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Después de pasar el río de Los Negros, estuvo la aldea aborigen, asentada en suelo rojizo y fértil. Resultó chocante el acto vandálico. El sitio histórico estaba entonces limpio de malezas, listo para sembrar maíz. Por doquier vimos montículos que usaron los primitivos para tapar desperdicios de comidas. Encontramos, a flor de tierra, huesos de animales, pedazos de vasijas de barro, percutores y fragmentos de otros instrumentos.
El ingeniero Antonio Costales me acompañaba en la excursión monte adentro, a pocos kilómetros de la terminal portuaria de Palo Alto, en el municipio de Venezuela, provincia de Ciego de Ávila.
Recuerdo que, hasta ese año 1998, yo solo conocía la zona de la playa, el balneario muy popular durante los meses de verano. Y hasta había pernoctado allí y pescado con redes, siempre temeroso de las levisas, ocultas en el fondo marino, entre el sargazo y el fango.
En el mar se veían los restos del pontón, antiquísimo barco, guarida de una gigantesca guasa y refugio de romances amorosos, según leyendas.
Además de la presencia comprobada de grupos precolombinos, existen referencias acerca de un caserío con su ermita en el siglo XVII.
La iglesia era de ladrillo, según Juan Martín Leiseca en su libro Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba. En 1610 fue bendecida por el obispo Alméndariz y un huracán, en 1675, la destruyó junto con el poblado.
Los vecinos levantaron las casas y el templo, bajo la advocación de San Eugenio de la Palma. Este autor plantea que la ermita fue trasladada y reedificada, con paredes de barro, en la hacienda Ciego de Ávila, a mediados del siglo XVIII. Es un tema que ha provocado polémicas entre los historiadores y amerita continuarse investigando.
El hallazgo de restos de viviendas de la etapa colonial y la información transmitida oralmente, de generación en generación, apuntalan lo afirmado por Martín Leiseca.

Un gigantesco sabicú
En su demarcación era común el comercio de contrabando y rescate. Narró el investigador José Gabriel Quintas, en su libro Historia anticuaria de alucinados, fantasmas y bandidos, la presencia de los corsarios Sebastián Fornaris y Joseph Fernández del Cueto en Palo Alto y en los cayos pertenecientes al Golfo de Ana María, entre ellos Cayo Obispo, en abril de 1772.
Sobre el origen del nombre del pintoresco sitio, el colega José Martín Suárez afirma: “Un enorme Sabicú de más de 30 metros de altura constituía una referencia geográfica para los navegantes que desde tiempos muy lejanos bordeaban el mar del sur de Ciego de Ávila y buscaban tal punto en la agreste y boscosa costa y así, gracias al ingenio marinero, quedó bautizado el lugar con el topónimo Palo Alto, la alusión al enorme árbol”.
En el siglo XIX, perteneció a la finca del acaudalado terrateniente Roque de Lara y allí se desarrolló la ganadería, la apicultura, la explotación maderera y los cultivos menores, destinados al autoconsumo.
Otro hacendado, con múltiples propiedades en Sancti Spíritus, José Iznaga del Valle era dueño de la hacienda Dos Hermanas, donde fundó el ingenio Soledad.
Tenía una dotación de 230 esclavos y necesitaba un puerto para exportar maderas, cera, cueros, carne salada y azúcar. Los más próximos estaban en Júcaro y Tunas de Zaza. Quizás creó en Palo Alto alguna infraestructura para el comercio, sin la aprobación del Gobierno central. Es un tema por estudiar.
En diciembre de 1890, su apoderado Marcelino Díaz Villegas fue autorizado para edificar el muelle. El 21 de abril de 1891, el Diario de la Marina informaba que a la Inspección General de Obras Públicas se le había trasladado una real orden “con las condiciones que se marcan a D. José Iznaga del Valle para construir y explotar un muelle”.
Por su ubicación estratégica, el ejército español creó un puesto de vigilancia en la década de 1880. La casa que le servía de cuartel al destacamento fue destruida por un ciclón en agosto de 1886.
En Palo Alto los insurrectos tuvieron campamentos durante la primera guerra independentista. Los generales Marcos García y Máximo Gómez descansaron con sus tropas en los intrincados montes de esa zona y, en la última contienda, el 23 de marzo de 1898, fuerzas pertenecientes al regimiento Castillo, dirigidas por el teniente coronel Ruperto Pina, y la guerrilla del capitán Aristy, en una operación conjunta, atacaron un fuerte que habían construido las autoridades españolas, guarnecido por 18 soldados y un cabo. En este combate murieron ocho de los defensores y fue quemado el muelle.

