Ángel Antonio y Arlyn Torres son dos jóvenes cubanos que, como decenas de miles en los últimos meses, han vendido todo para atravesar Centroamérica de forma irregular y llegar a Estados Unidos en busca de “una vida normal”, que en su país “es muy difícil”.
El joven matrimonio, que este jueves estaba en la frontera de Guatemala y México, detalló sus planes, sus sueños y sus miedos en una entrevista con Efe apenas dos días antes de salir de Cuba, un testimonio que refleja la situación migratoria que sufre el país.
La vida “normal” que buscan, dice Ángel, “es que no sea un problema tener comida, una casa propia e independencia con nuestros propios ingresos de nuestro trabajo”. “Y eso en Cuba es muy difícil”, añade.
Ambos se han sumado a las decenas de miles de cubanos que aprovechan la decisión tomada por Nicaragua en noviembre pasado de no solicitar visado a los cubanos para iniciar una travesía cuyo destino final es llegar a Estados Unidos y “comenzar de cero”.
Aún cuando es una travesía complicada, ya que exponen demasiado su vida a merced de los “coyotes” —como se conoce a los traficantes de migrantes de la región—, sin contar el alto costo económico o la posibilidad de ser deportados, Arlyn y Ángel salieron este fin de semana de Cuba “sin mirar atrás”.
Entre octubre y abril cerca de 115 000 cubanos han llegado por la vía centroamericana de Arlyn y Ángel a la frontera estadounidense, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP). En la mayor oleada migratoria de la historia reciente cubana 125 000 personas marcharon por el “puente marítimo del Mariel” en 1980.
El miedo “no nos para”
“Tenemos miedo, lo hemos vendido todo, nos pueden deportar y hay historias de gente incluso que han matado, por ello lo mejor es no pensar mucho en eso”, comenta Arlyn, quien a sus 30 años es graduada de Contabilidad y trabajaba como cajera en una cafetería privada en La Habana Vieja.
Su novio, de 27 años y operario de una fábrica de cigarros, nunca pensó en la idea de irse, pero “un cúmulo de cosas” les llevó a tomar la decisión. “Nos ingresaron a los dos por la COVID-19 y empezó a escasear la comida”, cuenta.
“Tenemos planes de tener hijos. Entonces pensamos, ¿cómo vamos a alimentar a nuestros hijos sin ese estrés de dónde conseguir la comida sin estar en el invento?”, señala.
Ángel subraya su determinación frente a la falta de “esperanza” en Cuba. Recalca que han contraído una deuda de miles de dólares con los familiares en Estados Unidos y es consciente de “la incertidumbre de no saber si llegamos”. “Pero no nos para nadie”, agrega.
La ruta
Ángel y Arlyn optaron por la vía “Nicaragua”. La ruta centroamericana, con todos los riesgos que conlleva, es la vía más usada en los últimos años por los cubanos que parten hacia Estados Unidos, porque el mar es mucho más peligroso.
Pedir una visa de migrante para Estados Unidos es muy difícil, costoso e incierto. La embajada de EEUU redujo al mínimo sus servicios consulares en La Habana en 2017 y sólo este año comenzó a incrementarlos de forma gradual. La mayoría se tramitan en terceros países.
Al matrimonio le va a costar en total 23 000 dólares el viaje, incluyendo boletos de avión, alojamientos, transporte y, por supuesto, el pago a una “coyote” recomendada por un amigo y un primo, que les precedieron por esa ruta y que ya están en territorio estadounidense.
El camino, según dicen que les han contado, comienza cuando llegan al aeropuerto de Managua procedentes de La Habana. Allí les están esperando y les reconocen gracias a fotos de cómo van vestidos y del pasaje.
“Nos recogen y llevan para un hostal para salir al otro día en taxi hasta la frontera con Honduras. La cruzamos caminando y buscamos el salvoconducto. Y seguidamente, sin dormir ni nada, seguimos rumbo a Guatemala”, narra Arlyn.
En ese país “la cosa se complica” porque “no te dan ningún papel para tener seguridad”, prosigue.
“Dicen que es donde peor se pasa, porque en una guagua (autobús) tenemos que ir acostados en el piso para cuando vaya por la carretera no los pare la policía o la gente de Migración”, explica la joven, que cuenta que “son como doce horas acostados en el piso sin moverse, ni parar ni para hacer las necesidades”.
La ruta migratoria centroamericana: testimonio de una migrante cubana (I)
Ya en la frontera, cruzan en “una balsita” un río hasta la ciudad mexicana de Tapachula, “donde esperamos la visa humanitaria que la dan bastante rápido: en dos o tres días”, detalla Arlyn.
Con ese documento, continúa la joven, “puedes subir por todo México porque estás legal allí”, así que lo que resta es cruzar el país y “entregarte en la frontera” con Estados Unidos.
La “coyote” que usarán ellos cobra 5500 dólares por persona, pero aparte deben tener cerca de 1200 más en efectivo que van pagando a lo largo del trayecto.
Empezar de cero… en Miami
Ángel cuenta que ni él ni su esposa “le tienen miedo al trabajo”. En Estados Unidos, en Miami específicamente, donde viven sus familiares, van “a trabajar en lo que sea, mientras sea digno”.
Ella dice que “lo primero es pagar la deuda, luego instalarse, trabajar, independizarse y formar una familia”.
“Nuestro sueño es tener nuestro lugar, nuestra casita, y hemos tenido que hacer todo esto porque en Cuba es complicada la convivencia, casi ninguna pareja puede vivir sola y eso siempre trae problemas”, describe Arlyn aludiendo a la escasez crónica de vivienda en la isla.
El aumento de la migración cubana está determinado, en primer lugar, por la grave crisis económica que atraviesa el país, fruto de la combinación de la pandemia, el aumento de las sanciones de Estados Unidos y los errores en la gestión macroeconómica. También hay quien se marcha por la represión política.
El Gobierno cubano acusa además a Estados Unidos de fomentar la migración irregular al facilitar la residencia para sus nacionales con la Ley de Ajuste Cubano y al no cumplir con “su obligación legal de otorgar no menos de 20 000 visas anuales”, según un acuerdo bilateral.
¿Duele dejar Cuba?
“Sí”, responden al unísono los dos jóvenes. Para ella, “no es solo dejar Cuba: es la familia, el barrio, mi país”. Pero no ven alternativa. Si no, señala, “nunca lograremos nuestro sueño”.
“Con el dolor de su alma y lágrimas en los ojos, nuestros amigos y familiares cercanos nos han dicho: ‘¡Avancen!’. Y lo hacen conscientes de la situación que hay, porque han vivido etapas como esta o peores y saben las carencias”, asegura Ángel.
Arlyn lo tiene claro: “Hay que luchar por los sueños y desgraciadamente esto no va a cambiar, no hay esperanza ninguna. Hay que arriesgarse”.
Efe/ Laura Bécquer.