Luis Valdés Carrero, representante Liberal por la provincia de La Habana, no olvidaba su origen humilde, de obrero tabacalero. Ni tampoco el privilegio de haber sido ayudante del Mayor General Serafín Sánchez y mucho menos sus años en Cayo Hueso, donde militó en el Partido Revolucionario Cubano y colaboró activamente en los planes independentistas de José Martí. Había nacido en Santa Clara, en 1865.
Nos dice el investigador Fernando Inclán Lavastida en su Historia de Marianao que Valdés Carrero “captó en toda su magnitud el drama de las familias obreras encerradas ‘en las habitaciones húmedas e insanas de nuestra malas ciudadelas’, convertidas casi todas ellas en antros de promiscuidad, de enfermedades y desmoralización de todo género. Y animado por un profundo interés humano (…) sometió a la Cámara de Representantes un Proyecto de Ley tendiente a autorizar al Ejecutivo Nacional para que dispusiera de un crédito de $650.000 para la fabricación de mil casas para obreros en el Municipio de La Habana”.
En ese año de 1910, Valdés Carrero era Presidente de la Comisión de Hacienda. El 27 de junio la Cámara de Representantes, luego de un intenso debate, donde fueron rechazadas varias enmiendas, aprobó la propuesta y acordó que el lugar donde construirían las casas debía nombrarse Redención.
El 18 de julio el presidente de la República José Miguel Gómez dio el visto bueno a la ley. Por cierto, con modificaciones notables, pues el crédito fue aumentado a $1.300,000; se duplicó el número de viviendas, la mitad de ellas tendrían que edificarse en otras provincias.
De acuerdo con el decreto, las casas, de mampostería y tejas, de 4.00 m de puntal, tendrían sala, comedor, dos habitaciones dormitorios, baño y servicio sanitario. El total de superficie edificada sería 48.00 m. Los beneficiados pagarían una cuota de $ 6.25 al mes.
El contratista
Domenico Pogolotti era un inmigrante italiano que arribó a Cuba proveniente de Estados Unidos en 1898. Contratado como secretario de Frank Steinhart, cónsul del gobierno interventor norteamericano, atrás quedaban sus tiempos duros de camarero en un restaurante, de estibador en los muelles de Nueva York. Su vida cambió al casarse con Grace Joyce, hija de un acaudalado industrial. De este matrimonio nació el pintor, crítico de arte y escritor Marcelo Pogolotti.
El dinero heredado por su esposa le permitió a Pogolotti comprar las fincas “Larrazábal”, “Benítez”, “Jesús María” y “San José”, en la jurisdicción de Marianao. Además, en sociedad con Bartolomé Ferrer, poseía una fábrica de ladrillos denominada “El Tejar” y con Benito Langueruela y Benito Fernández integraba la Compañía Nacional Constructora. Esta empresa ganó la subasta para construir el nuevo reparto en octubre de 1910; el apellido del italiano perduraría como nombre del barrio obrero.
En los terrenos de la finca “Jesús María”, en el barrio de Los Quemados, colocaron la primera piedra, el 30 de ese mes a las diez de la mañana, con la presencia de José Miguel Gómez, presidente de la República, el representante Luis Valdés Carrero y Baldomero Acosta, alcalde de Marianao.
La obra nació torcida
En un artículo publicado por Luis Bay Sevilla, en la revista Arquitectura, en agosto de 1939, explicaba algunas de las violaciones que sucedieron desde que se concibió la Ley, ya que no se consultó a ningún arquitecto para formularla, omisión que también ocurrió a la hora de dictaminar cuál de los proyectos presentados era el más adecuado. Los aspirantes no habían expuesto un plano topográfico, ni un tipo o modelo de casa.
El plan de Pogolotti y sus socios consistía en levantar viviendas, adosadas una junto a otra, hasta el número de 15. Conformarían en conjunto un solo edificio y en total completarían ocho manzanas.
