Refugio preferido de corsarios y piratas y calificada como aldehuela por un cronista de El Fígaro debido al escaso desarrollo urbanístico alcanzado hasta principios de la década de 1850, con el tiempo Sagua la Grande se convirtió en cabecera de una región próspera y disfrutó de varias primicias en la historia de Cuba.
Es cierto que, desde la fundación del poblado el 8 de diciembre de 1812, por el marinero gallego Juan Caballero, el progreso fue lento, centrado en el comercio de maderas y tabaco, productos trasladados hacia el mar por el río que atravesaba la urbe, asentada en la demarcación del antiguo cacicazgo de Sabaneque.
De aquellos tiempos iniciales, nos relata el historiador Antonio Miguel Alcover y Beltrán:
“El lugar iba adquiriendo paulatinamente su relativa importancia económica. Los cortes de madera y las vegas de tabacos influyeron en la reconcentración de los labradores y agricultores que levantaron allá y acullá sin orden y concierto, sin intención siquiera de constituir pueblo, sus respectivas casitas de madera y de guano y embarrado. Las necesidades de vida de estos diseminados habitantes de la hacienda hicieron a su vez necesario el establecimiento de un rudimentario comercio con La Habana. Es seguro que ya en la boca del río existían algunas casitas de pescadores y gente de mar que intermediaban en el tráfico imprescindible de La Habana con Sagua”.
Testimonio valioso escribió también el médico Tomás Romay. En un informe fechado en 1819, en La Habana, aportó nuevos datos:
“Sus bosques son alterosos y muy poblados de cedro, caobas, ácanas y otras maderas útiles y preciosas, además de varios manantiales y arroyos que fertilizan ese terreno, el río Sagua la Grande lo divide por el medio y en sus hermosas vegas puede prosperar mucho y excelente tabaco. El embarcadero del río dista poco más de siete leguas [35 kilómetros] del centro de la hacienda, cuyas maderas bajarán fácilmente por sus aguas hasta aquel punto. Allí se ha construido una ermita donde se celebran los días festivos y se cuentan ya cien casas distribuidas en tres calles, con cuatro almacenes de víveres y otros efectos (…) entran goletas y otros barcos menores que suben hasta el embarcadero y conducen a esta ciudad las mejores maderas para sus edificios y menajes y pueden también proveerla de leña carbón y otros artículos.”
En 1827, el poblado tenía una tienda de ropas, diez pulperías [bodegas], dos panaderías, una zapatería, una herrería, dos carpinterías, una farmacia y dos tejares.
Un poeta melancólico, natural de Matanzas, visitó en 1834 el incipiente caserío. Se nombraba Gabriel de la Concepción Valdés, más conocido como Plácido, y cantó a las bellezas del caudaloso río.
En el mismo año en que deambulaba con sus musas por aquellos parajes fue creada la Administración de Correos y designado para desempeñar el cargo Antonio José Díaz, uno de los fundadores del poblado.
Al repartirse haciendas, en 1835, a Francisco Peraza, Roberto Stell, Santiago Macomb y Jorge Bartlett —los tres últimos estadounidenses—, se inició el fomento de la producción azucarera en una escala mayor. Luego del éxito de estos pioneros, numerosos inversionistas también probaron fortuna.
El primer buque de vapor
Con la habilitación, en 1843, del puerto para el comercio de exportación ocurrió un adelanto significativo. Otro suceso relevante fue la construcción, por Beronda Hno & Cía, del primer buque de vapor construido en Cuba. En 1849 comenzó a navegar bajo el nombre de “Sagua la Grande”. Tenía como destino el cabotaje entre Isabela y Sagua y también navegaba hasta Matanzas.
Después, en 1876, el vapor “King Arthur” estableció un servicio regular entre los puertos de New York, Habana, Matanzas, Cárdenas, y Sagua La Grande.
La jurisdicción, en 1846, tenía 870 sitios de labranza y estancia; 59 trapiches e ingenios. En ese año la estadística del comercio de cabotaje, publicada en El Propagador, registró la entrada de 161 barcos.
Lo expuesto nos da la medida del auge que iba alcanzando a pesar de desastres naturales, como las inundaciones y ciclones, incendios o la epidemia del cólera que, en 1850, ocasionó la muerte a más de mil esclavos.
