Acto: Hecho, suceso, trance, jornada, episodio, sucedido, evento, circunstancia… Cuando usted hurga en un diccionario encuentra en la palabra “acto” una de esas construcciones gramaticales con las que su o sus creadores aglutinaron muchos significados los que evidentemente fueron creciendo con su uso en el lenguaje, como una bolita de nieve lingüística que fue engordando desmesuradamente hasta convertirse en una avalancha del idioma.
Es lo que podríamos llamar un término o palabra útil o conveniente para designar lo mucho, y lo que no está bien definido y por lo tanto hay que ubicarlo en alguna casilla de la lengua española, o castellana o de alguna de las variantes latinoamericanas del acervo idiomático que nos llegó desde la península Ibérica.
Es lo que pasa con los términos cosa, asunto, hecho, algo y otros de “cuyo nombre no quiero acordarme” y que se han convertido casi en muletillas delatando, cuando menos, cierta pobreza lexical.
Cuba ha hecho no pocos aportes en esos desvaríos. Uno de ellos es el uso de la palabra “acto” y lo peor, su consecuencia comunicacional sobre todo en el periodismo cubano actual.
Claro que todo proviene de la práctica social al uso de lo que es un “acto”, ya sea la impuesta institucional y jerárquicamente o asumida por conveniente inercia por el resto de los estamentos de la sociedad, entre ellos la prensa.
Son contados con los dedos de una mano los procesos o sucesos de alguna relevancia que no se intenten socializar mediante un “acto”, y lo peor es que sucede también con aquellos acontecimientos que tienen muy poca o ninguna relevancia, salvo la que interesa a los acólitos del “asunto”.
Todo inicio o conclusión de algo, presencia o llegada de alguien, conmemoración de acontecimiento, inauguración o reapertura, aniversario o cuanta causa se le ocurra a un directivo se resuelve en Cuba con un “acto” el que tiene por supuesto una liturgia de la que es difícil escapar.
Allí encontraremos siempre, o casi, las palabras centrales del “acto”, las de conclusión, algún que otro momento cultural o seudoartístico, el uso de los símbolos patrios, los arreglos florales –el gladiolo ha tomado un protagonismo inusitado y se ha convertido en objeto cuasi integrante de la identidad institucional cubana–, el diploma de reconocimiento o de participación…
Párrafo aparte merece la presentación de la presidencia y de alguno de sus participantes. Este es el aspecto que más tensa a los conductores del “acto” porque una omisión o confusión en el orden jerárquico puede acarrearle una reprimenda o crítica soez. No importa que todo lo demás le haya quedado bien porque en ese aspecto no se admiten fallos.
En lo referente a la trascendencia o importancia de los “actos”, Cuba se empeña en dar continuidad a esa creencia de que somos un país o sociedad única y singular.
A modo de argumento diré que he participado en “actos” donde un funcionario de mediano rango de una organización política o social es más prominente que el rector de una universidad. ¡Ah! y el “acto” era en la propia universidad así que los estudiantes presentes bien podrían aspirar a ser funcionarios y no rectores.
El asunto ha llegado a tal magnitud que desde hace muchos años hay entidades que tienen en el “acto” su principal razón de ser y fuente primordial de sus ingresos, así que por inverosímil y quijotesco que parezca, el “acto” tiene su peso en el Producto Interno Bruto de Cuba. Si bien no es servicio o riqueza nueva creada, sí consume una buena parte de ella. Ojalá alguien saque las cuentas de lo que se gasta en “actos” y veremos cuantos recursos e ideas se podrían emplear en causas mejores.
A contrapelo de lo anterior puede hablarse de la satisfacción que hemos sentido alguna que otra vez en o tras un “acto”. A fin de cuentas los gladiolos son omnipresentes pero también bonitos, a todo el mundo le gusta que lo agasajen por “las acertadas y oportunas” palabras que pronunció y ni hablar del diploma de reconocimiento que se lleva a la casa como constancia o para mostrar en familia desde la oscuridad de una gaveta.
Ni hablar cuando somos los organizadores del “acto” y “te quedó bien”, al decir de los superiores. Para muchas personas esa es la satisfacción mayor porque además del elogio puede garantizarle que organice el próximo “acto”, que no tardará mucho en ocurrir.
En Cuba los “actos” han adquirido tal relevancia que a veces se hacen para festejar el aniversario de otro “acto” porque se entiende que fue un suceso trascendental y por tanto merece un nuevo “acto”.
Creo, con el perdón de los verdaderos profesionales de las Relaciones Públicas, que en Cuba bien podría organizarse una licenciatura, un diplomado, una maestría y hasta un doctorado en “actos” y sus graduados siempre tendrían empleo.
He dejado para el final, y con toda intención, la consecuencia comunicacional y periodística de la tradición del “acto” en Cuba.
Si lo duda, y aunque no estamos en los peores momentos, hojee nuestra prensa plana, escuche la radio, vea la televisión y hasta navegue por nuestro ciberespacio antillano y se encontrará con que el “acto” es gestor de un por ciento nada envidiable de los reportes, protagonista de múltiples titulares y leads.
Sucede que para muchos directivos, el “acto” es el clímax de la expresión social de una institución y merece una alta repercusión en la prensa cuyos profesionales están sometidos constantemente a darles cobertura.
Para ellos lo importante no son las causales que dieron origen a la celebración del “acto” sino el “acto” en sí y a partir de ahí se deriva un esquema de pensamiento que en la mayoría de los casos se convierte en decisiones que la prensa debe acatar y después el público leer, escuchar o ver… si es que lo hace.
Quizá sea mejor imprimir un tabloide semanal y noticieros radiales y televisivos especializados en “actos” y así libraríamos al resto de nuestra maltrecha prensa de otra de sus fuentes cancerígenas.
Por experiencia propia puedo decir que la cobertura de un “acto” es una de las tareas más ingratas y desagradables que hay que afrontar, y convertirla en un producto informativo es todo un desafío profesional porque, salvo contadas excepciones, se sabe que el asunto no lo amerita y solo le importa a los que tienen que ver.
Gente dormida, con evidente cara de aburrimiento o enajenados del asunto, otros en poses desagradables a la vista, algunos en actitudes festivas que en nada concuerdan con la supuesta solemnidad del momento, desaguisados organizativos y de realización le plantean un verdadero dolor de cabeza al periodista, que además recibe a posteriori las presiones para que aquello o lo otro sea resaltado o no aparezca en el reporte aunque haya ocurrido.
No es ocioso decir que mientras ocurren los “actos”, en la vida real suceden acontecimientos de interés social que son periodísticamente relegados porque las prioridades son otras.
Los “actos” existen desde que el hombre alcanzó la categoría de ser social y sintió la necesidad de expresar en un conjunto humano ideas y propósitos que ameritan compartirse. Por lo tanto hay actos y “actos”. Los primeros merecen una dimensión y conocimiento social adecuado, los segundos, que desgraciadamente son los más, deben quedarse en el ámbito que los gestó sin querer extrapolarse hipertrofiados por la voluntad de alguien.
Les confieso que cuando me mandan a un “acto” siempre busco una forma de entretenerme, porque casi siempre pasa lo mismo y me canso, y en el de hoy me dio por escribir estas muchas líneas y miren lo que salió… debe ser que se parecen al “acto” donde fueron concebidas.
Buen texto periodista.