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“La encontraron muerta en medio de un cañaveral”. La frase iba de boca en boca entre los habitantes del pueblo, como impulsada por el viento. “La violó el muy desgraciado, y luego le quemó la cara con ácido”.
Hasta la casa de mis abuelos llegaban poco a poco los detalles de aquel crimen, alimentando el hervidero de emociones. La conmoción familiar, los llantos y la ira se mezclaban con los granos del arroz que escogía mi tía para la comida, entre el humo del candil de esa noche eterna del año 1997.
Los adultos murmuraban en la sala, intentando evitar que la noticia se escurriera hasta mi habitación. Sin embargo, la desaparición de Nenita durante tres días, y las condiciones en que la encontraron, no escaparon a mis oídos infantiles.
A decir verdad, yo no conocía bien a aquella prima segunda. Apenas figuraba borrosa en una foto del álbum de mi quinto cumpleaños, pero la imagen que me formé sobre su trágica muerte rondó mi mente por mucho tiempo.
Creí que, por causa de aquel hecho, para mí inusual, la familia quedaría marcada por la “mala suerte”. Nunca entendí por qué la había matado aquel hombre, ni supe cuánta verdad había en la condena de pena de muerte que tanto se mencionó entonces. Era una época en la que parecía improbable que tales hechos ocurrieran en un país calificado por sus propios ciudadanos como seguro y tranquilo, sin violencia.
Más de dos décadas después, en marzo de 2022, ante la denuncia de la desaparición de Yeniset Rojas Pérez, cuya familia durante casi un año contó los días transcurridos hasta que la encontraran, volví a plantearme la idea de la “fatalidad”.
¿Cuántas víctimas como Nenita habría entonces, cuando no teníamos redes sociales y creíamos que solo ocurría lo que alcanzábamos a conocer? ¿Cómo saber si en realidad las mujeres teníamos un país libre de feminicidios y el de mi prima era un caso aislado, o siempre pulularon, pero el problema era opaco para el escrutinio público?

De raíz
No pocos creen que en Cuba se ha puesto “de moda” hablar de machismo y feminismo, e incluso se niegan a aceptar que las denuncias de los feminicidios son parte de esta corriente. Hay quien considera una exageración o un sinsentido separar feminicidio de homicidio, porque “de todas maneras se trata del asesinato de una persona”. Sin embargo, esta perspectiva ignora la dimensión estructural y sistémica de la violencia de género, que no solo cobra vidas, sino que además refleja y perpetúa la desigualdad y la discriminación contra las mujeres.
En 2023, el Observatorio de Cuba sobre Igualdad de Género (OCIG) reportó el asesinato por razones de género de 60 mujeres de 15 años o más. Que una sola mujer cubana haya muerto a manos de un asesino por motivos de género es ya un número a atender, un hecho a analizar para que no vuelva a repetirse. Pero si se trata de 60 mujeres en un año, la perspectiva cambia.
El informe realiza apenas un acercamiento, pero no puede brindar el dato de la cantidad real de mujeres víctimas porque, aclara, se refiere a los hechos conocidos en procesos judiciales juzgados en el año.
Asimismo, en diciembre de 2023, durante el VII Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), la Fiscal General de la República, Yamila Peña Ojeda, dio a conocer que al cierre de octubre de ese año se habían reportado 117 hechos por muerte violenta de mujeres, debido a lo cual 70 niños y adolescentes quedaron huérfanos de madre.
Cuando se profundiza en las características de los asesinatos por cuestiones de género en Cuba (así como en otros países), sobresale un elemento común: generalmente el agresor es alguien cercano a la víctima, como su pareja o expareja (así ocurrió en el 83.3 % de los casos reportados en 2023).

Uno de los casos más impactantes ese año aconteció en Nuevitas, Camagüey, donde Leidy Bacallao Santana, de 17 años, fue asesinada por su expareja, quien la agredió en la estación de policía de Camalote, a donde la muchacha había ido en busca de refugio.
