Los cuerpos individuales o colectivos que acuden a acciones performativas son comunes en todas partes del mundo. Esto tiene antecedentes históricos en las desobediencias civiles de Gandhi y Rosa Parks o más presentes, y conscientes, dentro del movimiento Occupy Wall Street o en la acción artística del colectivo feminista Lastesis. Huelga decir que al performance se lo asocia con movimientos sociales opuestos al neoliberalismo y el neoconservadurismo, pero no es un recurso privativo de los grupos progresistas.1
No conozco en profundidad las características de los plantados en San Isidro2. No conozco en profundidad su discurso, su concepción del mundo, ni su idea de lo que es deseable para Cuba y cómo hacerlo. Lo que sí puedo observar son las prácticas que inscriben sus acciones en actos de performances de protesta. En un acto performativo, el cuerpo deja de ser meramente biológico para ser un escenario público. Ahora, en el punto en que estamos, lo que ocurra en esta “escena” nos afecta a todos.
Más allá de las posiciones ideológicas o estéticas que podamos o no compartir, debemos comprender que los conflictos son inevitables; que lo político hace parte de la sociedad del espectáculo, que la “acción dramatúrgica” es un repertorio de protesta válido y que la intención de publicidad y reclamación de empatía no deslegitima a los sujetos políticos.
Una huelga de hambre es una forma pacífica y, a la vez, extrema de asumir el performance de protesta. Su legítimo (o ético) uso como herramienta de presión depende de al menos tres condiciones: 1) una causa justa, es decir, que se sostenga en un argumento universalmente válido; 2) el haber agotado todos los recursos institucionales y jurídicos disponibles de solución y 3) ofrecer al demandado un plazo razonable para rectificar. Una huelga de hambre —en tanto puede acarrear un desenlace fatal— debe ser tomada muy en serio por los demandantes, el Estado y por todos y cada uno de sus testigos virtuales. Actitudes oportunistas, insensibles e indiferentes por cualquiera de los mencionados deben ser rechazadas por ignominiosas.
Ciertamente, la huelga de hambre constituye una “decisión voluntaria” y una “táctica” de publicidad, pero su finalidad es demostrar que se cree firmemente en que se ha sido expropiado injustamente de un derecho. No se debe presuponer que se trata de un acto mercenario o redituable. En caso de que recibieran dinero de un gobierno extranjero con el objetivo de perjudicar al gobierno cubano—el estadounidense destina millones a apoyar financieramente a personas o grupos disidentes que pretendan un cambio de régimen en Cuba— entonces deberían enfrentar un proceso legal por ello, es un acto penado por las Constituciones de cualquier país del mundo.
La lógica indica que un mercenario no se privaría del alimento hasta la muerte. Mucho menos debemos requerir que las personas mueran para demostrarnos que su accionar político responde a su libertad de conciencia. Para evitar estas confusiones, nadie más comunista que Rosa Luxemburgo afirmó que la libertad es siempre para quien piensa diferente. Asimismo, un gobierno debe tener la capacidad de tolerar que individuos y colectivos “raros” ejerzan el derecho a la resistencia frente a acciones u omisiones del poder público. Nadie que rechace la dominación puede aceptar el ejercicio arbitrario del poder, por mayoritario que sea el apoyo popular que lo sostenga.
¿Qué hacer en este punto del conflicto? Todo Estado, en tanto garante de la convivencia, la seguridad y los derechos humanos, es el máximo responsable de demostrar su voluntad política de solucionar los conflictos. La literatura sobre el tema nos dice que entre las formas de resolución de conflictos se encuentran: la negociación, la conciliación, el arbitraje y la mediación. Todas son alternativas para evitar situaciones de no retorno que, sabemos, pueden ser instrumentalizadas por terceros.
La mediación, por ejemplo, implica identificar una organización o personalidad con reconocido prestigio para ambas partes. Puedo imaginar muchos patriotas capaces de asumir esa misión no imposible. Se trata de establecer un canal de diálogo bajo el recíproco compromiso de ser capaces de revisar los procesos, hacer concesiones y modificar las posiciones originales. Quiero pensar que bajarle presión a este conflicto es el deseo de las y los cubanos nobles.
El épico “no nos entendemos” no debe funcionar como un anacrónico lugar común. La intransigencia fue un valor en Maceo enfrentando a un conquistador extranjero, resguardado por uno de los ejércitos más poderosos de su tiempo. Aquí, Cuba es con todos y el ejército poderoso no está en San Isidro.
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Notas:
1 Fuentes, Marcela A. “Performance, política y protesta.”
2 Catorce personas se encuentran en protesta pacífica en la sede del Movimiento San Isidro en La Habana; siete de ellas en huelga de hambre. Demandan la liberación de uno de los integrantes del Movimiento, el rapero Denis Solís, condenado en juicio sumario a ocho meses de privación de libertad por el delito de desacato. Posteriormente, ampliaron sus demandas según un comunicado del Movimiento, con fecha del 19 de noviembre.