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Las luces parpadearon. Celia1 levantó la vista de la laptop. “¿Bajó el voltaje?”, se preguntó, apenas para darse cuenta de que algo peor parecía estar sucediendo. Un segundo después la casa quedó a oscuras. La ciudad, la provincia, Cuba entera.
Recogió los papeles de la empresa que tenía desperdigados sobre la mesa y los guardó. Demoraría un par de horas en comprender que no era un simple apagón fuera de horario que afectaba a Holguín, sino otra desconexión a la cuenta del Sistema Eléctrico Nacional (SEN).
“Mamá, la maestra dijo que hay que hacer la tarea aunque sea con la linterna del teléfono”, advirtió su hija mientras sacaba las libretas de la mochila y ocupaba el mismo espacio sobre la mesa que antes estaba reservado para los documentos de la madre.
Cada vez que la escena se repite, Celia piensa mil improperios, pero calla: prefiere que su hija estudie. Al menos así se entretiene en algo productivo. Ella, mientras tanto, a veces a las 9 de la noche aún anda negra de carbón en las manos, en la ropa, porque no solo no tiene electricidad, tampoco gas para cocinar.
“Lidiar bien con los apagones es tan ficticio como esperar que la Felton y la Guiteras2 sincronicen juntas algún día —asegura con cierto sarcasmo—. Supuestamente vivimos en una provincia ‘privilegiada’ porque los apagones están ‘bien planificados’, con horarios establecidos y divididos por bloques. Sin embargo, la realidad es otra: tengo días con 15 horas de apagón y otros con 9. Es muy complejo lidiar con un cúmulo de cuestiones que se escapan de mis manos: electricidad, alimentación, gas licuado, casa y tiempo de calidad para mi hija”.
Por más que lo intenta, Celia no encuentra una forma efectiva de enfrentar la situación. Le resulta difícil cumplir con éxito su papel como mujer, madre y líder de una empresa privada, dedicada a los cuidados de adultos mayores y personas en situación de discapacidad. El estrés acumulado la abruma. Ha perdido el sueño. La dinámica diaria es tan agobiante que le parece increíble que aún mantenga la cordura. Cuando “llega” la corriente, a las 12 de la noche, se levanta, pone todos los equipos a cargar y prepara a contrarreloj lo imprescindible para el día siguiente. A las 3 de la madrugada ocurrirá el siguiente corte, que durará hasta las 6 de la mañana. No es raro que amanezca ojerosa, agotada y de mal humor.
Una niña de 9 años necesita que la escuchen, que le respondan dudas, que la lleven a pasear. A cada rato, Celia se cuestiona si es buena madre. Quiere lograrlo, pero siente que cada vez es más difícil. Casi nunca puede jugar con ella. El poco tiempo que consigue dedicarle se consume en revisar tareas.
“Hay días en los que miro a mi alrededor y pienso: ‘Lo siento, hoy toca comer pizza’, porque el cuerpo ya no me responde para ponerme en acción en la cocina. Mi vida gira en torno a la corriente”, lamenta.
El 14 de marzo, cuando se produjo el cuarto apagón masivo en menos de seis meses en Cuba, aunque sabía que algo así podía ocurrir en cualquier momento, Celia sintió que no podía con tanto. Volvían los días completos sin electricidad, el temor de que se echara a perder la comida conseguida a tan altos precios, las noches invadidas por los mosquitos y la tensión añadida de la falta de gas, que solo le dejaba la opción de cocinar con carbón en el patio de la casa.
“Al menos tengo esa alternativa —advierte, con cierta resignación cansada en la voz—. Pienso en quienes ni siquiera pueden cocinarles a sus hijos, y hasta los mandan a la escuela sin desayunar”.
Lo dice con pesar, y añade que la situación energética fue decisiva en su lista de renuncias:
“Quisiera tener otro hijo, pero así no se puede. Si por casualidad me lo replanteo, miro a mi vecina, con 25 años y un bebé de apenas tres meses, y me doy cuenta de que sería una gran locura: este estrés no lo merece ningún ser humano, mucho menos un niño”.
“Traumas de esta época”
El más reciente apagón general fue causado por una avería en una subestación en las afueras de La Habana, que provocó la desconexión total del SEN. El país se quedó sin electricidad durante más de 24 horas. En algunas zonas, los cortes se extendieron más allá de las 48 horas (tiempo mínimo de apagón que se vivió en todo el país).
