Tal vez los primeros franceses que arribaron a las costas matanceras hayan sido corsarios, cuando solo existían en aquellos parajes hatos, corrales y estancias. Llegaban furtivamente para ejercer el contrabando con los hacendados de la región. Alonso Suárez Toledo era uno de los pudientes que abasteció a los forajidos, durante más de 25 años, de maíz, carne, casabe, cueros, sebo y miel.
Hasta el rey Carlos I conoció de aquel comercio ilegal y ordenó que la finca ganadera de Suárez Toledo, ubicada en las proximidades de la Bahía de Matanzas, fuera retirada para otra zona más alejada.
El mandato no se cumplió, cuenta el investigador Francisco P. Domínguez, y el nombre del desobediente volvió a la palestra pública el 15 de diciembre de 1576, al descubrirse que el navío francés El Príncipe se había aprovisionado en sus propiedades.
Desde que fuera fundada en 1693 por treinta y seis familias provenientes de Islas Canarias, la ciudad de Matanzas recibiría en la etapa colonial el flujo migratorio europeo de forma constante.
A los isleños luego se sumaron catalanes y franceses. La oleada más significativa de estos últimos sucedió durante la etapa de la revolución haitiana (1791-1804). Con experiencia en la agricultura, produjeron café, caña de azúcar y hasta ensayaron la siembra de cacao.
Se establecieron en la jurisdicción matancera en Canímar, Limonar, Ceiba Mocha, Camarioca y Cárdenas. La historia registra a los Laurent, Leclerc, Villére, Lajonchere, Bacot, La Tardie, La Vallet, Ebusselau, Gaunaurd, Tolón, Verrier, entre otros.
El caso más emblemático fue el de San Juan de Dios de Cárdenas, fundado el 8 de marzo de 1828, que tuvo entre sus primeros pobladores a los colonos Enrique Albrech, el conde de Lajonchere, Juan Pedro Biart de Bauregard. Francisco Samuel Aymeé y Luisa Constancia Michel.
Próximo a este núcleo urbano estaba el cafetal Magnolia, donde había nacido en 1809 el pintor y coleccionista napoleónico Juan Bautista Leclerc de Beumeel, hijo del Juan Leclerc, quien llegó a la región a finales del siglo XVII, de acuerdo con un estudio del investigador Ernesto Blanco Álvarez.
El artista de la plástica fue director de la Academia de San Alejandro, en La Habana. Al igual que él, muchos descendientes directos de franceses harían notables aportes a la cultura nacional cubana.
En la industria azucarera
A mediados del siglo XIX, la declinación de la producción de café era evidente, ante el auge de la industria azucarera. Contribuiría al desarrollo de esta actividad económica el saber de los franceses; sobre todo del ingeniero Charles Derosne, “(…) quien aplicó sus conocimientos fabricando equipos para la industria del azúcar de la caña, y llegó a Cuba en 1843 para supervisar la instalación del primer evaporador al vacío, en el ingenio San Juan Nepomuceno —conocido como La Mella— en Limonar, y, en otros casos, aplicando reconocidas invenciones, como la prueba, en 1850, de un evaporador de triple efecto en el ingenio Álava, en Colón. Los franceses aportaron nuevas y mejores variedades de semillas e importantes técnicas como los trapiches por agua, las volvedoras, nuevos sistemas de transmisión de energía (fuerza de vapor), la divulgación del uso del llamado tren francés o jamaiquino, el empleo del hidrómetro, trapiches horizontales, las hormas de barro, las tejas planas (que aún hoy se llaman francesas) y las centrífugas”, refiere el investigador Armando Castañeda Lozano.
Alejandro B. C. Dumont, ex oficial del ejército que emigró en 1804 desde Haití, además de introducir técnicas para el cultivo del café, de la caña de azúcar y de la piña, publicó en 1822 el libro Consideraciones sobre el cultivo del café en esta Isla.
Personalidad notable fue el médico Honoré Bernard de Chateausalins, quien residió en Matanzas desde 1831 hasta 1842. Autor de estudios sobre el cólera y otras enfermedades, publicados en revistas científicas, así como del libro El vademécum de los hacendados cubanos, que tuvo cuatro ediciones. El texto, nos dice el académico Miguel Ángel Puig-Samper, es un “manual para curar a los negros esclavos, pero útil también para aquellos y sus familias, pues recoge la descripción y medicamentos aplicables a enfermedades muy frecuentes en esos tiempos, no solo entre los esclavos, sino también en la población en general, entre ellas las convulsiones o alferecías de los niños, abundantes en los blancos como en la gente de color, el llamado “mal de los siete días” (tétanos infantil), el parasitismo, las disenterías, los males venéreos, la histeria y la hipocondría, poco comunes entre la población campesina y los negros esclavos, pero frecuentes a su entender entre personas civilizadas y ricas”.
También dejó su impronta el sabio Miguel Du Brocq, descendiente de una familia noble, de Bayonne. Este agrimensor levantó planos que contribuyeron a la construcción y mejoramiento de caminos en la provincia.F
El ingeniero Jules Sagebien
Al comercio y las artes también se dedicaron muchos galos en el siglo XIX. En 1818, Esteban Best y Julio Sagebien construyeron en la ciudad matancera el inmueble de la Aduana, primera obra neoclásica de gran envergadura de Cuba, a juicio de la Dra. Alicia García Santana.
