eclipsó las habilidades de esta mujer en los negocios. Úrsula ya era exitosa como comerciante en La Habana para cuando conoció al alemán y, además, fue una de las proveedoras de recursos del cafetal. En su testamento declaró, entre otros bienes, préstamos a Souchay por un monto de 20.000 pesos 3. Sin embargo, el éxito económico de Lambert se sigue relacionando a sus supuestas “dotes de encantamiento” de “negra seductora”.
Pero hay un sinfín de casos menos conocidos como el de Belén Álvarez, María Gregoria Boza, Mercedes Bosa, Antonia Sagarra, Antonia Palacios, Victorina Bell, entre otras; indistintamente propietarias de casas, solares, fincas rurales, haciendas de café, habitaciones, sumas de dinero y hasta de otras personas esclavizadas en Santiago de Cuba 4.
A principios del siglo XIX, cuando se recrudece la restricción de la trata negrera, la solución para mantener el régimen esclavista fue traer de África más “hembras” y que por reproducción forzada (violación) se incrementara de forma “natural” el número de mano de obra esclavizada. En este contexto, la situación de estas mujeres empeora.
La revista Minerva
Luego de la Guerra de los Diez Años, el gobierno español asentado en Cuba devino en un proceso de restauración. Es así que en 1876 se aprueba la Constitución de la Monarquía Española mediante la cual se reconocieron ciertas libertades y derechos. Este proceso devino en la aprobación de Ley de Imprenta (1879), Ley de Reuniones (1880), Ley de Asociaciones (1886) y en la abolición de la esclavitud, en 1886.
En este contexto nace la revista Minerva. Revista quincenal dedicada a la mujer de color, según su propia denominación. Aunque había una diversidad de publicaciones dedicadas a la mujer en la época, todas tenían como característica en común que reforzaban la condición del llamado “bello sexo”, excepto Minerva.
Por primera vez las mujeres racializadas (negras y mestizas) eran las protagonistas de un cuerpo literario tan singular. Ellas eran sus redactoras y gestoras. Sus contenidos iban dirigidos también a mujeres negras y mestizas, lo que implicaba una politización no solo de la condición identitaria, sino también de las desigualdades que atravesaban por su pertenencia racial, de clase y de género desde un sector ilustrado. También constituía una invitación a luchar de manera colectiva y articulada.
Lo confirma claramente la poeta África de Céspedes en las siguientes líneas de su texto Reflexiones: “La mujer negra, sañudamente tratada por sus viles explotadores viene hoy a ser el blanco más saliente a donde dirigen sus saetas envenenadas aquellos mismos que traficaron con su noble sangre en los luctuosos días de la esclavitud. Por eso (…) nos preparamos a la defensa en el constante batallar porque estamos pasando; y tal haremos hasta que se nos considere tal como somos y no tal como cada artista pirata le ha parecido o convenido a sus medrosos fines (…) nos invitan a luchar, pues luchemos.” 5
La revista plasmó preocupaciones, malestares y demandas que no aquejaban a mujeres blancas, sino a situaciones propias de las mujeres afrodescendientes. Se componía de diferentes secciones: noticias, críticas, poesía y crónicas, ya fueran sociales, artísticas o deportivas. Sin embargo, las demandas sobre la emancipación jurídica y social de las exesclavas y de las mujeres racializadas en general cobraron especial atención y reiteración en los números.
El derecho a la educación y a la instrucción fue de los más abordados, y su planteamiento, de los más transgresores. Así lo demuestra la siguiente cita de María Ángela Storini, exesclava y escritora de la revista: “[…] Bien sabio es lo descuidada que está, si es que alguna vez mereció la atención que se merece, la educación de la mujer de nuestra raza, ni los hombres, ni mujeres se ocupan de eso; para muchos el educar a la mujer es cuestión de adorno, de la cual se puede prescindir. Error lamentable, causa de la cual se deriva la mayor parte de los males que lamentamos en el presente, consecuencia lógica de otros muchos que lamentaremos en el porvenir”.6
Lucrecia González Consuegra, Natividad González y América Font fueron voces que también se alzaron en pos del derecho a la educación y a la enseñanza. No obstante, otras demandas impulsadas por la revista fueron también el matrimonio legal y el reconocimiento de sus hijos como legítimos: “La esclavitud jamás ha producido esposas sino concubinas (…) La época de los hijos uterinos, de los hijos de padres no conocidos pasó ya. Esa época de baldón y vergüenza (…) tuvo su razón de ser cuando nuestra condición de esclavas cortaba nuestras aspiraciones hacia lo grande y sublime que es el matrimonio.” 7
El reconocimiento del color y género de sus demandas, y la desafiante transgresión de una sociedad que no las consideraba personas, además de la herencia de las múltiples luchas encabezadas por mujeres esclavizadas capaces de organizar la sobrevivencia en el campo y en la ciudad, hacen pensar en la germinación precursora de un pensamiento feminista negro en Cuba.
Las Guerras de Independencia y el silencio de la historia
En las gestas independentistas la mujer más conocida en representación de las afrodescendientes es Mariana Grajales, “la madre de los Maceo”, expresión que remite solo a su condición de madre aunque ella también haya abandonado el hogar y formado parte del Ejército Libertador. También bautizada por José Martí como la “madre de la patria”.
La mayoría de las mujeres se desempeñaron en tareas como la costura, la enfermería, la cocina, entre otras actividades de cuidado que eran (y siguen siendo) en marcos belicistas verdaderas actividades de guerra. De ejemplo se pueden citar a Caridad Bravo y sus dos hijas, hermanas de caridad, holguineras y “mujeres de color”. Entre las tres operaron al Mayor general Juan Rius Rivera tras un combate cerca de la Bahía de Nipe, teniendo como instrumentos quirúrgicos apenas una tijera de costura y una horquilla de pelo. Gracias a esta acción lograron extraer una bala de la palma de su mano, evitando la hemorragia, los dolores y probablemente la muerte, según el registro de distintos historiadores8.