Según una nota publicada por El Balear, el 23 de octubre de 1850: “El estado de exportación que ofrece el puerto de Sagua la Grande en los siete primeros meses de este año es el más brillante que puede desearse: ha consistido en 14 175 bocoyes de azúcar, que unidos a 5 391 cajas del mismo producto puede estimarse juntos en 40.000 cajas. Se ha extraído también por aquel puerto una cantidad considerable de miel de purga y de abejas y de tabaco”.
La revolución de Fernández Casariego
A partir de 1850, el devenir del poblado y de toda la gran jurisdicción, cambiaría para bien con el Gobierno del coronel Joaquín Fernández Casariego. La situación que encontró desilusionaba a cualquiera, así lo describió El Fígaro en una remembranza divulgada en 1915:
“Las calles, en su mayoría imaginarias, estaban en estado primitivo, verdaderos pantanos donde se atascaban las carretas y donde se desarrollaban gérmenes morbosos de todas clases, haciendo que las enfermedades fuesen endémicas. Era Sagua, por lo tanto, una población insalubre y peligrosa. Y no habiendo calles, propiamente dichas, mal podía haber aceras. Algunas piedras, de trecho en trecho, colocadas para que los pedestres, brincando de una a otra, pudieran evitar los pantanos en épocas de lluvia, suplían los sardineles.
El alumbrado público lo constituían farolillos con velas de cera o cebo, colgados a las puertas de las viviendas, cuyos tenues reflejos iluminaban algo, en noches oscuras, las famosas calles.
La Iglesia estaba en una casita de madera, medio derruida y allí, alguno que otro domingo, reuníanse los fieles con devoción a oír la misa, dicha por un sacerdote que venía a caballo a ese efecto desde Quemado de Güines donde radicaba la parroquia. El cementerio pequeñito, a un extremo del pueblo (…) sin rejas ni capilla no merecía el nombre de tal”.
Pero Fernández Casariego estaba dotado de energía extraordinaria, de visión futurista y decidió transformar aquel estado de cosas.
Algunos lo tildaron de loco y apostaron por su fracaso. Otros pensaron que, probablemente, su intención era atraer fondos estatales y privados, y luego largarse con los bolsillos llenos a España. Sin embargo, todos se equivocaron y pronto ganó la estima popular.
Los vecinos más acaudalados apoyaron su gestión. En apenas unos años se construyeron calles, un inmueble para la Iglesia, el alcantarillado, un cementerio, un muelle y un muro para contener las crecidas del río, fomentó el proyecto del ferrocarril de Sagua la Grande a Santa Clara e impulsó la instrucción pública y la creación del primer periódico de la localidad nombrado Hoja Económica del puerto de Sagua la Grande, entre otras obras.
El ferrocarril
Junto con el puerto, el ferrocarril contribuiría notablemente al desarrollo de la región. El 3 de diciembre de 1855, el Capitán General concedió a José Eugenio Moré, Conde Casa-Moré y a Rafael Rodríguez y Torices la licencia para construir y explotar el ferrocarril de Sagua al pueblo de Cifuentes. El 31 de enero de 1858 era inaugurado este tramo:
“(…) a eso de las tres y media un gentío inmenso ocupaba los vastos almacenes de Sagua y alrededores del paradero en cuyo alto edificio ondeaban infinidad de pabellones al soplo de una fresca brisa. Después de las cuatro llegaron el Teniente Gobernador, el ayudante de matrículas y Capitán del Puerto, Administrador y empleados de hacienda, Administrador de Correos, Oficialidad de la guarnición, se procedió a la bendición de la locomotora “Sagua la Grande”, que verificó el Cura Párroco, Don Francisco Lirola, inmediatamente se vieron invadidos los tres preciosos coches y algunos carros de plataforma por la multitud ansiosa de trasladarse al paradero de la localidad de Sitio Grande.”
Dos años después, el 25 de enero de 1860, la línea de Sagua se unía con la de Cienfuegos, en Las Cruces. La comunicación entre las costas Norte y Sur de Cuba era una realidad, una hazaña para la época.
Y continuó el progreso. El 30 de julio de 1856 el poblado estableció comunicación telegráfica con Villa Clara, el resto de la provincia y varios lugares de la Isla. En esa época favorecía la construcción de viviendas la existencia de una fundición y 53 tejares. Desde diciembre de 1866 funcionaba la Plaza del Mercado, en el centro histórico y el Hospital había sido inaugurado dos años antes.
Ya era hora de pasar a un status administrativo superior y aunque demoró, el 6 de febrero de 1867, por Real Orden, adquirió la categoría de villa.