Los apagones son parte de la vida de las familias a lo largo y ancho de la isla, con alguna diferencia en zonas de interés económico, donde las interrupciones suelen ser menos frecuentes o durar menos tiempo. La marcada desigualdad entre los ciudadanos se manifiesta a diario en disgustos en las redes sociales.
Los continuos cortes de electricidad afectan la calidad de vida de millones de personas, y naturalmente impactan en la crianza responsable, con especial sobrecarga física y emocional para las madres. Lo vive a diario Iris, una joven granmense radicada en Holguín, a donde fue a estudiar, se casó y tuvo un hijo.
Mientras prepara la leche de su bebé de un año, en plena oscuridad, me envía audios contándome su experiencia:
“Los apagones nos acompañan desde antes del parto. Dormíamos mal y era difícil realizar las labores hogareñas, pero ahora con un bebé todo es diferente.
“Todavía tengo pesadillas sobre esos primeros meses de lactancia materna, a libre demanda. De pronto me encontraba pensando: ‘la lavadora terminó una tanda, tengo que montar otra; el almuerzo está por la mitad; tengo que rellenar el tanque del agua y, sin electricidad, la turbina no funciona’. ¿Quién se concentra en dar el pecho con todo eso en la cabeza? La situación no mejoró cuando el bebé empezó la alimentación complementaria. En medio de todo eso, estuvimos casi tres meses sin poder comprar gas licuado”.

Iris es alegre y ocurrente. A sus 36 años, intenta encontrarle el lado divertido a la vida; sin embargo, en los últimos tiempos no ha sido fácil: “Siento que he envejecido una década”, dice sin disimular su agobio.
Cuando su barrio tiene corriente durante la mañana, prepara dos días de comida para su niño. Además, lava. En contraste, durante las mañanas de apagón, limpia y organiza la casa.
“Esas jornadas son duras porque no tenemos corriente desde las 6 de la tarde hasta la medianoche. Debo ‘montar en patines’ para hacer la leche, poner a hervir los pañales de tela (no puedo permitirme los desechables), tener la comida lista y todo lo que es imprescindible en una casa”.
Tiene suerte de contar con lámparas y ventiladores recargables para que, cuando la electricidad falte, el bebé esté “cómodo”, si es que eso es posible en un contexto así. Ella y su esposo hacen magia para evitar que el niño se estrese.
“Como no me he reincorporado al trabajo puedo manejar la situación, pero después tendré que levantarme temprano para preparar el desayuno, adelantar tareas y llegar a tiempo. No sé si será posible”.
Esta madre primeriza no ha podido cumplir con su propósito de mantener la sonrisa; siempre está preocupada y a contrarreloj.
“Ni juegos en el piso con el bebé ni paseos sin previa planificación, pues se me hace tarde para cocinar, lavar, planchar, o usar cualquier equipo eléctrico. Siempre pensé en tener más de un hijo, pero no me parece. Hay traumas de esta época ilógica que no sanarán. De todo este tiempo, me quedo con la felicidad de mi muchacho cuando abro el abanico. Ojalá para él todos los avatares de la vida, ahora imperceptibles, sean una fiesta”.
Sin tiempo de calidad
Según Iris, en la ciudad de Holguín la programación de los cortes del fluido eléctrico son limitantes. Siempre hay algo importante que hacer para lo cual hace falta electricidad. El día en que tienen corriente de 6 de la mañana hasta el mediodía, el apagón será hasta las 6 de la tarde. Luego la volverán a quitar desde la medianoche hasta las 3 de la madrugada. Durante la jornada siguiente, el apagón ocurrirá en los horarios contrarios.
Si para las madres de la ciudad de Holguín esta situación supone un esfuerzo extraordinario, las que viven en otros municipios se quejan de que la situación es peor.
“Nunca sé cuándo se irá la corriente ni a qué hora regresará. Cuando llega, no pienso en descansar, sino en aprovecharla al máximo, casi siempre para preparar alimentos”, dice Yisel, madre de dos niños en edad escolar.
Residen en Levisa, un pueblito distante del municipio de Mayarí, a unos 100 kilómetros de Holguín. Yisel cuenta que ellos también tienen el sistema de programación de las afectaciones eléctricas, conocen los horarios con antelación, pero estos no se cumplen.
“Esto genera un estrés enorme. Si el ‘alumbrón’ me sorprende en el trabajo, todo el tiempo estoy pensando que, al regresar, tendré que encender una hornilla de carbón para hacer la comida de los niños. Cuando sé que quitarán la corriente a las 6 de la mañana, me levanto a las 4 para adelantar la comida de la tarde. Intento abarcarlo todo, pero no logro nada con la calidad que amerita: ni el cuidado de los niños, ni el trabajo, ni la vida misma”, se queja.
