No quisiera pensar que la edad nos trae flojeras emocionales, porque eso significaría sentirme viejo y que las emociones nos embarguen; pero entrar al Palacio de las Convenciones de la Ciudad de la Habana, 23 años después, fue sin duda un momento de especial significado. La mitad de mi vida adulta la pasé cubriendo noticias en este recinto junto a entrañables colegas, a muchos de los cuales todavía los puedes encontrar aquí.
Pero esta vez me convocaba una invitación extraña y curiosa. Extraña porque no me invitan regularmente a este tipo de cosas. Curiosa porque hacía dos décadas que no se realizaba: la Conferencia La Nación y la Migración, en su cuarta edición. Un esfuerzo entre el gobierno cubano y parte de la migración por normalizar relaciones que en teoría no debían ser tan complejas.
No podía dejar de pensar en que estas reuniones las convocó un grupo de jóvenes que llegaron pequeños a los Estados Unidos y Puerto Rico, en la primera oleada de migración luego del triunfo de la Revolución de enero de 1959. Sin dudas abrió un nuevo período en las relaciones entre Cuba y una diáspora creciente y diversa que se había instalado principalmente en el sur de la Florida, y con quien su país de origen había roto lazos luego del rompimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
A partir de entonces, se abrió un entendimiento entre el gobierno cubano y sus emigrados, comenzando un cambio de actitud hacia quienes habían abandonado su país de origen y clasificando la emigración según sus motivaciones. De ese modo surgió una figura que hasta el momento no se había vislumbrado en ese espectro: el emigrante económico. Por la intensa politización de ambas partes, hasta ese momento, cada emigrado representaba una opción política de oposición al régimen cubano.
Cualquier opinión que distara de los cánones que la ideología de la Revolución ponía como trasfondo, era considerado un indicio para catalogar al que lo expresaba como enemigo de un proceso que dura ya más de 60 años, sin que se pretenda dar por terminado. Del mismo modo, opinión que no condenara abiertamente al gobierno cubano, era procesada por los líderes de la oposición como una demostración de apoyo y simpatía para ese régimen. Una situación poco favorable para el entendimiento.
Por ello que resulta tan complejo aunar esfuerzos desde ambas orillas, incluso después de que las últimas oleadas de migración (Mariel, 1980; Balseros 1993; y la actual oleada postpandemia) tengan marcados rasgos económicos y esta última se desarrolle en medio de un constante flujo migratorio mundial. Cada día la migración de cubanos a través de Centroamérica y México se parece más a la que viene de los demás países de la zona.
Conciliar una relación normal entre la nación y su migración es tan complejo e importante, que el estado cubano, en medio de ingentes problemas económicos sin una solución a la vista, ha decidido convocar y realizar una reunión con unos 400 invitados de casi todos los continentes. ¿Estarán solo dispuestos a hablar o también a escuchar y atender sus reclamos?
Los convocados
No estuvieron todos los que son, ni son todos los que están. El gobierno organiza esta actividad, por tanto es su derecho indicar a quien invita. Por supuesto, las voces que se esperan en una reunión de este calibre no serán las que frontalmente tratan de desconocer un gobierno, que pensemos como pensemos, cumple con su propia ley y mantiene un proyecto electoral que hoy exhibe personas que no tienen apellidos ilustres ni vienen de una guerra que ya nos parece lejana. La legitimidad de un proceso democrático está lejos de demostrarse, no obstante, es un gobierno reconocido por la mayoría de las naciones, incluyendo Estados Unidos.
Entonces, ¿qué sugiere que esta invitación no sea un intento verdadero de quienes dirigen el país por acercarse a su migración y sumarlas a un país cuyos cambios pretenden normalizar las relaciones mercantiles, abrir a sus ciudadanos la economía y compartir la sobrevivencia en igualdad de condiciones? Nada.
