Plagada de carnecitos. Así está la cara interna de la puerta de la Casa del Migrante Nazareth, refugio que pertenece a la Iglesia Católica en Nuevo Laredo. José Perez: Coyote. Juan Fernández: uso de celular. Miguel López: se negó a asear… foto, nombre, apellido y motivo por el que no debe admitirse a cada fulano si llega a tocar. Las reglas de la casa son muy estrictas.
Una de las últimas normativas que se incorporó es que cada migrante entregue su teléfono celular al ingresar. Le será devuelto al salir. Los curas que dirigen la Casa adoptaron esa medida después de que “Los Zetas” –como se conoce a la mafia transnacional que nació en esta misma provincia– empezaran a secuestrar inmigrantes ilegales utilizando, se cree, la complicidad de alguien que se alojaba dentro de la Casa del Migrante.
La Casa Nazareth, dirigida por el padre Marcos, alberga principalmente a hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, mexicanos… deportados por Estados Unidos. Ahora también a cubanos.
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Ofelia (32) y David (33) están en la Casa hace algunas semanas, resolvieron marcharse de Guatemala cuando una pandilla de El Progreso, su ciudad natal al norte del país, los amenazó de muerte. Hicieron la denuncia en la Policía, no porque tuvieran alguna esperanza de justicia sino más bien para tener cualquier prueba legal de su persecución.
Emigraron con sus tres hijos: David (14), Berzalli (12) y Brandon (4). Cruzaron a México y en Tapachula se encontraron con cientos de cubanos tramitando “salvoconductos”, la visa temporal por 20 días que los cubanos precisaban para llegar al norte y cruzar con los pies secos. Les pareció una buena idea seguirlos.
Cuando arribaron a Nuevo Laredo intentaron cruzar, pero fueron deportados a México. Ofelia y David resolvieron que, aunque ellos no pasaran al Norte, sus hijos mayores lo harían de todas formas. Así que les dieron todos los papeles, un beso entre lágrimas y los hicieron cruzar el Río Bravo a través del Puente internacional.
– David y Berzalli deben haber sido aceptados, están en una oficina de Migraciones norteamericana esperando que un conocido nuestro los vaya a buscar, nosotros le pagaremos con trabajo el día que crucemos. Porque cruzaremos como sea –comenta Ofelia a OnCuba mientras amamanta a Brandon.
El pequeño está embobado con una niña hondureña ocho años mayor que él, se la pasan correteando por el refugio.
Cuando Ofelia y David se toparon con los cubanos en Tapachula también conocieron los comentarios de los otros migrantes latinoamericanos sobre ellos:
–Les tenían envidia porque los cubanos tenían privilegio para cruzar y nosotros no, pero es porque no los conocen. Nosotros los conocimos y son buena gente –opina Ofelia.
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Marcos (44) era un cabo del ejército salvadoreño. A los 41, cuenta, se negó a obedecer una orden de tortura. Entonces lo torturarían a él. Escapó hacia arriba, como se escapa en Centroamérica, y terminó en el embudo que Donald Trump quiere amurallar.
Marcos proviene de El Salvador donde el violento esquema al que pertenecen las maras y el Estado posiciona al país anualmente en los primeros lugares del ranking mundial en cuanto a cantidad de homicidios.
Marcos llegó a Nuevo Laredo porque no tenía otra alternativa. Si Trump construye un muro…:
– Llegar a Estados Unidos siempre fue una posibilidad latente, si nos la ponen más difícil no sé qué haremos.
Está en la Casa preparándose para cruzar a nado el Río Bravo a pesar de Los Zetas y de la Armada de Estados Unidos.
Los cubanos por ahora coinciden casi todos en algo: No están dispuestos a hacer tal cosa.
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Parado en la esquina del Puente 1, Milton llega a una conclusión:
– Gracias a esta oleada de cubanos estamos comiendo muy bien.
Muchos vecinos de Nuevo Laredo se acercan durante el día para acercarles comida. Los migrantes que esperan en el Puente 1 reciben, gracias a la solidaridad mexicana, cuatro comidas al día.
