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Situada en la Plazuela de Cristo, se yergue a una altura de 35 metros. Su campanario es un mirador magnífico para apreciar las bellezas naturales y arquitectónicas de Trinidad, villa fundada por el conquistador Diego Velázquez de Cuéllar, en 1514, en la región central de Cuba. Esta torre es el último vestigio del Convento de San Francisco de Asís y de su iglesia anexa.
El primer templo religioso, de la Ciudad Museo del Mar Caribe, fue edificado por los españoles en fecha desconocida. Solo ha trascendido que era muy modesto, de techo de guano y que un huracán lo destruyó en 1525. Quizá allí rezaron y confesaron sus pecados lo aventureros que acompañaban a Hernán Cortés cuando estuvieron a fines de 1519 en la villa, mientras el Capitán organizaba la expedición para apoderarse del Imperio azteca. Esta visita inesperada duró 12 días. Se dice que la iglesia se quedó sin párroco y sin feligreses porque se enrolaron en la tropa del temerario conquistador.
Trinidad estaba tan deshabitada, que cuando Juan del Castillo, Obispo de Cuba, la visitó, en 1570, apenas vivían 50 aborígenes. Como no había sacerdotes ni hispanos, Del Castillo “dispuso el traslado a Sancti Spíritus de todo lo concerniente a aquella iglesia, no sin disgusto y queja de los indios allí residentes”, precisa Juan Martín Leiseca en el libro Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba. El aumento de la población transcurrió con lentitud. En 1607 Trinidad tenía 150 habitantes, entre ellos el párroco Pedro de Soto.
Al ser saqueado el poblado, en 1642, por corsarios ingleses, otra vez sufrió grave daño la iglesia. En los años venideros, más de una vez, el templo fue profanado por aquellos forajidos que azotaban los mares.

Genuinamente trinitaria
La orden de San Francisco era la de mayor presencia en Cuba en la segunda mitad del siglo XVIll. Tenía 9 conventos en la isla. Entre los primeros frailes que se establecieron en Trinidad se registran los nombres de Antonio del Espíritu Santo, Hernando de los Reyes, Pedro de la Sota y Antonio de la Sala, entre otros. El historiador Francisco Marín Villafuerte en su Historia de Trinidad, editada en 1945, abundó en el tema:
Existieron Comunidad y Hospicio primero, en la calle de Gutiérrez esquina a Guaurabo; y, después, en la calle llamada Las Ánimas (luego Cristo, de la Veracruz), según aparece de la Real Cédula de 21 de septiembre de 1730, de Felipe V, por la que se autorizó a dicha Orden Seráfica a construir su Convento en las casas donadas por los esposos Don Gerónimo de Fuentes y Doña Micaela Albeláez, donde se encontraban la ermita de Nuestra Señora de la Consolación de Utrera y la casa solariega contigua de dichos donantes. Todas fueron utilizadas por los Franciscanos para la Iglesia y Convento durante todo el siglo XVIII y principios del XIX.
En 1809 llegó a Trinidad Fray José de la Cruz Espí (1763-1838), más conocido como el padre Valencia, figura prominente en la historia de la Orden de los franciscanos en Cuba. Refiere Ana Dolores García en artículo publicado en la revista El Camagüeyano Libre, editada en Miami, que “su predicación fogosa y su ejemplar conducta movieron a los trinitarios a una más fervorosa piedad. Introdujo en la villa la costumbre de rezar por las calles el Ejercicio del Vía Crucis y, aún hoy, las vetustas cruces que permanecen empotradas en algunas de sus calles son elocuentes testimonios del celo apostólico de este humilde religioso”.
A él se debe el impulso para edificar el convento y la iglesia de San Francisco de Asís. Con energía extraordinaria involucró al pueblo para recaudar recursos y participar en la construcción. Se vivían tiempos de esplendor económico, propiciados por el desarrollo la industria azucarera, que facilitaron la ejecución del proyecto. El culto en la Iglesia nueva comenzó el 11 de abril de 1813, aún sin terminada la obra.
Rafael Rodríguez Altunaga en su crónica “El convento de San Francisco ¡Oh sombra venerada!”, publicada en la revista Bohemia, remoraba así aquel pasaje:
Fue esa una obra genuinamente trinitaria. Nuestras abuelas y abuelos la levantaron. Nuestros montes ofrecieron sus cedros ojorosos y sus lustrosas caobas. Las colinas vecinas dieron con liberalidad las piedras y arcillas para sus muros. Obreros nuestros, en nuestros talleres templaron los metales afinaron la voz de sus campanas que han sido los coros en nuestros júbilos y en nuestras tristezas. Relojeros nuestros echaron a andar el centenario reloj que era el guía de nuestras actividades.
Emilio Barrios, en un interesante folleto titulado En el centenario del Padre Valencia expone esta información:
En 1812 estaba terminada la torre de la iglesia de San Francisco y casi concluida la bóveda. Para el 29 de marzo, el padre Valencia consigna en su diario que el arquitecto Troyano “Acabó las Bóvedas”. La iglesia fue inaugurada el 11 de abril de 1813. Sin embargo, los trabajos continuaron. En mayo de 1813, el padre Valencia apunta en su diario trabajos hechos en los arcos, en la sacristía y en la puerta mayor. El 13 de junio da cuenta de haberse construido “Media nave nueva”. En el verano de 1813 está en Puerto Príncipe y en noviembre 28 anota “Me vuelvo a Trinidad a acabar la Iglesia”. Añade que el 29 se empezaron a poner los ladrillos del piso (…).

