El abasto de la sólida y diversa red comercial y de servicios que existió en Cuba durante la etapa 1902-1958: bodegas, almacenes de tejidos y de víveres, ferreterías, bares, hoteles, restaurantes, sastrerías, tiendas de sedería y mixtas, agencias de venta de automóviles, establecimientos especializados en ventas de ropa o zapatos, entre otros, se benefició de la existencia de compañías que importaban directamente de Estados Unidos, Europa, América Latina y Asia.
Igual sucedió con el suministro de combustibles y de materias primas, maquinarias y diversos insumos para el sector productivo. Estas empresas fueron creadas en todas las capitales de provincia de la isla e incluso en cabeceras municipales como las de Cárdenas, Sagua la Grande y Manzanillo, por solo mencionar tres ejemplos.
Para que funcionara con eficacia el comercio, como decía en 1918 el columnista Ángel Barros, de El Diario de la Marina, existía una cadena cuyos eslabones estaban “(…) íntimamente ligados entre sí: el banquero con el comerciante; éste con el detallista, el industrial y el hacendado, y el detallista con el pequeño agricultor y el pueblo en general”.
Las compañías importadoras pagaban al contado “contra documentos de embarque y hasta situando fondos en el extranjero para poder obtener la mercancía”, refería el periódico citado en su número especial de ese año.
Para la venta de los productos en territorio cubano concedían “plazos prudenciales para el pago a sus clientes y, respaldados por los bancos y banqueros, que tan eficacísima cooperación prestan al desenvolvimiento agrícola, industrial y mercantil del Cuba, auxilian por su parte a los hacendados, colonos y vegueros en su gallardo esfuerzo por obtener una zafra de azúcar colosal y una cosecha de tabaco extraordinaria. El detallista, a su vez, presta valiosísima y eficaz ayuda al pequeño agricultor; y todos, a una, contribuyen de manera eficiente a elevar la potencia agrícola-mercantil del país, acrecentando con ello la riqueza pública”.
La ciudad de Santiago de Cuba, por su privilegiada posición geográfica y puerto, acogió a varias compañías que tuvieron como su actividad principal la importación al por mayor y contribuyeron al desarrollo socio-económico de la urbe y de la región oriental del país.
Cendoya y Cía
Sin dudas, Julián Cendoya Echeverría, natural de Tolosa, en la provincia vasca de Guipúzcoa, España, ocupa un lugar especial en esta historia. Arribó a Cuba procedente de Estados Unidos en abril de 1894 con el objetivo de asistir a la fundación de la Sociedad Angloamericana. Fue elegido como vocal de la Junta Directiva de esa asociación.
Cendoya había vivido con anterioridad en Francia y Estados Unidos y logró acumular capital y establecer excelentes relaciones con empresarios, vínculos que lo ayudarían a progresar en varios emprendimientos en Santiago de Cuba; allí sus primeras actividades económicas estuvieron dedicadas al ámbito financiero y a los negocios navieros, fue adquiriendo lanchas y era agente de los vapores de la Compañía Americana Ward. En 1898 se estableció de forma permanente en la ciudad.
Transcurridas dos décadas era dueño de haciendas, dirigía una agencia de vapores, administraba la Santiago Warehouse Company, comerciaba maderas, y había fundado la Ferretería Cendoya S.A, una de las más importantes del país. Sus grandes almacenes tenían como clientes a todos los centrales de la provincia de Oriente y sus principales fábricas, en 1925.
Para impulsar sus actividades como comerciante mayorista y brindar servicios a otros importadores creó, con la participación de varios accionistas y en combinación con navieras estadounidenses, The Santiago Terminal Co., en 1909. El capital de medio millón de pesos le permitió a la firma comprar para este negocio los muelles: Luz, Isabel y San José, con su infraestructura. Se dedicaba al traslado de mercancías en lanchas desde los barcos de gran calado y al almacenaje. También exportaba azúcar, frutas y otros productos.
