En 1979, miles de cubanos en los Estados Unidos empezaron a hacer lo previamente impensable: regresar a casa. A lo largo de ese año, cerca de 100 000 visitantes temporales desembarcaron en Cuba desde diversos puntos del Norte, incluyendo, por supuesto, Miami. La inmensa mayoría no había renunciado a las razones por las que se había marchado de Cuba en años anteriores. Sin embargo, cuando se hizo posible visitar la isla en el contexto de una mejoría de relaciones bilaterales, el llamado de la familia muchas veces se impuso sobre las divisiones ideológicas.
El gobierno cubano, por su parte, probablemente nunca hubiera admitido tantos viajeros de la diáspora sin que los esperados beneficios sopesaran las razones previas por las que sus salidas fueron consideradas “definitivas”. Ese giro de los acontecimientos rompió no solo con lo que había sido una política general de prohibir el regreso de cualquier cubano que se asentara en los Estados Unidos (salvo raras y contadas excepciones); también entró en contradicción con una arraigada serie de representaciones discursivas que igualaban a cualquier emigrante con un vendepatria, un no-cubano, elementos que hicieron su aporte para que la emigración después de 1959 fuese en realidad, un exilio.
Por esos motivos, cuando se anunció la posibilidad de que los exiliados podían regresar y tantos aprovecharon la oportunidad, los resultados estaban destinados a levantar ampollas en ambas orillas. Sin embargo, poco se publicó en la prensa de Miami sobre qué significó la experiencia para los miles de viajeros que sí fueron o los familiares que los recibieron. La prensa de la Isla se quedó aún más muda.
Desde aquel entonces, no se ha abordado con suficiente profundidad este episodio de la historia contemporánea cubana. Reconstruirlo es una tarea pendiente, no solo para llenar un bache en la memoria histórica, sino también para enfrentar con honestidad las posibilidades de una reconciliación presente entre cubanos dentro y fuera del archipiélago. Desde Cuba, se suele afirmar que la apuesta por mejorar la relación con la emigración ha sido “continua e irreversible”, desde que el proceso de “Diálogo” en 1978 dio lugar a las visitas de 1979. Pero en sus inicios, la reconstrucción de esa relación estuvo plagada de tensiones y malentendidos. En esas problemáticas, encontramos las claves de muchos problemas todavía irresueltos.
***
¿Cómo y porqué surgen las llamadas “visitas de la comunidad”? No hay espacio aquí para abordar todos los antecedentes relevantes. Como han escrito otros en OnCuba, los orígenes de los sucesos de 1979 se ubican en los progresivos avances hacia una normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos en los años 70, así como el esfuerzo de ciertos sectores minoritarios del exilio por explorar posibles acercamientos con contrapartes de la isla, aprovechando el clima anterior. La célebre (aunque controvertida) visita en 1977 de la Brigada Antonio Maceo, compuesta por 55 jóvenes exiliados de izquierda, señaló no la única, pero sí la más pública apertura hacia el regreso de aquellos dispuestos, al menos, a cuestionar ciertos dogmas anticomunistas. Luego, el más ideológicamente ecuménico proceso de “Diálogo” en 1978, entre líderes del gobierno cubano y 140 “representantes” de la recién rebautizada “comunidad cubana en el exterior”, logró que se firmara un acuerdo que autorizaba a la inmensa mayoría de los emigrados a regresar a partir de enero de 1979.
