Además de la Historia, Félix Julio Alfonso disfruta el mar, el batido de plátano, la música barroca y las siestas de domingo. El profesor titular y vicedecano del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, nació en Santa Clara en 1972 y es un confeso amante del béisbol, además de uno de sus principales estudiosos en Cuba. Ninguna preferencia es superior a la otra, porque “cada una necesita un determinado estado del alma, un momento y un lugar”.
Por eso guarda en el lugar más privilegiado de su memoria los jonrones de Pedro José (Cheíto) Rodríguez, a quien admiró cuando era niño, y Cienfuegos y Villa Clara eran parte de una misma provincia.
Su hogar es más la oficina que la casa. Mudó hacia allí su biblioteca personal y los recuerdos de sus viajes. En un rincón, exhibe muchas pelotas firmadas por grandes figuras del béisbol cubano y universal.
Alfonso es Doctor en Ciencias Históricas; Master en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba; y desde 2001, panelista de Escriba y Lea, popular programa de la Televisión Cubana.
“Las historias que no son parte de la sociedad –apunta este erudito– son historias fuera de contexto”, y reconoce que prefiere enseñar una historia cultural de lo social que una historia social de la cultura.
¿Cuál es su papel dentro del Colegio San Gerónimo?
El centro es joven todavía. Es lo que se llama una facultad-carrera, concebida por Eusebio Leal para estudiar la preservación y gestión del patrimonio histórico-cultural. Por el volumen de conocimientos y la cantidad de horas clase, se parece a una carrera del curso diurno, pero a la vez usa el horario vespertino nocturno para estudiantes trabajadores de todas partes de La Habana, como sucede en los cursos por encuentro. En ese sentido, somos una carrera cautiva, que se subordina académicamente a la Universidad de La Habana y administrativamente a la Oficina del Historiador.
Mi función aquí es representar al Decano. Eso implica llevar, a veces, asuntos que no me son agradables, porque tengo muchas tareas burocráticas sobre mis hombros. Me encanta la docencia. Me considero, por encima de todo, un profesor. El momento de mi vida en que más feliz soy, es cuando estoy escribiendo o frente a un aula. Últimamente he tenido la oportunidad de dedicarle mucho tiempo a ambas cosas. En el futuro no tendré tal vez ninguno de esos tiempos.
¿Qué significa para usted la historia de Cuba?
La primera vez que tuve noción de algo que se llamaba “Historia de Cuba” fue cuando mi abuela me contó, a mis cuatro o cinco años, que por la carretera que cruzaba frente a mi casa, habían pasado las tropas del Che en diciembre de 1958, rumbo a la toma de Santa Clara.
No lejos de allí quedaba la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, donde el Che había tenido su comandancia. Un tío mío, que entonces tendría unos once años, había tratado de incorporarse a la hueste invasora; cosa que, desde luego, mis abuelos impidieron. Ese mismo tío se fue a alfabetizar con trece años en 1961.
Luego supe que mi abuelo paterno fue dirigente sindical en un ingenio azucarero. En su pequeña biblioteca leí mis primeros libros de Historia de Cuba, y entre ellos recuerdo los Episodios de la revolución cubana de Manuel de la Cruz y La Revolución de Yara de Fernando Figueredo. Estas fueron mis primeras lecturas y los primeros significados que tuve de la gran historia de nuestro país, una historia de dominaciones y rebeldías, pero también de la gran aventura intelectual de quienes pensaron la nación en el siglo XIX y de quienes lucharon por hacerla realidad en apenas cien años.
¿Qué piensa que deba cambiarse en el sistema de enseñanza de la Historia en Cuba?
Debe enseñarse la Historia toda, no solo la cubana, con entusiasmo y rigor, con serenidad y sin dogmatismos de ninguna índole. El profesor de Historia debe cautivar al estudiante, y para eso su relato debe ser verosímil, seductor, creativo y humano, demasiado humano, pues es un grave error desconocer los yerros de los hombres y sus íntimas pasiones. Debe enseñarse con fineza, sin estridencias. Como diría Jorge Luis Borges, “con un previo fervor y una misteriosa lealtad”.
¿Cómo definiría la cultura y su relación con la Historia?
Hace más de sesenta años, dos antropólogos estadounidenses, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn, intentaron hacer un inventario de las definiciones de cultura existentes hasta ese momento, y terminaron abrumados después de pasar revista a más de ciento cincuenta proposiciones (Culture. A Critical Review of Concepts and Definitions, 1952). Visto esto, me atrevo a decir que si algún rasgo pudiera definir la cultura, es que se trata de un proceso holístico, de naturaleza social, que se encuentra en permanente construcción.
