Jossette Pellé, Stanislav Verbov, Pilar Fernández y José Amoscótegui nacieron en distintos momentos y puntos de la geografía mundial. La primera, francesa; el segundo, ruso, y los dos últimos, españoles –los cuatro, de distintas generaciones–, pudieron ir por la vida sin compartir ninguna particularidad que los uniera en una misma oración. Sin embargo, transcurrido el tiempo, un detalle de sus trayectorias vitales los singulariza: han hecho de Cuba su lugar para vivir.
La isla cubana a lo largo de su devenir como nación, y desde el mismo proceso de la colonización española, ha acogido distintas oleadas de emigrantes que hicieron de esta tierra el lugar donde refundar sus proyectos. Los motivos han sido diversos, los períodos de estadía también, y casi siempre han predominado los propósitos de orden económico o afectivo.
Jossette Pellé llegó a Cuba en la década del 60, cuando la Revolución acababa de triunfar y no se marchó nunca más. El punto de partida fue conocer en Madrid –donde impartía clases de francés– entre los exiliados cubanos, durante el gobierno de Fulgencio Batista, a un joven médico, con quien cruzó el Atlántico. Con él entró a Cuba por el aeropuerto habanero de Boyeros, casi desierto entonces, sin autoridades aduanales ni de inmigración, pero con el abrazo de bienvenida de los rebeldes como el más seguro permiso de entrada.
Esta francesa, que asistió como enfermera a su esposo en un hospitalito rural del oriente del país, luego se convertiría, ya en La Habana, en traductora de la emisora Radio Habana Cuba, por más de cuarenta años. Durante este tiempo nacieron sus cuatro hijos, y ha vivido como una cubana más, participando de los distintos procesos sociales, satisfecha del calor humano y de la solidaridad de la gente, con libreta de abastecimiento incluida, adaptando su dieta a la manera francesa, siempre que sea posible, y poniendo en práctica estrategias para vivir, como las de “botellera”1 para sortear los avatares del transporte insular y poder moverse por la ciudad. Ante la socorrida pregunta de qué cambiaría de su vida, confiesa que volvería a hacerlo todo exactamente igual.
Para Stanislav Verbov, empresario, babalawo, esposo de una cubana y padre de dos muchachas nacidas en la Isla, el hecho de residir en Cuba durante 25 años comporta otro tipo de reflexión, más filosófica si se quiere, donde el respeto por las dinámicas sociales y la cultura del lugar de acogida deben primar por sobre todas las diferencias. “Si tú quieres convertir tu casa y tu propio ser humano en una fortaleza impenetrable para la cultura y tratar simplemente de traspolar las costumbres, la idiosincrasia rusa al suelo cubano, nunca podrás conocer realmente el país, tener amigos de verdad, porque te autolimitas y no hay compenetración.
Creo que siempre es bueno sumar y no restar, tener dos culturas que te pueden enriquecer como ser humano, siempre es mejor que atrincherarte dentro de tus límites, y no saber nada del mundo que te rodea. No es fácil, siempre requiere de esfuerzo, como todo en la vida. Y tratar a nivel intelectual de entender qué es lo que pasa, porque cualquier acción o reacción, debe venir del entendimiento. Si este componente está ausente, tu camino siempre va a ser errado”.
Este proceso de asimilación que deben afrontar los emigrantes, sin importar los puntos de contacto que las relaciones históricas entre los países emisores y receptores establezcan, pasa también por tener la capacidad de obviar el mero folclorismo y saber manejar la añoranza. Pilar Fernández, empresaria española que lleva 17 años aquí, lo resume de esta manera: “Me he preocupado por conocer Cuba de verdad. Si te quedas en la superficie, el problema de la adaptación llega cuando chocas con la realidad, pero cuando conoces el país, cuando sabes perfectamente cuáles son sus leyes y costumbres y las aceptas, no se te hace difícil. El problema es quedarte en la superficie y pensar que es solo un país de música, ron y mulatas, y que puedes hacer lo que quieras, cuando no es así en ningún lugar del mundo”.
Como fruto de esta concepción ha podido fundar sus más recientes proyectos: primero el restaurante Bikos (ya cerrado), y ahora el Casa Pilar, que piensa abrir en septiembre; y quién sabe si para esa fecha ya le acompañe de manera permanente su madre, sin lugar a dudas, un componente esencial para enriquecer el hogar que ha fundado en Cuba.
A veces, algunos extranjeros que deciden asentarse en otro lugar distinto al que nacieron necesitan salvoconductos especiales para integrarse. En la historia de José Amoscótegui, quien lleva en la Isla dos años, tales estímulos funcionan de esta manera: su esposa y la fotografía. Tras la esposa vino desde Sevilla, y a través de la experiencia de vida pudo ir estableciendo relaciones con el entorno y su gente.
El curso que pasa en el Escuela de Fotografía Creativa de La Habana revela que “funciona muy bien, pero más que eso lo entiendo como un componente social de mi propia vida, como un encuentro de mi yo con la ciudad, con el país. Vas haciendo tuyas las calles, vas sabiendo dónde estás. Ya no eres un turista, aprendes a mirar con otros ojos. A lo mejor necesitas un período de 15 o 20 años para olvidarte que vienes de otro sitio, pero la ciudad yo la siento mía; Santo Suárez es mi barrio, y yo soy cubano”.
Hola, necesito contactar a Stanislav Verbov urgentemente. Mi nombre el Lupita Falcón y vengo recomendada por Manuel Espejo, favor de pasarle el recado o proporcionar un medio de comunicación