[Vea aquí la primera parte de este artículo]
Lo ocurrido en la campaña electoral presidencial norteamericana entre el domingo 15 y el martes 17 de marzo de este año, confirmó algunas apreciaciones que se hicieron en la primera entrega de este trabajo. Primero, el tema de Cuba apareció nuevamente en el debate del domingo entre Joe Biden y Bernie Sanders. Y apareció en términos que recordaron los tiempos de la Guerra Fría.
La pregunta que le hizo a ambos contendientes la conductora colombiano-americana, Ilia Calderón, del canal Univisión fue típica de lo que se pudiera oír en Estados Unidos en tiempos macartistas. No tenía nada que ver con la campaña ni con la posición de ambos en un tema de política exterior. Era una pregunta típica de lo que Estados Unidos se llama “red baiting” (que pudiera traducirse como “sensacionalismo anti-comunista”). No se perseguía una respuesta racional de los candidatos, sino una apelación emocional agitadora a determinado tipo de electores: preferentemente cubano-americanos de extrema derecha.
El senador Sanders respondió tal y cómo lo había hecho hace unas semanas, con un análisis de la realidad desde la perspectiva de un liberal norteamericano que se opone a los sistemas socialistas existentes en el mundo, pero también a los regímenes dictatoriales de derecha (calificando a ambos tipos de gobiernos como autoritarios), y que cree que Estados Unidos debe ser coherente y respetar el derecho internacional, manteniendo relaciones y aprovechándose de los buenos ejemplos que hay en todos los países, sin importar la ideología. O sea, se negó a hacer una declaración de “agitación anticomunista”.
El vicepresidente Biden, por el contrario, respondió con el tipo de frases estereotipadas, típicas de la Guerra Fría que, por supuesto, estaban diseñadas para ganar el mayor número de votos posibles en las primarias que se avecinaban y tuvieron lugar el martes. Poco importó que su propia esposa, Jill Biden, hubiera visitado Cuba en el 2016 y ponderado ciertos aspectos de la realidad cubana que vio con sus propios ojos, en términos muy similares a los que hizo el senador Sanders, argumentando que esa era la razón por la cual la política del presidente Barack Obama de normalizar las relaciones y avanzar en la cooperación era una buena idea.
Las primarias del martes 17 prácticamente aseguraron que Joe Biden será, con mucha probabilidad el candidato del partido demócrata para enfrentarse al presidente Donald Trump. Realmente, el voto cubano-americano no fue relevante en esta victoria por muchas razones que harían muy largo este texto.
La pregunta que inevitablemente habría que hacerse es ¿cómo Biden pretende enfocar el tema de Cuba en la siguiente etapa del proceso electoral presidencial, cuando se enfrente a Donald Trump?
¿Podrá repetir su performance del domingo por la noche frente a un contrincante que le gana en utilizar cualquier tipo de argumento, no importa cuán mendaz, para justificar su política agresiva contra “la dictadura” cubana? ¿Hará nuevamente concesiones para ganar el voto que le asegure el triunfo en la Florida?
Si lo hace así, ¿no estará hipotecando las posibilidades de volver al proceso de normalización como afirmó haría en respuestas a un cuestionario que le hizo la revista especializada Americas Quarterly?
En esta segunda entrega de este trabajo que abarca los años y campañas entre 1980 y 2000, se abordan algunas claves que pueden ayudar a desentrañar estas cuestiones.
[Vea aquí la primera parte de este artículo]
Cuando se observa la relación entre la nación cubana, su emigración en Estados Unidos y las campañas electorales presidenciales en ese país después del triunfo de la Revolución en 1959, se puede comprobar que las mismas han transitado por distintas etapas. La primera entrega de este trabajo enfocó el período inicial que transcurrió entre los comicios de 1960 y los de 1980.
En ese período, la emigración cubana se comportó como instrumento de un curso de acción ya establecido en Washington que no consideró necesario tenerla en cuenta para otra cosa que no fuera como ejecutores de la política ya elaborada y establecida, la que tenía por objetivo el “cambio de régimen” por medios coercitivos y a través de varios carriles: económico, diplomático, político, y paramilitar o terrorista.
En el diseño que siguieron las distintas administraciones en la época, estaba previsto que la emigración original suministrara los recursos humanos de los dos últimos carriles. Sin embargo, el tercer carril resultó rápidamente inoperante al no poderse lograr su objetivo, el establecimiento dentro del territorio cubano de una oposición al gobierno revolucionario. Sin embargo, muchos cubanos que abandonaron el país hacia Estados Unidos en aquellos años quedaron encuadrados en aparatos dedicados a las operaciones encubiertas de los servicios especiales de Estados Unidos. Esto le dio acceso a los aparatos militares y paramilitares de Estados Unidos, participando en la Guerra de Vietnam o en acciones encubiertas en África y América Latina y el Caribe.