Milton subió a México desde Honduras en 2002. Se instaló en Jalisco y tuvo un hijo. Un día se montó en La Bestia y fue a buscarle un futuro al niño en algún lugar de Texas. La Bestia llaman al tren de carga al que los migrantes se suben camufladamente en México para cruzar el país de punta a punta y arrimarse a los Estados Unidos.
En 2013 a Milton lo engancharon ilegal en Houston, Texas, y lo deportaron:
–Ahorita con Trump van a salir de cacería mucho más –se teme, mientras prueba el taco que le ofrecen los voluntarios de la Casa del Migrante.
Volvió a México donde fue extorsionado por Los Zetas. Llegan novedades de su familia: hay en Jalisco cada vez más problemas para darle de comer a su hijo así que volverá a montarse en La Bestia, ahora en sentido contrario, y al final de algunos días de viaje volverán a encontrarse.
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Antes, cuando había “pies secos – pies mojados”, muchos cubanos no se detenían más que en algún hotel, a pesar de la travesía llegaban con algo de resto para pagarlo. En las últimas semanas se empezaron a dividir entre los pocos albergues que ofrece Nuevo Laredo, pero decidieron concentrarse en el refugio AMAR, del pastor local Aaron Méndez.
El último en enterarse fue Lázaro, un psicólogo de la Universidad de Matanzas que terminó siendo el único cubano en la Casa del Migrante Nazareth.
En el comedor Lázaro desentona: viste una camisa azul planchada y un pantalón pinzado, parece el director de la Casa y no un migrante ilegal.
–Vendí mi casita en Matanzas, compré un tour a Italia y pedí visa Schengen [la visa de la Unión Europea] temporal para hacer ese viaje. Pero yo no lo pensaba hacer; hice eso porque México admite por 180 días en su país a todos los que tengan visa Schengen –le explica a OnCuba.
La pierna izquierda de Lázaro es una prótesis. Era imposible cruzar diez fronteras y al menos una selva como migrante ilegal: debía buscar un camino más corto.
Todas sus posesiones se redujeron a un pequeño bolso con un cepillo de dientes, un champú, una camiseta y algo de abrigo. Nada más.
Lázaro pudo estudiar una carrera que en el país al que espera llegar cuesta miles de dólares, pero argumenta: “En Cuba el estudio es gratuito, pero te hipotecan la libertad. ¿Cuántas veces con el bajo salario que tenemos hemos pagado nuestros estudios?”. Dice que padeció por criticar al gobierno en una clase que dictaba, que en Cuba ser crítico provoca “que te hagan la vida difícil” y que a quienes lo hostigaron, un día les respondió: “Estas manos son para trabajar, no para destruir”. Pero igual lo castigaron, lo fueron dejando marginado de cualquier proyecto interesante y redituable.
Lo dice enojado, furioso, lejos de los hondureños, salvadoreños y guatemaltecos a quienes esos problemas les sonarían livianos.
Lázaro tiene un motivo supremo para estar en Nuevo Laredo, por eso no se va a Europa, aunque tenga la visa, y sigue en México: va a en busca de su mujer, una médica que está en Miami esperándolo hace un año. Lo cuenta y se pone a llorar:
– ¡Un año separados! Eso es lo que más me duele; y si empezamos algún trámite ahora serían al menos cuatro años… Ya casi no me alcanza el dinero, por eso tengo que venir aquí –dice quebrado, antes de disponerse a pedir un carro que lo lleve a algún otro refugio donde él no sea el único cubano.
Lo llevarán al AMAR, donde están casi todos los de su país: “Lo primero que haré cuando llegue será darme una ducha, lo más importante es no dejarse estar”.
“Si tú no cruzas, cruzo yo y si hace falta cruzamos juntos el Atlántico”, le ha prometido su mujer.
– No es tanto lo que queremos: estar juntos y vivir bien trabajando de lo que sabemos –dice él.
El padre Marcos le presta el teléfono. Se ha quedado pensando; mira hacia el rincón donde están las banderas de los países latinoamericanos de los que han venido migrantes a la Casa y dice:
– Hay que agregar la de Cuba.
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