“Iniciadas las obras ocurrió que el 23 de noviembre un arquitecto, Delegado del Alcalde de Marianao, cumpliendo órdenes de esta autoridad, quiso investigar sobre el terreno una denuncia que fue formulada por escrito a aquella autoridad en sentido de que las obras no se ejecutaban bien, pero se le negó la entrada, alegándose que las obras pertenecían a la Secretaría de Agricultura. Debo hacer constar que el inspector que tenía esa Secretaría en las obras, no era arquitecto, ni tenía título legales que lo capacitara para desempeñar tan importante misión, era y tan solo un práctico de la construcción”, refiere Luis Bay Sevilla.
El 15 de enero de 1911 una comisión presidida por el Secretario de Agricultura efectuó un sorteo de las cien primeras casas y ya el 16 de febrero el Estado adquiría 50 recién terminadas, por un valor de 32 500. Nueve días después eran entregadas las llaves a los ganadores del concurso.
Según informes periodísticos que hemos consultado en el Diario de la Marina, los sorteos continuaron como método de selección de las familias que cumplían los requisitos establecidos en la Ley. En julio habían entregado 250 casas. El 5 de mayo de 1912, el Presidente de la República inauguraba en Pogolotti una escuela pública, ubicada en calle Emilio Zola, entre Cuarta y Quinta. Este proyecto también fue impulsado por Luis Valdés Carrero y tuvo un costo de $37,885.41.
Ya en noviembre de ese año residían más de tres mil familias en el reparto. La empresa construyó 950 viviendas; o sea, faltaron 50 para cumplir lo pactado y la calidad de los inmuebles no fue la mejor, ni tampoco el aseguramiento de los servicios básicos. Como afirma el historiador Fernando Inclán Lavastida:
“La escasez de medios de transporte, así como la falta de agua y luz que por mucho tiempo llenó de privaciones a los primeros pobladores del barrio, motivaron que los trabajadores residentes en La Habana, principalmente los tabaqueros, que entonces constituían el núcleo principal de la clase obrera, y a cuya protección tendía centralmente el espíritu de la Ley, no se interesaron mucho por las casas recién fabricadas, como lo evidenciaba el hecho de que los periódicos sorteos celebrados para la entrega de las casas, excepto el último, que se verificó el 16 de Marzo de 1913, habían pasado casi desapercibidos para ellos”.
Es de imaginar que los trabajadores, muchos de ellos veteranos del Ejército Libertador o fogueados en actividades patrióticas tanto en La Habana como en el exilio, no iban a permanecer inactivos ante tal abandono. Decidieron crear la Asociación de Auxilio y Defensa del Barrio de Redención para reclamar sus derechos. Pero nada se solucionó. Las quejas continuaron y los problemas sanitarios se acumularon a tal punto que en 1918 las autoridades pretendieron, sin lograrlo, desalojar el asentamiento, según cuenta Marcelo Pogolotti en su libro Del barro y las voces.
Un cronista del Diario de la Marina, que mantuvo en el anonimato su nombre, criticó con tono irónico la situación: “Eso sí, como todo tiene en esta vida su compensación, si el agua falta con frecuencia y la luz también cuando le da la gana, en cambio, las cañerías están llenas de salideros y se forman enormes charqueros de agua que se pudren y convierten en peligrosos focos de infección, así como los varios tubos de las fosas de los servicios sanitarios, que a diario suelen reventarse, saturan el ambiente de gases que no huelen por cierto a rosas”.
Y concluía con estos versos:
Se parece en condiciones
el tal barrio para obreros
a una camisa sin mangas,
sin cuellos y sin delanteros.
Así nació el barrio Pogolotti, cuna y lugar de residencia de legendarios músicos. Le tocó bailar con la más fea.
Fuentes:
Diario de la Marina
Luis Bay Sevilla: “La barriada obrera de Pogolotti”, en Arquitectura, Órgano Oficial del Colegio Nacional del Arquitectos, La Habana, agosto de 1939, pp. 315-318.
Fernando Inclán Lavastida: Historia de Marianao, Editorial El Sol, Marianao, 1952.
www.ecured.cu
www.cubasi.cu