Miradas de viajeros
A pesar de haber pasado el tiempo, los trinitarios recordaban los hechos. Ejemplo de ello fue lo sucedido al erudito español Ramón de la Sagra. Arribó a la villa a fines del mes de diciembre de 1859. Estuvo hasta enero de 1860 para compilar datos que incluiría en su libro Historia económico-política, intelectual y moral de la isla de Cuba, en ese texto testimoniaba:
Hallándome en la Iglesia, era justo que hablásemos del Padre Valencia, que dejó en Trinidad una digna memoria por su celo y piedad. Él fue que consiguió reconstruir el templo, con la ayuda de los vecinos, cuya caridad aprovecha con ardor, cuantas acciones se le presentan de ejercitarla. Ellos mismos llevaban los materiales, cuando el digno religioso anunciaba su escasez y se cita que el Brigadier Copinher, Teniente Gobernador que era entonces, conducía materiales sobre su propio caballo.
Otro viajero que dejó constancia en sus memorias fue el norteamericano Samuel Hazard. En su libro Cuba a pluma y lápiz relató:
Hay varios edificios públicos e iglesias en la villa de Trinidad (…) la única importante por su tamaño es la de San Francisco. La de Santa Ana es pequeña y antigua y la de Paula, en la plaza de Carrillo, no es mucho mejor.
Durante el Domingo de Ramos, puertas y ventanas aparecen adornadas con las graciosas pencas de la palma real. Es un gran día para la Iglesia y para el Estado. En la Iglesia de San Francisco se celebra por la mañana una misa con inusitada pompa. Asisten el Gobernador y su estado mayor con uniformes de gran gala, los miembros del Concejo municipal, vistiendo trajes negros, los oficiales de guarnición en la villa, tiesos y con los mostachos afilados; pero todos estos personajes cuando entré en la iglesia, me aparecieron insignificantes comparados con los grupos de hermosas muchachas devotamente arrodilladas sobre sus elegantes alfombrillas, y mirando a hurtadillas por encima de los abanicos a sus enamorados, de pie bajo la sombra de las arcadas.

De las cuatro campanas que tuvo al principio sobrevivieron dos: una procedente de la ermita de la Cruz de la Piedad y otra de la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de Utrera. Las demás se deterioraron y fueron sustituidas en la década de 1850.
Subir a la torre para divisar el valle de los ingenios y su entorno era maravilloso. Ramón de la Sagra, a mediados del siglo XIX, con emoción escribía: “Rodeado de colinas, cruzado por ríos, cubierto de fincas, y adornado de Palmas reales, ofrece el más bello paisaje que puede imaginarse”.