Es importante tener en cuenta que, a partir de los años 60, a la política del gobierno de Estados Unidos hacia Cuba se le incorporó un concepto relacionado con la estrategia de seguridad nacional típica de la Guerra Fría, el de la contención del ejemplo cubano. Este tomó casi siempre el nombre de “evitar nuevas Cubas”, lo que se aplicó, por ejemplo, en República Dominicana en 1965 y después en Bolivia en 1967, resultando en este último caso en el asesinato de Ernesto Che Guevara. Se desplegó totalmente en la década de 1970 contra las revoluciones nicaragüense y granadina. Operativos cubano-americanos participaron en muchas de estas acciones que adoptaron formas encubiertas, lo que añadió un valor extra a esta emigración que hasta se vio involucrada en acciones domésticas ilegales como el tristemente célebre caso del Watergate.
Esto facilitó la transformación que se produjo en la relación entre estos cubano-americanos y el aparato de poder norteamericano en las décadas subsiguientes a partir de 1980, en que fructificó el lento pero seguro progreso de inserción de la emigración en el sistema político norteamericano. Esta segunda parte que cubre los años y campañas electorales presidenciales entre 1980 y 2008, examinará esa nueva interrelación.
En este período tiene mucha importancia lo sucedido con el presidente Bill Clinton y sus dos campañas electorales, en 1992 y 1996, y en la campaña del 2000, que precisamente conllevó un reconteo de votos en la Florida que le dio la victoria en el Colegio Electoral a George W. Bush, por sobre el demócrata Al Gore, después de un largo proceso de demandas que llegó a hasta la Corte Suprema. En todas esas campañas fue significativo el papel jugado por el llamado “lobby cubano” conformado por activistas y políticos que habían alcanzado posiciones de poder en Florida, pero también en Nueva Jersey.
1980-2008: la extrema derecha radical de la emigración, las campañas presidenciales y la política hacia Cuba
Entre 1980 y 2008 la política de Estados Unidos hacia Cuba continuó siendo la misma que fue originalmente diseñada en 1960 y modificada en la segunda mitad de esa década, verbigracia “cambio de régimen con perjuicio” más “contención de Cuba”, pero estuvo influida en parte y de manera negativa por el surgimiento y activismo en la política norteamericana y particularmente en las campañas presidenciales de lo que pudiéramos llamar el núcleo duro de la emigración cubana que en términos políticos e ideológicos tiene un perfil similar al de una “extrema derecha radical”, aunque paradójicamente, es de tendencia centrista ante cuestiones económicas. El período lo inauguró la elección de Ronald Reagan en 1980.
Como ha señalado recientemente Jesús Arboleya,
“La creación de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), durante el gobierno de Ronald Reagan, cambió la ‘naturaleza’ de la contrarrevolución cubana. De meros ‘instrumentos’ de la política norteamericana hacia Cuba, pasaron a formar parte de su elaboración y de los mecanismos encargados de influir en las decisiones gubernamentales para implementarla. La puesta en marcha de Radio y TV Martí, así como la aprobación de las leyes Torricelli y Helms-Burton, durante los gobiernos de George H.W. Bush y Bill Clinton, respectivamente, fueron los éxitos más significativos de esta corriente.”
Esa emigración originaria resultante de las transformaciones provocadas por la Revolución Cubana comenzó a auto designarse como “el exilio histórico” con el evidente propósito de marcar sus diferencias con las más recientes grupos de emigrantes salidos de Cuba, especialmente los que llegaron a Estados Unidos por el proceso del Mariel, a quienes se les bautizó con el título, a veces peyorativo, de “marielitos”. Era, además, una estrategia destinada a ganar la hegemonía política en el estado de la Florida.
Aunque un texto como éste no puede extenderse mucho en un asunto que ha sido exhaustivamente estudiado por muchos especialistas como los ya mencionados en la primera parte y por otros como por ejemplo Jorge Duany, actual Director del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida, se puede afirmar que con una mezcla de elementos de poder real y una bien diseñada campaña de relaciones públicas se fomentó la imagen de una todopoderosa comunidad nacional monolítica capaz de influir decisivamente en la política en la Florida y Nueva Jersey. Esta extrema derecha radical cubano-americana también intentó alcanzar la hegemonía en el mundo académico, creando el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano Americanos de la Universidad de Miami.