Expedición Maine
El lunes 25 de junio de 1898, a las 10 de la mañana, partieron de Cayo Hueso rumbo a Cuba los vapores Florida y Fanita y el yate Peoria, del millonario norteamericano Willian Astor Chanler, a quien escoltaban 15 aventureros. La expedición fue llamada Maine, como homenaje al barco estadounidense que se hundió en la bahía de La Habana el 15 de febrero de ese año.
Los barcos, bajo el mando del Mayor General Emilio Núñez Rodríguez, llevaban más de 500 combatientes, 3 mil rifles, 400 mil balas, 200 revólveres, 400 machetes, 300 pares de zapatos, 3 mil mudas de ropa, 1 500 frazadas, 200 hamacas, 80 caballos, un cañón de dinamita, 100 toneladas de comestibles y 60 bultos de ropa de mujer.
El 3 de julio, después de muchas vicisitudes, custodiados por el buque de guerra Helena, arribaron de noche a Palo Alto. Hacia los campamentos de los insurrectos marcharon mensajeros con la noticia y enseguida se presentaron los generales Máximo Gómez, José Miguel Gómez, Francisco Carrillo y Rafael Rodríguez con sus tropas.
El expedicionario Ramón Leocadio Bonachea (hijo) relató así la llegada del Generalísimo, el día 4: “Hace un momento se notó un gran movimiento de caballería. Era Máximo Gómez. Se formó la gente y entró el General con su Estado Mayor y Escolta. Llegó al galope y contuvo el caballo como si fuera un joven; le hizo dar una vuelta, y partió como un rayo para la playa”.
Máximo Gómez, en un rato de ocio, apuntó en su Diario de Campaña: “La expedición es valiosa y cosa singular, es también la primera que recibo— durante 25 años que les estoy ayudando a los cubanos en su guerra de independencia. Ninguna expedición, solo cuando se lo he quitado a los españoles, he visto en mi poder tanto parque”.

En la República
Por tener mayor calado que el puerto de Júcaro, apenas terminada la guerra independentista, se gestó un proyecto para darle utilidad a Palo Alto. En marzo de 1900, comerciantes de Ciego de Ávila solicitaron al Gobernador civil de Puerto Príncipe que se construyera un ferrocarril desde el embarcadero hasta un punto de la línea ferroviaria de Júcaro a Morón.
Este plan fue aplazado por el Gobierno General, de acuerdo con la Secretaría de Obras Públicas, porque existían “multitud de obras de más urgente necesidad”.
La inauguración en 1908 del central azucarero Stewart, en el sur avileño, reactivó el proyecto, aunque con fines privados.
La Stewart Sugar Company, en 1912, comenzó a utilizar Palo Alto para exportar mieles y azúcar. Construyó un espigón y tendió una línea ferroviaria de 42 km desde la fábrica. Así ahorraba dinero, puesto que no pagaba fletes por usar vías públicas.
Los obreros portuarios de Júcaro quedaron afectados al abrirse este embarcadero, que dejó sin trabajo a muchos de ellos.
Después de 1916, el central Jagüeyal también empleó a Palo Alto para su comercio con el exterior y luego se sumó el Algodones.

Sitio predilecto para vacacionar
Al contar Palo Alto con nuevas vías de acceso, la población comenzó a concurrir a su playa. José Martín Suárez, historiador y obrero azucarero, recordaba en su página de Facebook titulada En la memoria avileña por siempre:
“Fue su playita un lugar de refugio veraniego para los habitantes del central Stewart y sus contornos, incluido este redactor y parte de su familia. Cómo no recordar (como me refería la amiga Digna López), a los motores de línea de Mililo que salían diariamente y los domingos desde la Reconquista en el batey del central hasta «El Palo» conducidos por Agustín León, Vila o Armando y otros del ingenio manejados por mi tío Martín Álvarez, Chenene, Braulio Cosa, solo por mencionar algunos. También de los viajes por ferrocarril hasta Júcaro y de ahí abordar el famoso barco Damují y pasear por el mar hasta desembarcar en el muelle de Palo Alto. Y qué decir de los personajes que habitaban permanentemente en el embarcadero: la familia Pazos, Salvador y sus hijos, Payares y los habituales veraneantes como Bautista, Pepe Brito, los hermanos Roig, Asunción Sierra, su esposo Ruaix y sus hijas, Doro Salas, Julio Caballero, Dominguito, Chaumont y su esposa Aida Rosa, el Dr. Nieves Casas, el propio Mililo, su esposa Belisa Berlanga, Mililito y sus tías, Eneas Méndez… En fin, sería imposible mencionarlos a todos.
Las cuarterías para los obreros portuarios se convertían en albergues para decenas de familias obreras que buscaban unos días de ocio para disfrutar del verano. Juegos diversos, jornadas de pesca, fiestas familiares, serenatas, tragos de «chiringuitos», pescado frito, capturar cangrejos y cocinar un buen enchilado, matizaban aquellos inolvidables días en un ambiente familiar, entre amigos”.

