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¿Qué (no) espero del (anti)racismo en Cuba?

El racismo avanzará en la medida en que el antirracismo piense que es solo el Estado quien nos dice cuándo, por qué y cómo librarnos de nuestras propias intolerancias, racismos y conservadurismos.

por
  • Maikel Pons Giralt
    Maikel Pons Giralt
marzo 23, 2022
en Cuba
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Cuba. Foto: Kaloian.

Cuba. Foto: Kaloian.

¿Qué espero del (anti)racismo cubano? En estos días me lo cuestionaba junto a una amiga. Eran dos los motivos que nos hacían reflexionar sobre ese tema. Uno de ellos era el deseo de identificar a los activistas/funcionarios que protagonizan las cápsulas audiovisuales del proyecto Color Cubano, asociado al Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial (PNCRDR). Nos llamaba la atención, sin dejar de felicitar la iniciativa, las ausencias en estos productos audiovisuales de líderes indiscutidos del activismo social-académico antirracista cubano contemporáneo. En ese sentido, cuando se analizan el abordaje y el alcance (codificado en likes y cantidad de visualizaciones, 157), se percibe lo limitado que sigue siendo tanto en su discurso, diversidad y proyección social, dicho Programa nacional en Cuba.

El segundo asunto que nos tomó tiempo se refiere a la más reciente polémica (anti)racista en las redes sociales, alrededor de la actriz cubana negra Yessica Borroto y su personaje de Yanara en la telenovela “Tú”. Según diferentes versiones, existen algunas/os preocupadas/os que cuestionan la “suerte” y cualidades estéticas de Yanara, insuficientes como para tener a tres tipos muertos en la carretera con ella, al mismo tiempo. En esencia parece un tema trivial, que podría ser interpretado desde la simpleza de antivalores como la envidia por el éxito ajeno o la baja autoestima en algunos seres humanos. Pero, sabemos que estas actitudes cavernarias tienen un trasfondo ideológico —racista—, que no se debe reducir a sencillamente calificar a quienes las protagonizan como “malas personas”.

Quienes dudan de Yanara y de su capacidad de encantamiento, en realidad cuestionan a Yessica, la mujer real detrás del persona, la cubana negra, la mujer bella y exitosa dentro y fuera de Cuba que, les guste a ellos o no, está entrando varias veces por semana en la universal y eurocéntrica parrilla televisiva, en la cubana y la internacional. Lo hace, además, siendo auténtica, con su pelo afro, con su caminar de nadie me quita lo bailao, ocupando con paso firme los espacios históricamente negados a cuerpos como el suyo. Yessica es “demasiado” para el corazón racista que aun domina la realidad cubana, donde es notable también la regresión decimonónica en apreciar las diversidades, las estéticas, las otredades. Por eso las denuncias que han promovido en estos días miles de activistas antirracistas de dentro y fuera de la Isla, especialmente mujeres, esas mismas que aún no tienen voz en las cápsulas del “color cubano” de nuestro PNCRDR. 

Transitar por y desde los márgenes, no siempre te lleva exactamente a algún lugar o a alguien, y menos a donde esperas. Asumir que el racismo en Cuba es real y, más allá, asumirte antirracista a la vez que cubano/a, puede ser una paradoja, un driblear permanente, una sospecha infinita. Sin embargo, me motiva hoy el contraste hermoso que origina el contrapunteo entre la ola antirracista espontánea, abierta y solidaria de las/os que acompañan a Yessica Borroto, y el discurso del “color cubano” como ardid de enfrentamiento al racismo que, a la postre, (lo sabemos) representa el secular proyecto de integración racial (ficticio) desde una narrativa nacional que, aunque declarada uniétnica y multirracial, sigue siendo temerosa de ser diversa.

“¿Qué (no) espero del (anti)racismo cubano?”; es lo que prefiero preguntarme. No soy especialmente entusiasta para responder a esta interpelación de forma positiva, pero mantengo esperanzas. Creo que el racismo cubano y sus expresiones contemporáneas se encuentran en una fase de incubación fructífera. Todavía en un estado sumergido, sumando fuerzas, capital cultural, articulando con otras intolerancias, haciéndose presente en los más disímiles espacios. El racismo cubano tiene hoy como aliadas a las redes sociales de internet y a la infinita virtualidad que le permite espacios públicos donde medir fuerzas sin, necesariamente, enfrentar la condena social que, aunque pálida y timorata, todavía mantiene alguna influencia ética en el imaginario social revolucionario. Pero, es allí donde se plantean hoy los principales proyectos ideológicos de la nación racista (que siempre fue) Cuba; esa que aunque no nos enorgullezca reconocerla, tampoco nos hace bien invisibilizar sus efectos a través de la fórmula mágica del mestizaje y de la integración racial.

