Hace más de media hora desde que el papá de Fabián nos abrió las puertas de su casa, muy cerca del Abra del Yumurí. Después de una larga conversación, su mirada sigue extraviada, su voz trastabilla, sus manos tiemblan y el sudor le corre a chorros, como si su cuerpo estuviera ahogado en un llanto eterno y silencioso.
En todo este tiempo, no se ha levantado de un sillón mustio que está al fondo del patio, el lugar donde se ha refugiado para descargar las tensiones y las ideas que lo atormentan desde el pasado sábado 6 de agosto, cuando un mensaje de un número desconocido lo despertó a las 4 y 18 minutos de la madrugada.
“Papa soy fabian, ahoea sono la alarma de emergensia y tuvimos q salir para aya, no te preocupes q voy a estar bien, estar al pendiente por si pasa cualquier cosa sal de versayes que la cosa es seria, cuídate, aaaaa yo estoy escapado, soy BOMBERO JAJAJA”, decía letra por letra el mensaje, en el que resalta más la alta carga de entusiasmo e inocencia de un muchacho de 19 años que sus fallos ortográficos.
El pequeño texto lo escribió Fabián Naranjo, un joven que desde hace un año y cuatro meses pasaba el Servicio Militar en el Comando 3 del Cuerpo de Bomberos, ubicado en el Aeropuerto Internacional “Juan Gualberto Gómez” de Varadero. Desde allí, antes del amanecer del sábado 6 de agosto, partió rumbo a la Base de Supertanqueros, donde un gran incendio amenazaba toda la Zona Industrial en la bahía de Matanzas.
“Fabián me escribió del teléfono de un amigo, porque él no tenía. En un primer momento me quedé en el aire cuando vi aquello, aunque enseguida caí en cuenta de lo que estaba pasando y ya no pude dormir más. Me puse como loco, no sabía qué hacer…”, recuerda el padre del muchacho, quien no podía evitar la preocupación por el hecho de que su hijo se estaba enfrentando a una fuerza desconocida.
Lo que sucedió a partir de ese instante, el papá de Fabián lo tiene grabado en su memoria, aunque ha perdido un poco la noción del tiempo y no logra hacer una cronología precisa de los sucesos. Lo que sí tiene claro es que todo lo vivió como si estuviera atrapado en una película de terror.
“Cuando amaneció, me empezaron a llamar mis hermanos para decirme que habían heridos y quemados en la Base por una explosión, pero que Fabián no estaba ahí. Ellos habían hablado con él la noche anterior por alguna vía y les dijo que su camión no salió para el incendio tras la primera alarma. Fue entonces cuando les conté del mensaje, de la segunda alarma; se quedaron sin habla”, relata el papá de Fabián.
En medio del caos, la incertidumbre y los nervios, la familia solo pensó en peinar los hospitales. Fueron primero al Faustino, donde encontraron algunos muchachos atolondrados, con quemaduras y miedo en sus ojos. Ellos no sabían nada de Fabián o no lo conocían, y el nombre tampoco aparecía en la lista de heridos que tenían en admisión. Recorrieron sala por sala, y nada.
Lo mismo hicieron, sin suerte, en el hospital Militar y en el Pediátrico, adonde también habían trasladado a algunos lesionados por el siniestro en la Base de Supertanqueros, que ya el sábado en la mañana mostraba un mosaico desolador, una escena de guerra luego de varias explosiones que dejaron bajo llamas a dos depósitos de combustible con más de 70 mil metros cúbicos de crudo almacenados.
Después de recorrer los hospitales, el papá de Fabián se dirigió a Medicina Legal, ansioso por encontrar noticias sobre su hijo. “Me paré afuera sin hablar con nadie, esperé un rato, le tiré un par de fotos a la nube de humo negro que se levantaba sobre la ciudad, pero al final no había movimiento ninguno en ese lugar. Entonces decidí irme para la casa, estaba extenuado, desesperado, me sentía muy mal.”
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El papá de Fabián tiene las manos llenas de ampollas en carne viva. Lleva horas chapeando sin parar en el patio frente a su casa, pero no puede distinguir si por su rostro corren gruesas gotas de sudor por el trabajo o lágrimas por la muerte de su hijo, una de las 16 personas que perdieron la vida en el incendio de la Base de Supertanqueros.
Sin camisa, con la piel colorada y los ojos hinchados, se toma un respiro y deja la tijera de jardinero en un banco, mientras intenta ordenar en su cabeza los sucesos del pasado sábado 6 de agosto. Por mucho que se esfuerza, no logra explicar qué sucedió o qué pasó por su mente desde que regresó a la casa tras el recorrido por los hospitales hasta que lo llamaron para notificarle que en el hotel Velazco habían habilitado un puesto de mando, con la misión de informar y atender a los familiares de los bomberos que luchaban contra el siniestro.
“Cuando llegué al Velazco, yo estaba mal de verdad. La presión me subía y me bajaba, tenía mucha ansiedad, estaba desorientado, no sabía ni qué día era. Por suerte allí me atendieron muy bien, los médicos y los psicólogos lograron calmarme un poco.
“Fue entonces que pude conversar con el personal del Ministerio del Interior. Ellos nos ofrecieron detalles de lo que sucedía y no nos ocultaron nada, al contrario, fueron muy claros al explicarnos que el incendio no estaba controlado y que no era posible entrar a la zona para buscar sobrevivientes”, asegura el papá de Fabián.
Antes de que le dijeran eso, por el tiempo que había pasado desde las explosiones y por las imágenes caóticas que se veían por la televisión, ya él sospechaba que nunca más vería a su hijo.
