Para muchos cubanos recién llegados a Madrid, la dirección de Solana de Luche 7, en el barrio Puerta del Ángel (pura coincidencia), no es una más en Google Maps. Detrás de la puerta, un local ha diversificado su objetivo original como estudio de grabación y salón de ensayos y cursos, para convertirse además en almacén, centro de ayuda, red de apoyo, y refugio para el que lo necesita.
En una pequeña habitación con dos sencillas camas de Ikea cubiertas de bolsas y paquetes, conversamos con Massiel Rubio, el “ángel” del lugar, de una “tribu” que, según explica, no es más que un grupo de amigos que se han unido para ayudar a otros cubanos, dentro y fuera de la isla. A eso ha dedicado la joven editora, escritora y actriz buena parte de su tiempo en los últimos años.
Durante las más de dos horas que compartimos, no dejó de doblar y clasificar ropa, zapatos y medicinas, que quedaron listos para los próximos cubanos que los necesiten.
“A finales de 2022, las primeras en llegar sin ropa de invierno fueron Katy y Laura. Venían sin nada, con lo mínimo. Entre los amigos recogimos abrigos para ellas, y sobraron. Me enteré entonces de que había muchos más en esa situación”, cuenta.
No es posible contabilizar con exactitud los cubanos que arriban a España. A los cientos que llegan con un visado de estudios, familiar, de turismo u otro tipo, se suman algunos que lo hacen con su recién conquistada ciudadanía española. Pero la peor parte suelen llevarla otros: los que logran entrar al país de forma irregular, dejando varias fronteras a sus espaldas.
“Muchos iniciaron el camino en Rusia o Serbia, y recorrieron casi toda Europa. Algunos llevan años en el recorrido, y les ha pasado de todo —explica Massiel. Llegan literalmente con lo puesto. Son casos muy trágicos”.
Dos la han marcado de forma particular: “Una familia con una niña de 9 años y una bebé de 3 meses se vieron en la calle en una temporada que no paraba de llover. Llevaban todo el día debajo del agua buscando dónde los podían acoger. Me avisa una persona y hablo con Sasha, mi pareja y le digo: ‘No podemos dejarlos así’”.
Deciden alojarlos en el local, el mismo sitio en el que trabajan Sasha y la propia Massiel, hasta que apareció otro lugar gracias a gestiones con organizaciones humanitarias.
“Llevaban dos años en ruta hasta aquí. Les cayeron a golpes, estuvieron presos, incluida la niña, y se sabe que los niños perciben todo y eso los transforma. La madre quedó embarazada y parió en un refugio en Alemania…”.
Valentina es otra pequeña que llegó con ojos de asombro mirándolo todo. “Decía: ‘Mamá, qué bonito, qué limpio, ¿ya aquí nos podemos quedar?’”, cuenta conmovida Massiel.
De sus escasos 3 años de edad, había vivido uno en la ruta, de campamento en campamento. “Es una niña increíble. La recuerdan por donde ha pasado; refugios de Serbia, de Alemania. Es diabética y hay que pincharla hasta siete veces al día. Ellos viajaron con lo que llevaban puesto, solo pudieron traer la mochilita con los medicamentos de la niña”.
Desde noviembre de 2022, cuando solo durante la primera semana ayudaron a unas quince personas, decenas han pasado por aquí.
“Avisamos a algunos que sabíamos que estaban en refugios que teníamos donaciones. Pero cuando se terminaron, la gente siguió trayendo ropa para todos los cubanos que están llegando. Hay mucha gente ayudando, cubanos y algunos españoles que se han sensibilizado. Han traído de todo, además de ropa y zapatos, un colchón de cuna, una calefacción, un televisor…”.
Corredor por la vida
A partir de mediados de 2021 la tribu fue convirtiéndose en el núcleo de un verdadero corredor humanitario que posiblemente haya salvado la vida a cientos de personas en Cuba en los momentos más aciagos de la pandemia.
“La frase que más leí y escuché durante meses fue ‘Que Dios los bendiga’”.
Massiel no consigue precisar en qué momento, de los tantos en que se reunía la tribu en Madrid, salió a relucir el tema de la grave situación sanitaria en la isla. “Casi todos habíamos tenido que ayudar a familiares y amigos con medicinas, incluso las más básicas; pero esos no eran los únicos casos. Decidimos gestionar ayudas para más personas”.
Patricia de Cepeda y Yanelis Núñez completaron la tríada inicial, a la que poco a poco fueron sumándose más y más cubanos en toda España. “Íbamos farmacia por farmacia para que nos donaran medicamentos. Cada vez que tenían una caja llena, pasábamos a recogerlos. Fuimos a hospitales; hablábamos con las enfermeras para que nos guardaran insumos que estuvieran a punto de vencerse. Las actrices María Isabel Díaz y Katia Caso nos ayudaron mucho en eso, especialmente en las residencias de ancianos. Pusimos mesas en las plazas para recaudar medicinas…”.