La etimología de la palabra cultura nos habla del cultivo y cuidado de algo. Para los ilustrados europeos era el cultivo del alma o del espíritu, en su sentido de alta cultura, pero la cultura es también el universo de los saberes científicos, las creencias religiosas, las normas éticas, las costumbres, las mentalidades, los imaginarios populares, el derecho, las tradiciones y un largo etcétera. En resumen, la cultura entraña una forma de ver el mundo, una representación de la identidad y de la otredad, una manera de ser y estar en una comunidad histórica determinada.
Herodoto, considerado uno de los padres de la Historia, dedicó sus famosos Nueve libros a describir en un sentido innovador para su época, lo que los antropólogos han denominado las culturas del “otro”. En este sentido, el historiador heleno nos informa minuciosamente de los usos y costumbres de los egipcios y otros pueblos orientales, y anotó con sorpresa que aquellos “bárbaros” se retiraban al interior de sus casas para satisfacer sus necesidades íntimas en lugar de hacerlo en la calle, a la manera “civilizada” de los griegos.
Luego, lo que se denomina culto o civilizado varía según las perspectivas históricas desde la cual sea abordado. Quiere decir que todos los pueblos poseen su propia manera de producir cultura, de lo cual se deriva que todas las culturas son específicas, están históricamente condicionadas y ninguna es superior o inferior a otra. Siguiendo este razonamiento, una Historia de la Cultura Cubana no sería solo la de sus manifestaciones de cultura letrada o la que prevalece en el gusto de las elites intelectuales, sino también el riquísimo universo de la cultura popular y de los saberes tradicionales de la gente. No hay manera de enseñar la historia sin relacionarla con la cultura.
¿Puede decirse que hay una crisis de la cultura hoy en Cuba?
Hablar de una crisis de cultura sería exagerado y apocalíptico. Cuba tiene hoy un nivel educacional y un sistema integrado de medios de cultura bastante amplio, y eso va desde la enseñanza artística hasta los grandes foros de la cultura nacional. Otra cosa es que no se aprovechen lo suficiente los nichos culturales creados por y para toda la población, desde una feria del libro hasta un festival de música de cámara.
Ello no quita que haya un consumo creciente de productos seudo culturales, frívolos y triviales, a través de medios muy variados. Esto daña sensiblemente la capacidad crítica de las personas frente a esta invasión de chatarra cultural y los priva de disfrutar de cosas tan maravillosas como Sindo Garay y Leo Brouwer, Carpentier y Lezama, Lam y Fabelo, Los muñequitos de Matanzas y la orquesta Aragón.
Si tuviera la posibilidad de escoger, ¿con qué personaje y en qué lugar histórico estaría?
Me hubiera gustado conocer a los grandes pensadores y patriotas cubanos del siglo XIX. Tener una plática con Varela al pie del Seminario de San Carlos; escuchar la voz de Carlos Manuel de Céspedes en la Demajagua o estrechar la mano de Martí al terminar uno de sus deslumbrantes discursos en Nueva York.
¿De dónde vino su afición por la pelota?
De niño jugué mucha pelota de manigua, “al suave”. Pero mi afición por el béisbol se la debo a un hermano de mi padre, que fue entrenador en Santa Clara y me llevaba al estadio con él, amén de obsequiarme esos humildes tesoros llamados guante, bate y pelota.
¿Qué significa este deporte para usted?
Una pieza inconmovible del ser nacional cubano y uno de sus símbolos más preciados, como el himno, el escudo, la bandera, el tocororo y la Virgen de la Caridad del Cobre.
¿Santaclareño o habanero?
Parafraseando una gran obra de la literatura europea, estoy partido en dos mitades, como el célebre vizconde de Ítalo Calvino. Por cierto, fue Calvino, nacido en Cuba, el que habló de las ciudades invisibles. Mucho de Santa Clara y La Habana habita invisible dentro de mí.
¿Qué importancia le concede a Escriba y Lea?
Ha sido una cátedra permanente de cultura popular, una utopía televisada con la pretensión de que la gente común aprenda, divirtiéndose y jugando a acertar. Creó la imagen inolvidable de la doctora Ortiz con su singular lapicero y ha sido también un reto enorme para cada uno de los profesores que hemos hecho ese programa de casi medio siglo de vida, ante un jurado inapelable de varios millones de personas.
¿Qué ha sido lo mejor de dedicar su vida a la Historia?
Te responderé con una frase que Lezama solía repetir sobre Martí: “Pretender que uno puede llegar a saberlo todo, y descubrir luego que apenas ignoras lo suficiente”.
Felix si existe crisis tanto cultural como moral,desde el primero momento que en plena calle se tararean canciones donde abundan las malas palabras y la indecensia ,la cultura se fue al hueco.segun encuestas los jovenes saben completamente la letra del Palon Divino,y no se saben el poema de la Rosa Blanca de jose Marti,Hay o no hay crisis? le pregunto?
Pero que hace este intelctual ahi,hay que poner a un militar de carrera por el y de extraccion campesina mejor…!!!
Por favor