En los últimos años, las denuncias sobre este tipo de hechos parecen dejar atrás el calificativo de inusuales para convertirse en cotidianas. El problema, naturalmente, no es privativo de Cuba —en 2023, cada día, al menos 11 mujeres fueron asesinadas por razones de género en América Latina y el Caribe—, pero el país enfrenta un desafío particular, pues el incremento de denuncias de hechos violentos contra las mujeres coincide con el empeoramiento de una crisis económica que deriva en mayor tensión social, el resquebrajamiento de valores y el resurgir de execrables comportamientos humanos.
Aun cuando los datos oficiales disponibles se refieren apenas a 2023, durante el año posterior y los primeros meses de 2025, los reportes de actos violentos que han terminado con la vida de mujeres en varias partes del país no han dejado de aparecer en redes sociales como Facebook.
Los informes del OCIG acopian cifras; en contraste, las familias quedan marcadas por el dolor, la impotencia y las ausencias.
¿Qué tiene que pasar en Cuba para que una mujer pueda vivir o salir a la calle sin miedo a ser “cazada” por su expareja, presa de los celos? Hay quienes se inclinan por endurecer más las leyes y sancionar de forma más severa, pero el punitivismo no es la solución.
Si tomamos en cuenta que, según el Gobierno, en 2023 alrededor de 16 116 mujeres y niñas vivían en situación de violencia, es lógico pensar que los llamados “factores de riesgo” prevalecen en las comunidades, y los hechos violentos no desaparecerán, al menos en el futuro inmediato, si esas causas no empiezan a mitigarse.
Habrá que reconfigurar las maneras en las que se atiende la violencia desde las instituciones, en cómo se educa desde las primeras edades; será preciso hacerlo desde la base para que las familias comiencen a entender que no se deja solas a las hijas cuando se conocen los abusos del marido o del “ex”, o que “entre marido y mujer nadie se debe meter”; urge que las autoridades policiales reaccionen con urgencia ante una llamada de auxilio o una denuncia.
Desde 2021, el Programa Nacional de Adelanto para las Mujeres (PAM) ha sido un avance en cuanto a la creación de mecanismos para combatir la discriminación y la violencia de género. No obstante, quedan pendientes la creación de una red de refugios y centros especializados que puedan acoger a las víctimas de abuso o amenaza; así como refinar los engranajes para una educación antipatriarcal, promover desde edades tempranas visiones sobre nuevas masculinidades y acortar las brechas y la fragilidad social con subsidios, políticas y acciones afirmativas.
Un país donde la violencia machista, en todas sus manifestaciones, amenaza la integridad física o psicológica de sus mujeres, no puede descansar hasta arrancarla de raíz.
No entiendo porqué la autora habla de “. Sin embargo, esta perspectiva ignora la dimensión estructural y sistémica de la violencia de género, que no solo cobra vidas, además refleja y perpetúa la desigualdad y la discriminación contra las mujeres.”
Donde está, en Cuba, esa “dimensión estructural y sistémica de la violencia de género”? De qué manera el sistema social está relacionado con eso? Igual podríamos culpar al sistema de la falta o exceso de lluvia, o de la cercanía a la Tierra de un meteorito …
El sistema social cubano ha ido generando estructuras, derechos y mecanismos para promover la equidad entre hombres y mujeres, y en ocasiones incluso privilegios para las mujeres (menos años a laborar, no servicio militar, preferencia real en la custodia en litigio, organización de género propia, más días alegóricos, menor responsabilidad penal, código de familia nuevo, actividades sólo para la mujer como “mujeres creadoras”, etc.) tratando de compensar la brecha de género existente desde antes. No entiendo porqué dice eso de dimensión sistémica y estructural.
Creo hay otros factores,como los religiosos de creencias abrumadoramente patriarcales, o un retroceso generalizado de valores ( incluyendo) una vuelta al machismo, pero también vuelta al racismo, mercantilismo, violencia…no es un problema de género, es de todo junto.