Recientemente pude revisar nuevos documentos históricos que añaden información a la investigación relacionada con la muerte de Carlos Manuel de Céspedes, acontecida el 27 de febrero de 1874.
Sobre este hecho se conocía buena parte de los pormenores a partir del descubrimiento, hace años, en un archivo español, del parte militar del jefe del Batallón Cazadores de San Quintín, la fuerza que asaltó el predio de San Lorenzo, local en el que Céspedes pasó su último mes de vida, prácticamente sin protección alguna por el Gobierno de la República en Armas.
Ese informe de la operación, complementado con las versiones de nueve patriotas cubanos moradores de San Lorenzo y con el añadido de las investigaciones de diez historiadores, son el basamento de la narración más completa que existe hasta el momento sobre los hechos luctuosos allí ocurridos 1. No obstante, tales versiones son muy contradictorias entre sí y los historiadores hemos tenido que armar un verdadero rompecabezas sobre lo sucedido aquel 27 de febrero en las estribaciones de la Sierra Maestra.
Al final, quedó como resultado una hipotética sucesión de hechos sobre los minutos finales de Céspedes, la que se puede describir como bastante precisa. Como es sabido, en la investigación histórica muchas afirmaciones y cuestiones establecidas pueden recibir modificaciones hasta su negación, a partir de la aparición de nuevos datos que objeten lo anteriormente establecido. Es algo natural en el trabajo científico, especialmente en las Ciencias Sociales.
De esos nueve testimoniantes a los que me referí anteriormente, solo uno se pretendió como testigo ocular del momento en que los soldados españoles hirieron de muerte a Céspedes. Se trata del ex esclavo de un cafetal francés, Turena Lorain, pero fueron tantas las incongruencias de su relato, escuchado por el hijo de Céspedes, el subprefecto José Lacret y otros interlocutores, que nunca recibió credibilidad por los historiadores. Más apreciables han sido las versiones del primogénito del mártir, Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, también con cambios de ciertos matices durante este tiempo y la del propio Lacret, divulgada posteriormente por Fernando Figueredo, un oficial mambí muy próximo al expresidente (fue jefe de su equipo de ayudantes), pero también con inexactitudes flagrantes.
Ninguna de estas versiones incluye el momento de la muerte por las armas españolas, simplemente porque los testimoniantes no estuvieron allí, justo en el instante del combate en solitario del patriota contra sus perseguidores. Tanto su hijo como Lacret estaban en los alrededores del predio, donde escucharon el vocerío (órdenes de mando y gritos de miedo de mujeres y niños) y los disparos, pero no en el lugar del asalto. Por ello, el parte militar del jefe del Batallón Cazadores de San Quintín ha quedado para la posteridad como el relato más fiable, hasta el momento.
Nuevos matices al relato de la muerte del iniciador de la revolución
Los documentos recién aparecidos provienen del Archivo Militar de Segovia, España, y fueron enviados a Cuba hace muy poco tiempo 2. Agrupados bajo el código 1426, contienen varios folios, de los cuales solo mencionaré los más útiles para el tema en cuestión.
Estos papeles no se refieren al 27 de febrero, apuntan al 1ro. de marzo, cuando el cadáver de Céspedes llegó por vía marítima a Santiago de Cuba a primeras horas de la mañana y fue mostrado a la expectación pública en el Hospital Civil de la ciudad. Forman un expediente y están firmados por el brigadier y Gobernador Comandante General de la Plaza, Sabas Marín (quien una década después llegaría a ser Capitán General de la isla), y por los oficiales que se encargaron del reconocimiento del cuerpo y certificaron su autenticidad. Ellos también se encargaron de supervisar el entierro del cadáver.
El primero de estos documentos, de nuestro interés, está dirigido al Coronel Jaime O´Duly, del Regimiento Primero de Caballería y dice:
“El ayudante del Batallón Cazadores de San Quintín acaba de llegar a esta plaza conduciendo el cadáver del titulado presidente de la República cubana, Don Carlos Manuel de Céspedes quien fuera muerto en el día (sic) por fuerzas de ese Batallón al caer derribado. En consecuencia, he resuelto para la (Ilegible) y mediante el cadáver el fiscal a formar su expediente (Ilegible) a identificar el cadáver”. Cuba 1ro. de marzo de 1874
A continuación, aparece un documento firmado por los ejecutores de la tarea del reconocimiento, los oficiales Benito Álvarez Lora y Silvestre del Castillo, que expresa:
“Benito Álvarez Lora, Teniente coronel graduado, Capitán Primer ayudante de esta Plaza y Fiscal nombrado por el señor Brigadier Gobernador y Comandante General, para identificar la persona del titulado presidente de la república cubana Don Carlos Manuel de Céspedes, muerto en Cuba por fuerzas del Batallón Cazadores de San Quintín al ser capturado.