Ron de “El Infierno”
Los viajeros que pasaban por la Villa, a fines del siglo XIX, marchaban más alegres que de costumbre, pues llevaban sus equipajes bien provistos de ron y aguardiente. Se sentían como en el paraíso, con las bebidas producidas en “El Infierno”, la destilería de Robato y Cía que llegó a ser la mayor de América.
El Diario de la Marina, el 20 de agosto de 1891, explicaba las razones del éxito empresarial de los dueños de la fábrica, quienes elaboraban “uno de los mejores alcoholes del mundo por sus condiciones higiénicas, alta graduación, pureza, transparencia y cualidades disolventes inmejorables así como debido a un procedimiento especial de los mencionados señores, han desnaturalizado el olor del mosto de la caña que hasta hoy, ningún otro fabricante había podido conseguir.”
En 1894, exportaban ron para Barcelona y aguardientes con destino a Uruguay, Islas Canarias, Méjico, Costa Rica, Venezuela y Estados Unidos de Norteamérica.
Los viajeros podían alojarse en los hoteles Las Cuatro Naciones y El Telégrafo.
Desde 1873 sobresalía en la urbe la mansión conocida como Casa Moré, una joya arquitectónica que ha sobrevivido al paso de los años.
Antes de concluir el siglo XIX disponía del primer alcantarillado de Cuba. Y su matadero era digno de admiración.
Un reportero de El Diario del Ejército opinaba, en 1891, al respecto: “Los sagüeros muestran con orgullo a los forasteros el matadero y tienen razón porque es el más bonito edificio de la población, construido en las afueras, próximo al río, es de estilo suizo y hecho de mampostería. La ciencia de la higiene y el arte de la arquitectura se han reunido en el edificio como para enseñar al Ayuntamiento de La Habana el modo de establecer los servicios públicos”.
En 1892 inauguraron una planta eléctrica y, un año después, el acueducto.
Para ensanchar calles y levantar edificaciones hubo que imitar a los holandeses: rellenar y rellenar zonas bajas, anegadas en aguas. Era habitual la escena de hombres enfrascados en el traslado de arena, escombros, piedras, en una batalla contra la naturaleza.
El florecimiento económico propició la fundación de un teatro denominado Circo Uriarte, donde se presentaron compañías de diversos géneros, cantantes de ópera y los afamados músicos Ignacio Cervantes y Rafael Díaz Albertini.
Algunas instituciones como la Sociedad Filarmónica, Círculo de Artesanos, el Casino Español, el Casino Chung Wah también aportaron al disfrute de arte.
Además, tuvo el primer periódico científico publicado fuera de La Habana, El Eco Científico de Las Villas, fundado en 1883 por el Dr. Agustín W. Reyes, el primer colegio laico de Cuba, creado en 1886, a iniciativa del sagüero Juan J. de Garay, con el nombre de “Luz y Verdad”. En 1893, disponía de un instituto de segunda enseñanza y 30 escuelas primarias.
El Distrito Judicial de Sagua, incluía los ayuntamientos de Rancho Veloz, Santo Domingo, Quemado de Güines, Ceja de Pablo, Cifuentes y Sagua. Según el censo de 1899 la jurisdicción tenía 24 640 habitantes. Los sagüeros entraban en el nuevo siglo con la esperanza de un futuro promisorio y la decisión de superar los estragos causados por la guerra.
Así era “la bella Sagua la Grande con algo de Venecia por los canales y lagunatos que la comunicaban con el mar”, como diría Rafael Rodríguez Altunaga.
Fuentes:
Alcover, Antonio Miguel: Historia de la jurisdicción de la villa de Sagua la Grande y su jurisdicción, Sagua la Grande, Imprentas La Historia y El Correo Español, 1905.
Castellanos, Gerardo: Panorama histórico, ensayo de cronología cubana. Desde 1492 hasta 1933, La Habana, Ucar, García y Cía, 1934.
De las Cuevas, Juan: 500 años de construcciones en Cuba, La Habana, Servicios Gráficos y Editoriales, S.L., 2001.
Rodríguez Altunaga, Rafael: Las Villas. Biografía de una provincia, La Habana, Imprenta el Siglo XX, 1955.
Diario de la Marina
El Palmesano
El Propagador
El Balear
El Fígaro
Ecured
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https://sagualagrande-cuba.blogspot.com/
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