Los cambios en el ordenamiento económico cubano apuntan a que la economía estará cada vez más en manos privadas, y esas manos pueden ser los cubanos que tienen fijada su residencia fuera del territorio nacional. De estar en manos extranjeras, como posibilita la Ley de Inversión Extranjera vigente, seguramente estará de acuerdo conmigo en que, con todo y sus limitaciones, que los cubanos residentes a través de mipymes y los que residen en el exterior con inversiones legalmente aceptadas, es una versión mucho mejor en un mapa que se dibuja en el futuro inmediato.
Nadie está obligado a invertir en un país, ni siquiera el suyo. Pero de estar prohibido a la actual situación, algo se ha avanzado. Como también se demostró en las intervenciones de este evento, hay mucho por hacer, no basta con darnos a los residentes en el exterior derechos si no tenemos una institución especializada y viable para resolver posibles reclamaciones; no vale mucho que nos inviten a intercambiar dos días, si en nuestros anteriores centros de trabajo (incluyendo universidades, centros de investigación y de producción) nuestra presencia cuando menos, se ve con recelos.
Los pasos hacia una normalización de relaciones se están dando, pero la normalización como tal todavía es una quimera. Las legítimas intervenciones, fuera de las proclamas y no menos importantes posiciones frente al bloqueo de los Estados Unidos, se pueden considerar un paso importante, si además de escucharnos, nos permiten participar activamente con nuestros criterios, esfuerzos personales y patrimonio en la conformación de los destinos de una Cuba que no deja de dibujarse diversa y diferente en un futuro que está llegando.
¿Qué podemos aportar?
La experiencia que adquirimos, esa historia que vivimos cada uno de nosotros, se convierte en algo invaluable, único. Ningún capital extranjero invertido en Cuba, por muy grande que sea, traerá lo que como cubanos podemos aportar al desarrollo de nuestro país. Ningún capital extranjero querrá con tanto ahínco que aumente el nivel de vida de toda la sociedad. Porque hablamos de nuestra familia, de nuestros amigos, de las escuelas que nos formaron y de la historia con la que comenzamos este peregrinar.
Es bueno reconocer que siempre nos acompañaron fuertes motivaciones culturales, familiares y de intenso arraigo con nuestras familias y con la tierra que nos vio nacer. Nos apoyamos en un alto nivel educacional, en la preparación técnica y profesional que recibimos en nuestras escuelas, y en la formación como personas que nos distinguen donde quiera que vamos. Llegar a esas realidades desconocidas y superarlas, es verdaderamente un reto, no menos difícil e importante que el que se abre ante la Nación en busca de su propia sobrevivencia.
Aunque para algunos no sean suficientes o no se hayan hecho más rápido, o antes; existen cambios que favorecen el regreso y la inversión. Se han revisado restricciones migratorias que teníamos , y hoy hay libre tránsito para quienes quieren y pueden viajar, el pasaporte dura 10 años, se erradicó la prórroga, y existe una moratoria sobre el regreso obligatorio a los 24 meses , en espera de que se derogue para que cada cubano sepa que siempre puede regresar a su país, en el momento que quiera y lo necesite, con los mismos derechos y obligaciones de quienes decidan mantenerse viviendo en él.
Podemos contribuir a recuperar la producción y los servicios; no hay mejor regulador de precios ni de tasas de cambio que la oferta diversa y constante que satisfaga la demanda. De esa manera el mercado se va a regular, sin intervenciones mágicas que han demostrado no ser eficaces en el pasado. Con la producción, darle al salario el valor que tiene en el nivel de vida de la población.
Pensamos que eso es posible, es factible, y es deseable por todas las partes. Por separado no se podrá hacer mucho, pero la gran mayoría de los emigrados puede hacer la diferencia.
Me alegra no haber escuchado hablar sobre por qué nos fuimos. Cada uno de nosotros tiene una historia, común pero diferente. Muchas de esas historias pueden integrar la trama de interesantes libros. Se habló de las motivaciones para regresar, para no perder el vínculo con nuestro pasado, con la familia, con nuestra historia. Es una oportunidad que se nos abre y de no aprovecharla, nunca sabremos lo que pudimos lograr.
*Este texto se publicó originalmente en la cuenta de Facebook del autor. Se reproduce con sy autorización.