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Tenía solo 15 años cuando su vida dio un giro dramático y desgarrador. Sucedió en Cartagena de Indias, la pintoresca ciudad frente al Caribe colombiano donde todo sucede casi sin querer. Allá lo habían llevado desde el Santiago de Cuba natal Francisco y Belén, sus padres, desesperados por alejarlo de los daños colaterales de la Guerra de los Diez Años. Aún hoy las circunstancias del incidente no quedan claras: existen versiones de que fue una desgracia, un accidente o un duelo por núbiles amoríos. Lo cierto es que el muchacho acabó malherido de bala y, aunque logró salvar la vida, la muerte no quiso abandonar nunca más sus piernas.
Toda la innata vitalidad que poseía su cuerpo para emplearla en los movimientos incesantes de la existencia quedaba confinada a la aplastante órbita de un sillón de ruedas. Un artefacto hecho de engranajes metálicos y maderas pulidas, asiento y respaldo de pajilla, con unas ruedas enormes y biomecánica ardua. Cuando vas en silla de ruedas te percatas de que el mundo no está preparado para ello. Hay barreras de todo tipo: arquitectónicas, sociales, económicas; falta de empatía. Entonces algunos pensaron que de tal mala suerte el joven caería en el precipicio denso y brumoso de la invalidez física, y que su materia se iría apagando a diario, como apacible se marchita por dentro el árbol derribado que extraña a la tierra.
El tiempo vino a argumentar que se equivocaron quienes lo creyeron condenado, unido al carro del dolor. La solidez de su voluntad contrastaba con la inconsistencia de sus pies. Trigueño pálido, de torso enhiesto, frente amplia, pelo crespo y bigote estirado, miraba al mundo con ojos de lechuza, con esa manía encandilada de quien lo escudriña todo para ver qué logra encontrar. Según sus amigos, amaba la vida y contagiaba a todos con su charla simpática y carcajada vivaracha.
En la cabeza de aquel noble paralítico caminaban las ideas. Desiderio Fajardo Ortiz no solo supo asumir con entereza su reto inexorable y vencer las barreras que acechan a la discapacidad, sino que al adoptar el seudónimo El Cautivo parecía ripostar irónicamente a la mala Providencia; mientras con sus propias manos empujaba infatigable los aros de su silla, como un noctívago que no puede reprimir las ganas de salirse de su margen sombrío para ir al encuentro del sol.
Lo mismo que las aspas de un molino se montan en el viento, giró por varios países y desplegó una ejemplar labor pedagógica, periodística y patriótica que harían de su figura peregrina, una de esas figuras que no deberían desdeñarse jamás.
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El educador
Nacido el 11 de febrero de 1862, Desiderio cursó estudios primarios en el colegio El Divino Maestro que dirigía Juan Portuondo Estrada, aunque lo más amplio de su intelecto lo adquirió de manera autodidacta. A los 23 años inició una cadena de viajes por Centroamérica y Estados Unidos. En San José, Costa Rica, contrajo nupcias con la argentina Valentina Poppe, quien lo apoyó con admirable devoción en sus cuidados de salud y proyectos profesionales.
Vivió en Guatemala transitoriamente, pues allí fundó un periódico opuesto a los intereses gubernamentales y el presidente interino Manuel Lisandro Barillas decretó su expulsión. Después de esto recaló en 1887 en Nicaragua, país donde estuvo una temporada más larga y el matrimonio se sintió bendecido con una hija adoptiva, Matilde; pero la niña murió en marzo de 1892, a la prematura edad de un año y cinco meses. No tendría más descendencia.