“Hubo un momento en que ya yo me convencí de lo que había pasado y estaba consciente de que después de tanto tiempo y con temperaturas extremas, era imposible que mi hijo estuviera vivo. Es duro aceptarlo, pero yo sabía, y así lo confirmamos después. Por separado, nos comunicaron a cada familia que los muchachos estaban fallecidos.”
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Son casi las dos de la tarde del domingo 14 de agosto. Han pasado poco más de 48 horas desde que las autoridades del Cuerpo de Bomberos de Cuba dieran oficialmente por extinguido el mayor y más devastador incendio en la historia del país, dando así paso a las labores de búsqueda de restos de los desaparecidos.
La sensible y dolorosa tarea la llevan a cabo los más destacados forenses y especialistas de Medicina Legal en el país, quienes a los ojos del mundo comenzaron su trabajo en el lugar de los hechos el pasado viernes en la mañana, aunque en realidad ellos venían recopilando información desde mucho antes.
“No puedo recordar qué día fue, en qué momento exacto, porque te repito que he perdido la noción del tiempo, pero desde que nos notificaron que los muchachos habían fallecido, los especialistas de Medicina Legal se reunieron con nosotros para pedirnos cualquier tipo de señas de nuestros hijos. Si tenía un tatuaje, una fractura en una pierna, en un brazo, un diente de oro o cualquier otro rasgo distintivo.
“Ellos saben que quizás ninguno de esos datos sirvan para algo, pero tienen que cumplir con todos los pasos para la búsqueda e identificación de los desaparecidos. Cualquier detalle puede ser relevante en algún punto de la investigación”, explica el papá de Fabián, quien agradece por el soporte sentimental y emotivo que ha tenido todo el tiempo de personas desconocidas.
No obstante, las complejidades y los largos plazos de este proceso mantienen en vilo al papá de Fabián, quien espera pacientemente para llegar hasta el sitio donde su hijo cayó: “Se lo he pedido a los oficiales del Ministerio del Interior, que me dejen llegar al lugar del hecho, verlo en blanco y negro, en directo. Sé que ahora no se puede, pero en algún momento quisiera pararme ahí y rendirle tributo a mi hijo y a todos los que fallecieron junto a él.”
Otra cuenta pendiente es visitar a los compañeros de Fabián, los que sobrevivieron y ayudaron a extinguir el siniestro. “Ellos eran una familia y nosotros formábamos parte de ella. Interactuábamos, los apoyábamos, teníamos las mejores relaciones y mucha compenetración con los oficiales y los jefes, que eran como padres para mi hijo. Ahora todos ellos están muy muy traumados, porque saben mejor que nadie lo que de verdad pasaron en esas horas de servicio.
“Desde la distancia, entiendo que se enfrentaron a algo de una magnitud desconocida, tanto para los muchachos jóvenes como para los bomberos de más experiencia. Su preparación es para apagar fuegos y tenían la guía de personas preparadas, con conocimientos, pero por desgracia esto los sobrepasó. No era un incendio en una casa, en un edificio o en un cañaveral, era algo muy diferente a lo habitual, por lo que también necesitaban técnicas y medios diferentes. Ningún entrenamiento puede simular lo que enfrentaron, porque el fuego con el petróleo tiene características muy peligrosas… No sé, yo no soy experto ni nada de eso.”
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– ¿Me puede decir su nombre completo?, le pregunté al papá de Fabián casi al final de nuestra conversación el pasado domingo 14 de agosto.
– Te puedo decir mi nombre completo para que lo conozcas, pero no quisiera que se publicara. Como yo, hay muchos padres de hijos valientes que les pasó lo mismo que a Fabián, y muchos de ellos quizás no tengan la oportunidad de dar una entrevista y contar sus historias. Por eso prefiero que me nombren solo como el papá de Fabián.
Y así, sin bombos ni platillos, sin publicidad, sin prensa, sin fotos en redes sociales ni nada parecido, el papá de Fabián y la familia rinden tributo, en silencio, a un joven con toda una vida por delante. El primer lugar donde lo homenajearon con una pequeña vigilia fue en Coliseo, su pueblo natal, donde se reunieron algunos de sus amigos de la infancia.
Lo mismo hicieron en el barrio donde vivía en Matanzas, en un punto que conecta el Valle del Yumurí con el reparto Versalles. Precisamente, allí esperan reunirse de nuevo el próximo 24 de agosto, cuando Fabián cumpliría 20 años. “Quisiera que sus amigos lo recordaran con una sonrisa, como el muchacho amable y soñador que era.
“Fabián tenía muchos planes. Ahora mismo en septiembre él iba a empezar un curso de inmigración que lo ilusionaba, porque le iba a permitir ser más independiente y comprarse un teléfono, lo que más quería. Yo, para joderlo, le decía que nada más que empezara a trabajar iba a ganar más dinero que yo, que llevaba casi 40 años sudando la gota gorda”, relata el papá de Fabián con una expresión de profundo dolor en su rostro.
“Esto se lleva por dentro. Yo no formo ningún tipo de drama, porque tengo a mi familia aquí, al niño de solo siete años, y no quiero que ellos se afecten más. A veces me levanto solo por la madrugada y me pongo a llorar, no puedo dormir. Por eso me he puesto a chapear como un loco estos dos días, para no pensar, para cansarme y caer en la cama. Quiero soltarlo todo, desahogarme, porque es muy difícil. Esta es la segunda vez que pasa algo así en mi familia. Cuando yo tenía dos años, mi hermano de 19 murió en un accidente. Mis padres tuvieron ese dolor por dentro siempre; ahora me ha tocado a mí.”