Certifico que habiendo recibido un oficio del señor Brigadier Gobernador y Comandante General, en que se me ordena actuar como Fiscal en la identificación en la persona del titulado presidente de la república cubana Don Carlos Manuel de Céspedes, y teniendo que nombrar Secretario para que este actúe como tal en esta diligencia lo hago en el ayudante interino de la misma Plaza, señor Silvestre del Castillo, el cual presente y enterado sobre el trabajo aceptaba y prometía, bajo su palabra de honor, obrar en todo con fidelidad. Y para que así conste lo firma conmigo en Santiago de Cuba el primer día del mes de marzo de mil ochocientos setenta y cuatro”.
Seguidamente aparece el documento más relevante que dice así:
“Diligencia al pasar al Hospital Civil donde se encuentra el cadáver.
“Ha seguido el señor fiscal, acompañado de mi el secretario, se instituyó en el Hospital Civil de la citada Plaza, donde se haya depositado el cadáver del titulado presidente de la República Cubana Don Carlos Manuel de Céspedes con las señas particulares que a continuación se expresan: Tendido en una camilla, con una levita de paño negro tendida sobre el cuerpo, un pantalón de Dril crudo color de la tierra, calcetines blancos con las iniciales CM 8 de C, borceguís de becerro con elásticos, afeitado recientemente toda la cara; pelo negro bastante abundante, ojos azules, estatura pequeña; y habiéndose presentado el licenciado Don José Mauri, nombrado para su reconocimiento, manifestó lo siguiente: que presenta una herida al parecer echa (sic) con machete en la cabeza con hundimiento de los huesos parietales, y otra herida por arma de fuego en el pecho, junto a la tetilla derecha, todas heridas mortales de necesidad. Y para que todo conste se pone por diligencia que firma el señor Fiscal y presente secretario de que certifico”. Y lo firman Benito Álvarez Lora, José Mauri y Silvestre del Castillo.
Este expediente prosigue con la Diligencia del Reconocimiento del cadáver en el que un grupo de conocidos y amigos de Céspedes, entre ellos un primo, Ángel Céspedes, expresaron reconocer a la persona del iniciador de la revolución y se consigna:
“ … dijeron todos por unanimidad que era el cadáver de Don Carlos Manuel de Céspedes, por haberlo conocido antes, y algunos después, durante la insurrección como jefe que era entonces de la insurrección. Y para que conste la paso por diligencia …”.
A continuación se le informa al brigadier Sabas Marín del entierro, con toda discreción, en una zona solo conocida por el mando español:
“… para proceder al enterramiento del cadáver del titulado presidente de la república cubana Don Carlos Manuel de Céspedes, habiéndose llegado a las cinco y media de la tarde, ordenó dicho señor, se le diera sepultura, lo que se verifica en la quinta hilera, fosa tercera, primer cadáver, tramo M, cuarenta metros al sur y seis metros al norte. Y para que conste pasa por diligencia que firma dicho señor y el presente secretario de que certifico”.
Analicemos qué aportan estos documentos recién revelados a lo que era sabido hasta ahora sobre la llegada del cadáver del patriota bayamés a Santiago de Cuba, su reconocimiento por amigos y conocidos, y su entierro en una tumba anónima.
En primer lugar, se aprecia que el cadáver no fue mostrado solo en calzones y camisa como se había dicho antes, sino que llevaba “levita de paño negro tendida sobre el cuerpo, un pantalón de Dril crudo color de la tierra, calcetines blancos con las iniciales CM 8 de C, borceguís de becerro con elásticos…”. Aquí se ve la descripción de casi toda la vestimenta con la que Céspedes se levantó la víspera en San Lorenzo para su diario ritual 3. La ropa que describe el documento es la misma que recuerda su hijo Carlos y que describe en una carta trece años después, apelando a la memoria, pero diciendo erróneamente que había quedado en San Lorenzo destrozada y manchada de sangre. Al parecer, solo quedó en San Lorenzo el chaleco negro de rayas punzó que obviamente estaba ensangrentado, el resto se expuso en Santiago de Cuba con el cuerpo.