Pero incluso antes de esas fechas, algunos precoces miembros del exilio habían puesto el asunto sobre la mesa mediante la solicitud de permisos excepcionales para visitar a sus familias.1 Más importante aún, la “reunificación familiar” había sido tema prioritario en negociaciones secretas entre La Habana y Washington desde al menos 1977. De manera que el Diálogo en realidad parece haber servido para refrendar o impulsar públicamente lo que el gobierno cubano ya había acordado detrás del telón. En julio de 1978, por ejemplo, dos meses antes de que se convocara el Diálogo, representantes del gobierno cubano les comunicaron a sus contrapartes estadounidenses que pronto permitirían a los exiliados visitar la isla.2
Sea como fuere, la respuesta a las primeras convocatorias para visitar la Isla a comienzos de 1979 fue instantánea. Para mediados de enero, el gobierno cubano ya había establecido un mecanismo permanente para facilitar las visitas en forma general.3 Independientemente incorporada en Panamá, la empresa Havanatur estaría encargada de organizar los viajes, en un primer momento por terceros países como Jamaica y México, y luego en vuelos directos chárter, procedentes de ciudades en los Estados Unidos. Mientras tanto, pequeñas agencias subcontratadas, como la 747 Travel Agency en Miami, Marazul en New Jersey y Viajes Varadero en Puerto Rico — muchas, liderados por participantes en el Diálogo, el año anterior— comenzaron a competir por clientes.4 Al mismo tiempo, los exiliados que pretendían viajar empezaron a realizar gestiones urgentes para conseguir los “permisos de reentrada” que algunos necesitarían para regresar a Estados Unidos, en su condición de residentes permanentes.5
Los que pretendían viajar también tuvieron que lidiar con un procedimiento improvisado para entrar en su tierra de nacimiento. La Constitución cubana vigente desde 1976 establecía que cualquier cubano que se hiciera ciudadano de otro país perdería la ciudadanía cubana. No obstante, todos los viajeros nacidos en Cuba, independientemente de su estatus migratorio en EEUU, tenían que entrar a Cuba con un pasaporte cubano vigente (cosa que ninguno tenía) y un permiso de entrada especial.6 Bajo la administración de Jimmy Carter, se había abierto en Washington la Sección de Intereses del gobierno cubano, con un consulado que podría atender esas solicitudes de manera directa. No obstante, fueron las agencias de viajes las que se encargaron de agilizar los trámites, y varios viajeros recuerdan que en los primeros meses, oficiales de la Aduana cubana se reunían con ellos en sus hoteles, cuando hacían escala en Jamaica o México, y les entregaban allí su documentación.7
Por supuesto, no todos estaban de acuerdo con la idea de ir a Cuba. “No iré a Cuba mientras Fidel Castro siga allí”, dijo el residente de Hialeah Ernesto Hernández, de 18 años, en entrevista con El Miami Herald. Su lógica (que “el régimen cubano viola los derechos humanos”) era típica de una mayoría en la comunidad, que asociaba viajar a la Isla con apoyar al comunismo, para no mencionar a una minoría que se oponía a dichos viajes con violencia, poniendo bombas en algunas de las agencias. Sin embargo, por cada una de esas voces había otras como la de José Raúl Rodríguez, también de 18 años, quien simplemente quería “ver otra vez el lugar donde vivimos”. Otros estaban desesperados por ver a algún pariente enfermo.8
Algunos activistas anticomunistas veían las visitas como algo positivo, que podría servir a sus esfuerzos. Según el entonces joven comentarista Carlos Alberto Montaner, en junio de 1979, “los exiliados que regresan están contribuyendo a la patriótica labor de desintoxicar a sus conciudadanos, ofreciéndoles otra versión de los hechos, otra interpretación de la realidad internacional”. 9
Pero incluso para aquellos convencidos de que debían regresar, la sinuosidad del proceso dejó un mal sabor. Para empezar, todas las visitas se estructuraban como paquetes turísticos con términos preestablecidos. Costaban como mínimo 740 dólares para ocho días, y 1000 o más si la ruta no comenzaba en Miami, sino en ciudades como Nueva York. El paquete incluía la estancia en un hotel, normalmente en una ciudad principal, aun si la intención del viajero era hospedarse con familiares en un pueblo de provincia. Por lo tanto, varios viajeros recuerdan haber visitado el hotel solamente para comer, ya que tenían algunas comidas incluidas, o para invitar a sus familiares a degustar de un abundante bufet.10 Procedimientos como este y los altos costos levantaron sospechas de que lo que el gobierno cubano realmente perseguía no era dar un paso hacia la reconciliación — o al menos una señal de buena voluntad, en el contexto de la todavía frágil normalización con Estados Unidos— sino buscar una entrada de divisas.11