Se reiteró a menudo la narrativa fundamentalista en el sentido de que, sobre todo en la Florida, por su condición de Estado pendular, nadie podía ganar unos comicios sin el apoyo de este grupo de electores que en su mayoría eran republicanos y exigían una política “dura” y sin concesiones hacia Cuba. En realidad, estas posiciones coincidían y eran validadas por la propia política de Estados Unidos hacia Cuba tal y como se había diseñado durante las administraciones Eisenhower y Kennedy.
No se puede negar que esta primera oleada de inmigrantes cubanos, a partir de sus propias fortalezas (orígenes de clase, nivel cultural, red de contactos en los centros de poder norteamericano y apoyo de las autoridades federales y estaduales, entre otros), lograron insertarse en el sistema político estadounidense y obtener una significativa cuota de poder en la Florida, que se estaba transformando en un estado clave para las elecciones presidenciales. También logró alguna cuota, aunque mucho menor, en Nueva Jersey. Susan Eckstein, con su obra The Immigrant Divide: How Cuban Americans Changed the U.S. and Their Homeland, ha hecho un excelente estudio sobre este proceso.
Dicho esto, hay que añadir también que ese “exilio histórico” era funcional a la política de Estados Unidos hacia Cuba. Pero, sobre todo, fue funcional al Partido Republicano en cada una de las campañas electorales presidenciales que le siguieron. Un lugar especial lo tuvo la del 2000 y el tristemente célebre conteo de votos en la Florida. Si lo comparamos con otros grupos étnicos, sólo los judíos y su lobby pro israelí han sido más exitosos en insertarse en los corredores del poder, como ha demostrado Canberk Koçak en su ensayo “Interest Groups and U.S. Foreign Policy towards Cuba: the Restoration of Capitalism in Cuba and the Changing Interest Group Politics.”
Pero el caso del lobby israelí es muy distinto por la envergadura de su presencia en todos los ámbitos de la sociedad estadounidense (incluso en la cultura y en la industria del entretenimiento), su extensión por varios estados clave y su poderío financiero infinitamente superior al cubano-americano. Además, es un grupo de cabildeo que ha trabajado con los dos partidos, republicanos y demócratas.
Una de las interesantes paradojas en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos sucedió precisamente cuando la llamada Guerra Fría tocó a su fin en una serie de acontecimientos que tuvieron lugar fundamentalmente en Europa entre 1989 y 1991. Por un lado, determinadas circunstancias provocaron que desaparecieran tres condiciones que Estados Unidos había insistido que Cuba debía cumplir antes de iniciar un proceso de normalización: abandono de la alianza con la Unión Soviética, retirada de las tropas cubanas de Angola y cese del apoyo a los procesos revolucionarios centroamericanos.
Todo esto sucedió entre 1989 y 1991, pero por otras razones: la Unión Soviética desapareció; Cuba retiró sus tropas de Angola después de un acuerdo de paz por el cuál se obtuvieron los objetivos que el liderazgo cubano se había propuesto; y los conflictos centroamericanos concluyeron con una serie de acuerdos diplomáticos, a los que Cuba dio su aporte.
Por el otro lado, la influencia del “lobby cubano” llegó a su pináculo.
Mientras que la Isla enfrentaba uno de los momentos más críticos de su historia reciente a causa de la disolución de la Unión Soviética y de la desaparición del campo socialista que era su principal sostén económico, político y militar, el lobby de derecha cubano-americano, la FNCA, alcanzó el apogeo de su influencia política en Washington. Puede decirse que esas circunstancias crearon en sus rangos una euforia triunfalista que poco a poco comenzó a desaparecer debido a la resiliencia del gobierno cubano.
El largo período de tres mandatos presidenciales en que la Casa Blanca había estado en manos republicanas, entre 1980 y 1992, le sirvieron a esta emigración para ganar terreno e influencia apoyados desde la Casa Blanca y del Capitolio. No cabe duda de que en este período se solidificó la imagen que “la mafia de Miami” controlaba la política norteamericana hacia Cuba. Paradójicamente la propaganda oficial cubana durante la “Batalla de Ideas” y especialmente cuando se realizó la campaña para lograr el regreso de Elián González a su país alimentó esta leyenda que convenía a los intereses de ese “exilio histórico”.
A este período de doce años de hegemonía republicana (1980-1992) siguió un período de ocho (1992-2000) bajo un presidente demócrata, Bill Clinton, quien ganó dos campañas electorales (1992 y 1996), y otro similar (2000-2008) presidido por otro republicano, George W. Bush, quien también ganó el Colegio Electoral dos veces en comicios presidenciales (2000 y 2004). Sin embargo, los republicanos sólo ganaron el voto popular en una (2004), que, además ocurrió en circunstancias excepcionales, apenas tres años después de los atentados del 11 de septiembre del 2001 y en medio de la euforia de lo que entonces parecía una guerra victoriosa contra Sadam Hussein en Irak.