La impronta de Julio Sagebien (1796- 1867) es más abarcadora. Casado en 1824 con la matancera Demetria Josefa Delgado Guerra, a su talento se deben otras edificaciones: el puente del Yumurí (junto con Eloy Navia), la reconstrucción de un puente ubicado en la desembocadura del río San Juan, y el levantamiento de otro, nombrado La Carnicería, en el mismo afluente.
También este ingeniero y arquitecto realizó los proyectos y dirigió la ejecución del Cuartel Santa Cristina, el Hospital de Santa Isabel, el edificio de la Cárcel, y una vivienda para el hacendado Juan Bautista Coffigny.
El doctor Ernesto Triolet Lelievre dejó un legado centenario que ha trascendido las fronteras nacionales: la famosa Botica Francesa, fundada con su colega Juan Fermín de Figueroa y Velis el 1 de enero de 1882 en la Plaza de Armas de la ciudad de Matanzas. En antiguos periódicos encontramos anuncios de las fórmulas elaboradas en su laboratorio: Jarabe Simple de Hormigas, Café Compuesto, Agua de Azahar, Vino Aromático de Quina, Solución de Bromuro de Sodio, Aceite de Alacranes, Bálsamo Tranquilo, Tintura de Benjuí, Extracto Fluido de Belladona, entre otras.
Este inmueble, de tres plantas, por sus valores patrimoniales fue convertido en el Museo Farmacéutico de Matanzas, en 1964 y declarado Monumento Nacional el 20 de noviembre de 2007. Es la única botica francesa de finales del siglo XIX conservada en el mundo.
Es difícil que donde convivan los franceses no expandan la exquisitez de su moda. Agustine Rouly de Verrier, en el siglo XIX, inauguró un comercio con lo más novedoso producido en los talleres parisinos y, se dice, que también contribuyó a la vida cultural en la Ciudad de los Puentes como promotora o gestora.
Los textos literarios franceses, traducidos al español y editados en las imprentas de la ciudad, asegura el viajero italiano Adolfo Dollero, “tuvieron sobre las costumbres y la civilización yumurina una influencia indiscutible”. La enseñanza de la lengua de Víctor Hugo en los colegios particulares y por profesores en sus casas favoreció la difusión del idioma; dominarlo daba distinción y clase.
El barrio de Versalles
Según el historiador Francisco P. Domínguez, el nombre del barrio se debe al culto José Teurbe Tolón, propietario de tierras en la zona, a quien se le ocurrió la idea para rendir homenaje a sus antepasados franceses “y también como sello de distinción social a los convecinos pro adictos todos al espíritu y la moda irradiados por los salones de la que fuera corte del Rey Sol”.
Acerca de la importancia que fue adquiriendo el reparto nos ilustra un censo de 1860, elaborado por los celadores de barrio. De los 29 084 habitantes de la urbe en 1860, residían en Versalles 2 783 pobladores.
Adolfo Dollero, en la década de 1910, visitó Matanzas y escribió un libro, publicado en 1919, que podemos catalogar como algo entre la crónica de viaje y el estudio histórico, con más peso en lo segundo.
Describía así a Versalles: “(…) no se parece a la lujosa residencia de los reyes de Francia, de la que ha tomado el nombre; y sin embargo con su Castillo y con su puente antiguo, su amplio paseo de Martí que merecería ser más cuidado y más frecuentado, su viejo Hospital y sus nidos de flores y de palomas, es extremadamente pintoresca”.
En las primeras décadas del siglo XX se apreciaba la disminución del número de franceses. De los 3 mil, entre naturales y sus descendientes, que una vez tuvo registrado el Consulado de esa nación en Matanzas, muchos habían fallecido, o se habían trasladado a otro lugar. Sin embargo, quedaba una huella profunda, perdurable en la Atenas de Cuba.
Fuentes:
Adolfo Dollero: Cultura Cubana. (La provincia de Matanzas y su evolución), Imprenta Seoane y Fernández, La Habana, 1919.
Raúl R. Ruiz: Memoria francesa, Ediciones Vigía, Matanzas, 1996.
Francisco J. Ponte y Domínguez: Matanzas, biografía de una provincia, Academia de la Historia de Cuba, 1959.
Ernesto Blanco Álvarez: “Juan Bautista Leclerc de Beaume: un olvidado artista de la plástica cubano–francés”.
Armando Castañeda Lozano: “Presencia francesa en el despegue y auge de la economía de plantación esclavista en Matanzas”.
Marcia Brito Hernández, “Joya patrimonial en medio siglo de conservación”.
Alicia García: “Julio Sagebien, arquitecto de Matanzas, ingeniero de Cuba, en Arquitectura y Urbanismo, volumen XXXII, No. 1/2011.
Miguel Ángel Puig-Samper: “Dos Hipócrates negreros en Cuba y Brasil: Bernard de Chateausalins y Jean-Baptiste Imbert”.
El Reino: diario de la tarde.
La Correspondencia de España.
Maravilloso estudio de los pobladores franceses q vivieron en la bella provincia de Matanzas. Más regalos al conocimiento histórico de Cuba. Gracias José Antonio!
Con tus descripciones me cree el cuadro de Matanzas y sus personajes con la misma vida con que las detallas. Gracias por compartir! Muy hermoso trabajo