La gente fue enterándose de que en España unas chicas estaban organizando donaciones de medicamentos para los cubanos. Las contactaban a través de Facebook, sobre todo. “Llegamos a recibir llamadas desesperadas a altas horas de la noche; videollamadas desde hospitales; videos y fotos de personas enfermas que no conocíamos”.
Se hacían difíciles los envíos, entonces solo se permitía libre de costo la entrada 10 kg de medicamentos por pasajero. Lo hacían solo para casos específicos muy urgentes. “Podíamos gestionar mucho; pero no teníamos suficiente capacidad para mandar”.
Mientras, Cuba había logrado sortear 2020 con la pandemia bajo control. Aunque —como sucedió a nivel internacional— muchas personas habían muerto sin diagnóstico definitivo de COVID-19 y por tanto no engrosaron las estadísticas de la pandemia, se trataba sobre todo de ancianos y, por otro lado, no colapsó el sistema sanitario. Sin embargo, con la llegada a la isla de la variante Delta en el verano de 2021 comenzaron a enfermar con gravedad y morir personas jóvenes, incluso niños, y las alarmas saltaron.
“Estaba conectada con amigos médicos y a través de ellos con otros. Ahí me entero de que en Matanzas estaba crítica la situación. Poco después, colapsa el hospital”, rememora Massiel.
De los mensajes más duros que se recibieron en Madrid aquellos días, recuerda los de intensivistas del principal hospital en zona roja de Matanzas, el Faustino Pérez: “No tenemos equipos de protección, ni siquiera guantes”, “La gente se está muriendo en los pasillos y no tenemos cómo atenderlos. ¡Esto es horrible!”.
“Eran muchos casos pidiendo ayuda, morían sin que nos diera tiempo a mandar los medicamentos. Comenzamos a pedir que se abriera un corredor humanitario para enviar medicinas, comida y aseo, una vía por la que pudiera pasar sin aranceles”.
En un contexto marcado por las protestas del 11 de julio, las autoridades cubanas autorizan finalmente la importación de medicamentos, alimentos y productos de aseo sin restricciones ni aranceles.
Para la tribu fue el pistoletazo de salida para enviar lo que habían podido conseguir, y seguir gestionando más ayudas.
Además de las maletas con medicamentos que llevaron viajeros anónimos, tras varios intentos consiguen hacer llegar una carga de media tonelada de insumos y kits para el tratamiento de la COVID-19 que se repartió entre el Faustino Pérez y otros dos hospitales matanceros, de la mano del Centro Martin Luther King Jr (CMLK) y Cubana de Aviación.
El trabajo continuó durante más de seis meses, con prioridad para las zonas más complicadas o alejadas. El colofón fue el envío de un contenedor de insumos para diferentes especialidades médicas, que se repartieron entre hospitales de todo el país.
Decenas —tal vez cientos— de personas anónimas han ayudado a recopilar, trasladar y repartir medicamentos, que sumaron al terminar el primer año de labores (2021) más de 10 toneladas. Es imposible conocer la cifra exacta de los que han ayudado. Hay grupos en distintos lugares de España, que recolectan recursos para enviarlos a Madrid. Actualmente tratan de enviar a Cuba al menos una o dos maletas cada mes.
Se añaden las “tribus” organizadas en otros puntos del planeta; en especial, Estados Unidos, que siguen enviando ayuda. En la distribución en Cuba han sido fundamentales los voluntarios del proyecto Dar es dar, Solo el amor, y otros, encargados de que lleguen a los enfermos que más los necesitan.
Una “tribu” para la “aldea Cuba”
“La gente oye hablar de la tribu y cree que es una especie de organización. Pero no es así. Es un grupo de amigos, un montón de gente con vocación de servicio. Se da de forma orgánica, natural”, explica Massiel.
Cuando llegó a Madrid, en junio de 2017, no conocía prácticamente a nadie. “Pero se fueron juntando amigos y hacíamos cosas muy de Cuba. Nos ayudábamos unos a otros. De forma orgánica empezamos a ayudar a los que llegaban”.
Empezó como un chiste: “Esto ya es como una tribu”. Funciona como una comuna, explica, “como una tribu con valores y costumbres arraigadas, donde todo es de todo el mundo, y el que tiene más compensa al que tiene menos”. Además, hay normas inviolables: “El que llega sin recursos no paga nada. Hasta que sea solvente, los demás pagan por él”.
El núcleo principal es de unas veinte personas, pero se han ido sumando más. “Me dan su teléfono y me dicen ‘a mí, moléstame’ para ayudar. Solo en Madrid son casi setenta”.
De este modo pueden intercambiar información y apoyo; sobre todo, orientar a los recién llegados en temas de trámites, alojamiento y trabajo.
“Trato de crear lazos de ayuda. Mi talento es crear conexiones. Veo en qué cada cual puede ser útil y en un momento dado establezco los contactos… Como tengo la cara muy dura, le caigo bien a la gente”, bromea.
Así la tribu va de a poquitos ayudando a forjar esa “aldea global” de la Cuba futura, sea en la Puerta del Sol o en el último rincón de Maisí. Massiel lo resume así: “Siempre digo que la única posibilidad de salvar a un país es salvando a su gente. Eso intento”.