Después de la lluvia intensa nocturna el inmueble se derrumbó. Pasé por allí antes de ir hacia la escuela rural donde trabajaba. Algunos jóvenes cargaban ladrillos y un grupo de vecinos observaba el destrozo producido por la caída del techo y de varias paredes. En una de ellas, a pesar del tiempo transcurrido, podía distinguirse un fresco, obra de un pintor matancero.
En el trayecto, los saltos de la carreta no lograron que la imagen de la obra artística, en el antiguo hotel “Unión”, de Benigno Medina Castro, saliera de mi mente. Aunque quise entretenerme con las vistas de los cañaverales, de las guardarrayas infinitas, de los caseríos de Santa Paula y La Caoba, seguía “mirando” el pasado de un poblado que adquirió notoriedad en la primera mitad del siglo XX cuando emprendedores de diferentes regiones del país y extranjeros se asentaron en sus predios para darle un esplendor inusitado.
Esta historia comenzó a gestarse en 1906. Con el inicio de la construcción de un central azucarero en el municipio Ciego de Ávila, perteneciente entonces a la provincia de Camagüey, por el banquero Manuel Silveira, surgió la necesidad de erigir viviendas para los trabajadores de la fábrica. Habían planificado levantarla detrás de la estación ferroviaria, aunque luego, debido a las características del terreno, se hizo dos kilómetros más al sur.
Además de espacio para residencias (casas de tejas, paredes de madera o mampostería), el Quince y Medio, llamado así por la distancia que lo separaba del puerto de Júcaro, fue el típico poblado que prestaba servicios múltiples tanto a sus habitantes como a quienes estaban de paso o vivían en los numerosos bateyes creados en las colonias cañeras. Resulta curioso que ha tenido seis nombres: Finca La Vega, Villamar, José Miguel Gómez, Silveira, Simón Reyes y Quince y Medio.
En 1909, antes de tomar posesión del cargo como Presidente de la República, el general José Miguel Gómez, quien había sido administrador de la empresa azucarera Silveria, visitó el Quince y Medio y dijo a sus partidarios: “Este acto es una toma de posesión simbólica, porque de aquí salí cuando la guerrita de agosto y quiero a este pueblecito como a mi propia casa. Aquí levantaremos el pueblo más lindo y próspero de Cuba.”
Era la promesa de un político y ya sabemos lo que sucede con la mayoría de ellas, pero en este caso existía una realidad favorable para el crecimiento económico del lugar. Aquella red comercial de antaño pude ir develándola en el Registro Mercantil de Ciego de Ávila. Libro de Comerciantes, Archivo Histórico Provincial Brigadier José Gómez Cardoso y gracias a los recuerdos de mis vecinos.
Actores económicos
Unos fomentaron sus negocios como emprendedores individuales; otros unieron capital y fuerza de trabajo en pequeñas empresas, de dos o más socios (hoy les llamarían pymes). Las bodegas, bares, ferreterías, fondas, carnicerías, carpinterías, posadas, lavanderías, entre otros, se establecieron en la calle Línea y las vías que conectaban con ella.
Entre los inversionistas encontramos nombres de chinos, españoles, cubanos y hasta una canadiense. Frente al parque Antonio Maceo sigue en pie el chalet de Julio Fong. Llegó a Cuba muy joven, desde China. Luego de laborar en un tren de lavado en La Habana se trasladó a Jagüeyal, en el término municipal de Ciego de Ávila, donde existía un central azucarero. También residió en Chambas, allí trabajó con unos parientes en una bodega de víveres. Hasta altas horas de la noche molía café. Como consecuencia de aquel sobrehumano esfuerzo le quedó un dedo lisiado.
Al poseer ahorros, se asentó en el Quince y Medio. Constituyó una pequeña empresa bajo el nombre de Fong y Compañía. Abrió dos bodegas, primero una en este poblado y luego otra en el batey del Central Stewart. Con el tiempo poseyó una máquina, un camión, una finca de cinco caballerías y el hotel Nueva York, de Chambas. Además creó una sucursal bancaria.