La empresa amplió las instalaciones y creó otras. En 1917, según datos divulgados en El Diario de la Marina, podía entregar a un buque, en un día, 70 mil 500 sacos de azúcar. Y el trasiego de mercancías para el comercio, en general, se multiplicó, pues en el año mencionado pasaron por sus muelles seiscientas mil cargas, de importación y exportación, aparte del azúcar.
Disponía entonces de un remolcador, seis lanchas y una draga. Daba empleo a 425 trabajadores. Julián Cendoya Echeverría era el Administrador General de la Compañía.
El comercio mayorista fue respaldado con la inauguración de La Acumulativa, casa bancaria que Cendoya dirigió durante más de cinco años; luego este negocio financiero se nombraría Banco de Oriente. Muchas sociedades mercantiles pudieron desarrollarse debido a los préstamos, por los que pagaban intereses anuales de hasta el 12 %.
Mercadé y Cía
Una de las empresas mayoristas más experimentadas, que funcionó hasta ser intervenida por el Estado después del triunfo de la Revolución, se llamaba Mercadé y Cía.
Fue creada por el catalán Venancio Mercadé Papiol, quien emigró a Cuba en 1903, quien se inició en esta actividad en Marimón, Bosch y Compañía. En 1915, los propietarios le cedieron el negocio a él, a su hermano Juan, a Calixto Bergnes Soler y a Juan Punyet Sardá. Dos años después de haber sido reestructurada, sus ventas anuales alcanzaron la cifra de tres millones de pesos.
Importaba directamente de Europa y Estados Unidos, tenía las oficinas en la calle Aguilera No. 38, esquina a Peralejo y contrataba a más de 70 trabajadores.
La revista española Mercurio, en 1921, describía a la firma como banqueros, importadores de víveres finos, vinos, licores y champagne al por mayor, exportadores, consignatarios de buques, agentes generales de seguros, con sede en Santiago de Cuba y Guantánamo. También tuvo una sucursal en Manzanillo. “Y en las casas de Guantánamo y Manzanillo, importantes las dos y de mucho movimiento, […] cuyos grandes almacenes contienen enormes cantidades de mercancías que se renuevan continuamente debido a la constante demanda que se hace de las mismas (…)”, reseñaba un columnista de El Diario de la Marina, en agosto de 1918.
Posteriomente, al separarse los socios y establecer cada uno sus propias empresas, giró bajo la razón social de Venancio Mercadé S en C, como importador y almacén de víveres y frutos del país. Cuando fue nacionalizada, tenía la denominación de Mercadé y Cía.
Sobrinos de Abascal SL
La empresa fundada en la década de 1880 por el asturiano Lorenzo Abascal tuvo una larga vida, hasta ser intervenida por el Estado, pues al fallecer el creador en 1933, la firma continuó en manos de la familia.
Según el investigador Guillermo Soler Jiménez era importadora de víveres en general, víveres finos y licores, también se desempeñaba como consignataria de buques, corredor de aduana, agente de barcos y seguros, agente de pasaje y turismo y comisionista. Poseía, además, una descascaradora de café.
Representaba en 1918 a las poderosas navieras Compañía Pinillo Izquierdo, de Cádiz, Larrinaga y Cía, de Liverpool y la de United Fruit Company, que conectaba a Santiago de Cuba con Nueva York y Nueva Orleans. En ese año, las importaciones las realizaba desde Estados Unidos, la India y Argentina.
Su modus operandi fue una regularidad entre las empresas dedicadas al comercio mayorista. Como no tenían restringido su objeto social, podían combinar múltiples actividades, lo cual repercutió favorablemente en la economía de la región oriental y las “blindó” ante cualquier crisis. Banqueros fueron, además de las citadas, Babell Loperena y Compañía, Brauet y Compañía, Rovira, Mestre y Compañía, Besalú y Compañía.
