La tengo frente a mí, ahora mismo. Su traje de lunares parecía tan simple y su mirada tan serena, que dejé mis ojos en ella. La sigo mientras toma impulso, se apoya en el caballo y gira. Hago de juez desde las gradas: la caída es perfecta. Vuelve en manos libres: concierto en el tapiz. El público estalla.
Cuando anuncian su edad, temo un error y aguardo. Diez años, repiten. ¡Diez años y es ya la mejor gimnasta de Cuba!
Su nombre reunía curiosamente a dos de mis cantantes favoritas. Annia Linares y Omara Portuondo. Tal vez por eso lo fijé inmediatamente: Annia Portuondo. Ella alcanzará el título de Cuba en siete oportunidades.
No me asombró cuando dos años después, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de México en 1990, la muchacha ganó cinco medallas de oro y una de bronce, incluido el all around o máxima acumuladora.
En el periódico Granma del 26 de noviembre de 1990, el titular fue “Annia ya dejó su nombre grabado en la gimnástica”, mientras en la revista Bohemia del día 30, se hablaba de “Annia y su magia”. Leía cuanto publicaban sobre ella. Me convertí en su fan.
Era muy seria en sus ejecuciones. Algún comentarista le señaló la falta de una sonrisa, de una expresión más dulce… pero la concentración era una de sus claves.
De vuelta a los Centro-Caribe (Ponce, 1993), la cubana arrasó: seis títulos de seis posibles. Incluso, en uno de ellos ¡mereció la calificación de 10 puntos! En los Panamericanos de Mar del Plata 1995, Estados Unidos acudió con una armada encabezada por la campeona mundial Shannon Miller. Sólo así pudo vencer a la cubanita que se las arregló para ganar, no obstante, tres medallas en la final por aparatos, ocasión en la que también se abrió espacio su compañera Leyanet González.
1996 fue el año de su consagración… y su retiro. En el Campeonato Mundial por Especialidades que tuvo lugar en Puerto Rico, el público ya la conocía y la adoptó como suya. El apoyo fue delirante.
Según afirma más de un experto, fue la mejor en el caballo de salto, pero los jueces decidieron adelantar unas décimas a las rumanas Gina Gogean (9,800) y Simona Amanar (9,787), por sobre la Portuondo (9,756). Que una chica caribeña le arrebatase el oro a las seguidoras de la Comaneci, tal vez les pareció un sacrilegio.
Annia Portuondo se convirtió con ese disputado metal bronceado, en el primer gimnasta cubano ―sin distinción de sexo ―, que conquistaba una medalla en una cita del mundo. Antes que la plata de Eric López en barras paralelas en el Mundial de Gante, Bélgica en 2001. Yerran varias páginas cuando le dan la distinción a este último.
Aunque había logrado el mérito, no fue incluida previamente en la nómina de la delegación cubana para los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Las autoridades deportivas de entonces, pifiaron. Los resultados en tierra boricua, fueron un campanazo que cayó sobre sus cabezas. Según la prensa, hubo gestiones para incluirla a última hora… pero ya todo era inútil.
Annia decidió retirarse a los 18 años. Y la perdí de vista…
Cuál no sería mi sorpresa cuando la vi aparecer en la cuna del olimpismo, en Atenas 2004. Era toda una mujer, pero conservaba intacta su prestancia. El matrimonio con el preparador Alan Hatch, no sólo le dio un nuevo apellido, sino que la sacó del retiro. De nuevo había mirado a Cuba a su antigua compañera Leyanet González ―longeva en ese deporte―, quien seguía cosechando lauros después de ser madre.
Annia debió imponerse a trabas, a lesiones, y demostrar su valía al máximo nivel en su país de residencia. Representando a los Estados Unidos, logró el sueño de todo atleta: una medalla olímpica. Sumó dos preseas de plata: en la final de caballo de salto y en la competencia por equipos durante la cita griega.
A los 26 años, cuando ya muchas han abandonado esas lides, Annia se convirtió en la primera gimnasta de origen latinoamericano que ganó una medalla olímpica. Hubiese querido partir mi medalla en dos, respondería a un reportero.
Por la televisión aplaudí sus saltos, aunque el resultado no fuese al medallero de Cuba. Aplaudí su excelencia deportiva. Y cuando tomó la carrera de impulso rumbo al caballo, en algún lugar, adiviné a la niña guantanamera de traje de lunares y mirada serena que no se rindió jamás.
¡GENIAL!