En este 2020, el retorno de los demócratas a la Casa Blanca después de cuatro años de lo que muchos consideran un período desastroso para la política exterior norteamericana debido a los desvaríos del presidente Donald Trump, podría conducir a la rectificación en la política hacia Cuba y el regreso proceso de normalización inaugurado en diciembre del 2014, en la medida en que la situación tiene algunos paralelos con la campaña electoral del 2008.
Para ello sería útil examinar las lecciones que se derivan de las campañas de Bill Clinton y Barack Obama, los dos últimos presidentes exitosos de ese partido, quienes además han sido los dos presidentes bajo cuyos mandatos se produjeron más avances en las relaciones bilaterales entre ambos países para beneficio no sólo de los cubanos que vivimos en Cuba, sino también de los cubanos-americanos que llegaron a Estados Unidos después de los acuerdos migratorios de 1994-1995.
Aunque durante los dos períodos de Clinton los progresos no fueron tan nítidos ni significativos como con los de Obama, vale recordar que en ellos se alcanzaron dos importantes compromisos en materia de seguridad: el referido a la lucha contra el narcotráfico y los acuerdos migratorios de 1994-1995.
Si el período de Clinton no produjo más resultados, no se debió a que no hubiera condiciones para ello, sino a ciertos errores políticos que cometió su administración en el manejo de las relaciones con Cuba. Esos errores debieron haber sido perfectamente predecibles si el presidente hubiera seguido sus propios instintos.
Sin embargo, cometió un error que más tarde lamentaría: permitió que el lobby del “exilio histórico” ejerciera una influencia excesiva e innecesaria en su política hacia Cuba, al pactar con el mismo, lo que le benefició financieramente en su campaña electoral de 1992 pero no le aportó los votos que esperaba para ganarle a George W.H. Bush la Florida.
En el 2009, el historiador Taylor Branch publicó un libro basado en 8 años de conversaciones privadas que sostuvo con su amigo, el presidente Clinton, en la Casa Blanca entre 1992 y 2000. En uno de los pasajes de esa obra, titulada The Clinton Tapes: Wrestling History with the President, Branch cita al presidente diciendo:
“Cualquiera con media neurona podía ver que el embargo (bloqueo) era contraproducente. Iba en contra de políticas más acertadas de compromiso que habíamos seguido con otros países comunistas, incluso en el apogeo de la Guerra Fría.”
Añadió que desde 1980 “los republicanos habían cosechado el voto de los exiliados gruñéndole a Castro, pero nadie se molestó en pensar en las consecuencias”. Por cierto, en esas conversaciones también se quejó de las presiones que le hacía Bob Menéndez, también de origen cubano-americano, por aquellos años Representante a la Cámara por el estado de Nueva Jersey.
Esa apreciación de Clinton estaba avalada por su propia experiencia en contactos sostenidos durante la campaña electoral presidencial de 1992. En abril de ese año, cuando trataba infructuosamente de arrebatarle el estado de la Florida a su contrincante George W.H. Bush (el padre) se fue a Miami, se entrevistó con Jorge Más Canosa, el entonces presidente de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), y asistió a una cena con un grupo de millonarios de origen cubano. A cambio de su apoyo financiero y de una dudosa promesa de equidistancia oficial de la FNCA durante las elecciones, el futuro presidente demócrata apoyó públicamente el proyecto de ley que el lobby cubano-americano estaba promoviendo en el Congreso y que después se convirtió en la Ley Torricelli que, por cierto, tomó su nombre de un político demócrata de Nueva Jersey que llegó a ser Senador, Robert Torricelli. Torricelli eventualmente fue reemplazado en el Senado por el cubano americano Bob Menéndez.
Este proceso está muy bien descrito no sólo en las obras de Kornbluh y Leogrande y de Kami, sino en la masiva historia (760 páginas) de las relaciones entre Estados Unidos y la Revolución Cubana del laureado historiador norteamericano Lars Schoultz, Profesor de la Universidad de Carolina del Norte, titulada That Infernal Little Cuban Republic: The United States and the Cuban Revolution.