En suelo nicaragüense, El Cautivo se entregó a la misión del magisterio, en la cual dejaría un legado notable. Hacia 1889, junto a su compatriota José María Izaguirre fundó un colegio para varones en el barrio de Colón, en Managua, que admitía alumnos externos e internos. Es sabido que el mismo Fajardo y su esposa hacían de guías espirituales y se encargaban de infundirles calor de hogar. En muestra de gratitud y reconocimiento a sus cualidades y ocupación, sus discípulos le pidieron escribir la biografía del fundador de la educación popular en Managua, obra que ellos mismos mandaron a imprimir en la Tipografía Nacional bajo el título Corona fúnebre del Maestro don Gabriel Morales.
En ese contexto conoció al poeta Rubén Darío y, para que se tenga una idea de cuán estrecha llegó a ser esa amistad, El Cautivo fue uno de los ocho asistentes en marzo de 1893 a la boda privada del bardo con Rosario Murillo, la “deslumbrante garza morena”, como la llamara el gran modernista.
Si bien Darío no menciona a Desiderio Fajardo Ortiz en su Autobiografía, de la relación con el amigo cubano han trascendido un poema poco conocido y una dedicatoria —igualmente en verso— de puño y letra en la primera página del ejemplar de Azul que obsequió al santiaguero, en la que puede leerse:
Arte y amistad nos ligan.
Mientras yo exista y tú existas,
seamos hermanos y artistas;
arte y amistad obligan.
Arte es religión. Creamos
en el arte, en él pensemos;
a sus altares llevemos
nuestras coronas y ramos.
Hagamos de la expresión
que siempre armoniosa sea,
y hagamos de cada idea
una cristalización.
La prosa es el material;
adorno, las frases mismas;
y las letras son los prismas
del espléndido cristal.
Y dejemos sus enfáticas
reglas y leyes teóricas
a los que escriben retóricas
y se absorben las gramáticas.
Pensar firme, hablar sonoro;
ser artista, lo primero:
que el pensamiento de acero
tenga ropaje de oro.
En Azul le dedica un poema:
A “El Cautivo”
Como el príncipe del cuento
las piernas tienes de mármol;
como poeta y artista
tus ojos miran los astros.
Si eres cautivo, eres grande;
si eres poeta, eres mago;
si eres vate, tienes flores,
y si eres dios, tienes rayos.
Tienes tus Mil y una noches,
como el bello solitario;
las tormentas de tus himnos
y las nubes de tus cantos.
Ansía todos los cielos,
ama todos los zodiacos,
¡y haz dos alas inmortales
con las ruedas de tu carro!
Su accionar docente en el terruño natal comprendió la etapa de 1899 a 1905. “Fue breve pero intensa y fecunda en éxitos. Parece imposible que en tan cortos años pudiera realizar una obra tan importante y duradera; pero la veneración que por él sienten los que tuvieron la dicha de ser sus discípulos es prueba de que la semilla que sembró cayó en terreno fértil”, enfatiza el artículo “Síntesis de la vida y obra del educador santiaguero Desiderio Fajardo Ortiz”, firmado a seis manos por Ada Oliva, Héctor Luis Gaínza y la doctora Graciela Ramos.
“Se hace evidente la gran importancia que le concedía al sentido instructivo de la formación del hombre, pero con la idea de moldear los valores éticos, desarrollar la cultura y formar un ciudadano integral”, concluyen los autores.
Una de las iniciativas más recordadas de Fajardo Ortiz fue la solicitud que realizó ante la Junta de Educación local el 14 de febrero de 1900, a fin de que se le cediese un espacio en la Academia de Bellas Artes para establecer en horario nocturno una escuela preparatoria para maestros de enseñanza primaria, que luego se conocería como Centro de Instrucción.
“En este local los estudiantes recibieron una preparación rigurosa, en gran parte para enfrentarse al examen anual para la obtención del certificado que les permitía el desempeño de su profesión […] Un aspecto que caracterizó el trabajo de El Cautivo en su Academia para maestros radicó en que combatió las fatigosas lecciones memorísticas, rezago del pasado colonial, e incitó a propiciar un mayor uso de los medios auxiliares de enseñanza”, apunta la historiadora Daineris Mancebo en su ensayo “El Magisterio público de la ciudad de Santiago de Cuba: formación y superación”, publicado en el número 25 de la Revista Historia de la Educación Colombiana, con fecha de diciembre de 2020.
