Ricardo Rodríguez Morejón ya falleció una vez, hace 59 años, pero a mitad del velorio, la muerte optó por darle una segunda oportunidad en el reino de este mundo.
Al menos, eso es lo que cree este pinareño del poblado de Pilotos, en el municipio de Consolación del Sur, a quien desde entonces todo el mundo conoce como “el muertovivo”.
Cuenta que el hecho ocurrió a mediados de la década de 1950, cuando tendría unos ocho años. Después de muchos días con alguna enfermedad digestiva, que lo hacía vomitar lo que comía, un médico del hospital de Pinar del Río certificó su muerte por infarto.
El padrino de su padre, hombre influyente sobre la familia, aconsejó que no se le hiciera la autopsia, de modo que tras el dictamen fatal, un carro fúnebre llevó el cuerpo de Ricardo hasta su casa, donde de inmediato se organizó el velorio.
Doce horas después, mientras los padres lloraban sin consuelo, la abuela descubrió que el cristal del ataúd se había empañado y comenzó a gritar que abrieran la caja, que el niño estaba vivo.
Fredesvinda Hernández, una de las que se encontraba en el funeral, recuerda que al escuchar aquello, mucha gente salió corriendo del susto. “¿Cómo iba a ser posible, si los doctores dijeron que había muerto?”
“Mis padres me contaban que cuando llegaron conmigo otra vez al hospital, los médicos no lo creían. Todos venían hasta la camilla para verme y hasta me tomaron fotos”, rememora Ricardo.
“Enseguida empezaron a tratarme, y al cabo de un par de semanas, me dieron el alta”.
Por más dudosa que parezca, no es la primera vez que alguien cuenta una historia de este tipo.
De hecho, se afirma que más de una persona ha sido enterrada viva después de certificada su muerte, producto de la catalepsia, un trastorno en el que el individuo puede yacer inmóvil y casi sin signos vitales hasta tres días.
El tema ha sido fuente de inspiración de escritores como Edgar Allan Poe, y dado pie a los más espeluznantes relatos sobre hombres y mujeres que al parecer volvieron en sí cuando ya habían sido sepultados, según indican las marcas halladas en los ataúdes años más tarde, durante la exhumación.
El miedo a ser enterrado vivo hizo que entre mediados de 1800 y principios de 1900 proliferaran los llamados “ataúdes de seguridad”, dotados de banderas o campanas.
Sin embargo, el doctor Iván Arenas, especialista en neurocirugía no cree que haya sido esto lo que ocurrió con Ricardo. “Más bien me inclino a pensar que sufrió un coma profundo, y que el examen médico, tal vez por tratarse de una familia de escasos recursos, fue superficial”.
“Hay que tener en cuenta que en esa época no existían los medios que hay en el presente, capaces de detectar los signos vitales, aunque sean muy débiles. Todo dependía de la auscultación y de la pericia del médico”.
Para el especialista, resulta prácticamente imposible que algo similar pueda pasar en la actualidad. “Un paciente en coma va a una sala de terapia intensiva, donde se le colocan monitores. El diagnóstico de muerte en general, se basa siempre en estos equipos o en electrocardiogramas”.
De su supuesta incursión al “más allá”, Ricardo no conserva ningún recuerdo. Por eso, mientras algunos albergan la esperanza de otra vida después de la muerte, él prefiere seguir apegado a los suyos, y aprovechar al máximo esta segunda oportunidad sobre la tierra.
Incluso, asegura haber vivido más de lo que indica su carné de identidad: “Antes, la gente pobre no se preocupaba por registrar a los hijos cuando nacían. Pero después de cierta edad, para hacerlo había que pagar”.
De modo que para evitarse el gasto, a Ricardo lo inscribieron con cuatro años menos de los que tenía en realidad.
“¿Si aquel día finalmente te hubieran enterrado, qué es lo que más habrías lamentado perderte?”, le pregunto, y sin pensarlo, el muertovivo de Pilotos, responde que la posibilidad de formar una familia.
“De Camagüey para acá, yo he estado en todas partes, tengo una hija y una nieta, me he casado dos veces, y si mi mujer se entera de otras cosas que hecho, me mata”.
A sus 67 años, continúa saludable y activo. Nunca más ha tenido que acudir a un hospital, ni ha dejado de trabajar en alguna labor relacionada con el campo.
“De acuerdo con lo que certificó aquel médico, yo no podría estar aquí hoy, ni habría presenciado tantas cosas bonitas”, dice, y aunque asegura que la vida está llena de misterios, y quién sabe si el día que su corazón se detenga, la muerte decide volverle a dar otro chance, él prefiere no dejar nada para después y disfrutar cada minuto de su existencia.
“Por si acaso hay que aprovechar, por si la próxima vez me voy y no regreso”.
Tremenda historia y muy interesante. La catalepsia es una enfermedad muy rara y el cuento del Poe relacionado con esto es sencillamente, impresionante. Gracias periodista por trabajos refrescantes como este.
Qué buena su filosofía. Todos tenemos que aprovechar al máximo cada nuevo día…