Tal como el propio Clinton alertaba en privado, ante su apoyo al proyecto de Ley Torricelli, que codificaba el bloqueo (embargo), el presidente Bush (padre) dio un viraje de 180 grados de su posición inicial, que era la de vetar esa Ley, y decidió apoyarla a pesar de la opinión contraria del Departamento de Estado, que argumentó que violaba un claro precepto constitucional, la facultad ejecutiva del presidente de conducir la política exterior de Estados Unidos sin interferencia del Congreso, y que incluía un propósito obviamente extraterritorial que sería rechazado hasta por los aliados de Estados Unidos. De hecho, fue precisamente ese año que el gobierno cubano logró que la Asamblea General de la ONU condenara por primera vez el bloqueo, lo declarara ilegal y reclamara su levantamiento.
El presidente Clinton quedó entrampado en la maraña del lobby cubano-americano, el cual amarró sus manos en toda una serie de temas en los cuales pretendía modificar la política hacia Cuba. A cambio no ganó Florida, aunque sí derrotó a Bush con su famosa consigna de “Es la economía, estúpido”. Vio cómo sus nuevos amigos de Miami le bloqueaban la designación de su primer candidato a Secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio, el abogado negro cubano-americano, Mario Baeza.
Posteriormente, enfrentó la oposición de Más Canosa a la firma de los acuerdos migratorios de 1994-1995 con Cuba, que estaba en interés de la seguridad nacional de Estados Unidos. Las acciones de extremistas cubano-americanos crearon las condiciones para el trágico incidente del derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, que no sólo lo indujeron a firmar la Ley Helms-Burton, que en el fondo no quería firmar, sino que sabotearon las negociaciones secretas que llevaba a cabo con Fidel Castro a través de Gabriel García Márquez y Bill Richardson. Esto último sucedió también en un año de elecciones presidenciales, 1996.
Finalmente, Clinton se tuvo que enfrentar al lobby cubano-americano en el caso del niño Elián González que dominó las relaciones bilaterales entre fines de 1999 y junio del 2000, otro año de elecciones presidenciales, elecciones que concluyeron en el famoso recuento de los votos en Florida que, según muchos observadores fue un fraude. De nada le sirvió al candidato demócrata aquel año, Albert Gore, haber servido como vicepresidente bajo Bill Clinton, a quién se le deben indirecta y directamente las Leyes Torricelli y Helms-Burton. A la hora clave, el lobby cubano americano se decantó por el candidato republicano, George W. Bush. El candidato demócrata en las elecciones presidenciales del 2004, el Senador John Kerry, no corrió mejor suerte.
Según estudios que se han hecho por investigaciones a boca de urna, en esas dos elecciones (2000 y 2004) Bush obtuvo 75 y 78 por ciento respectivamente. Puede afirmarse que en esos años el voto cubano americano por el candidato republicano alcanzó sus cotas más altas. Por supuesto, por tratarse del sistema político norteamericano, en el cual el financiamiento de campañas es a veces más importante que las reales simpatías por uno u otro candidato, el voto es sólo uno de los aspectos a analizar.
Sin embargo, y vale recordar este dato, la política de George W. Bush hacia Cuba priorizó los intereses y las vanas ilusiones de “cambio de régimen” del “exilio histórico”, creando la Comisión para la Ayuda a una Cuba Libre y el cargo de Coordinador para la Transición Cubana dentro del Departamento de Estado. El fracaso de esa política quedó evidente en el 2006, cuando la transferencia de poder entre Fidel Castro y Raúl Castro en Cuba se produjo sin sobresaltos, como auguraban esos sectores, cuya acción fue extremadamente perjudicial para otros grupos de emigrados cubanos, propiciando las prohibiciones de viajes y las limitaciones a las remesas.
[Vea aquí la primera parte de este artículo]
Y… eso es todo? Espero que haya una parte en que se analice La Nación y la Emigración, y particularmente el accionar del gobierno de nuestro país.
La pandemia actual a provocado que todo lo otro dejé de ser importante. Si se celebra otro debate entre demócratas, nadie recordará a Cuba. Lo mismo en la debates de después. Incluso, el presidente que coja/siga en el cargo en el próximo enero no tendrá tiempo para Cuba.
El autor, que es una persona con estudios superiores y buen estudioso y conocedor a fondo de las relaciones Cuba-EE>UU, habla “de la extrema derecha cubana” y se explaya con informacion veraz, pero en que posicion del espectro politico queda Cuba? Es que acaso al gobierno y PCC deCuba se le puede definir como de extrema izquierda? Me gustaria que el dipomatico y academico Alzugaray me respondiera la pregunta
Alzugaray no respondio porque no puede negar que el gobierno Cuba no es de “extrema izquierda”. Ni siquiera de la izquierda democratica, tolerante y con alternancia politica.