Héctor Falcón Llenderrozos también disfrutó aquella etapa. En un comentario en Facebook rememoraba:
“Las casas que Payares construyó quedaban del otro lado del muelle, allí hizo un sembradío, secando con una gran zanja alrededor la ciénaga que estaba llegando al estero. Nosotros éramos vecinos de Salvador, el pescador. En una de esas casas que Payares hizo y cuidaba, que se le hizo muelle y cada año mejoraba más, pasábamos las vacaciones con mis tíos Lila y Enrique; Kiki era el primo mayor y el de las aventuras pescando y tirando con su escopeta. La ilusión de que estábamos invitados para la casa de Palo Alto comenzaba cuando terminábamos la escuela. Papá hacía la factura en la Casa Fong, y nos montábamos en el motor que iba por la línea hasta Palo Alto. Ya cuando doblaba la curva se veía el mar y papá nos hablaba de que venía el momento, para ponernos ansiosos con la llegada. La casa de Palo Alto era el lugar de la paz, el descanso y la salud. Allí pasamos todos los primos la varicela, contagiándonos unos a otros para no tenerla más. Cada año la casa estaba mejor: este año, con muelle; el otro, con un cable que le daba fortaleza en los temporales, el otro, con luz de carburo, con pozo. El otro con bote hecho en la casa de Enrique, en Stewart, por una revista de mecánica popular”.
A fines de la década de 1970, el caserío desapareció por disposiciones gubernamentales porque Palo Alto estaba dentro de la extensa demarcación del plan arrocero que se fomentaría desde Sancti Spíritus hasta Camagüey. El proyecto fracasó, y entre sus “daños colaterales” se recuerda el destrozo causado a la fauna y la flora. El sitio donde se rendía culto a la Virgen de La Caridad del Cobre solo quedó en viejas fotografías y en la memoria de los avileños.

Una obra colosal tirada al mar del abandono
El puerto azucarero de Palo Alto fue clausurado en 1961, pero el balneario continuó teniendo vida. Entre el final de la década de 1980 y principios de 1990 se construyó una moderna terminal portuaria, a un costo millonario. Era el orgullo de los venezolanos.
Además de exportar azúcar se utilizó para importar fertilizantes, maíz, papas, gomas y otras mercancías. Empleó a cientos de trabajadores. Tenía una finca de autoconsumo ejemplar y excelentes vías de comunicación.
Pero el proceso de reordenamiento (desmantelamiento) de la agroindustria azucarera, iniciado en octubre de 2002, le dio el tiro de gracia. El central Venezuela (antiguo Stewart) y otras fábricas similares fueron desmanteladas.
Regresé a aquellos lares en el mes de mayo de 2024. La carretera maltrecha en varios lugares se había convertido en terraplén. Unas tolvas se oxidaban en la línea del ferrocarril. El monte amenazaba con “tragarse” el acceso a la playa. Los marabuzales no se adueñaron de todo gracias al empeño de los carboneros, quienes se han multiplicado ante la falta de empleo y la necesidad de carbón para suplir la falta de otros combustibles y de electricidad.
Ya no había instalaciones gastronómicas, ni las cabañas que la empresa gestionaba para uso de los vacacionistas, ni muelles de madera dura.
Como en los viejos tiempos, cocinamos una caldosa, debajo de un árbol, mientras algunos pescaban y otros tumbaban mangos y ciruelas. Algunas gaviotas volaban a baja altura y un carpintero real picoteaba sin cesar un tronco.
Después de varios años sin visitarlo, fue un mazazo lo que recibí al ver las ruinas. Hierros retorcidos. Inmuebles de mampostería destruidos, sin techo. El salitre insaciable aprovechó la falta de conservación y devoró todo cuanto pudo. La desidia hizo estragos. Era como si hubiera pasado un ciclón.
Fuentes:
Juan Martín Leiseca: Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba, Talleres tipográficos de Carasa, La Habana, 1938.
Diario de la Marina
Invasor
Investigaciones de José Martín Suárez.
Colectivo de Autores: Historia del municipio Venezuela, trabajo inédito, 2000.
José Antonio Quintana García: Historia naval del sur avileño, trabajo inédito.