La fiebre futbolística calienta las barras de muchos bares de La Habana: desde cuchitriles de quinta, hasta los fastuosos de primera, estatales y privados, y en medio de toda una explosión de pasiones, cuajan hasta iniciativas de colaboración nada habituales.
En una competencia sin precedentes en que cada cual intenta hacer su agosto, los protagonistas, sin proponérselo, construyen una Cuba posible y diversa.
Las geofinanzas del fútbol
“Hay muchos lugares para ver el Mundial, lo que hay que tener es un billete para elegir”, dice Rolly, un técnico de laboratorio que se mueve con la bandera uruguaya sobre los hombros a punto de meterse en una soñolienta cafetería de Centro Habana.
Sentado sobre una acojinada banqueta de pinotea, Rolly tomará unas Tínimas, apenas frías ante un verano que cerca del mediodía ya degüella gargantas, y con amargura hepática, mirará a sus preferidos caer frente a Francia en un televisor de colores biliosos.
En esta Arcadia momentánea y futbolística, si se dispone de un discreto presupuesto en moneda dura, el sector privado mostrará sus bondades. Y sus ofertas.
Uno de sus baluartes es La Esencia, un establecimiento privado que ocupa una casona de 1880 en el viejo Vedado. Aquí no entra Rolly, pero sí Luis Ernesto, un joven informático que dejó su empleo fijo en una emisora nacional para “cacharear” smartfhones en un taller privado. “El cambio fue brutal”, compara.
“Hago cuatro o cinco pesos diarios. A la semana, son casi treinta dólares. Por eso me ves aquí”, justifica este fanático de Brasil, “aunque pierda mil veces”, paladeando una cerveza Sol en una de las mesas del bar, cuyas paredes están tapizadas con retratos de artistas cubanos de renombre, todos del siglo pasado, acompañados por pulidos instrumentos de viento.
Socializando adrenalina
Luis Ernesto recuerda el Mundial del 2014. Se ve comiendo rositas de maíz y tomando Tukola en una butaca del Yara en la semifinal donde la verdeamarela fue humillada por una Alemania humildemente arrogante. “Los cines movían multitudes, sin necesidad de gastar casi nada de dinero. Entonces este año no lo hicieron y uno busca opciones.”
En La Esencia, Luis Ernesto “sale de la monotonía”. Comparte e intercambia opiniones con “aficionados de uno y otro equipo” y les busca la lengua, porque “el cubano es muy polémico”, y termina disfrutando en “un buen ambiente” climatizado que lo pone a salvo de la mordida del calor.
Con experiencias en el manejo de eventos deportivos, como la Liga de Campeones o La Copa del Rey, el bar está decorado para la ocasión y sus empleados visten camisetas de estrellas de clubes europeos. En los mástiles del frontis, banderas de potencias futbolísticas, flanqueadas por telones de la cerveza Sol, una marca mexicana que data de 1899 y que se ha asociado a diversos proyectos privados en la Isla.
“Por petición de ellos, la tenemos como la cerveza del Mundial”, dice Alejandro Otero, dueño del establecimiento que oferta la Sol a más bajo precio que el standard del sector cuentapropista, así como platillos, tapas y almuerzos “económicos”, según califica el emprendedor, quien ha tenido en cuenta el horario de los partidos.
“El fútbol se disfruta con gente, en grupo. Confraternizar, rivalizar, todo eso es válido… Si esto fuera el Clásico, habría la misma afluencia de público… El béisbol es el deporte nacional, pero el fútbol ha ganado bastante terreno y pienso que ahora mismo están a la mano”, considera Otero, quien se aferra, en plan de amuleto, a una réplica en miniatura de la Copa Rusia 2018 ante cada ataque de la Canarinha a la puerta de los belgas. De nada valió.
Estadísticas de bolsillo
Un vendedor de libros de segunda mano se asoma a la cafetería Wapa, en el Vedado, y apunta un dato en un pequeño plegable de bordes amarillos. La acción no pasaría de un gesto sin importancia si ignoramos que se trata de un calendario del Mundial en el que su portador puede llevar el récord del evento, partido a partido, hasta la final en el Luzhnikí, de Moscú, el domingo.
“Esta es una idea sobre el hecho de que últimamente el cubano está teniendo mucho apego al fútbol y es un poco de promo y para atraer más clientes al restaurante y disfrutar todos juntos de esta fiesta que es el Mundial”, condensa Ludwig.
Al frente de Wapa, el joven emprendedor se muestra muy interesado en formar una clientela a un año de inaugurado el establecimiento, tomando como norte que el prestigio gastronómico es un asunto a largo plazo.
Aun cuando las ventas no han sido espectaculares, Wapa ha conseguido, mediante el gancho mundialista, cautivar a una clientela “que no habíamos tenido, como jóvenes de preuniversitario y de la universidad que no se habían interesado por el restaurante”, repasa Ludwig.
Quinielas en el Beirut
Buscando comida halal, Carmina y Osman dieron con el Beirut, un pequeño restaurante acristalado a los pies del Malecón.
