“Van a irse de todos modos. Existe la costumbre de partir. Si desde enero no pueden entrar con tanta comodidad a Estados Unidos, irán a otro lado. Quizás vengan para acá”.
Dice Alberto Enrique. Me lo escribe ahora desde una calle de Praga. El año pasado, cuando los cubanos irregulares aún eran admitidos en las fronteras norteamericanas, nos encontramos en la República Checa. Por casualidad, de frente, topamos. Ahí empecé a comprender cómo se reunió una comunidad cubana en Europa Central, por qué se constituyó aquí un espacio de acogida, qué ánimo sostiene una política de admisión solo comparable a la abolida por Obama en uno de sus últimos gestos a favor de la normalización.
Alberto Enrique vestía sombrero de copa. Al fondo, hospitalario, San Wenceslao de Bohemia ocupaba el sitio de honor en la misma plaza donde se inmoló el estudiante Jan Palach durante la invasión soviética.
“Sé que es un poco ridículo”, señala el sombrero, “pero es mi uniforme, y me da para comer”. La copa dice Guiness. Es propaganda cervecera, no atuendo de dandy.
“Soy reclamo en un restaurant, no me quejo. Me va mucho mejor que al principio, porque entonces estuve cinco o seis meses sin trabajo. Me paso el día en esta esquina, convenciendo a los checos de venir a comer. Pero da igual, hago lo que sea. En La Habana fui dibujante. Fui bailarín. Luego me dediqué al fisiculturismo. No tengo oficio fijo. Lo mío es la versatilidad”.
Dice, y se ríe de la frase, que le parece ingeniosa. “Lo mío es la versatilidad, fíjate que aquí mismo, en una ciudad vecina, trabajé en una carpintería de aluminio”. De repente abandona el español, usa el checo para convidar a un par de muchachos que bajan del Museo Nacional. No les convence. Han comido salchichas picantes en el quiosco junto a la parada del tranvía. Siguen bajando la cuesta de San Wenceslao.
“No creas que hablo checo. Me defiendo con algunas palabras. Este idioma no se aprende de un día para otro. Hacen falta cinco o seis años para aprenderlo. Es el cuarto idioma más difícil del mundo”.
Le gusta inventarse estadísticas. “Esta es la séptima ciudad más hermosa del mundo. El castillo es el más grande de Europa. Las checas con las terceras entre las mujeres más bellas. Este país, ponle el cuño, es el segundo más amable con los migrantes cubanos, después de Estados Unidos. Por la razón que sea, pero es así”.
Eso dijo. Pero esa estadística ha caducado. ¿Podría decirse ahora, cuando ya nadie se atreve a salir por Centroamérica hasta el río Bravo, que la República Checa es el país más hospitalario, el único que admitirá a los cubanos por causa de su nacionalidad? Queda establecer, naturalmente, el modo de llegar.
“Vendí mi casa y ya, ¡se acabó! Fui a Rusia, como todos lo que no tienen visa. Y de Rusia salí para Serbia. De Serbia brinqué para Hungría, donde me cogieron preso. La persona que andaba conmigo se equivocó de camino, ¡imagínate tú! Pedimos asilo en Serbia, allí estuvimos un mes. El proceso era largo e incierto, por eso brincamos de nuevo la frontera, y así vinimos para acá. Yo sabía que aquí sí daban papeles a los cubanos. Por eso estoy agradecido de este país. Los oficiales de Migración nos trataron muy bien”.
Se creería que los paisanos ayudan a sentir menos aislamiento. Se creería que los paisanos tienen negocios muy prósperos. Pero Praga es engañosa.
“Hay una comunidad cubana, pero pocos cubanos son unidos aquí. Hay negocios que explotan el baile y la cultura de Cuba. Ahí está la Bodeguita y otro que abrieron, la Macumba. Pero no son totalmente cubanos. Tienen dueños checos”.
En la Macumba praguense no bailan salsa tropical. Es la misma música, pero la coreografía se ha estilizado, usa gestos sinuosos. Es salsa rusa. La Bodeguita praguense apenas propone un par de platos cubanos en el menú. Es una bodega de sabores internacionales a pocas cuadras de la casa de Franz Kafka. No hay tantos cubanos entre los clientes. En el servicio, sí. Profesores de baile, camareros, reclamos.
“Si no sabes el idioma ya los checos te tratan un poquito mal. A muchos les gustan los cubanos, pero el inmigrante siempre tiene problemas. Vivo con una cubana. Checa, no. Ya no quiero más novias checas. Tuve una y no voy a repetir. No nos entienden, no las entendemos”.
Eso dice, y aclara, de paso, que no se irá de Praga. “En otro país tendría que empezar de cero. Las cosas se piensan, no se hacen a lo loco”.
Habla de la migración, todavía. Se acabó Miami, pero queda Praga. Me lo escribe desde una calle que da a la plaza de San Wenceslao.
“No sé si los checos cambiarán su política, ahora que los americanos dejaron la suya. Pero, hasta ahora, este es el único país europeo que legaliza a los cubanos sin tanta espera. Otra gente tiene que casarse, inventar. El cubano no. Llega aquí y le dicen ‘Coge, ahí tienes tus papeles’. Será porque esta gente tiene malos recuerdos de los soviéticos, qué sé yo”.
Alberto,lo unico ridiculo es vivir del cuento,para mi versatilidad es sinonimo de inteligencia,que tenga mucha suerte y recuerde siempre valorar la Libertad.
Bravo pir los checos. Y a portarse bien paisanos para que se hagan acreedores de la hospitalidad que les brindan en la hermana Republica Checa.
Muy bien por los checos, bien por mantener su pasado en la memoria
Amigo estas viviendo en uno de los paises mas bellos de Europa. Praga, el Paris del este. Estuve en mis años de juventud estudiando y trabajando en una ciudad muy cerca de Praga que se llama Kladno. A veces la veo por you tube y me da nostagia ver lugares y calles que camine. Pero visite casi todo el pais desde Brnos, Ostrava , etc etc y todo me encanto. Vivo ahora en Miami pero mi sueño es volver alli. Cuida tu estancia alli que cualquiera puede sentir envidian por estar en tu lugar. Saludos