En segundo lugar, los nuevos documentos dicen que la herida en el pecho fue en la tetilla derecha y no en la izquierda como se dijo anteriormente por algunos observadores. Por primera vez aparece la referencia a una herida de arma blanca en la cabeza, con toda probabilidad un machetazo, además de una fuerte contusión en el parietal derecho.
Esta segunda herida, que provocó un hundimiento lateral del cráneo, sí fue descrita por todos, incluso es apreciable en las fotos de la exhumación 4 de los restos mortales (cuando fueron trasladados el obelisco y la tumba dentro del cementerio de Santa Ifigenia, en octubre de 2017), pero el tajazo es la primera vez que se menciona. Lo más probable, a mi entender, es que se le propinó antes de alzarlo del farallón donde cayó Céspedes después del impacto de bala mortal, lugar donde la soldadesca se entregó con saña a la golpiza a culatazos y al ultraje del cuerpo, para acto seguido, llevarlo arrastrado ante el jefe del Batallón. La contusión corresponde, sin dudas, a un culatazo propinado a Céspedes, ya sin vida.
En la versión del prefecto Lacret está la afirmación de la gran cantidad de sangre derramada en el suelo, en el sitio donde cayó Céspedes, lo que solo es posible por el corte de arma blanca, pues el orificio de bala es imposible que provocara tal profusión de sangre. Dice Lacret: “El trayecto del barranco a la casa de las Beatón, donde terminó la repugnante escena, estaba marcado por un río de sangre; en la misma hondonada donde se le asesinó había una poza de sangre que parece increíble fuera de una sola persona; el paredón estaba también tinto en sangre” 5.
Téngase en cuenta que esta inspección en el terreno se realizó el mismo 27 de febrero, apenas se retiraron los españoles, o sea, unas horas después de la muerte de Céspedes. Podemos imaginar la escena terrible del cuerpo siendo izado por los pies con una gran efusión de sangre al quedar la cabeza hacia abajo.
Una testigo presencial, una de las hermanas Beatón, se refirió entonces (y consta en algunas de las versiones a raíz del asalto al predio), que una espantada Panchita Rodríguez (la lugareña con la que Céspedes tenía un romance y que quedó encinta, y dio a luz el último de los vástagos del gran amador), reconoció el cuerpo con una angustiada exclamación (“Ay, han matado al presidente…”).
A partir de ese instante, el jefe español impidió cualquier nueva profanación, a la vez que ordenó requisar sus pertenencias 6 con urgencia. Con apremio también despachó encima de un caballo requisado el cuerpo inanimado hacia la costa para que llegara lo más rápido posible a Santiago de Cuba. Había capturado una pieza de caza mayor y eso había que informarlo de inmediato al mando superior. Los bohíos de San Lorenzo, una decena, fueron incendiados antes de la retirada de la tropa.
Ya en Santiago de Cuba, el Gobernador militar dispuso el reconocimiento del cadáver (que duró hasta las cinco de la tarde) y después el entierro inmediato de los restos mortales del iniciador de la revolución.
Uno de los mejores amigos de Céspedes, Calixto Acosta Nariño, alias Leónidas Raquin (seudónimo que utilizaba para el envío de reportes a Céspedes, pues fue su agente confidencial en Santiago de Cuba), le escribió a Carlitos de Céspedes y Céspedes que, “… su cadáver solamente tenía un tiro, al parecer de revólver, en la tetilla izquierda. Un golpe que le causó la fractura en la frente sobre el ojo derecho y unos cuantos rasguños y amoratados en el cuerpo, estando vestido solamente con los calzoncillos y la camisa” 7. También aquí se dice tetilla izquierda, sin embargo en otra carta a Ana de Quesada, este mismo opinante refiere que fue en la tetilla derecha, confusiones al parecer provocadas por el trauma de la noticia.
El médico que reconoció el cuerpo introdujo su dedo meñique en el orificio de bala y consignó que era una bala de revólver, pasando por alto la equivalencia del calibre del revólver de Céspedes con el de los fusiles españoles. Pero lo más notorio es que Acosta Nariño no refiere el tajazo que presentaba el cuerpo. ¿Lo hizo por compasión para no dar más datos desagradables al hijo del mártir y a su viuda? Puede ser.