Varias de ellas participaban, a la vez, en el sector de la producción, los servicios y las exportaciones. Miquel y Bacardí LTD, fundada en 1946, fue uno de los casos. La compañía era propietaria de la Línea Cubana de Ómnibus S.A, Ómnibus La Oriental, Ómnibus Caney S. A., Ómnibus Especiales de San Luis, importaba y distribuía piezas de auto y gomas, fabricaba y distribuía vagonetas de gomas. Su accionista principal era Emilio Bacardí Rosell, integrante de la familia dueña de Ron Bacardí S.A., y de la Molinera Oriental.
Otros ejemplos: B. Camp y Co. Además de producir bebidas alcohólicas, esta firma, fundada por Benjamín Camp Nonell, Antonio Sánchez García y Eduardo Camp Vilardebó, ejercía el comercio mayorista. Besalú y Cía importaba toda clase de víveres y exportaba cacao, cera, miel de abejas y otros productos cubanos. Era propietaria, en 1918, de las marcas de harina de trigo ABC Extra y ABC Número 1.
Enrique Costa Caballé y Juan Francolí, importadores de ferretería, refiere un estudio de Manuel Pevida-Pupo: “estaban asociados en el control de cuatro de esos establecimientos en Santiago de Cuba y otros lugares del país. Con estos mismos productos realizaba sus operaciones José Badell Loperena, a los que sumaba otros artículos industriales, al tiempo que era dueño de una panadería- dulcería […] Con tejidos de diversa procedencia trabajaban como importadores
los hermanos José y Ramón Farré, los que, además, eran comerciantes minoristas con capitales superiores a los 40 mil de pesos en 1940 y Lisandro Bueno Gutiérrez representaba a la firma Carbonell Lafaga y Compañía, el que, al mismo tiempo, producía colchones y colchonetas […]”.
Un negocio mayorista, en ocasiones, incluía entre sus propiedades establecimientos minoristas en la ciudad o fuera de ella. Otro aspecto a desatacar es que muchos de estos empresarios, con una fuerte presencia de inmigrantes hispanos, actuaron como agentes o accionistas de navieras, vitales para un comercio que se efectuaba fundamentalmente por vía marítima.
En Santiago de Cuba también se desempeñaron sucursales de empresas mayoristas que, por lo general, tenían su casa matriz en La Habana.
Las palabras de un sabio
Ramiro Guerra (1880-1970) historiador, economista y pedagogo, quien tanto aportó con sus libros al entendimiento sobre el devenir y futuro de Cuba, elogiaba en 1925 lo sucedido en el comercio: “La potencialidad de nuestro comercio resulta, pues enorme. Se ha puesto a prueba y ha resistido victoriosa las más graves crisis. Al desplomarse casi todos los bancos últimamente, el comercio ha sobrevivido a la catástrofe. Su fuerte organización y su crédito han prestado y pueden prestar grandes servicios a Cuba. Constituye una de las grandes reservas de la nacionalidad”. Y más adelante, en su monografía, criticaba los desaciertos, pero también sugería algunas ideas de la ruta, ideas que mantienen vigencia: “No obstante, nuestro comercio ha sido maltratado y vejado en no pocas ocasiones, así como perturbado por ciertos impuestos profundamente desmoralizadores. Vincularlo cada día más estrechamente a la nación mediante disposiciones sabias y justas, preparar para que tenga acceso a él una parte importante de la juventud y eliminar cuanto haya de vejaminoso [sic] y perturbador en nuestras leyes de carácter económico o mercantil, he ahí cuestiones que solicitan la atención de cuantos amen esta sociedad y se interesen por su porvenir”.
Fuentes consultadas:
Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
Elianne César Ofarrill: “Historias y huella comercial de un vasco en Santiago de Cuba.” https://estudioshistoricos.org/19/eh1905.pdf
Manuel Pevida-Pupo: “Presencia de los inmigrantes españoles en la economía de la región de Santiago de Cuba (1902-1940)”.
Emilio Roig (editor): El libro de Cuba, La Habana, 1925.
Diario de La Marina
El Fígaro
Mercurio