Además de la manigua, toman una importancia relevante los “Clubes femeninos” fundados en torno al Partido Revolucionario Cubano (PRC), órgano político encargado de la preparación de la Guerra de 1895, y en cuyo seno se reclamó también la igualdad del derecho al sufragio para las mujeres. De estos clubes hubo tres en los cuales las juntas directivas las conformaban mayoritariamente mujeres negras y mestizas: Club “Céspedes y Martí” (Nueva York), Club “José Maceo” (Nueva York) y Club “Mariana Grajales de Maceo” (Cayo Hueso) 9.
Vale la pena recordar que en la nueva República de 1902, al ser licenciado el Ejército Libertador, el 80% de sus veteranos eran negros y mestizos 10. Es probable que el número de mujeres negras haya sido también significativo.
República e igualdad ¿para quiénes?
El advenimiento de la llamada primera República en 1902, trajo consigo el sufragio universal masculino. Frente a este derecho reconocido para los hombres, el movimiento sufragista de mujeres cubanas, con alguna presencia negra entre sus voces, ganó en número y organización, a la vez que desplazaba otro conjunto de demandas de mujeres negras y mestizas.
En el año 1908 se funda el Partido Independiente de Color creado para, entre otras reclamas, luchar de manera organizada para poner fin a la discriminación racial. En su seno se crea el Comité de Damas, donde se destacaron Margarita Planas y Fidelia Garzón como presidentas de los comités de Santiago de Cuba y La Maya. Aunque fue un ente ajeno a demandas propias como mujeres negras, constituyó el movimiento político más importante de la época en contra de la discriminación racial y por los derechos de las personas negras. Tal es así que, en 1912, la brutal represión contra el movimiento se conoce como la “Masacre de los independientes de color”, lo que desató la persecución de miles de hombres y mujeres “de color”, siendo Margarita Planas sentenciada a privación de libertad 11.
Antecedido por las conquistas de la Ley de Patria Potestad en 1917 y la Ley del Divorcio en 1918, el movimiento de mujeres y feminista organizó los llamados Congresos Nacionales de Mujeres en los años 1923, 1925 y 1939. En ellos, las problemáticas de las mujeres racializadas alcanzaron un reconocimiento paulatino, aunque partiendo de una categórica exclusión.
Para el primero de los Congresos no hubo presencia de ninguna mujer negra, aun cuando el principal objetivo fuera el sufragio universal femenino. En el segundo Congreso se tiene registro de la participación Inocencia Valdés, Secretaria General del Gremio de las Despalilladoras de La Habana, mujer negra, tabacalera y sindicalista. Tenaz defensora del derecho al voto y el derecho al sindicalismo.
El tercer Congreso se celebró en 1939, cinco años después de haberse logrado el sufragio universal femenino y un año antes de aprobarse la histórica Constitución de 1940. Para este evento se abrió una mesa de discusión llamada “La mujer y los prejuicios raciales”, donde se abordó el tema de la desigualdad entre mujeres racializadas y mujeres blancas en la sociedad cubana en general, y en el mercado laboral en específico. Asimismo, la defensa del derecho a la participación de la mujer en el debate y aprobación de la Constitución de 1940, corrió a cargo de tres mujeres (de 76 delegados en total), entre ellas, Esperanza Sánchez Mastrapa, mujer afrodescendiente, comunista y feminista, y además representante de la Unión Revolucionaria Comunista 12.
Estos son solo algunos apuntes que ayudan a destejer una historia (al menos prerrevolucionaria) con tramas más complejas y marcadas también por la presencia imprescindible de mujeres esclavizadas, negras y racializadas en general. La nación cubana, y su riqueza y dignidad, le debe mucho al trabajo, a la rebeldía y a la resiliencia de estas mujeres afrodescendientes.
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Notas:
El texto forma parte de un trabajo más amplio de investigación
1 Daysi Rubiera Castillo, 2011, en Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales
2 Oilda Hevia Lanier, 2011, en Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
3 Inés María Martiatu, en ¿Y las negras qué? Pensando el afrofeminismo en Cuba (frag.)
4 María Cristina Hierrezuelo, 2011, en Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
5 África de Céspedes, Reflexiones, en revista Minerva, 28 de febrero de 1889, no. 10, pp. 2-5 citado por María del Carmen Barcia, en Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
6 Minerva, La Habana, 30 de noviembre de 1888, págs.3-5 citado por Maikel Colón Pichardo, en Racismo y feminismo en cuba: ¿Dos mitades y una misma naranja? Claves históricas para su estudio, 2016, p. 183.
7 En Revista Minerva, 15 de mayo de 1889, no. 15, pp.4-5 citada por María del Carmen Barcia.
8 Julio César Guanche, 2018, Sin afrenta y sin oprobio. La Bayamesa, el himno nacional de Cuba; y Daysi Rubiera, 2011, Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
9 Maikel Colón Pichardo, 2016, en Racismo y feminismo en cuba: ¿Dos mitades y una misma naranja? Claves históricas para su estudio, p. 6.
10 Yusimí Rodríguez López, 2011, “La Revolución hizo a los negros personas”, en Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
11 Daysi Rubiera, 2011, Afrocubanas: Historia, pensamiento y prácticas culturales.
12 Manuel Ramírez Chicharro y Michelle Chase, 2021, Feminismo de izquierda negra en la Cuba prerrevolucionaria: vida y obra de Esperanza Sánchez Mastrapa (1901-1958)