La lectura de la recién aparecida documentación sobre el momento de los hechos, nos mueve a muchas dudas por las inexactitudes e incoherencias, pero es la que se dispone a ciento cincuenta años de los sucesos. Al historiador sólo le queda intentar una recomposición de lugar y poner en juego, al hacerlo, algo de imaginación sobre los datos existentes.
Acosta Nariño y Luis Yero Buduén (hermano de uno de los que firman el documento de reconocimiento del cadáver) marcaron la tarde del enterramiento el lugar y, cinco años después, con la colaboración del personal del cementerio, exhumaron los restos mortales del iniciador en una noche tormentosa y de mucha lluvia. Me gustaría concluir este texto con la descripción que Acosta Nariño hiciera sobre ese honorable acto:
“El domingo, después de vencer todas las dificultades que se presentaron empezamos a trabajar para abrir la fosa, donde sabíamos estaban enterrados los restos; pero por la tarde fue forzado parar, porque llovía mucho y había que profundizar mucho (…). Llovía mucho en esos momentos pero resolvimos no parar hasta concluir (…). Era ya entrada la noche y se acercaba el momento solemne (…). A las siete y cuarto de la noche del 25 de marzo de 1789, descubrimos el primer resto, y así sucesivamente los demás (…). A las ocho menos cuarto, en medio de una fuerte tempestad de truenos y relámpagos (…) entre N y yo cargamos la caja en que se habían colocado los restos y todos con sombreros en las manos atravesamos la gran extensión del cementerio. A la mitad de nuestra fúnebre marcha los dos negros sepultureros, quienes durante cinco años habían velado con fidelidad sus restos, nos quitaron la caja, porque ellos también querían cargar al que había muerto por libertarnos a todos.”
Gracias a estas personas hoy se conservan en una tumba digna y con un solemne obelisco incluido, en el propio cementerio de Santa Ifigenia, los restos mortales del Padre de la Patria.
Notas:
1 Ver la extensa narración de Hortensia Pichardo, ¨La muerte de Céspedes¨, en Dos fechas históricas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1989, pp 138-166 y “Los silencios quebrados de San Lorenzo¨, en libro homónimo, de Rafael Acosta de Arriba, Ediciones Boloña, La Habana, 2023, pp 233-239.
2 Fueron remitidos por correo electrónico al historiador tunero Alfonso Ramón Naranjo Rosabal, quien tuvo la generosidad de compartirlos con este autor, sabiendo de mis permanentes pesquisas cespedianas. Naranjo Rosabal posee varios textos publicados sobre historia cubana y está terminando una biografía del general tunero Vicente García.
3 Céspedes acostumbraba a desayunar-almorzar, jugaba ajedrez, visitaba el bohío de las hermanas Beatón y finalmente llegaba al bohío de Panchita Rodríguez, donde alfabetizaba a unos niños del predio. Justo cuando estaba en esa faena, fueron avistados los soldados españoles por una niña que dio la voz de alarma.
4 Poseo una foto de la calavera que me entregó Eusebio Leal, quien estuvo presente en esta última exhumación.
5 En Fernando Figueredo Socarrás, La Revolución de Yara, 1868-78. Conferencias, pag 42, Impresores M. Pulido y Compañía, La Habana, 1902.
6 En esa requisa fue incautado el diario postrero de Céspedes publicado hace unos años con el título de El diario perdido (ya con varias ediciones), la escribanía de plata, sus cartas y alguna que otra pertenencia que la pobreza extrema a la que arribó al final de sus días le permitió conservar.
7 Gerardo Castellanos, En busca de San Lorenzo; muerte de Carlos Manuel de Céspedes, La Habana 1930, Editorial Hermes, p. 316. Libro citado en casi todos los textos que se han publicado sobre este tema.
Siempre es extraordinario conocer los hechos x la muerte del PadreDe La Patria Carlos Manuel de Céspedes.
Lamentable la falta de Protección qué debió tener en el trayecto posterior al perder la Sagrada Presidencia de la Cuba Insurrecta.
Agradezco la publicación en honor perenne, al escritor y todos los participantes del histórico hecho.