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De rojo y azul, blanco y estrella, en los cielos del Caribe dos banderas hacen dosel: las de Cuba y Puerto Rico ondean como si fueran “de un pájaro las dos alas”. Esa verdad poética, expresada por la patriota Lola Rodríguez de Tió, evoca aires de libertad; una leyenda forjada en la lucha, los anhelos compartidos y la certeza de dos islas que, a pesar de los kilómetros y contextos políticos que las distancian, han tenido destinos estrechamente ligados.
La historia que une y distingue a ambos estandartes —desde sus primigenias hasta sus definitivas asunciones— es tan hermosa y accidentada como una veleta a merced del vaivén de los vientos.
Aunque data de mucho antes, el origen de la bandera cubana ha sido mejor esclarecido y documentado. Según un relato escrito en 1873 por Cirilo Villaverde, célebre autor de la novela Cecilia Valdés y secretario personal del general Narciso López, este, aliado a los patriotas cubanos exiliados en Nueva York a mediados del siglo XIX, tuvo una epifanía al mirar por la ventana de su cuarto cierta mañana: “En la lejanía pudo apreciar en el cielo un triángulo de nubes rojas que anunciaban el alba, y en su centro brillaba el lucero de Venus, mientras dos nubes blancas partían desde el triángulo para dividir en tres franjas azules el cielo resplandeciente”.
En reunión de conspiradores, López presentó su “iluminada” propuesta para crear la bandera, cuyo esquema tricolor guardaba, de paso, relación con las banderas de Estados Unidos y Francia. Se le sugirió que en el centro del triángulo colocase “el ojo de la Providencia”, pero el militar venezolano prefirió “la estrella de la bandera primitiva de Texas”. Bajo esa elección latía el afán de que la isla se convirtiera en territorio estadounidense. Miguel Teurbe Tolón llevó la idea a boceto, y su esposa y prima Emilia Tolón la bordó con manos primorosas.
Entonces, las tres franjas azules representaban cada una de las provincias en que se dividía Cuba; las blancas, la pureza de ideales; el triángulo equilátero era motivo masónico de la Santa Trinidad, y su color rojo aludía a la sangre y al fervor patriótico. En mayo de 1850 Narciso López se aventuraba a desembarcar en suelo cubano y a clavar en Cárdenas aquella bandera que sería asumida como enseña nacional (si bien luego surgió la de Céspedes, hoy prácticamente confinada al espacio simbólico del Parlamento).
Evidentemente inspirada en la cubana, la bandera de Puerto Rico, conocida como “la monoestrellada”, lleva los mismos colores, salvo que en posiciones invertidas y con otros significados: la estrella constituye el Estado Libre Asociado; los lados del triángulo que la envuelve simbolizan la integridad de la forma republicana de gobierno representada por tres poderes en equilibrio: legislativo, ejecutivo y judicial. El azul recuerda el cielo y el mar. Las franjas rojas se asocian a la sangre derramada por los guerreros, mientras que las dos franjas blancas reflejan la victoria y la paz.
Hasta su aparición, los puertorriqueños usaban la bandera de Lares (muy parecida a la dominicana, con una estrella en el cuartón superior izquierdo), cuyo creador y Padre de la Patria, Ramón Emeterio Betances —quien proclamó la república el mismo año que en Cuba ocurría el Grito de Yara— dio su visto bueno para adoptarla como la nueva bandera representativa de la pequeña isla.
Son tan parecidas ambas enseñas y tan poco tenida en cuenta su historia común que no ha faltado la infeliz confusión de una y otra. En la primavera de 2016 el deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos no solo trajo al presidente Obama, a un set de rodaje de Rápidos y Furiosos 8 y a cruceros de Carnival. El increíble Spiderman tampoco quiso perderse la fiesta y se dio un salto por los tejados del poblado villaclareño de Remedios. Sin embargo, un casi imperceptible desliz del ilustrador a cargo de esa historieta dejó al superhéroe del clan Marvel enredado en “telaraña”, pues se ve ondear en segundo plano del cómic una bandera que se supone fuera la cubana, pero que luce los colores invertidos.

