Pelota a la mano

Foto: Enmauel Martín.

Foto: Enmauel Martín.

Hace unos días, Emmy Márquez (33 años), terminó sus clases de ajedrez antes de tiempo (2:30-4:30 p.m.). Él es entrenador deportivo en la escuela primaria Nguyen Van Troi del Reparto Sueño, en Santiago de Cuba.

Uno de sus alumnos tenía una pelota de tenis de campo, y Emmy le propuso al grupo jugar “pelota a la mano”. Los changeadores brincaron de alegría. Las niñas declinaron la invitación y prefirieron quedarse en el aula despotricando contra las niñas más firulísticas de la escuela. Los seres humanos han sido iguales desde sus albores: los varones se matan compitiendo y las hembras cotillean.

Ya en el patio, Emmy reparó en algo que no analizó antes: en ese mismo lugar, hace más de veinte años, había jugado mucho “pelota a la mano” junto a sus compañeros de aula. Él también había cursado estudios primarios allí, entre 1989 y 1995.

Emmy siempre fue un buen estudiante y si 25 años atrás Marty Macfly, Back To The Future, con su Delorean Time Machine, se le hubiese aparecido y le hubiese dicho “que en el futuro sería profesor de esa escuela con un sueldo de 22 dólares mensuales, que tendría que hacer malabares económicos para llegar a fin de mes y pasarle la mensualidad a su hijo, que como sus profesores no tendría en ese momento casa propia, ni televisor propio, andaría mal vestido, no habría podido ir a Varadero, y no habría conseguido viajar fuera de Cuba”, entonces de seguro que hubiera intentado ser lo mismo que muchos de sus compañeros: proxeneta, jinetero, negociante, balsero, merolico.

Con su mueca característica, Emmy asumió su destino y organizó el partido. Conformó dos equipos de cuatro jugadores y se dio a sí mismo la tercera base del equipo de quinto grado que jugaba contra los de sexto. Solo pasaron 3 minutos de juego, cuando se percató de algo más tenebroso: ¡Sus chicos no sabían jugar béisbol! No sabían ponerse en la posición de bateo y pegarle a la bola, ya fuera con los puños cerrados o la palma de la mano. No sabían cómo jugar a la defensa y correr las bases. Tampoco las reglas más elementales del juego, lanzar a primera y sacar out, atrapar la bola y coger un corredor en home. Él, que había sido un buen jugador y fue el primero en cuarto grado en conectar un jonrón en ese mismo patio, en batear la pelota hacia la calle, no podía creerlo.

Los changeadores sabían jugar al fútbol y repartían sus preferencias entre Real Madrid y Barcelona, entre Leonel Messi y Cristiano Ronaldo. Vitoreaban a deportistas lejanos que podían ser perfectos incultos. No importaba. Como no importaba si el portugués nunca hubiese visto las películas de su coterráneo Manuel de Oliveira y el argentino no se hubiera zampado Rayuela, de Cortázar. Sus alumnos, en cambio, no conocían a Orestes Kindelán, el Tambor Mayor del béisbol cubano, el jonronero número uno de esta Isla, como desconocían que en su provincia existió un equipo llamado La Aplanadora, imbatible entre 1999 y 2001.

Los familiares de sus alumnos de ajedrez eran los culpables. Recordó que cuando de niño, cada vez que salía con su padre, este le hacía leer la biografía de Antonio Guiteras situada junto a un busto en la Avenida Central y Calle A, muy cerca de su casa. Su padre siempre le hablaba de los peloteros de antaño, de los patriotas de antaño, de los artistas de antaño, de la Cerveza Hatuey de antaño, y del Varadero de la década de 1980, asequible para todos.

Foto: Enmauel Martín.
Foto: Enmauel Martín.

Con la misma dedicación con que él les enseña los movimientos del juego más abstracto del universo, en 10 minutos Emmy les enseñó cómo jugar béisbol. Y los changeadores aprendieron al instante.

Jugaron “pelota a la mano” por más de una hora. Fue una tarde memorable.

De regreso al hogar, Emmy realizó su habitual recorrido, saludando a algunos amigos, enterándose de los últimos bretes del barrio. Pasó por la cafetería El Rincón Bendito y compró 3 cigarros Aroma, su marca favorita. Llegó a la casa. Sus padres ya habían vuelto del trabajo y estaban en su cuarto, descansando. Su hermano, de 24 años, se estaba acicalando para ir a jugar fútbol con los pipopes y metrosexuales del barrio; su Dios, Cristiano Ronaldo, estaba en la final de la Champion League, y él iría a echar en cara la noticia a los seguidores de Messi, en el centro deportivo Antonio Maceo.

Emmy hizo café, a él siempre le tocaba la colada vespertina. Les llevó a la cama dos tazas humeantes a su padre abogado y su madre profesora de filosofía, quienes como él aún no habían salido de Cuba.

Con su café y su cigarro –la mejor combinación del mundo, según palabras de un cineasta que admira mucho, Jim Jarsmuch–, en el portal de la casa Emmy pensó que los cubanos tienen el béisbol en sus genes, lo aprenden al vuelo. Entonces, se dijo, también tienen el don para la música y el baile, y una buena tierra para producir azúcar y café, como antaño, para sembrar viandas y vegetales y granos y frutas, y tener ganado y aves de corral. Y empeño para levantar la flota pesquera, y que lleguen, como antaño, los calamares y el pescado lleguen a la mesa. Y para eliminar la malversación y el fraude y desfalco que tanto mal hacen a la economía.

“Ya el turismo va bien, pensó tras el último sorbo. No tenemos oro ni petróleo, pero tenemos otras riquezas. ¿Se puede avanzar?, claro que sí. Tal vez ni mis padres ni yo podamos viajar a otros países, pero tengo esperanza de que mi hijo y mis alumnos vean una Cuba más próspera. ¿Por qué no? ¿A quién le hago daño con mis pensamientos?” . 

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