“Tengan cuidado que la reja está recién pintada”. Hay una actividad inusual y nerviosa para un miércoles por la noche en la cafetería estatal “Bucanero” de Sancti Spíritus. Las mesas relucen recién bruñidas y hay quien bromea con que toda la provincia está recién pintada. Viene el Presidente.
Miguel Mario Díaz-Canel es ahora, casi dos años después de convertirse en el primer líder cubano que no se apellida Castro en décadas, bastante más conocido en su país que aquel histórico 19 de abril en que Raúl Castro le pasó el mando: tenía 57 años y una intachable hoja de servicios en el Partido Comunista y el Gobierno, pero para el pueblo era todo un misterio.
Ahora ya no lo es gracias a los constantes recorridos que ha hecho por las provincias en este tiempo. Acompañado por varios ministros, estas visitas a pie de obra le sirven para tomarle el pulso al país, conversar con ciudadanos y funcionarios, recabar ideas para, en sus palabras, “destrabar” la agobiada economía del país y las “fuerzas productivas”.
A estos recorridos se ha sumado en las últimas semanas la prensa extranjera, que hasta la fecha tenía un acceso casi nulo a la dirigencia cubana. Raúl Castro nunca concedió entrevistas y su sucesor solo ha dado una a la cadena Telesur.
Suelen ser visitas de dos días con una agenda frenética y ampliamente divulgadas por la prensa estatal y las redes sociales institucionales. Presidente y ministros se dividen para recorrer distintos lugares, desde fábricas a mercados o escuelas y luego convergen en un acto que a menudo tiene la universidad como escenario.
Quizá porque fue ministro de Educación Superior y porque una de las banderas de la Revolución cubana es el acceso universal y gratuito a las aulas -incluidas las universitarias-, Díaz-Canel ha mostrado un marcado empeño en conectar de verdad la academia y la investigación con la empresa estatal y la economía.
El peso de los históricos
Universidad de Sancti Spíritus José Martí, seis de la tarde. Unas doscientas personas, muchos de ellos estudiantes, aguardan sentadas en el paraninfo la llegada del Gobierno. Suenan de fondo canciones de la nueva trova cubana y, excepto a la prensa, no se permiten teléfonos celulares en la sala.
Primero entran los miembros del gabinete. Está también el flamante primer ministro, Manuel Marrero. Pero quien concentra la atención y un respetuoso silencio es el octogenario comandante Ramiro Valdés, de ceño legendario y uniforme verde olivo. Al presidente le reciben en pie y con aplausos.
Desde el triunfo de la Revolución, Díaz-Canel, ingeniero de profesión y civil, es el primer mandatario que no pertenece a la llamada “generación histórica” que luchó en la Sierra Maestra. Algunos de esos longevos comandantes, entre ellos Valdés, siguen en primera línea política –empezando por Raúl Castro, líder del PCC hasta 2021– y su opinión aún pesa mucho.
Cuando Valdés interviene, las espaldas se yerguen, el público presta atención. Cuestiona por qué se habla tanto de medidas de ahorro pero se encuentran reunidos en una sala con iluminación artificial y espesos cortinajes que tapan los ventanales por los que podría perfectamente entrar luz natural. Un murmullo unánime de asentimiento se extiende por la sala.
Por ese motivo, cuando Díaz-Canel llegó al cargo una de las dudas más repetidas por los analistas políticos y aún vigente fue qué margen real de maniobra tendría el nuevo presidente mientras los veteranos siguieran en activo y pese a que llegó al cargo con el respaldo inequívoco de Raúl Castro.
Sus primeros dos años han sido una carrera de obstáculos, entre desastres naturales, la renovada hostilidad de Estados Unidos con andanadas de sanciones económicas y la pérdida de aliados regionales como Bolivia, Brasil y Ecuador. Su apuesta por disparar el acceso a Internet ha conllevado también un aumento de la presión social -solo en las redes- y denuncias sobre un incremento de la represión, las prohibiciones de salida del país y las detenciones arbitrarias.
La “wikipedia” cubana, trabas y baloncesto
Esta es su segunda visita a la provincia y Díaz-Canel explica que regresan a ver en qué se ha avanzado y a recoger más ideas. Pide también aportaciones a Ecured, la “wikipedia” cubana, ideas para automatizar los procesos industriales. Y vuelve a insistir en saber qué frena el desarrollo cubano: “que nos definan las trabas”.
Intervienen varios profesores, hablan sobre su trabajo, uno de ellos se queja de que un buen proyecto en colaboración con otro país no avanzó por trabas burocráticas. El primer ministro pregunta si éstas las puso el otro país. “No, fue en Cuba”. La reunión concluye con la promesa de que se volverá a analizar el proyecto para “destrabarlo“.
“Aquí hemos encontrado mucha creatividad. Hicimos un llamado al pueblo cuando supimos que entrábamos en una situación compleja. La gente propone soluciones que parten de sus experiencias”, señalaría horas más tarde el mandatario.