Así y todo, la controversia más grande en ambos lados del estrecho de la Florida tenía que ver con los bienes materiales que los viajeros portaban en grandes bultos. Aterrizando en La Habana y otros puntos de la Isla, en tan solo los primeros tres meses del año, 22 000 exiliados habían llegado a Cuba cargados de regalos de todo tipo: ropa, comida, productos de aseo personal y hasta equipos electrodomésticos.12 Empezaron a circular chistes sobre mujeres que escondían paquetes de café en sus ajustadores, y hombres que se ponían cuatro o hasta cinco capas de ropa, sudando para dejar más espacio en sus maletas. Risas aparte, pudiera decirse que la caridad de algunos viajeros se caracterizó por su exceso. Por un lado, querían demostrar su devoción a sus seres queridos. Por el otro, sentían la necesidad de demostrar que habían tenido éxito en el Norte.13
Pese a muchas críticas en Miami, de que ese flujo de bienes representaba otra manera de “lucrarse” con el exilio, la respuesta del gobierno cubano sugiere que las autoridades se quedaron preocupadas por la intensidad de la avalancha.14 En febrero de 1979, Fidel Castro se siente impelido a dar un discurso a puertas cerradas a las filas de Partido Comunista, para responder a algunas señales de malestar entre su membresía por el regreso de los “gusanos”, convertidos en “mariposas”.15 El primero de mayo, las autoridades actualizaron la Ley de Aduanas del país, no solo para establecer limitaciones más estrictas sobre lo que se podía importar a la Isla “sin fines comerciales”, sino también para estipular que las maletas de los viajeros no podían pesar más de 44 libras.16
Es tentador concluir que el flujo de regalos fue visto por algunos como una amenaza, en tanto rompía con un retrato de “los apátridas” como seres sujetos a las leyes crueles del capitalismo. Dicho de otro modo, ponía en duda la imagen de un socialismo “próspero y sustentable”, que se había ido construyendo en el contexto de la institucionalización socialista (y la incorporación de Cuba al CAME) a lo largo de los años 70.
Esa explicación, sin bien tiene algo de verdad, también resulta inadecuada. Parece que la meta de la nueva ley no fue necesariamente cortar las importaciones, sino canalizar esas compras por otras vías. Muchos de los que viajaron recuerdan que las tiendas de los hoteles empezaron a llenarse de productos importados, que los viajeros podían comprar para sus familiares. Igualmente, se les facilitó el acceso a las “diplotiendas”.
El gobierno, preocupado o no por las implicaciones de los flujos materiales que acompañaban a los visitantes, se aseguró de que no se quedaría excluido de las ganancias (que, en teoría, aportaban a los programas sociales universales del Estado). En venta, según recuerda Mary Lynn Conejo, había productos tan diversos como tocadiscos de Corea del Sur, cocteles de fruta enlatada marca Libby’s, y hasta ropa producida por subsidiarias de empresas norteamericanas como la marca de jeans (o pitusas, como se les conocía en Cuba) Gloria Vanderbilt, importada desde Panamá. En 1975, los Estados Unidos habían eliminado restricciones previas que prohibían el comercio entre Cuba y subsidiarias de empresas estadounidenses en otros países. Esa prohibición sería reactivada en 1992.
***
Hasta aquí, hemos ofrecido un recuento de los aspectos más bien procedimentales de la historia de las visitas de 1979. ¿Qué conclusiones podemos sacar de esta parte de los hechos? ¿Hay algunas lecciones para el presente?
Para empezar, las visitas de 1979 revelan los orígenes de algunos dilemas jurídicos y culturales del estatus del emigrado, en relación con su país de origen. La incorporación de la doctrina de “ciudadanía efectiva” a la Constitución Cubana de 2019 elimina la contradicción de un emigrado que legalmente ha perdido la ciudadanía cubana, pero tiene que solicitar un pasaporte de la Isla para visitarla. Sin embargo, persiste una duda: ¿los emigrados son parte intrínseca e igual de la nación, con todos los derechos sociales y de participación política que eso implica, o son un apéndice?
Por otro lado, la pretensión de construir una relación entre la emigración y la Isla todavía se ve afectada por el deseo de algunos de instrumentalizarla con fines políticos. Si bien la opinión de Carlos Alberto Montaner en 1979 era minoritaria, en su momento, encuentra eco en las palabras de oficiales norteamericanos de la administración Obama, que apostaban a que “los cubanoamericanos son los mejores embajadores de nuestros valores”. Esos discursos alimentan las actitudes defensivas del otro lado, como aquel texto de Raúl Castro en la revista Verde Olivo, el 7 de junio de 1972, que identificaba el contacto con “los apátridas” con la amenaza del “diversionismo”. Los defensores de una mayor integración harían bien en no caracterizar esa relación como un caballo de Troya, aun cuando está claro que deja su inevitable huella política y social.