Coterráneos de Fong que tuvieron bodegas fueron Jo Wen (“La Oriental”), Arturo Li, Fermín Wo Chiong, An Jai, Manuel Alin, Quon Lig (licorería) y Lion Wo Chong (tienda mixta “La Mariposa”), que también prestaba servicios como bar, restaurante y hotel —tenía mala fama porque allí se ejercía la prostitución.
Santiago Lichá constituyó en el Quince y Medio una pequeña sociedad para administrar una bodega denominada “La Campana” y una heladería en Ciego de Ávila.
Españoles y cubanos
El empresariado de origen hispano-cubano no quedó a la zaga. Entre los más antiguos estaba Margolla o Margolle —aparece de las dos maneras en documentos—, quien tenía sus almacenes a la entrada del poblado y hoy su apellido nombra esa zona.
Casimiro Pérez, fue dueño de “Sucursal La Granja”, desde 1910. Gabriel Méndez Delgado, de Islas Canarias, propietario de “El Diez de Octubre”, comprado a la canadiense Ernestina Baulien y vendido a los hermanos Vega. Parece que fue un negocio puramente especulativo porque lo adquirió en 800 pesos, y lo traspasó por 4 000, en el mismo año 1918.
El canario Valentín Corso fundó en esa arteria una bodega y su coterráneo Manuel Dénis Monzón inauguró otra, “La Placita”, en 1949. También de las islas afortunadas era oriundo Manolo Bautista, dueño de una ferretería. La bodega “La Cubana”, ubicada en calle “Línea”, perteneció a Juan Hernández, natural de Manacas, Villa Clara, desde el 30 de marzo de 1937, con anterioridad había sido del matancero Emilio Polo.
Las farmacias de Victoriano Pérez Palmero, inaugurada en 1929 y de la matancera Estrella Echeverría Acosta, en 1933 se ubicaban en calle “Línea”. En esa misma vía tuvo su bodega en la década de 1950 el español Francisco del Toro y en 1929 su paisano José Ramón Llenderrosos había establecido la ferretería “La Tijera”, con un capital de 6 mil pesos. Antolín Rodríguez Lima, de Matanzas, fundó la “Casa Antolín”, en 1947.
En la calle Martín la matancera Dalia Ferreiro Estévez abrió su panadería “El Modelo”, en 1932. Unos años más tarde, en 1941, el español Nicolás Prado Martínez tenía otro negocio similar en esa zona.
Algunos nombres eran muy sugerentes como la cantina “El sol sale para todos”, del habanero José Epifanio Oviedo y “La garantía”, del español Bernabé González Chamorro. Era costumbre en las cantinas y bares tener un salón de billar, muy populares fueron “Los comandos”, de Andrés Hernández Castro y “El marinero”.
De los transportistas todavía son recordados los nombres de Cándido Germán Alonso Gómez, Gerónimo Madrigal, José Bautista y Eduardo Berlanga, este último con múltiples negocios.
En 1915, cuando comenzaron gestiones, sin lograr el éxito esperado, en los cuerpos legislativos de la República para constituir el municipio José Miguel Gómez, con el poblado Quince y Medio de cabecera e integrado por los barrios de Júcaro, La Ceiba y Jagüeyal, el área comprendida disponía de 150 casas de comercio, dos centrales azucareros y dos puertos que tributaban al año 120 mil pesos en impuestos.
El zar de la piña
En estos apuntes no puedo olvidar el caso atípico de Benito Remedios quien, a diferencia de los demás, era millonario. Senador y Representante de la Cámara, sobre él nos dice Ciro Bianchi: “Era dueño del central azucarero Río Cauto, en Oriente, y de la compañía ganadera Adelaida; de 126 fincas rústicas y de la empresa piñera La Cubanita; de varias haciendas ganaderas en Las Villas y Camagüey y de colonias que rendían 25 millones de arrobas de caña por zafra. Era el mayor productor de la piña cubana y uno de sus más grandes exportadores…”
Benito introdujo la producción de piña en la comarca. En el Quince y Medio tenía almacenes, donde las frutas eran seleccionadas y envasadas para su traslado y comercialización. Además, allí poseía casas de alquiler.