En su virtud de pedagogo, El Cautivo sobresalió por su caudal de cultura y metodología innovadora, evocación de la historia, trato gentil y paciente, ideas de progreso y facultades comunicativas. “El maestro es símbolo de luz de las naciones, más grande que los príncipes mismos en el ejercicio de su apostolado redentor”, sentenciaba. Como uno de los máximos exponentes del magisterio santiaguero “Desiderio Fajardo Ortiz fue clave en la defensa del sentimiento patriótico y la superación de los educadores en los albores de la República […] fue un hombre de letras y también un relevante maestro”, sintetizaba la doctora Edith Valls en un artículo homenaje publicado en la revista Rotaria de febrero de 1955.
El periodista
Siendo apenas un adolescente dio señales de su vocación por las letras. En Cartagena de Indias fundó el periódico El Porvenir y en Managua colaboró con El Diario Nicaragüense (1888) e integró la nómina de El Duende (1891), semanario satírico dirigido por Juan de Dios Matus en el cual criticaban la gestión del gobierno. Hasta que, decidida a coartar el denuedo del libelo, la policía intervino la imprenta y se llevó preso al director Matus, a quien, dicho sea de paso, pusieron a barrer el cuartel por tres días.
En su Diario íntimo el político y escritor Enrique Guzmán anotó el 9 de septiembre de 1893: “Viene a despedirse Desiderio Fajardo Ortiz: se va dentro de tres días para New York: dice que de miedo sale de Nicaragua, que los del gobierno le atribuyen cuanto sale publicado en El Duende y que él teme que un día de tantos le den, por lo menos, un buen susto”. Al resurgir los fantasmas de la censura, El Cautivo optaba por rodar su silla otra vez al exilio.
Asimismo, en Santiago, adonde regresó con 20 años, desarrolló un importante quehacer literario y periodístico. Defensor de los intereses morales, materiales y libertarios de la provincia, redactó ardorosas colaboraciones en El Eco de Cuba (1881), El Derecho (1884), El Triunfo (1894-95), Prosa y verso (1894) y El Estímulo (1902); entre otros. Fundó y dirigió El Diablo Cojuelo en 1885, y para 1904 figuró como jefe de redacción del influyente diario El Cubano Libre, que dirigía en segunda etapa el comandante Mariano Corona.
Sin embargo, tal vez su obra cumbre en el ámbito del periodismo resultó El Mercurio, que en condición de fundador-director editó desde octubre de 1882 hasta agosto de 1885, cuando debió partir al extranjero precisamente víctima de nuevas presiones por parte de las autoridades españolas. Expresaba Desiderio en el editorial del número inaugural que este órgano —de frecuencia dominical e impreso en el establecimiento de Ravelo y Hermanos, en la céntrica Calle de las Enramadas— salía a la luz “por carecer esta capital de un periódico ajeno en todo a la política, que nada tenga que ver con los merodeadores políticos”. De las ocho páginas dedicó seis a trabajos literarios y científicos y el resto a anuncios comerciales.
El periodista y crítico Joaquín Navarro Riera, más conocido por Ducazcal y su colega en El Cubano Libre, exaltaría en una velada póstuma efectuada en el Círculo Moderado Maceo en julio de 1905, que por la calidad y variedad de sus contenidos El Mercurio “vino a determinar una nueva era en nuestra pequeña esfera intelectual”.
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De su faceta de dramaturgo trascienden “La fuga de Evangelina” y “La emigración al Caney”, ambas de 1898. Trata la primera sobre la espectacular y famosa escapada de una cárcel española de la joven Evangelina Cosío. Este juguete dramático en un acto y cuatro cuadros, escrito en verso expresamente para el grupo aficionado del club de niñas “Las Dos Banderas”, fue estrenado en el Carnegie Lyceum de Nueva York el 22 de enero de 1898; puesta en escena de la que se hizo eco con alabanzas el periódico Patria.