Por último, la relación económica entre la Isla y la emigración sigue siendo un tema de controversia, igual que en 1979. Según los economistas, las remesas (de bienes y de dinero) constituyen una de las fuentes más importantes de divisas para la economía isleña. Esos flujos se han disparado en los últimos años y son más o menos iguales en su contribución al producto interno bruto que industrias clave como el turismo. Sin embargo, las autoridades, por lo general, han sido reacias a reconocer plenamente ese aporte, e incluso su función informal como fuente de inversión. Solo ahora que la administración Trump ha puesto en vigor nuevas sanciones que pretenden cortar el flujo de un tajo, escuchamos a más representantes del gobierno hacer referencia a sus contribuciones humanitarias.
A los emigrados que regresan ya no les obligan a hospedarse en hoteles. Pero igual que en 1979, todavía hay quienes insisten en que, detrás del pretendido acercamiento con la diáspora (e incluso luego de la reforma migratoria de 2012) está la búsqueda interesada de recursos económicos, más que una genuina integración. Abordar de manera franca y sin titubeos este y otros legados irresueltos de los primeros reencuentros, desde hace 40 años, debe ser un componente clave de la agenda para cualquier aproximación futura (pasada la pandemia y reiniciado el contacto presencial) entre la Isla y su emigración.
Continuará…
***
Notas
1 Emilio Cueto, entrevista con el autor, 5 de septiembre de 2018, Miami, FL. El controvertido caso del reverendo Manuel Espinosa, fundador de una iglesia evangélica en Hialeah, también fue notorio. En marzo de 1975, llegó sin permiso a La Habana en una embarcación, supuestamente para pedir a las autoridades cubanas que reiniciaran el puente aéreo con Estados Unidos, cerrado en 1973. Después de su regreso a EEUU, su iglesia empezó a abogar por la reunificación familiar mediante la posibilidad de visitar la isla. Participó en el Diálogo de 1978, y también organizó algunas visitas de grupo entre 1978 y 1979, hasta que en los primeros meses de 1980 se destapó en una flamante conferencia de prensa como un supuesto infiltrado del movimiento anticomunista en las filas del sector pronegociación de la emigración. Véase Carlos Licea, “Espinosa Vuelve a Cuba, busca familiares, diálogo”, The Miami News En Español, 31 de julio de 1975, 6C; Bonnie Anderson e Ileana Oroza, “Espinosa Calls for ‘All Out War’ Against Castro”, El Miami Herald, 31 de enero de 1980, 1C, 2C.
2 William Leogrande y Peter Kornbluh, Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana, 2014, (Chapel Hill: University of North Carolina Press), 188.
3 Véase Charles Romeo, “El desesperado intento de ‘meter la cuchara’ por algunos intelectuales”. Según María Isabel Alfonso, en realidad la primera “visita de la comunidad” ocurrió hacia finales de diciembre de 1978, organizada por la agencia Viajes Varadero. E incluso previo al Diálogo, el ya referenciado reverendo Manuel Espinosa fue autorizado a traer grupos de ancianos a la isla. Véase Agustin Alles, “Sale el Reverendo Espinosa para Cuba con otro grupo”, Réplica, 16 de febrero de 1978, n.p.; Bonnie Anderson, “Persiste enigma sobre labor del reverendo Espinosa”, El Miami Herald, 20 de noviembre de 1978, 3.
4 Zita Arocha, “Cuba planea recibir 110,000 exiliados”, El Miami Herald, 14 de enero de 1979, 1.
5 Zita Arocha, “Agotan ‘Re-entry’ ansiosos por ir a Cuba”, El Miami Herald, 20 de enero de 1979, 1.
6 Diana González, “Ticket to Havana” (serie en cinco partes), WTVJ News (Miami), 19-23 de noviembre de 1979, Wolfson Florida Moving Image Archives, Miami-Dade College, Miami, FL.