¿Por qué son tan similares las banderas de Cuba y Puerto Rico? ¿Qué las hace tan cercanas y, a la vez, tan diferentes? ¿Quiénes estuvieron detrás de su creación? ¿Por qué se vincula a Martí y a la causa independentista cubana? En la Historia encontramos las respuestas.
El Club Borinquen
“Y qué daré yo a las dos tierras queridas, sino el fuego de mi corazón”. La proyección antillanista fue una constante en José Martí. Bastaría decir que, como primer y esencial artículo de las Bases de su Partido, declaraba: “El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr, con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”.
Siguiendo esa lógica y con profundo compromiso, estrechó la colaboración con Betances y Hostos, mientras su verbo encendido afianzaba la camaradería con la diáspora boricua en Estados Unidos. Para aglutinar los esfuerzos de cara a la guerra que se avecinaba, la prédica martiana motorizó la organización de clubes, y así fue que el 28 de febrero de 1892 nació en Nueva York el Club Borinquen. Este brindó no solo un importante apoyo financiero a la gesta emancipadora de Cuba, sino también armas y soldados.
El mitin fundacional —celebrado en la casa número 57 de la 25W Street— fue concurrido. Se habla de que asistieron cerca de 200 puertorriqueños, muchas damas boricuas y cubanas, y que contó con la presencia de Martí. Sus líderes fundadores fueron Sotero Figueroa, nombrado presidente; Antonio Vélez Alvarado, vicepresidente; Modesto A. Tirado, tesorero; Francisco Gonzalo (Pachín) Marín, secretario de actas; mientras que el cubano Gonzalo de Quesada figuró entre los vocales.
Con el crecimiento de la comunidad puertorriqueña en el exilio, el Club Borinquen siguió fortaleciéndose. Nombraron como delegado general a Ramón Emeterio Betances, radicado en París, y designaron representantes en varios países, entre ellos Eugenio María de Hostos, en Chile. Pocos meses después, el grupo se afiliaría formalmente al partido creado por Martí.
Resurrección del antiguo Comité Revolucionario de Puerto Rico, el Club Borinquen fue la organización política puertorriqueña más importante en ese momento. Bajo su abrigo nació la nueva bandera nacional y cobijó a cientos de hombres y mujeres que continuarían la lucha por el derecho a la independencia de Puerto Rico a principios del siglo XX, que condujo a la creación del Partido Nacionalista en 1922.

Asunto de patriótica trascendencia
Bajo la influencia de Betances —ya había muerto Martí—, los exiliados puertorriqueños decidieron establecer su propia estructura de coordinación para encauzar la independencia de su patria, aun cuando siguieran subordinados al PRC. Por tal motivo, para diciembre de 1895 se acordó convocar una Asamblea General.
El sábado 21 aparecía en el periódico Patria el siguiente anuncio: “A todos los Puertorriqueños: Mañana domingo, a las dos y media de la tarde, se reunirán los Puertorriqueños en el salón principal de la casa número 57, al oeste de la Calle 5, esquina Sexta Avenida, para tratar asuntos de patriótica trascendencia. Se invita por estas líneas a todos los Puertorriqueños amantes de la independencia antillana”.
En aquella cita trascendental, efectuada en Chimney Corner Hall, 59 puertorriqueños asumieron transformar el Club Borinquen en la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. Como parte de la agenda estuvo la aprobación de la nueva insignia: “[Juan de Matta] Terreforte, uno de los supervivientes del grito de Lares, presentó la nueva bandera que es de la misma forma de la cubana, con la diferencia de haber sido invertidos los colores: franjas blancas y triángulo azul en vez de rojo, con la misma estrella blanca solitaria en el centro”. Los reunidos ese día eligieron presidente de la Sección al médico ponceño Julio Henna y ratificaron el liderazgo de Betances, a quien consultaron el prototipo de bandera.
Vale aclarar que, en este caso, los términos “concepción” y “adopción” no fueron eventos simultáneos. Si bien el 22 de diciembre de 1895 quedaría para la historia de Puerto Rico como el Día de la Bandera, por haber sido la primera vez “pública” —digámoslo así— en que se izó la nueva bandera tricolor como símbolo de la nación, el emblema ya había nacido tres años antes.