Mientras la segunda sobresale por su “narrativa del catastrofismo”, recreando el ambiente, los personajes y el cuadro apocalíptico de una ciudad que bajo amenaza de ser bombardeada por la escuadra naval estadounidense a inicios de julio de 1898, huyó despavorida a localidades periféricas como Cuabitas y El Caney. Durante los días que duró este éxodo, cientos de personas murieron de hambre, enfermedades, toda clase de penurias y desesperanza. Esta pieza se clasifica entre lo más renombrado del teatro mambí.
El patriota
Al estallar la Revolución del 95 Desiderio fue designado agente secreto en Santiago de Cuba. Entregado a la causa independentista convirtió su propia casa —ubicada a las afueras de la urbe, en el silvestre poblado de Cuabitas— en centro de una red conspirativa tan arriesgada como eficaz para garantizar auxilios en pertrechos y hombres al Ejército Libertador. Acusado de “laborante”, en septiembre de 1895 acabó detenido y conducido a una mazmorra en el Castillo del Morro.
Allí hoy, en la sala del museo dedicada a los patriotas que sufrieron prisión en la fortaleza, se exhibe como principal reliquia la silla de ruedas —marcada en la pajilla con su número 105 de recluso— que lo acompañó en aquellas jornadas azarosas. Incluso la tradición oral reseña que algunos pidieron clemencia al mismísimo Martínez Campos por tratarse de un “pobre inválido”, a lo cual el capitán general de la isla habría contestado: “Este señor en su cochecito hace tanto daño a España como Maceo en la manigua”.
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Finalmente, se le impuso el destierro, y gracias a su espíritu batallador consiguió llegar a Estados Unidos. Su limitado peculio solo alcanzó para rentarse en un hotelucho de Nueva York, donde continuó vinculado activamente a los clubes revolucionarios. Por su cualidad de orador brillante, en varias ocasiones encendió la tribuna del patriotismo con el rayo de su palabra. Así ocurrió la noche del 27 de noviembre de 1897, cuando el Chickering Hall se estremeció con su discurso en la velada conmemorativa organizada por el Club Profesional Oscar Primelles para recordar a los estudiantes ajusticiados a mansalva en 1871.
“Los pueblos no se regeneran como por ensalmo milagroso, ni los vicios se convierten en virtudes con la misma facilidad con que los gusanos se tornan mariposas. Obra lenta, ímproba, fatigosa es la labor de la regeneración de un pueblo, contando para el éxito, después de todo, con que no haya en él la resistencia invencible que a toda transformación puede ofrecer en el fondo el carácter nacional, permanente e inalterable. Yo he aprendido en alguna parte que es tan difícil quitarle a los hombres y a los pueblos el sino con que nacieron, como enseñar a una oveja a cazar panteras y a las águilas a buscar miel entre las flores”, pronunció.
Impulsando su ética a manera de mantra, consagró su vida al servicio de la patria y la educación hasta su muerte a los 43 años de edad. Minado por el cáncer pasó sus últimos tres meses desahuciado en cama, subsistiendo por las ayudas caritativas de amigos y parientes; como otros grandes patriotas —e incluso otros genios de la historia universal— que terminaron alejados no solo del reconocimiento público, sino de una vida digna.
Murió el 23 de enero de 1905 en su casona de Cuabitas, vieja posesión familiar. Después de muerto mucha gente fue a su entierro, el congreso de la República votó una pensión vitalicia de 100 pesos mensuales para su viuda y décadas después se le erigió un monumento donde casi nadie se detiene. A 120 años de su muerte es un perfecto desconocido. A veces, por desgracia, la historia resulta una amante infiel.