Casa Durán
De Rodas, en Cienfuegos, era natural Álvaro Conrado Durán Viamontes, al igual que los barberos Nemecio Andino y Pastor Águila Juvier, quien luego destacó como maestro de varias generaciones y también cultivó la poesía.
“Él organizó la bodega según las leyes establecidas, pero con una tradición de familia. Su padre, Agustín Durán Vázquez, había llegado de Asturias y creado una tienda bastante grande en Rodas con el nombre ‘Casa Durán’. Cuando falleció, Conrado, todavía pequeño, se trasladó con un hermano de su padre a Simón Reyes.
“Conrado aprendió el manejo de la tienda. Cuando era ya un joven su tío se declaró en quiebra, cerró la tienda y se mudó a Ciego de Ávila. Conrado la reabrió con el mismo nombre, logró éxito y la amplió tanto en oferta mercantil como físicamente, hacia los costados: a la derecha un servicio de refrescos y bar mínimo, y a la izquierda con ofertas de ferretería y útiles para la casa. Constaba también de un ancho y largo almacén en su parte posterior y una pequeña oficina para llevar la economía de la tienda, que realizaba también mi padre”, recuerda su hija Diony Durán.
Las bodegas estaban bien surtidas. Para comprar alimentos y bebidas los quinceños no necesitaban trasladarse a otro lugar. Igual sucedía con los enseres domésticos y los más diversos utensilios que ofertaban las ferreterías. Como no abundaba el dinero, muchos compraban “fiado”.
Y la carne fresca podían adquirirla en varias carnicerías: de los hermanos Cruz, de Hilario López Alonso, de Lalo Fernández, entre otras. En esos negocios, sus propietarios no sólo compraban ganado para mantener la oferta diaria, también criaban reses en sus fincas. Completaban los ingresos familiares con la venta de leche y quesos.
Tal vez Hilario fue el último sobreviviente de aquella estirpe. Lo recuerdo ya muy anciano, con casi noventa años, en su vieja bicicleta “Niágara” rumbo a sus potreros, cerca de San Fernando.
Después de 1959, la vitalidad de la red comercial languideció como consecuencia de la disminución drástica de productos importados desde Estados Unidos y España, fundamentalmente. Las medidas del embargo causaron daño. Pero, en 1968, el golpe definitivo lo dio la denominada “Ofensiva Revolucionaria”: entre los 55 636 pequeños comercios que en el país fueron “intervenidos”, pasados a manos del Estado, se hallaban los del Quince Medio.
Son otros tiempos. No existen las mismas condiciones materiales que propiciaron el desarrollo económico de ese poblado, sobre todo el central azucarero que fue una especie de motor impulsor. El contexto económico es mucho más complejo. Sin embargo, queda el recuerdo de lo que pudo ser, del afán emprendedor en una pequeña localidad cubana, al que llegaron personas de diferentes nacionalidades, con mucho empeño para salir adelante.
Fuentes:
Bianchi Ross, Ciro: “El precio de Benito Remedios”, http://www.cubadebate.cu/
Colectivo de Autores: “Síntesis histórica del municipio Venezuela”, 1999, trabajo inédito, coordinado por el autor de esta crónica.
González, Reynaldo: La fiesta de los tiburones, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2001.
Diario de la Marina
Granma
Invasor
Entrevistas a: Leonardo Rafael Díaz Moreno (Cuco), Argelio y Abilio Gómez Calleiro, Inés Ba, Julio Hernández, Juan Carlos Mirabal, Guillermo Beckford Lowis, José Martín Suárez Álvarez, Nicolás Oquendo Morales, Brígido Pons, Diony Durán y Herminia Valdés Miñoso.
Registro Mercantil de Ciego de Ávila. Libro de Comerciantes, Archivo Histórico Provincial Brigadier José Gómez Cardoso.
Genial artículo, cada localidad de nuestra Cuba debería tener el suyo, que contará su historia…
Aprecio su estudio de la historia de lo que debe ser su hogar.
Muchas gracias.
Leí poemas de Pastor Águila Juvier, hubiera querido estudiarlos. Siente uno con esta información que la historia está más cerca.