No es frecuente que Yisel se levante de buen humor. A veces grita sin querer, o agita a los hijos para que desayunen rápido. Si no se apuran, deberán cepillarse los dientes y vestirse sin electricidad. Los fines de semana tampoco son mejores. Cuando ponen la corriente, debe aprovechar para lavar la ropa, especialmente los uniformes escolares. Muchas veces se le queda la mitad de la ropa mojada dentro de la lavadora y debe terminar ella misma, restregar y enjuagar a mano.
“No puedo darles a mis hijos la atención que merecen. No tengo tiempo para leerles cuentos, abrazarlos o compartir en familia. Siento que tampoco cumplo plenamente mi rol como madre. Me veo obligada a decirles: ‘Hagan la tarea antes de que se vaya la corriente’, aunque recién hayan llegado de la escuela. Ellos se quejan de tener que estudiar sin descanso, pero saben que luego no habrá electricidad. A veces pasamos hasta tres días durmiendo sin corriente y, lógicamente, se levantan cansados porque no durmieron bien”.

Por más que Yisel intenta organizarse para que sus hijos lleguen temprano a la escuela, para que tengan un horario estable para comer y dormir, y dedicarles tiempo para conversar, casi nunca lo logra.
Además de los apagones programados, hay días en los que la sorprenden los “planes extra”, o sea, cortes de electricidad porque la generación es baja, falta combustible o hay alguna avería.
A veces, las ganas de terminar pronto los quehaceres y compartir tiempo de calidad con sus hijos la hacen pedir permiso en el trabajo para salir más temprano y aprovechar la electricidad en su casa, pero cuando llega descubre que la han cortado sin aviso. Le ganan el abatimiento y la desesperanza.
“No es justo que mis niños no puedan ver ni siquiera una película en el televisor. Me niego a creer que esta sea la única manera de vivir aquí”, lamenta.
Más allá de las cifras
En marzo de 2024, Holguín enfrentó un déficit de 70 MW en horarios normales, con picos de 120 MW en horas críticas. Según la Empresa Eléctrica, en el esquema de rotación de bloques, “solo el 25 % de los clientes afectados cumplieron con el plan, para el resto fue imposible planificar y cumplir los horarios”.
Un año después, durante el último mes, el déficit osciló entre 10 MW y 152 MW, con municipios como Moa, Banes y Gibara reportando cortes recurrentes.
La Empresa Eléctrica de esa provincia actualiza constantemente los bloques afectados (1, 2, 3 y 4) mediante su canal de Telegram, lo cual evidencia la inestabilidad de la generación.
Según la Unión Eléctrica (UNE), en febrero último el déficit nacional alcanzó 1.870 MW, el peor del año. Este escenario se vincula a averías en centrales térmicas y dependencia de combustibles importados.
La falta de divisas para importar combustible y repuestos ha convertido a los apagones en una realidad cotidiana. Entre las soluciones a corto plazo que el gobierno ha insistido en resaltar está la generación solar, aunque de momento es una medida insuficiente para resolver la crisis.
Los apagones en Cuba, especialmente en provincias como Holguín, no solo son un problema técnico o económico, sino que tienen un impacto profundo en la vida cotidiana de las familias y, en particular, entre las madres.
Las historias de Celia, Iris y Yisel ilustran cómo estos cortes de electricidad afectan la calidad de vida y la salud mental y emocional de las personas.
En un contexto donde la planificación es esencial para el bienestar familiar, los apagones impredecibles y prolongados generan un estrés constante y una sensación de incertidumbre.
Además, la falta de acceso a servicios básicos como el gas licuado aumenta el riesgo de accidentes y enfermedades respiratorias debido al uso de métodos alternativos, como el carbón o el kerosene para cocinar tanto dentro de los hogares como en los patios de las casas o en los bajos de los edificios multifamiliares.
Las experiencias de estas tres madres holguineras dan fe de que, más allá de las cifras y los déficits energéticos, hay vidas y familias que merecen atención y soluciones efectivas.
Notas:
1 Se han utilizado seudónimos y un nombre real.
2 Se refiere a las termoeléctricas Antonio Guiteras, de Matanzas, y Lidio Ramón Pérez (Felton), de Holguín. Ambas centrales son fundamentales para el sistema eléctrico cubano. Las averías en estas centrales, especialmente en la Felton, han sido un factor significativo en el déficit eléctrico regional y nacional.