“Se lo dije, que este árbol había que tumbarlo; mira ahora, y este otro, no se cayó de milagro, lo planteé en la rendición de cuentas y qué hicieron, nada, como siempre: no hacen nada”.
La mujer absorbe con fuerza una bocanada de humo del cigarrillo entre sus dedos, luego lo expulsa y reanuda su lamento: “mira mi portal, destruido. Me quebró también el muro de la casa, y mira que se lo dije al delegado”, dice colérica y camina hacia mí batiendo el cigarro, “no hicieron nada, entonces, ¿rendiciones de cuenta para qué?
Su estado de excitación es comprensible. En toda esta zona no vi en los días previos al huracán la tan necesaria poda que previene en alguna medida acontecimientos como estos. Mientras, ella, nerviosa y alterada, lamenta el dinero que gastó en hacer su portal y que ahora no tiene cómo reparar. Al unísono, sus vecinos cercenan con machetes las ramas que tapan la puerta y las que han caído encima de la parada de ómnibus que le queda al frente. El fatídico suceso con que comienza esta crónica acontece en la intersección de 70 y 25.
Amanecía cuando salí cámara en mano, decidido a emprender el recorrido por algunas calles que transité el día anterior, así que comencé por la avenida 70. Las ramas aún verdes del frondoso árbol de mamoncillo que nunca dio frutos reposan ahora en el suelo: “era un árbol inútil”, dijo alguien, “buena sombra que daba”.
Rafael no tocó directamente a La Habana, pero en la ciudad se sintieron vientos fuertes, que debieron derribar el árbol que ahora yace en el portal de la vecina, y muchos otros a su alrededor. Los daños por esta zona de la avenida 70 no son grandes, aunque, mutilados de hojas y ramas, está la mayoría de los árboles del paseo. Algunas ramas, medianamente grandes, han caído del tronco principal y obstruyen el paso de los vehículos por la avenida.
Los vecinos han salido temprano con escobas, sacos y machetes, van retirando del frente de sus casas el montón de ramas y hojas, hacen pilas que luego llevan hasta el vertedero, donde es considerable el montón. Comentan unos con otros: “nos salvamos que no pasó por aquí”/“ahora lo que más me preocupa es cuándo tendremos corriente”/“dicen que anoche robaron en algunas casas”/“no lo dudo, la gente siempre se aprovecha”. Lo último lo comenta una señora que está cerca de mí. Le pregunto si ella sufrió algún daño y me dice que no, que su casa es muy segura, pero que realmente le duele todo esto: “no salimos de una para entrar en otra, es una desgracia constante, en 66 años que tengo no recuerdo haber vivido una crisis como esta, y, ahora sin corriente y a saber hasta cuándo, ¡te imaginas que se me eche a perder lo que tengo en el congelador! ¿Qué como después?. Se llama Purri, y me dice que vive aquí mismo, por el pasillo: “¿ya tomaste café?” , me pregunta.
Alguien me comenta de un gran ficus que se ha derrumbado en una de las calles interiores del vecindario. Voy hasta el lugar y el panorama es idéntico al de la avenida: muchas ramas en el piso, algunas estructuras con techos de fibrocemento o zinc galvanizado que han sido movidas por el viento, medio levantadas, pero en general todo está en su lugar y la gente se mantiene activa en la faena de la limpieza, conversando en las esquinas, comentando.
Efectivamente, el ficus es enorme, sus raíces quedaron levantadas frente al portal de una casa, pedazos de la acera están incrustadas en ellas y el ramaje se estampó contra la fachada de un edificio y viviendas, pero nadie ha resultado herido, por fortuna no hay males mayores.
Una lluvia fina rompe sobre los hombres que, machetes en mano, cortan las ramas gruesas del árbol, que impide la circulación de la calle. Las ramas cortadas son amontonadas en la misma calle y poco a poco dejan despejadas la puerta de entrada del edificio y las otras casas, pero nada más podrán hacer los vecinos, el ficus es grueso y se necesitará gente especializada en el corte y motosierras para remover el árbol, ayuda que todos saben que puede demorar porque “no hay recursos”, dice un vecino. Mientras la ayuda llega, todos se suman a ayudar con lo que pueden.
Como es de suponer, con la caída de árboles, que fue abundante por esta zona del municipio Playa, el tendido eléctrico y telefónico se vino a pique, arrastrados por las ramas.
La furia del viento arrastró consigo algunos postes que yacen reventados por la mitad o en el suelo. Esto es lo que ahora preocupa a los vecinos. Ya poco va importando Rafael, sus vientos y la lluvia. Ahora es otra la preocupación y el lamento colectivo: ¿Cuándo tendremos luz?
La gente poco a poco regresa a su habitual rutina, los vecinos se ayudan, algunos tienen plantas eléctricas, no será homogéneo el sufrimiento, y es bueno que para algunos haya un respiro dentro de todo el caos. Alguien, antes de irme, me recuerda que en Estados Unidos ha ganado Trump y exclama: “ahora sí se va a poner esto bueno”, en tono de agónico sarcasmo.
El efecto destructor de el peligroque acompañó los fuertes vientos de este huracan abarco un ojo de unos 6o km de diametro ,la pared del mismo afecto la habana con vientos huracanados de 95 km/h y rachas de hasta 130 lo cual implica los cuantiosos daños q se reflejan ¡¡A recuperarse !.
Es este un buen momento para que se activen los resortes económicos trabados. Es hora de una economía de mercado. Rusia la tiene, China, Vietnam. A qué se espera aquí? A una agonizante muerte? Cuándo el presente gobierno será capaz de ofrecer alegría a este maltrecho pueblo?
Todo un desastre como siempre. Ojalá se recuperen pronto.
Ojalá se recuperen pronto.