“Nunca imaginé encontrar en La Habana dos cosas: platos árabes muy bien cocinados y una pasión por el fútbol que es increíble”, dice exultante la colombiana Carmina, luego de comer el shawarma, la especialidad de la casa: pollo en pincho cocinado en horno vertical, con especias naturales árabes y un adobo de 24 horas.
Carmina conoció a Osman en un curso de Teología comparada en la Escuela de Estudios Islámicos de la Universidad de Istambul. En el Beirut ambos vieron el partido donde Colombia sucumbía en penales ante los ingleses, por tanto no pudieron llevarse el premio otorgado a quien pronosticara el triunfador.
“En cada partido, si los clientes ganan con el equipo de su preferencia, se les otorga un plato principal a consumir durante un mes, cuando deseen”, detalla a OnCuba Yelena Martin, especialista en marketing y regente del negocio, que además promociona en Facebook un premio para los primeros cinco que acierten el ganador de la copa mundial. Para la gran final, Yelena promete algunas sorpresas.
Chuteando juntos el balón
¡Rooosiiá! … !Rooossiiá! … ¡Rooosiiá! braman los rusos, percutiendo las jarras de cerveza y tarros de vodka sobre las mesas estremecidas del Tabarish, un restaurante de comida eslava en una movida esquina de La Habana Vieja.
En medio de tal euforia, un equipo del Canal Habana filma el ambiente para el espacio La jugada perfecta, que comanda el cronista deportivo Héctor Villar, quien ha estado reportando el Mundial desde Moscú.
“Villar ha sido ayudado por mi hermano Antón en su trabajo por Rusia y como parte de esa colaboración decidieron reportar lo que sucede aquí con el partido Rusia-Croacia”, explica el economista Andrey Reyes Shevtsov, dueño del Tabarish y polovinka o agua tibia, un apelativo en la Isla para los hijos de matrimonios mixtos llegados de la hoy onírica Unión Soviética.
Cancha estatal
Entusiasta e imparable, en Cuba crece una ola de fanáticos. Son sobre todo jóvenes que hablan en primera persona del plural cuando se refieren a los clubes de su preferencia e invierten la mitad o algo más del salario promedio nacional con tal de enfundarse la camiseta de sus ídolos.
Años atrás, algunos circuitos futbolísticos de primera división, sobre todo ligas europeas, solo podían ser vistos, en vivo y en todo su calendario de juegos, en los hoteles con servicio de cable, obligando a los fans, con poder adquisitivo, a migrar hacia los bares de los centros turísticos para consumir y disfrutar los partidos. Una élite, en dos palabras.
Esa política es agua pasada. Ahora la señal es democrática. La televisión se pone al servicio de los super eventos y hasta acomoda dos canales si los partidos son simultáneos, como ha sucedido en varios mundiales, incluyendo la edición rusa.
Además de los bares y cafeterías estatales dotadas de televisión, que son la mayoría, en La Habana los fans pueden involucrase en nichos especializados en fútbol.
Uno de ellos radica en la taberna inglesa del restaurante El Conejito, pero solo se activa para los partidos de la Champion, como se conoce en la jerga cubana el torneo de la UEFA. El asunto está en manos de la Heineken y es su cerveza la que se consume en el bar de ladrillos rojos de la calle 17 en el Vedado.
El otro nicho, bautizado como La Casa del Mundial de Fútbol, un bar emplazado en el torreón que domina la desembocadura del río Almendares, en el oeste de La Habana. Se trata del fuerte de Santa Dorotea de la Luna de la Chorrera, uno de los vestigios del sistema defensivo de la ciudad edificado en el siglo XVII por las autoridades españolas coloniales para resistir el asedio de corsarios y piratas.
OnCuba no pudo obtener detalles del programa de iniciativas de la Casa…, al no contar con una autorización oficial para acceder a esa información.
Unos estudiantes de Medicina que refrescaban con cerveza sus gaznates en la entrada del local dijeron que les ha gustado el servicio. “Por la comodidad de ver los partidos, venimos para acá de vez en cuando”, cuenta Leonardo, el más alto y locuaz del trío. “Aunque no sean los clubes de nosotros, ni los países nuestros, porque defendemos el fútbol latino, en sí el deporte nos gusta”, afirma el futuro galeno, a quien el béisbol le sigue deleitando más que el fútbol.
“Es un tema polémico… El fútbol se ha universalizado y es difícil saber si es más fuerte que tu propio deporte nacional”, valora Leonardo.
El diálogo se corta. En tono de mimosa reprimenda, la funcionaria del establecimiento ha salido sorpresivamente y reitera la prohibición de conversar con los clientes, aún en el breve puente de acceso a la instalación.
Marcando los límites del feudo estatal, insiste en que “del portón hacia fuera” podía hacer todas las preguntas que quisiera. “Ya te dije que tienes que traer una carta de autorización firmada por el ministro de Turismo”, insistió.
“Tal vez para Qatar”, dije entre dientes y me largué. Después de todo, el fútbol puede ser algo mágico, pero no hace milagros.