Mujeres afrodescendientes en Cuba y la Tarea Ordenamiento (I)

La verdad del racismo cubano avanzará en la medida que el proyecto social se aleje de la voluntad y de la capacidad de sus ciudadanas/os de discutir una Cuba orgullosa de sus diversidades, para privilegiar la Cuba de las hegemonías políticas, ideológicas, estéticas, que se incorpora sin resistencias al discurso global-local de supremacismos. El estado latente del racismo cubano, su proyección de tirar la piedra y esconder la mano, es ideal para el ilusionismo de la burocracia institucional, a la que le es ajeno todo lo que implique procesos colectivos de sanación social. Si de ofensivas y maratones se trata, quienes preservan dichos supremacismos serán los primeros en levantar su estandarte de vanguardias, en dictar extensos informes de medidas, en hacer levantamientos de datos para luego guardar en gavetas, de eso trata, por la lentitud y semiconfidencialidad de su progreso, la implementación del PNCRDR anunciado ya hace tres años.

La escuela cubana formal e informal que produce sujetos discriminadores sigue siendo de “alto rendimiento”. Educación gratuita y universal, una pléyade de profesores de la mejor calidad, un proceso de enseñanza sistemático, científico, innovador. Sin embargo, en la práctica cotidiana la ciudadanía cubana, continúa teniendo posturas conservaduristas ante diversos temas humanos, de inclusión, de aceptación de las diversidades, que compiten negativamente con sociedades retrógradas de múltiples latitudes. El racismo, la homofobia, la misoginia son conductas cada vez más expuestas, y eso se hace, infelizmente, con cada vez menos pudor.

¿Soy/somos racistas? ¿somos una sociedad racista? Creo que, si deseamos profundizar un poco más en los factores que nos hacen proclives a los racismos y las intolerancias, entonces será saludable (re)conocernos como una sociedad conservadora. Y la mala noticia es que los conservadurismos están de moda, inclusive en las sociedades primermundistas, donde con una mano se levanta el cartel contra la guerra, y con la otra se piden muros contra los migrantes de lugares menos nobles, o más control sobre los cuerpos para limitar el aborto o que te cases con quien te de la gana. Pero no somos una sociedad conservadora de ahora, eso también lo sabemos, ni el bloqueo yanqui y la influencia de la internet determina lo que hoy somos como seres sociales.

En contrapunto con mi anterior “descargue” de (des)espero sobre el racismo tropical contemporáneo, dejo unas últimas e improvisadas ideas de lo que espero del antirracismo cubano. El movimiento antirracista popular cubano seguirá teniendo el desafío de lidiar con un Estado-Nación-Gobierno-Partido, una estructura a la que se le hace difícil reconocer, valorizar y entender el activismo social como una potente fuerza articuladora de alianzas, de ocupación simbólica y epistemológica de espacios privilegiados para la educación social colectiva. Esa dicotomía seguirá generando un distanciamiento entre la lectura oficial de lo que como proyecto social antirracista somos y precisamos ser-hacer, en contradicción con lo que se quiere ser-hacer entre los sujetos que asumen el compromiso de desvelar las prácticas racistas y/o conservaduristas en sus vidas cotidianas.

Por eso, el enfrentamiento al racismo y a las discriminaciones se seguirá, probablemente, asumiendo como sociedad en términos de programa económico y de resultados de Producto Interno Bruto (PIB), cuantificado, en el mejor de los casos, en intervenciones académicas, cursos a profesores/as, participación en emisiones televisivas-radiales. La articulación entre las autoridades gubernamentales y los movimientos sociales antirracistas seguirán siendo de importancia, por lo cual reducir las brechas y estimular los acercamientos debe ser un propósito social. Debe anteponerse incluso a la clásica visión de desconfianza que genera la creencia de todo antirracismo como “contrarrevolucionario”, o mercenarismo multicultural de derechas. En ese horizonte, se hace necesario continuar (re)significando la potencia del antirracismo cubano popular, revolucionario, inclusivo, aún desde los márgenes (no necesariamente a la sombra) del poder político oficial.

No obstante, el racismo avanzará en la medida en que el antirracismo piense que es solo el Estado quien nos dice cuándo, por qué y cómo librarnos de nuestras propias intolerancias, racismos y conservadurismos. Mientras no sepamos que luchar por el amor, la fraternidad y el respeto al otro es cosa de cada día, es de ayer, de hoy y del mañana, de todos y cada una de nosotros. Necesitamos hacer valer en esa (otra) realidad política, a veces paralela a la que dictan los ideólogos de ocasión, la importancia de cada una de las luchas, denuncias, posicionamientos, pensares, haceres y sentires antirracistas, antidiscriminatorios.  

Como sujetos de poder que somos, ejerzamos esa responsabilidad social: en la familia, entre los amigos/as, en el trabajo, las escuelas, en Cuba o incluso fuera de la Isla. Lo que espero hoy del antirracismo cubano quizás pueda resumirse con una frase de la luchadora Angela Davis: “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar. Estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.    

Etiquetas: Portadaracismoracismo en Cubasociedad cubana
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Maikel Pons Giralt

Maikel Pons Giralt

Cubano negro y periférico, docente e investigador y Doctor en Educación, Políticas Públicas y Profesión Docente (Universidad Federal de Minas Gerais).

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