7 Dora Amador, entrevista con el autor, 26 de junio de 2018, Miami, FL; Emilio Cueto; Mary Lynn Conejo, entrevista por teléfono con el autor, 10 de junio de 2018; Iraida R. López, Iraida H. López, María C. López, entrevista con el autor, 18 de julio de 2018, Miami, FL; Zita Arocha, “Abren vía a Cuba por Mérida para exiliados turistas”, El Miami Herald, 8 de febrero de 1979, 2.
8 Alberto Coya, “Voces de la Calle”, El Miami Herald, 28 de enero de 1979, 3.
9 Carlos Alberto Montaner, “El regreso de los exiliados cubanos a la patria”, El Miami Herald, 18 de junio de 1979, 7. También véase “Compatriota: si vas a Cuba… sé útil!”, Abdala, febrero/marzo de 1979, 1, 3.
10 Diana González; Dora Amador; Mary Lynn Conejo; Carlos Manuel Abreu, entrevista con el autor, 5 de agosto de 2018, Miami, FL.
11 Frank Soler, “Lo extraño de los viajes a Cuba”, El Miami Herald, 24 de marzo de 1979, 6; “Problemas objetivos de nuestra Revolución: lo que el pueblo debe saber. Humberto Pérez entrevistado por Marta Harnecker”, Verde Olivo, 25 de febrero de 1979, 4-21, 72-77; Fidel Castro, “Que se acabe la blandenguería, el compradrismo, la tolerancia, ¡que se acabe!”, Verde Olivo, 8 de julio de 1979, 14-15.
12 Helga Silva y Guy Gugliotta, “Encara el exilio una nueva realidad”, El Miami Herald, 8 de abril de 1979, 1.
13 “Otro criterio sobre las visitas a Cuba”, El Miami Herald, 23 de marzo de 1979, 7.
14 Frank Soler, “Fidel Castro lucra con los exiliados”, El Miami Herald, 25 de febrero de 1979, 8; Rodolfo Nadal-Tarafa, “Castro hacia el poder en Miami”, El Miami Herald, 4 de mayo de 1979, 6; Reinaldo Pico, “Los viajes a Cuba son una estafa, dice Rolando Hernández”, Réplica, 5 de abril de 1979, 6; “Viajes de exiliados benefician la economía cubana”, El Miami Herald, 11 de febrero de 1979, 16.
15 “Discurso del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, Reunión de información a cuadros y militantes del Partido, Teatro Karl Marx”. 8 de febrero de 1979, Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado, citado en Elier Ramírez Cañedo, Cuba y su emigración, 1978: Memorias del primer diálogo (Habana: Ocean Sur, de próxima publicación). Agradezco a Elier Ramírez su disposición de compartir conmigo un adelanto del libro, en que aparecen largos fragmentos del discurso. Jesús Arboleya también hace referencia a aquel discurso en “El Mariel: 30 Años Después”, Temas 68, octubre-diciembre de 2011, 83.
16 Agustín Alles, “Las nuevas regulaciones para los viajes a Cuba causan disgusto”, Réplica, 17 de mayo de 1979, 2.
Siempre he pensado que está pendiente analizar el efecto del acercamiento de 1978 con los sucesos posteriores del Mariel en 1980. El Mariel ocurrió cuando la situación económica de la Isla no era tan complicada e incluso hubo cierta mejoría en abastecimientos proveniente de los acuerdos con el CAME. Ni por asomo, al menos a nivel del pueblo, se vislumbraba el colapso del campo socialista. Es una situación que merecería la pena recibir atención como referencia en el contexto de estos 60 años. A grosso modo pienso que la insatisfacción de los cubanos con los modos y maneras del régimen imperante son mucho más profundos que una cantidad de productos en el mercado. Creo que la sicología y la sociología tienen la explicación del asunto y asumo al respecto que los teóricos del comunismo han sido muy malos en obviar esas ciencias. El teque, la muela, los discursos las consignas, llamamientos quedan como lo que son … baba, suspiro y pe… pueden tener efectos por un tiempo pero al final la vida los hacen quedar inútiles, Saludos.
El PCC se aseguró bien de fomentar el odio a los emigrados y a los que no se plegaban a sus arbitrio y escala de valores.