“Telémaco es un pedazo de nosotros y de los jóvenes que nos rodean, para mezclarlo con nuestra historia, con nuestros héroes también porque somos hijos de esos héroes, para ver entonces qué somos, dónde estamos y todo mediado por la duda, porque la duda es lo que nos marca”.
Con esas palabras me tiró sus razones a la cara, y al corazón, José Brito, actor devenido director de teatro y también escritor de Telémaco, la más reciente puesta en escena del Grupo de Teatro Dripy de Santa Clara.
Otra vez asirse a los mitos clásicos antiguos sirve de herramienta para desnudar las historias recientes y presentes del país.
Odiseo ya no es el héroe que regresa cansado pero victorioso de la guerra, sino el padre, los miles de padres cubanos que marcharon a otros lares en busca de mejor vida para él y los suyos. Este es un Odiseo que nunca regresó o que cuando pudo venir, a intermitencias, no alcanzó a suplir con objetos el hueco espiritual que dejó en los suyos, el dolor por la ausencia y los sueños no cumplidos. No es tampoco el héroe recibido con amor y puesto en el trono, es el padre necesitado en la distancia y juzgado en el crecimiento inevitable pero trunco de su hijo Telémaco.
Penélope no es solo la mujer abandonada y sola en sus necesidades de amor, ni siquiera la madre encargada de educar y hacer crecer a su hijo. Esta Penélope es la mamá incapaz de responder muchos de los porqués de su Telémaco y la mujer que tejió y destejió con alguna suerte y muchos tropiezos las escaramuzas de la vida en Cuba de las últimas décadas.
Ni el propio Telémaco es tampoco aquel que contara Homero. Este nuestro no se conformó con esperar, entre añoranzas, paciencia y esperanzas el regreso de su padre para reubicarlo en la poltrona del hogar. El Telémaco de Dripy hace su camino en la vida mientras juzga y hasta perdona la pasividad de la madre, el escapismo del padre y la fatalidad de los tiempos y del lugar que le han tocado vivir.
Odisea, Penélope y Telémaco, un poco de aquellos de la antigua Grecia y mucho de estos nuestros, resurgieron en la interpretación de Verónica Medina, una joven actriz que ha sufrido en su propia piel el drama de la emigración paterna.
“Hacer esta obra para mi era necesario, tenía deseo y necesidad de hablar de mi vida, de mi familia, de mi experiencia, sobre todo para que sirviera de algo para mis coterráneos y contemporáneos. Fue un proceso difícil porque tuve todo el tiempo que contener la emotividad que me provoca el tema pero fue muy placentero a la vez hacer sola la obra sobre el escenario porque salió de mi inspiración profesional y de mi necesidad personal”, confiesa.
Dice Verónica que como actriz la obra le permitió comprender a sus padres, aunque como hija hay cosas que nunca entenderá.
“He tenido todo el tiempo aquí a mi madre pues el personaje de Penélope fue inspirado totalmente en ella y hasta puedo decir que me ha ayudado. En la distancia y en el recuerdo también le debo a mi padre, quien sé que ha visto todas las promociones y espero esté contento porque muchos textos y diálogos corresponden a situaciones reales que nos sucedieron”
Cuba como escenario es una Ítaca revisitada. Telémaco ha crecido fuerte y bello, pero también se ha vuelto un cuestionador pertinaz, marcado por las ausencias y la falta de respuestas. Es un hijo de las dudas que camina en una isla cambiante, donde él también corre el riesgo de convertirse en Odiseo.
Excelente reseña Luis Evidio. Me motivó tanto que lamento no estar en Santa Clara para poder ver la puesta. Debe ser agotador para una sola actriz desempeñar papeles tan fuertes y, sobre todo, tan relacionados con su vida personal.
Yo pude ver “Regreso a Ítaca” (el filme). Formidables actuaciones. Tal parece que las antiguas tragedias son los mejores referentes para “expulsar nuestros demonios”.
Un abrazo.
Mágnifica reseña. Esa también mi historia y la de muchos otros. Espero poder disfrutar la obra aquí en La Habana.