A la universidad le sigue, ya caída la noche, un recorrido por un edificio polideportivo en el que Díaz-Canel charla con los atletas y hasta se anima a lanzar varios tiros a la canasta de baloncesto. De ahí, a la terminal de autobuses, donde conversa con las personas en la sala de espera.
“¿Lo ves ahí? El grandón”, señala un hombre que lleva en brazos a su hijo.
En cada ocasión, el primer presidente tuitero que ha tenido la Isla pregunta a la gente cómo está, qué piensa, qué quejas tiene, qué se puede mejorar. La polarización que se percibe en las redes sociales en todo lo que tiene que ver con Cuba aquí brilla por su ausencia.
No hay exabruptos ni críticas, la gente charla con él con cierta timidez, algo inaudito para el extrovertido carácter cubano. Los ancianos se lanzan más, pero la reserva aumenta según disminuye la edad.
“Que venga sin avisar”
¿Cuánto hay de espontáneo en estas visitas y en la acogida de los ciudadanos? Unas horas antes, en el bulevar principal de la ciudad, sí había indignación entre las personas que hacían cola en la puerta de varias tiendas, señal de que acababan de ser abastecidas con algunos de los artículos que con frecuencia brillan por su ausencia en los anaqueles (detergente, en este caso).
La gente celebra que vaya el Presidente y se interese, pero cuando se aleja pide (eso sí, nunca ante las cámaras) que lo haga por sorpresa, que no avise. Porque las rejas recién pintadas y los edificios lustrosos donde todo parece funcionar no reflejan su realidad diaria ni las dificultades cotidianas para llenar la nevera, encontrar transporte o reparar la vivienda.
“Eso es bueno, es bueno que se preocupe. Que nos siga ayudando. Aquí hace falta de todo”, señala a Efe Marta, una mujer jubilada que se suma a una cola en una tienda estatal. Más pragmática, la joven madre Laura menciona “las cosas cárnicas”.
A Aída, que trabaja en la Universidad, le parece bien que el presidente vea “todo cómo está” y le pide “que siga como va para que ayude al pueblo”, especialmente ahora que las cosas con Estados Unidos se han vuelto a torcer: “Ese señor está loco”, dice esta cubana en referencia a Donald Trump.
“Que siga como va, que va muy bien. Nos recuerda a Fidel, a todos los viajes que daba. Este es un hombre del pueblo también”, asegura por su parte el sexagenario Servando García, de profesión custodio, que habla de “una visita de reafirmación, de ayuda, de revolución, porque ellos lo que están haciendo es para ayudar a este país y para salir adelante”.
Más Fidel que Raúl
Pese a que a Díaz-Canel se le considera discípulo de Raúl Castro, que en su década como gobernante fue alérgico a la prensa y las apariciones públicas, el estilo del nuevo Presidente se acerca más al de Fidel Castro. Un mes después de llegar al cargo ocurrió en La Habana el trágico accidente aéreo en el que murieron 112 personas y el mandatario acudió de inmediato al lugar, dando la primera pista de cuál sería su estilo.
En la terminal de autobuses, se refería así a la forma en que la gente lo recibió este día: “hemos encontrado apoyo, hemos encontrado un pueblo amable que nos ha recibido en las calles sin ningún tipo de rencillas, de situación desagradable”.
“Tiene que ver mucho con la práctica de gobierno que se lleva en el país de visitar constantemente los territorios, empaparnos de los problemas de la gente y buscar solución, y explicar muy claro lo que no tiene solución, porque hay problemas acumulados y hay problemas que no estamos en condiciones de resolver”, precisaba.
La agenda de Díaz-Canel termina con una parada en el Museo de Arte Colonial, donde asiste a un pequeño concierto. Las calles están casi desiertas y la ciudad, recién pintada y abastecida al menos por unos días, duerme.
Asi, asi mismo ha sido, es y sera el “Socialismo del Siglo XXI” en su variante Cuba, puro circo, mucho circo, ahora “mutando” al mundo de las redes sociales. El pueblo por su experiencia sabe que “todo” esta mal, nada funciona, mucho le prometeran, mas nada le cumpliran y una “manita de gato” siempre sera bienvenida cuando de la visita de algun “mayimbe” se trata, el cual discursa, promete, hace declaraciones a la prensa, observa lo que el quiere (se lo muestra a la prensa), se imagina lo que no vio (lo oculta de la prensa) y sobre todo se da un buen duchazo de pueblo (para la foto) y una apotiosica “jartera” (real motive). Como resultado la vida sigue igual para todos excepto para esta prole de “mayimbes y mayimbas” que ven su vientre crecer y su imagen desacreditarse ante “la vox populi” que por delante le aplaude y alaba (de mentirita), mas por detras esgrime como latigo su lengua (a lo Otaola).
A pesar del bloqueo y el odio al imperialismo,el señor canela no seone jeans made in cuba, anda con un jeans levis ,……..lo bueno viene del imperio a todos nos gusta lo bueno…..o no?