En casa de Micaela
Lo que, al parecer, no se dejó claro en aquella asamblea histórica fue el nombre de quien diseñó la bandera. De lo contrario, no se habría generado el debate que durante años arrastró, como pesada cola, esa interrogante. Tres han sido los nombres tomados indistintamente como “verdaderos” autores, entre controversias y certezas.
Roberto H. Todd, uno de los fundadores de la Sección Puerto Rico, adjudicó la autoría a Manuel Besosa, también miembro de esa directiva. Todd sostuvo en su versión que María Manuela (Mima) Besosa le comentó que su padre le había pedido coser una bandera puertorriqueña. Sin embargo, Mima Besosa nunca dijo que su padre la creara, solo que la cosiera. Por su parte, Terreforte atribuyó la invención al poeta y combatiente Pachín Marín, quien, hallándose en Jamaica, “errante y a punto de salir para Nueva York”, le habría escrito sugiriendo la idea de invertir los colores de la bandera cubana.
La evidencia documental plasmada en el libro La Historia de la Bandera de Puerto Rico. Del conflicto a la certeza, tras las investigaciones recientes del historiador Joseph Harrison, despeja cualquier duda y centra la paternidad de la bandera puertorriqueña en la figura de Antonio Vélez Alvarado.
Nacido el 12 de junio de 1864 en Manatí, Puerto Rico, Antonio comenzó desde joven a escribir —bajo el seudónimo Yuri— artículos con ideas progresistas. Fue tipógrafo y corresponsal de varios periódicos, y fundó los suyos propios, El Rebenque y El Espectador Matinal. A los 17 años su padre lo envió a Nueva York, donde fundó la Revista Popular y la Gaceta del Pueblo. Simpatizante del movimiento libertario de los cubanos, se afilió al Club Borinquen y entabló amistad con el Apóstol cubano. De hecho, puso a disposición de este su imprenta —ubicada en el séptimo piso del edificio de The New York World— para tirar los primeros números de Patria.

Ya entrado en años, en una entrevista con el diario local El Mundo (18 de mayo de 1941), Vélez Alvarado testificó que el 11 de junio de 1892, a eso de las tres de la tarde, mientras trabajaba en su oficina de Manhattan, sintió la necesidad de reposar los ojos y se entregó por un minuto a contemplar, absorto, una pequeña bandera cubana que colgaba en la pared. Al quitar la vista notó que, como si se tratara de un extraño daltonismo instantáneo, se le invertían de repente los colores: el rojo se le “antojó” azul y el azul rojo. Ahí mismo pensó: “Si los cubanos y puertorriqueños vamos a pelear juntos como hermanos, nada más justo que las banderas fueran también hermanas”.

Poseído por la ilusión óptica que se había impregnado en sus pupilas, el joven corrió a la botica de su coterráneo Domingo Peraza para comprar papeles en los tres colores. De vuelta en la oficina, recortó y perfiló lo que sería la modelación pionera de su bandera “melliza” de la cubana, con la ligera inversión de colores. Luego llevó el diseño a su vecina doña Micaela Dalmau, puertorriqueña a la que Martí frecuentaba para oírla ejecutar La Borinqueña en el piano. La señora acogió la idea con igual entusiasmo y salió a comprar seda para confeccionar en tela la bandera. Cuando estuvo lista, invitaron a Martí y a otros amigos —entre ellos Pachín Marín— a una velada en casa de Micaela para presentar su creación.

La flamante bandera fue aclamada por los presentes y gozó del beneplácito de Martí, quien publicaría el 2 de julio de 1892, en la sección social “En Casa” del periódico Patria: “Ayer, hace unos cuantos días, nos daba de comer, bajo los dos pabellones, don Antonio Vélez Alvarado. Vivimos unas cuantas horas, que ya es mucho decir en estos destierros. ¡Qué canciones sentidas, las de Francisco Marín! […] ¡Qué juntarse en aquellos cariños la décima de Cuba y el aguinaldo puertorriqueño! Y para decirnos adiós la anciana de los setenta años, vestida de blanco y blancos los cabellos, se sentó al piano a tocarnos el himno del país”.