Declive
En el convento se ejerció la docencia al impartirse allí la enseñanza elemental y la superior. Pero su destino no fue halagüeño. Al suprimirse las órdenes religiosas en Cuba, en 1820, el convento perdería el objeto social para el cual lo erigieron. Un año más tarde ya no existía el número competente de religiosos y las autoridades gestionaban usarlo como cuartel.
La iglesia también corría riesgo. Según Emilio Barrios al efectuarse un inventario de sus objetos, en 1823, “se relacionan tres cuadros, uno del crucificado, otros de Nuestra Señora de los Ángeles y uno de San Benito. La iglesia contaba con 2 altares, 66 arañas pintadas, un púlpito dorado y pinta y una pila de mármol para el agua bendita”. Debido a la presión popular no pudo ser clausurado el templo.
Continuaron abiertas sus puertas hasta 1892 cuando fue inaugurada la iglesia de la Santísima Trinidad, que fungiría como parroquia mayor. Durante la última guerra independentista (1895-1898) el convento se utilizó como cuartel de las tropas españolas. A cesar el dominio hispano quedó abandonado y para más fatalidad un rayo cayó sobre el templo, causándole graves daños. Era tal el deterioro que en 1923 demolieron las edificaciones.
Por reclamo del pueblo, el Gobierno del presidente Gerardo Machado lo convirtió “en un magnífico Centro Escolar que es el mejor edificio de la Trinidad moderna”, según la autorizada opinión de la investigadora Alicia García Santana.
En este proceso solo sobrevivió, de la edificación antigua, la torre. El trinitario Rafael Rodríguez Altunaga evocaba apesumbrado:
De toda aquella mole solemne no quedó sino la imponente torre. Nada la abatía. Las memorables tormentas de Santa Teresa y de San Evaristo que cruzaron desoladoras sobre nuestra ciudad, dejaron ilesa la torre augusta. El edificio a que servía de Atalaya vinose al suelo y ella quedó en pie como para dar fe de su fortaleza. Los rayos le tejieron coronas de fuego y hasta le hirieron y ella herida continuaba cortando el azul de nuestros horizontes con su silueta melancólica.

Para la poeta Uldarica Mañas, no resultó afortunada la reconstrucción del inmueble. En su crónica “Impresiones y recuerdos de Trinidad”, publicada en la revista Social, en febrero de 1932 expresaba:
El antiguo convento de San Francisco, que era un bello edificio antiguo, ha sido reconstruido totalmente, prescindiendo por completo de preservar su estilo, y así. sólo conserva de su antigüedad la vetusta torre que contrasta horriblemente con el resto del cuerpo moderno.
Después del triunfo de la Revolución, el edificio continuó siendo sede de una escuela primaria hasta que, en el mes de noviembre 1984, fue convertido en el Museo Nacional de Lucha Contra Bandidos. Esta institución cultural atesora fotografías, mapas, gráficos, objetos, piezas, pertrechos y documentos de los años intensos (1959-1965) de enfrentamiento armado entre las fuerzas revolucionarias y los grupos guerrilleros de la oposición al Gobierno, apoyados por Estados Unidos.
Es imperdible para el viajero subir al campanario de la bicentenaria torre, pues siempre será un convite observar los encantos del centro histórico de la ciudad y del legendario valle, declarados por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Fuentes:
Libros y folletos
Barrios, Emilio: En el centenario del Padre Valencia, Imprenta El Camagüeyano, Camagüey, 1938.
De la Sagra Ramón: Historia física, económico -política de la historia de Cuba, París, 1861.
García Santana, Alicia: Trinidad de Cuba: Ciudad, plazas, casas y valle, Ministerio de Cultura, La Habana, 2004. (Agradezco a Karen Cabrera el acceso a esta y a otras fuentes)
Hazard, Samuel: Cuba a pluma y lápiz, Cultura S.A., La Habana, 1928, tomo 2.
Leiseca, Juan Martín: Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba, Talleres tipográficos de Carasa y Cía, La Habana, 1938.
Marín Villafuerte Francisco: Historia de Trinidad, Editor Jesús Montero, La Habana, 1945.
Bohemia
Diario de la Marina
Social