Seguramente es el padecimiento más común entre las mujeres en edad reproductiva, pero ningún experto epidemiólogo habla de ello. Se trasmite de hij@ a madre por los besos, los abrazos y las “sobritas” de la comida. Nariz con nariz, boca con boca: una intimidad perfecta para el trasiego constante de virus y bacterias de toda laya que nuestros hijos pescan de otros hijos y otras madres, haciendo una red infinita de catarros amorosos, o amores catarrosos.
Más de una vez la madre irá al pediatra para auscultar los bronquios de su niñ@, mientras los suyos propios se caen a pedazos, gobernados por el patógeno. Pero el doctor la mirará con desdén y le dirá: “mucha agua”. Y así, el sistema inmunológico de ambos se irá configurando con las mismas marcas, adquiriendo a la par un desarrollo que la madre equivocadamente pensó haber rebasado.
Pues no. Mamá es mamá cuando su cuerpo empieza a sobrevivir la gripe materna, una y otra vez, agravada por el cansancio imperecedero, la madrugada en vela atendiendo la tos de su retoño, la jornada de trabajo (el otro) que, no obstante, le toca.
En Cuba andan inaugurando sus vidas unos 620 mil “mocosos” menores de cinco años –y no por gusto la herencia lingüística se refiere a ellos de ese modo. Así, unas 400 mil mujeres cubanas están en riesgo frente a los ataques de este padecimiento, en un país donde la tasa global de fecundidad es de 1,5 hijos por mujer, aproximadamente.
En el mundo, 2000 millones de personitas tienen menos de 15 años. Todos han tenido una madre biológica, pero no todos tienen una madre para compartir la gripe. Desgraciadas vidas que se tejen desde el déficit de amor. Un amor que no puede reestablecerse ni intercambiarse, una pasión que es rotunda y es el cimiento de toda persona.
Madres también mocosas que no usan nasobuco, que se exponen, temerarias, al malestar del cuerpo si es para encariñar a un@ pequeñ@ cuando más besos necesita; cuando una tos con aspersión, mirándose a los ojos, muy cerquita, es casi una caricia; cuando retirar secreciones sin que medien pañuelos u otros escrupulosos métodos, es un instintivo ejercicio de acicalamiento donde no cabe el asco.
Madre afiebrada, madre ronca, madre adolorida. Es el resultado de la más extendida enfermedad filial de cuantas se conocen. No hay remedio para ella. No se cita en vademécum alguno, brebaje o cocimiento, vapores o píldoras que la puedan prevenir. No mata, sino que reestablece. Completa a fuerza de amor la idea del sacrificio. Es irrenunciable. Como el recuerdo de aquella mano pequeñita que agarró el dedo materno por primera vez, tan fuerte como pudo, como queriendo decir: voy contigo, a donde vayas.